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19.7.21

MACHISMO. Cuando manosear a la CarrĂ¡ estaba bien visto

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Por Barbara Celis

La muerte de la gran artista italiana devuelve a la memoria una noche de 1991 en la que se pudo ver por televisión cómo el actor Roberto Benigni sobaba a la cantante. El público no paró de reír. Hoy, algo así sería impensable.

Hoy que lloramos la muerte de Raffaella Carrá, la reina de la televisión italiana y también de la española, me gustaría recordar un episodio de su vida profesional que dice mucho sobre lo que aguantábamos las mujeres hace apenas treinta años en esa Europa del sur a la que ella nos invitaba a viajar para hacer bien el amor, como decía su canción. Y como si esa invitación fuera una barra libre para todo, ahí queda para la historia lo que los italianos vieron una noche de 1991 en sus televisores:

Sobre el escenario de un teatro aparece Rafaella Carrá vestida con un traje rojo de tubo. De repente, entra en escena el actor Roberto Benigni, que le chilla ¡guapa! mientras intenta abalanzarse sobre ella. Raffaela se aleja de él, pero el cocktail tacones y vestido de tubo es atómico: ella se tropieza y cae de bruces contra el suelo, momento que Benigni aprovecha para lanzarse en plancha sobre ella, abrazarla por detrás, tocarle las tetas, manosearla por todas partes y restregarse mientras sigue diciéndole lo buenísima que está. 

Raffaella, toda una profesional de la tele, no da crédito. Cuando consigue quitárselo de encima, Benigni la coge en brazos, la agita, le agarra el trasero y después chilla: "Pero ¡qué buen culo tiene, qué buen culo!". Raffaela se ríe, pero su rostro la delata: angustia, vergüenza ajena, ¿asco?

Mientras todo esto ocurre, el público -el programa era en directo- no para de reír. Aquello es un delirio colectivo. A Benigni hasta le vitorean, lo cual contribuye a que él continúe en la misma línea. Y continúa: "Pero... ¿qué tenéis las mujeres ahí abajo que nos vuelve locos? Enséñame esa cosita, enséñamela. Sólo un poquito, así", y le hace un gesto a Raffaela para que se levante la falda. Ella se niega, y recuperada del shock inicial, le sigue el juego, porque esto es la televisión y en la tele pre-Sálvame nadie se atrevía a montar un escándalo, así que Raffaella alega que la falda es de tubo y no se la puede levantar. "Venga, no es una cosa violenta, es una cosa poética", insiste Benigni. Y continúa con su monólogo, inventándole nombres a "esa cosita que vuelve locos a los hombres", disparando sinónimos ante los que el público estalla en una carcajada sin fin. 

De ahí el actor pasa a hablar de los problemas sexuales de los políticos italianos y a machacarlos con la misma soltura en una escena que en total dura diez minutos, una eternidad en términos televisivos. 

La primera parte de este espectáculo, visto con los ojos de hoy, sería considerada demencial, pero entonces fue un éxito total y si hubo críticas, ninguna estuvo relacionada con el trato recibido por la Carrá, como se la conocía en Italia, sino más bien con las invectivas lanzadas contra los políticos.

Benigni la agita, le agarra el trasero y después chilla: "Pero ¡qué buen culo tiene!". Raffaela se ríe, pero su rostro la delata: angustia, vergüenza ajena, ¿asco?

Más preocupante incluso es que en 2013 aún apareciera en una selección de videos del Corriere della Sera bajo el título "Videos que se habrían hecho virales si entonces hubiera habido redes sociales". En el comentario al video, ninguna alusión al ejercicio de mujer cosificada que se le impuso a Raffaella. 

El sentido del humor es sagrado. Pero el humor también envejece, y a menudo envejece mal, sobre todo cuando está demasiado vinculado a momentos culturales concretos. Por eso hoy nadie se acuerda de Benny Hill y sí de los Monty Python. Y en el asunto del machismo, las conquistas sociales de las mujeres, unidas al paso del tiempo, nos obligan a mirar hacia atrás y revisitar ciertas cosas que hoy, afortunadamente, ya no tienen cabida entre nuestros "productos culturales". 

Quienes hoy se quejan de que las mujeres buscamos cancelar a algunos genios del pasado quizás lo que no entienden es que la gloria de la que disfrutaron aquellos personajes no les exime de que lo que hicieron entonces hoy se mire como una aberración. Eso no significa que haya que quemar a Roberto Benigni en la hoguera, o quitarle su Oscar. En 1991 a todo un país le pareció bien que el actor babeara y acosara en directo a la Carrá y, por lo tanto, él es tan culpable o inocente como el resto de sus compatriotas. 

España en esa época era muy similar a Italia. Basta decir que Benny Hill, aquel cómico inglés cuyo principal atributo era ser un viejo verde que trataba de abusar de toda fémina que se le pusiera delante, salía a diario en Telecinco y disparaba las audiencias. Pero hoy él tampoco tendría cabida en nuestras teles, aunque sin duda aún hay hombres y mujeres anclados en el pasado a los que aún les haría gracia.  

A principios de los noventa, siendo aún estudiante y con la Carrá arrasando en TVE con su célebre Hola Raffaella!, yo aterrizaba por segunda vez en una redacción para trabajar durante tres meses rodeada principalmente de hombres que doblaban mi edad y que se sentían guapos e importantes por firmar en uno de los principales periódicos de España. Tanto a mí como a las otras becarias nos tocó aguantar estoicamente muchos comentarios lascivos. Eso sí, todos ellos envueltos en el humor o el chascarrillo, como si hacerlos sonar graciosos los despojara de maldad y los transformara en algo inteligente. De hecho, aquellos hombres en su mayoría lo eran, aunque de respeto hacia las mujeres aún supieran muy poco. 

No era culpa suya. Ellos eran simplemente el reflejo de una sociedad que veía Benny Hill antes del telediario y por lo tanto sentía que vacilarle a una becaria y soltarle un piropo soez, siempre que estuviera envuelto en sentido del humor, era lo que había que hacer. Nosotras, presuntamente modernas gracias a las charlas de nuestras madres, feministas de primera generación, en realidad aún éramos excesivamente inocentes y, sobre todo, estábamos desamparadas, ya que el contexto laboral era más dado a reírle las gracias al jefe que a plantarle cara. No teníamos más alternativa -o eso creíamos entonces- que sonreír con cara de pánfilas al escuchar chistes rancios mientras te miraban el escote y el estómago se te retorcía.

Exactamente igual que a la Carrá. Era la misma época, éramos la misma sociedad. 

Italia, donde vivo, y España, donde crecí, son muy similares. Y por suerte para las mujeres, muchas cosas han cambiado en ambos países. La Carrá fue una pionera, una diva de la libertad cuando el feminismo aún estaba en pañales en Europa y donde ella nunca se definió como tal porque seguramente no era bueno para el showbusiness. Tampoco le hizo falta, hizo siempre lo que le dio la gana y toda su existencia fue una oda a esa libertad de la mujer como de andar por casa pero poderosísima, a la que le cantaba enhebrando frases como "Lo importante es que lo hagas con quien quieras tú y si te deja no lo pienses más, búscate otro más bueno que te vuelva a enamorar" o "todo el mundo critica lo que soy o no soy por eso viejo pueblo ahí te quedas yo me voy". Las mujeres de los setenta y los ochenta no se atrevían aún a hacer esas afirmaciones sobre su independencia, pero las coreaban felices al ritmo de Raffaella porque la música ayuda a digerir los cambios, y la Carrá, a su manera, contribuyó a cambiar el punto de vista de las mujeres. 

En los noventa, pese a haber una nueva generación, la mía, con muchas de esas lecciones aprendidas, aún tendríamos que sufrir múltiples vía crucis, incluido el de dejarse manosear física o verbalmente por gente con inteligencia y talento como Benigni pero sin ningún respeto por el 50% de la población. 

Raffaella se ha ido de un mundo que ya no es el de Una mujer en un armario. Mi sobrina Livia, de 19 años, sé que puede bailar los hitos de Raffaella y plantarle cara a cualquier idiota que le vacile, le diga guarradas o intente manosearla sin permiso con mucha más seguridad y soltura que la que yo tenía a su edad, aunque eso no evitará que aún haya asesinatos y abusos machistas y por eso hay que seguir denunciando las "benignadas de turno". Pero quizás su generación finalmente consiga un mundo en el que ver manosear a la Carrá con el beneplácito del público sea sólo posible pinchando en un video de youtube del pleistoceno. 

 

(*) Barbara Celis. Vive en Roma, donde trabaja como consultora en comunicación. Ha sido corresponsal freelance en Nueva York, Londres y Taipei para Ctxt, El Pais, El Confidencial y otros. Es directora del documental Surviving Amina. Ha recibido cuatro premios de periodismo. Su pasión es la cultura, su nueva batalla el cambio climático.


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