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21.6.21

Perú: La victoria de Pedro Castillo en un país dividido. Dossier

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Por Gilberto Calil, Pablo Stefanoni (*)

Mariátegui y la elección de Pedro Castillo en Perú.

Gilberto Calil

La división regional, sociológica y étnica de Perú expresada en los resultados de las elecciones que terminaron ayer subraya la relevancia de la reflexión de José Carlos Mariátegui (1894-1930). Considerado el fundador del marxismo latinoamericano, en el sentido de que fue el primer marxista que realizó una interpretación original de la realidad latinoamericana desde el marxismo, el revolucionario peruano señaló hace casi un siglo que Perú era un país fracturado por las divisiones producidas por su clase dominante.

Así, además de la división entre campo y ciudad, la escasa integración nacional creó una brecha que separa la costa, la sierra (andina) y la región amazónica. En su análisis, la élite limeña despreció profundamente la identidad indígena, en lo que fue acompañada por sectores urbanos medios. Esto expresaba su perspectiva subordinada y la ausencia de un proyecto nacional: "las burguesías nacionales, que ven en la cooperación con el imperialismo la mejor fuente de provechos, se sienten lo bastante dueñas del poder político para no preocuparse seriamente de la soberanía nacional."

En su interpretación, esto indicaba que no habría revolución burguesa en el Perú, dado que no había ningún sujeto social interesado en ella, y que por lo tanto la única alternativa concreta de transformación sería una revolución socialista. A esto Mariátegui añadió la centralidad de la cuestión de la tierra (la necesidad de la reforma agraria y la liquidación del latifundio) y de la cuestión indígena, profundamente imbricada con la cuestión de la tierra. Para él, sólo podía haber revolución socialista en el Perú si se incorporaba a los indígenas como parte fundamental del sujeto revolucionario.

La actualidad de Mariátegui

El recién elegido presidente del Perú, Pedro Castillo, fue elegido a través del Partido Nacional Perú Libre (PNPL), que se define como "marxista-leninista-mariateguista" y como una "izquierda del campo" que expresa el "Perú profundo". Sabemos que incluso Sendero Luminoso se presentó como mariateguista, lo cual es enteramente injustificable.

Pero Perú Libre es efectivamente coherente con la propuesta mariateguista al poner la centralidad en las demandas concretas de los campesinos peruanos: reforma agraria, derechos sociales, educación y salud. También es profundamente mariateguista en la radicalidad con la que ha apoyado -hasta ahora- los elementos centrales de esta agenda reivindicativa, no renunciando a su defensa ni siquiera en el contexto de una segunda vuelta en la que tenía a prácticamente todos los medios de comunicación y a los principales partidos políticos en contra.

Las elecciones peruanas tienen una enorme importancia. Perú es el cuarto país más poblado del continente, el más devastado por la pandemia en el mundo (con la reciente corrección de los datos, pasa de la increíble cifra de cinco mil muertos por millón), y es probablemente el único país del mundo que ha llevado la locura de la inmunidad por contaminación más allá de Brasil, con el agravante de que su sistema sanitario es muy precario.

No fueron unas elecciones normales, sino unas elecciones que se celebraron en un contexto de crisis orgánica y de profunda crisis de representación de los principales partidos. En la primera vuelta, los cuatro candidatos más votados -Castillo, Keiko Fujumori, López Aliaga (el "Bolsonaro peruano") y Hernando de Soto (tecnócrata ultraliberal)- se presentaron, desde diferentes perspectivas ideológicas, como candidatos antisistema.

El candidato de Acción Popular quedó en quinto lugar con el 9 por ciento y la candidata de centro-izquierda Verónika Mendoza (Nuevo Perú), que lideraba la carrera al inicio del proceso, terminó en sexto lugar con el 7,6 por ciento. En la segunda vuelta, los principales candidatos (excepto Verónika Mendoza, que apoyó a Castillo, y Yonhi Lescano, de Acción Popular, que no apoyó a ningún candidato) se unieron a Keiko. Bendecidos por Vargas Llosa, los liberales abrazaron a la hija del dictador contra el fantasma del comunismo.

Una victoria indígena

Los resultados confirman un país profundamente fracturado. Keiko ganó por un amplio margen en la región de Lima (65%) y en la ciudad del Callao (67%), sacando una diferencia de más de dos millones de votos. De las 23 regiones del interior del país, Keiko sólo ganó en siete: las provincias amazónicas de Loreto y Ucayali y las costeras de Tumbes, Piura, Lambayeque, La Libertad e Ica - e incluso en estas regiones, la victoria se debe a los resultados obtenidos en las ciudades más grandes.

En cambio, Castillo ganó en las otras 16, pero además, obtuvo índices impresionantes en las principales provincias andinas: 89% en Puno, 83% en Cusco, 81% en Apurímac, 82% en Ayacucho, 85% en Huancavelica, 73% en Moquegua, 68% en Huánuco, 66% en Pasco y 71% en Cajamarca. 3] Se trata de diferencias impresionantes obtenidas en regiones fuertemente indígenas, marcadas por culturas tradicionales y formas de organización social que resisten sistemáticamente los efectos de la devastación neoliberal.

En un país en el que el 40% de la población se concentra en la región de Lima (incluido el Callao), parecía imposible que un candidato ganara las elecciones sin tener bases significativas en la capital, sin hacer amplias alianzas políticas, manteniendo un programa económico muy radical y siendo atacado ostensiblemente por los medios de comunicación. Sin embargo, en un contexto de crisis orgánica, ocurrió lo contrario, y probablemente fue el radicalismo con el que defendió su programa y se mantuvo fiel a su base social organizada lo que determinó su victoria.

https://jacobinlat.com/2021/06/08/mariategui-y-la-eleccion-de-pedro-cast...

 

¿Quién le teme a Pedro Castillo?

Pablo Stefanoni

Lo que pasó en las elecciones peruanas es quizás lo más parecido a la «tempestad en los Andes» anunciada por Luis E. Valcárcel en un libro ya clásico prologado por José Carlos Mariátegui. Atraído por la idea de «mito», Mariátegui terminaba escribiendo: «Y nada importa que para unos sean los hechos los que crean la profecía y para otros sea la profecía la que crea los hechos». Lo ocurrido el pasado 6 de junio no es sin duda un levantamiento indígena como el que imaginó Valcárcel, ni tampoco uno como lo imaginara Mariátegui, como partero del socialismo. Pero fue un levantamiento electoral del Perú andino profundo, cuyos efectos cubrieron todo el país.

Pedro Castillo Terrones está lejos de ser un mesías, pero apareció en la contienda electoral «de la nada», como si fuera uno. Con los resultados del domingo, está próximo a transformarse en el presidente más improbable. No porque sea un outsider -el país está lleno de ellos desde que el «chino» Alberto Fujimori se hiciera con el poder en 1990, tras derrotar a Mario Vargas Llosa-, sino por su origen de clase: se trata de un campesino cajamarquino atado a la tierra que, sin abandonar nunca ese vínculo con el monte, se sobrepuso a dificultades diversas y llegó a ser maestro rural; en los debates presidenciales cerraba sus intervenciones con el latiguillo «palabra de maestro». 

Desde el magisterio, Castillo saltó al escenario nacional en 2017, con una combativa huelga de maestros contra la propia dirección sindical. Un reciente documental, titulado precisamente «El profesor», da varias pistas sobre su propia persona, su familia y su entorno. A diferencia de Valcárcel, cuyo indigenismo se insertaba en la disputa de elites -la cuzqueña andina y la limeña «blanca»-, Castillo proviene de un norte mucho más marginal en términos de la geopolítica peruana. Su identidad es más «provinciana» y campesina que estrictamente indígena. Desde allí conquistó al electorado del sur andino y atrajo también, aunque en menor proporción, el voto popular limeño.

Por eso, cuando Keiko Fujimori aceptó el desafío de ir a debatir hasta la localidad de Chota y dijo con disgusto «Tuve que venir hasta aquí», la frase quedó como uno de los traspiés de su campaña. Castillo había logrado sacar la política de Lima y llevarla a los rincones lejanos y aislados del país, que recorrió uno a uno en su campaña con un lápiz gigante entre las manos. 

La irrupción de Castillo en la primera vuelta -con casi 19% de los votos- generó una verdadera histeria en los sectores acomodados de la capital. Y acorde a la actual moda del anticomunismo zombi, se expresó en un generalizado «No al comunismo», manifestado incluso con carteles gigantes en las calles. No escaseó tampoco el racismo. Perú parece tener menos pruritos para expresarlo en público que los vecinos Ecuador o Bolivia.

Por ejemplo, el «polémico» periodista Beto Ortiz echó a la diputada de Perú Libre Zaira Arias de su set televisivo, mostrando que la «corrección política» no llegó a sectores de las elites limeñas. Luego la llamó «verdulera» y más tarde se disfrazó de indio -con su histrionismo habitual- para darle la bienvenida de manera socarrona al «nuevo Perú» de Pedro Castillo. 

La candidatura de Castillo fue, además, víctima constante del «terruqueo» (acusación de vínculos con el terrorismo) por sus alianzas sindicales durante la huelga de maestros y, sin experiencias previas en el terreno electoral, de sus propios tropiezos en entrevistas.

Como escribió Alberto Vergara en el New York Times: «Quienes utilizaron de manera más alevosa la política del miedo fueron los del campo fujimorista, las clases altas y los grandes medios de comunicación. Empresarios amenazaban con despedir a sus trabajadores si Castillo vencía; ciudadanos de a pie prometían dejar sin trabajo a su servicio doméstico si optaban por Perú Libre; las calles se llenaron de letreros invasivos y pagados por el empresariado alertando sobre una inminente invasión comunista». Hasta Mario Vargas Llosa abandonó su tradicional antifujimorismo -por el que incluso había llamado a votar por Ollanta Humala en 2011- y decidió darle una oportunidad a una candidata de apellido Fujimori.

Castillo está lejos de provenir de una cultura comunista. Militó varios años en la política local bajo la sigla de Perú Posible, el partido del ex-presidente Alejandro Toledo, y si bien se postuló por Perú Libre, no es un orgánico de este partido, que nació originalmente como Perú Libertario. Perú Libre se define como «marxista-leninista-mariateguista», pero muchos de sus candidatos niegan ser «comunistas».

El líder del partido, Vladimir Cerrón, definió el movimiento que se alineó detrás de Castillo como una «izquierda provinciana», opuesta a la izquierda «caviar» limeña. Castillo es un católico «evangélico compatible»: su esposa e hija son activas participantes en la evangélica Iglesia del Nazareno y él mismo se suma a sus oraciones. En la campaña se posicionó repetidamente contra el aborto o el matrimonio igualitario, aunque hoy varios de sus técnicos y asesores provienen de la izquierda urbana liderada por Verónika Mendoza, con visiones sociales progresistas. Habrá que ver la convivencia de tendencias en el futuro gobierno de Castillo, que no se anuncia fácil.

Castillo se autodefine también como «rondero», en referencia a los grupos campesinos creados en esta región en los años 70 para enfrentar el abigeato y que se replicaron luego en el país en los años 80 para hacer frente a la guerrilla de Sendero Luminoso, y funcionan muchas veces como instancia de autoridad en el campo. 

La incertidumbre de un futuro gobierno de Castillo no tiene que ver, precisamente, con la constitución de una experiencia comunista de cualquier naturaleza que sea. También parece muy improbable una «venezuelización» como la que anuncian sus detractores. Las Fuerzas Armadas no parecen fácilmente subsumibles, el peso parlamentario del castillismo es escaso, las elites económicas son más resistentes que en un país puramente petrolero como Venezuela y la estructuración del movimiento social no anticipa un «nacionalismo revolucionario» de tipo chavista o cubano.

Las declaraciones del «profe Castillo» muestran cierto desprecio de tipo plebeyo por las instituciones, poca claridad sobre el rumbo gubernamental y visiones sobre la represión de la delincuencia que promueven la extensión de la «justicia rondera» al resto de Perú (que a menudo impone diversos tipos de castigos a quienes delinquen) pero también incluyen discursos de mano dura, como se vio en los debates electorales.

La presencia en el gobierno de la «otra izquierda» -urbana y cosmopolita- puede funcionar como un equilibrio virtuoso entre lo progresista y lo popular, aunque también será fuente de tensiones internas. Algunos comparan a Castillo con Evo Morales. Hay sin duda simbologías e historias compartidas. Pero también hay diferencias. Una es puramente anecdótica: en lugar de exagerar sus logros en una clave meritocrática, Morales dice no haber terminado el secundario (aunque algunos de sus profesores aseguran lo contrario). La otra es más importante a los efectos del gobierno: el ex-presidente boliviano llegó al Palacio Quemado en 2006 tras ocho años de trayectoria como jefe del bloque parlamentario del Movimiento al Socialismo (MAS) y la experiencia de una campaña presidencial en 2002, además de tener detrás una confederación de movimientos sociales con fuerte peso territorial, articulador en el MAS. Castillo tiene, por ahora, un partido que no es propio y un apoyo social/electoral aún difuso.

El «miedo blanco» a Castillo se vincula, más que a un peligro real de comunismo, a la perspectiva de perder poder en un país en el que las elites habían sorteado el giro a la izquierda en la región y cooptado a quienes ganaron con programas reformistas como Ollanta Humala. Dicho de manera más «antigua»: el «miedo blanco» lo es a la perspectiva de un debilitamiento del gamonalismo, como se llamó en Perú al sistema de poder construido por los hacendados antes de la reforma agraria, y que perduró por otras vías y de otras formas en el país. Nadie sabe si las elites podrán cooptar también a Castillo, pero hay en este caso un abismo de clase más profundo que en el pasado y el escenario es de manera más general menos previsible. La «sorpresa Castillo» es demasiado reciente y en muchos sentidos es un desconocido incluso para quienes serán sus colaboradores. 

Posiblemente la tempestad electoral anuncie otras próximas si las elites quieren seguir gobernando como se habían acostumbrado a hacerlo.

 

(*) Gilberto Calil. Doctor en Historia por la Universidade Federal Fluminense (UFF) y profesor de Historia en la Universidade Estadual do Oeste do Paraná (UNIOESTE). Investiga sobre el fascismo, la hegemonía, el Estado y el poder, Gramsci y Mariátegui.

(*) Pablo Stefanoni. Jefe de redacción de Nueva Sociedad. Coautor, con Martín Baña, de Todo lo que necesitás saber sobre la Revolución rusa (Paidós, 2017)

Fuente: Varias


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