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26.4.21

Comprender el fascismo y la fascistización, y hacerles frente (II)

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El cuarto rasgo distintivo del discurso de los fascistas es la negación de la lucha de clases y la oposición a ella.

Se considera que la lucha de clases debilita a la "nación" frente a los competidores. La famosa unidad nacional que defienden supone la negación de la existencia de clases sociales con intereses divergentes, es decir, de clases que entran inevitablemente en lucha unas contra otras. Al negar este motor de la historia que es la lucha de clases, los fascistas solo pueden conformarse con una presentación del "orden" como motor de la historia. Por eso los fascistas consideran que son los grandes hombres y las élites quienes hacen la historia. Lo que defendían ayer con teorías sobre las razas inferiores y hoy defienden con discursos sobre el "choque de civilizaciones" es la idea de una jerarquía natural de los pueblos en el ámbito internacional y la de una jerarquía también "natural" de las élites en el nacional.

Una quinta característica del discurso fascista es la explicación que ofrece de las crisis sociales. Aunque son el resultado del propio funcionamiento del capitalismo, los fascistas las explican por medio de la "mala gestión", la "anarquía", "la ausencia de firmeza" de los sucesivos gobiernos, por medio de "la sumisión al mundialismo", etc. Este análisis lleva a un llamamiento al "orden", a la "firmeza", a la "prioridad nacional", etc. Dicho de otro modo, las respuestas que se proponen a las crisis del capitalismo consisten en exigir fortalecer unas ideologías y unas prácticas vinculadas históricamente al capitalismo. El sistema que genera las crisis se presenta como la solución a estas crisis.

Por último, entre las especificidades esenciales del discurso fascista encontramos la crítica del parlamentarismo en una lógica de "todos corruptos". Para ello se basan en escándalos reales del parlamentarismo tal como lo conocemos (falta de representatividad de los cargos electos, falta de legitimidad ligada al alto índice de abstención de las clases populares, peso predominante del ejecutivo, etc.). Por eso el discurso antifascista no puede consistir en una defensa de un parlamentarismo que no es el nuestro sino el de la clase dominante. Igualmente conviene hacer visibles las diferencias absolutas entre la crítica del parlamentarismo que hacen los progresistas y la que hacen los fascistas. Si ellos critican el parlamentarismo sobre la base de una exigencia de menos democracia, nuestra crítica se hace sobre la base de una exigencia de más democracia directa. Ellos piensan que hay demasiada democracia, nosotros pensamos que no hay suficiente.

El anticapitalismo de los fascistas siempre es de fachada, parcial, coyuntural. Su crítica del parlamentarismo dominante va encaminada a una restricción de los derechos y libertades democráticas, aun cuando el escándalo de este parlamentarismo se sitúe en una democracia formal y de fachada.

Conocer la herencia teórica antifascista

No somos los primeros que hemos intentado comprender la naturaleza política del fascismo. Antes que nosotros ha habido generaciones de militantes que lucharon y trataron de analizar el fascismo. Disponemos de una herencia que nos permite evitar errores que fueron dramáticos en el pasado. Por supuesto, esta herencia se debe adaptar a las realidades contemporáneas y a los nuevos rostro del fascismo. Sin ser exhaustivo, no es inútil recordar algunas de estas herencias.

Empecemos por la definición del propio fascismo. Uno de los primeros logros de los debates contradictorios que caracterizaron el antifascismo es su caracterización de clase del fascismo. Uno de los logros importantes que hemos heredado es la necesidad de distinguir entre la naturaleza de clases del fascismo por una parte y las clases que moviliza para acceder al poder por otra. Si el fascismo se dirige a las clases populares y las clases medias desclasadas, en proceso de desclasarse o con miedo a caer en ello, los intereses de clase defendidos por los fascistas son los de la clase dominante e incluso los de una fracción particular de esta clase, la vinculada al capital financiero.

Esta fracción de la burguesía que Lenin definía como "la fusión del capital bancario y del capital industrial" adopta la forma de grandes grupos industriales y financieros o de fondos especulativos que no se contentan con el beneficio medio de cada mercado nacional, sino que buscan el máximo beneficio en el mercado mundial. El capital financiero no duda en desplazar su capital de un sector a otro, de un país a otro, en busca de una fuerza de trabajo lo más barata posible para maximizar su beneficio. Lógicamente, la competencia en el seno de este capital financiero mundial es feroz, por lo que cada capital financiero nacional se apoya en su Estado nacional para defender sus intereses frente a otros capitales nacionales y sus Estados. Por eso el capital financiero nacional se caracteriza también por su carácter chovinista. Aunque las multinacionales reagrupan capitales que pertenecen a accionistas de varios países, eso no quiere decir que ya no tengan ningún arraigo nacional. Esta agrupación de capitales de varios países se hace siempre bajo la dirección o la dominación de un grupo industrial y/o financiero de un país. Cada multinacional desde el punto de vista de su capital es de hecho nacional desde el punto de vista del grupo dirigente, que se puede basar en la política exterior de su Estado para promover sus intereses, es decir, maximizar sus beneficios. Esta fracción del capital, la más reaccionaria, la más imperialista y la más chovinista, es la que en determinadas circunstancias necesita al fascismo para mantener sus beneficios.

En 1935 Georges Dimitrov formuló una definición de fascismo que, en mi opinión, sigue siendo plenamente actual. Este comunista búlgaro al que los nazis acusaron del incendio del Reichstag y que transformó su declaración ante los jueces en un juicio al fascismo, define el fascismo de la siguiente manera: "Una dictadura terrorista abierta a los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capitalismo financiero". Por consiguiente, el fascismo se inscribe dentro de la continuidad con el poder clásico de la burguesía (en ambos casos se trata de un capitalismo y de una burguesía dominante) al tiempo que está en ruptura con él (en lo que concierne a los medios terroristas que moviliza esta clase dominante). Otros análisis antifascistas se han preguntado por la circunstancias históricas del desarrollo del fascismo. Así, en 1929 el comunista alemán August Thalheimer definió el fascismo como un régimen de excepción que adopta una forma bonapartista, es decir, que la clase dominante confía el poder a un "Bonaparte" para salvaguardar su poder económico.

Estos análisis que vinculan fascismo y análisis de clase ponen de relieve que el fascismo se desarrolla cuando la clase dominante se siente amenazada por el desarrollo de las luchas sociales, que se convierte en una hipótesis creíble para esta clase cuando se enfrenta a una crisis de legitimidad y a una crisis de gobernabilidad. Por lo tanto, la clase dominante es la que llama al fascismo cuando le parece que su poder está amenazado. Por ese motivo a menudo coinciden simultáneamente los factores que llevan a una revolución y los que llevan al fascismo. Así, en 1934 el comunista inglés Palme Dutt desarrolló la tesis del fascismo como resultado de tres circunstancias: una burguesía debilitada por el desarrollo de las luchas sociales y una crisis de legitimidad; una burguesía que, aun así, sigue siendo fuerte; unas clases medias desestabilizadas y que sufren un proceso de desclasamiento. En estas circunstancias lo que está en juego es la recuperación de la revuelta en ascenso de las clases populares empobrecidas y aun más de la revuelta cada vez mayor de las clases medias en vías de desclasamiento. ¿Orientarán estas su ira contra el capitalismo o contra otro grupo social (las personas extranjeras, las judías, las musulmanas, etc.)? Esa es la pregunta que en esas circunstancias se hace la clase dominante.

Subrayar que el fascismo está vinculado a los intereses de la clase dominante en general y a los del capital financiero en particular no significa que estemos ante una conspiración. Los fascistas no son solo las herramientas de la clase dominante. Generalmente esta clase considera que podrá canalizar, controlar o limitar el fascismo. Así, el comunista italiano Antonio Gramsci insiste en el hecho de que los fascistas disponen de una autonomía relativa respecto a la clase dominante. Se sirven de las luchas de poder entre las diferentes fracciones del capital para hacer avanzar en su propia agenda al plantearse progresivamente como el último y único recurso ante la amenaza de una revolución social. Por consiguiente, hay una oferta de fascismo por parte de las organizaciones fascistas y una demanda de fascismo primero por parte de algunas fracciones de la clase dominante y después por parte de fracciones más importantes. Cuando ambas se encuentra la situación está madura para que se instale una dictadura terrorista abierta.

Cuando la oferta no se corresponde a la demanda porque la burguesía no se siente suficientemente amenazada, el fascismo no encuentra las condiciones de acceso al poder. No obstante, en circunstancias de fuerte desarrollo y radicalización de las luchas sociales la clase dominante no dudará en adoptar los análisis, las propuestas y una parte de los métodos del fascismo. En tal caso estamos ante un proceso de fascistización del aparato de Estado.

El proceso de fascistización

Los análisis que hemos expuesto más arriba, que constituyen nuestra herencia antifascista, no son exhaustivos, hay muchos otros que no podemos exponer aquí por falta de tiempo. Sin embargo, son suficientes para acabar con algunas ideas equivocadas que todavía son demasiado frecuentes entre las filas antifascistas. El primer error consiste en analizar el fascismo como la llegada brusca e instantánea de un régimen dictatorial. Lo que se subestima en esta tesis es la secuencia que precede al fascismo, es decir, el proceso de fascistización. Mucho antes de que la clase dominante necesite un poder fascista se sirve de su Estado para reaccionar ante el aumento de las luchas sociales. La represión cada vez más violenta de estas luchas, la restricción de los derechos y libertades democráticas, la disolución de organizaciones contestatarias, la modificación de la legislación hacia una lógica autoritaria y de seguridad cada vez mayor, el convertir a grupos sociales en chivos expiatorios, etc., preceden a la llegada al poder de los fascistas. Solo cuando estas medidas resultan ineficaces y el poder es amenazado inmediatamente, la fascistización pasa un umbral cualitativo al transformarse en fascismo.

Relacionado con este primer error hay un segundo que consiste en considerar que el fascismo llega al poder por medio de la violencia. Sin duda pude ocurrir, pero es más frecuente que los fascistas lleguen al poder con toda legalidad y que después lo transformen en una dictadura terrorista abierta. El proceso de fascistización reúne las condiciones del fascismo para hacerlo posible en caso de que lo necesite la clase dominante. En este sentido se puede decir que la fascistización es la antesala del fascismo, pero eso no significa que la fascistización lleve sistemáticamente al fascismo. En ese sentido no hay ningún determinismo histórico absoluto, todo depende de la relación de fuerzas. Así, fue el rey Victor Emmanuel III quien confió a Mussolini las riendas del poder tras la Marcha sobre Roma de los fascistas y también fue el presidente Hindenburg quien nombró a Hitler canciller.

El tercer error es el que ya hemos subrayado, esto es, la confusión entre el fascismo y una de sus formas históricas. El fascismo contemporáneo puede adoptar nuevas formas históricas. No desfilará necesariamente con camisas pardas. Puede muy bien surgir del propio seno del aparto de Estado actual y de la actual democracia parlamentaria. Se puede deber a una mutación cualitativa de miembros de la clase política "demócratas" y "republicanos". Tener en cuenta la diversidad de posibles orígenes del fascismo es volver a la noción de "autonomía relativa" de los fascistas de la que hablaba Gramsci. Hoy no existe un único bloque fascista, sino una galaxia fascista caracterizada por la diversidad de sus análisis.

No tenemos tiempo para describir toda esta diversidad. Contentémonos con recordar dos de sus corrientes principales. La primera se basa en una lógica centrada en la afirmación de la existencia de un peligro que sufre la "civilización occidental" debido al ascenso del "islamismo" para algunos, del ascenso del Islam para otros o de la inmigración que, según otros más, se ha vuelto masiva. El ideólogo de la burguesía Samuel Huntington teorizó este enfoque en sus libros El choque de civilizaciones y ¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense. Uno de los principales rostros del fascismo (desde el discurso sobre el peligro musulmán hasta la tesis de la "gran sustitución", pasando por la de una identidad nacional amenazada por la inmigración) tiene su origen en este postulado de una guerra de civilizaciones. El aura de esta tesis va mucho más allá de la extrema derecha y la convierte en una de las bases centrales de justificación de la fascistización del aparato de Estado. Por ese motivo otro error posible es limitarse al enfrentamiento con los grupos explícitamente fascistas o de extrema derecha sin luchar contra la fascistización del aparato de Estado. La segunda corriente es más clásica y está constituida por el "nacionalismo revolucionario" que destaca unas tesis cercanas al fascismo que conocimos en la década de 1930 (crítica del parlamentarismo, llamamiento al orden moral, racismo explícito, etc).

No obstante, estas dos corrientes tienen un punto en común esencial: presentar la lucha de clases como algo que divide la nación, que destruye la unidad nacional, como complicidad objetiva frente al peligro civilizacional que nos amenazaría.

Acerca de nuestra secuencia histórica

Actualmente nos encontramos en una secuencia histórica caracterizada por la llegada al poder desde hace más de cuatro décadas del neoliberalismo en forma de una globalización capitalista. Este neoliberalismo no es sino la política económica que corresponde a los intereses de los monopolios y de los grandes grupos de capital financiero. Esta fase neoliberal, que se basa en una carrera mundial por maximizar el beneficio, se concreta en la destrucción de las conquistas sociales, en una deslocalización generalizada en busca de un coste cada vez más bajo de la mano de obra, en una flexibilización generalizada del trabajo, en un retroceso del Estado a únicamente sus funciones de regalía (el mantenimiento del orden, la justicia y la defensa bélica de los intereses del capitalismo francés y europeo en el ámbito internacional). La consecuencia de ello es una pauperización generalizada de las clases populares y un desclasamiento social de las clases medias.

Otra consecuencia de la globalización capitalista es la exacerbación de la competencia entre los diferentes países capitalistas que se concreta en el desarrollo de guerras por el control de las fuentes de materias primas y en una militarización cada vez mayor. El desarrollo de los discursos chovinistas sobre la identidad nacional amenazada no es sino la expresión de esta base material que constituye la lucha entre las potencias imperialistas por repartirse el mundo.

Nos encontramos también en un contexto de desarrollo y de radicalización de las luchas sociales que se concretiza en el movimiento contra las reformas de las pensiones, el de los ferroviarios contra la privatización, el de los Chalecos Amarillos, el movimiento contra la violencia policial, etc. Tras una fase de dos décadas de retroceso frente a la lógica implacable de la globalización capitalista, de nuevo es el momento de cada vez mayores luchas sociales. Al poner de relieve la pandemia de coronavirus las consecuencias de las elecciones económicas neoliberales de las últimas décadas, aumenta aún más la ira social y sume a la clase dominante en una importante crisis de legitimidad. La toma de conciencia de una causa sistémica de la pauperización y de la precarización generalizada conoce un progreso inédito desde el giro neoliberal de las décadas de 1970 y 1980. La posibilidad de unos movimientos sociales de gran magnitud está presente y los análisis y decisiones del gobierno la anticipan. Por supuesto, estos movimientos sociales no constituyen un peligro inmediato para la clase dominante. Sin embargo, esta última tiene una experiencia histórica que le permite comprender los peligros potenciales de la situación social actual. Nunca hay que subestimar a nuestro enemigo.

Este contexto de una burguesía debilitada pero todavía fuerte y de un movimiento social que progresa de forma importante, pero que todavía no es lo suficientemente poderoso permite explicar la actual fascistización del aparato de Estado. El hecho de que Macron y sus ministros hayan recuperado partes enteras de análisis que hasta ahora eran específicos de la extrema derecha refleja esta fascistización, lo mismo que las medidas liberticidas contenidas en la entrada del estado de urgencia en el derecho común, en la ley sobre la "seguridad global" o en la ley contra el pseudoseparatismo. Aunque la clase dominante todavía no necesita el fascismo, prepara las condiciones para este en caso de que la evolución de la situación social lo hiciera necesario. En esta preparación de la hipótesis fascista como último recurso la clase dominante baraja dos posibilidades: la tolerancia respecto a grupos más o menos explícitamente fascistas por una parte y la aceleración de la fascistización del aparato de Estado por otra.

En este contexto es ilusorio luchar contra el fascismo subestimando la gravedad de la fascistización del aparato de Estado. También es ilusorio subestimar la lucha contra los grupos explícitamente fascistas. Una vez que estos grupos estén en el poder solo se podrá luchar contra ellos por medio de la lucha armada, como en la época del nazismo. Desde hoy nos enfrentamos a la doble lucha contra la fascistización y contra los grupos fascistas.

Fuente: https://bouamamas.wordpress.com/2021/04/11/comprendre-et-combattre-le-fascisme-et-la-fascisation/


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