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19.4.21

Cuba: El PRC, la guerra y la república democrática

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Por Mario Valdés Navia (*)

I

El 10 de abril tiene un significado especial en la historia de Cuba. Es el Día de la República, la fecha gloriosa en que los representantes del pueblo de Cuba en armas, reunidos en Guáimaro, constituyeron la nación con sus instituciones representativas.

Su significación solo cedía ante el 10 de octubre; por ello, Martí la escogió para proclamar, en 1892, al unísono en New York, Tampa y Cayo Hueso, su obra política cenital: el Partido Revolucionario Cubano.

Sería esta una organización político-militar de nuevo tipo diseñada para culminar exitosamente el proceso independentista con la creación de una república donde tuvieran cabida todos sus hijos en pie de igualdad. Como el único procedimiento para lograrlo era la lucha armada, Martí concibió un sujeto revolucionario colectivo capaz de prepararla republicanamente y superar así los tradicionales gritos de independencia de los caudillos: un partido con todos los patriotas anticolonialistas de Cuba y Puerto Rico, para hacer una revolución por el bien de todos.

Leer las «Bases del Partido Revolucionario Cubano» permite dilucidar el carácter, misión histórica y límites temporales de la organización. Su artículo 2 precisa su razón de ser: «ordenar, de acuerdo con cuantos elementos vivos y honrados se le unan, una guerra generosa y breve, encaminada a asegurar en la paz y el trabajo la felicidad de los habitantes de la Isla».

El 3ero traza una línea de continuidad democrática entre PRC, Guerra Necesaria, república futura y repercusión en el mundo, al precisar que reunirá: «los elementos de revolución hoy existentes [...] a fin de fundar en Cuba por una guerra de espíritu y métodos republicanos, una nación capaz de asegurar la dicha durable de sus hijos y de cumplir, en la vida histórica del continente, los deberes difíciles que su situación geográfica le señala».

El 4to cincela el compromiso con los trabajadores radicales de Tampa y Cayo Hueso de que sus intereses serían considerados en la revolución victoriosa. El 5to y el 6to lo reafirman al declarar que el partido: «no tiene por objeto llevar a Cuba una agrupación victoriosa que considere la Isla como su presa y dominio, sino preparar [...] la guerra que se ha de hacer para el decoro y bien de todos los cubanos, y entregar a todo el país la patria libre». (t.1, pp.279-280).

Martí postulaba que el pueblo era el verdadero jefe de las revoluciones, en tanto los líderes solo eran tales mientras representaran los intereses de aquel. Esa razón explica por qué su cargo llevaba el nombre sencillo y honesto de Delegado, sin viso alguno de autoridad omnímoda.

El PRC se componía de asociaciones de base (clubes). Estos no se creaban en una campaña orientada verticalmente desde un organismo superior, sino por las propias asociaciones establecidas en las comunidades que aceptaran su programa.

Martí se congratulaba de que estas surgieran: «Libres y de sí mismas, sin sugestión ni convite de hombre alguno que haya probado con gloria las armas, ni de quien viva devorado del ansia de probarlas; libres y de sí mismas, sin causa alguna de entusiasmo pasajero que inflame en fuego de horas los corazones tornadizos». (t.1, p.387).

En lugar de la enorme burocracia partidista actual, los únicos cargos del Partido a nivel central eran los de Delegado y Tesorero, electos anualmente por las asociaciones. En cada localidad los presidentes de clubes integraban un Cuerpo de Consejo y elegían un presidente. Su labor era de coordinación, no mandaban al interior de los clubes.

Los métodos democráticos concebidos para el PRC no los ha tenido ninguna otra organización revolucionaria cubana: rendición de cuentas anual del Delegado sobre su gestión y empleo de los recursos; votación anual de los cargos principales; derechos de cada Cuerpo de Consejo de proponer a los demás, en cualquier momento, la deposición del Delegado y reformas a las Bases y Estatutos.

Esa simple y operacional estructura debía bastar para que cumpliera su misión:   organizar una guerra «de espíritu y métodos republicanos». Pero ello requería que los revolucionarios cubanos conjuraran sus propios demonios internos, frutos del devenir secular de una sociedad colonial, autoritaria y burocrática.

II

Para Martí, la mayor amenaza al logro de la república soñada estaría en el empoderamiento desmedido de los jefes militares desde la propia guerra, lo cual crearía condiciones para la entronización futura de gobiernos castrenses. La democracia del PRC y la República de Cuba en Armas estaban llamadas a impedir, desde su génesis, que la futura nación se convirtiera en: «un nuevo modo de mantener sobre el pavés, a buena cama y mesa, a los perezosos y soberbios que, en la ruindad de su egoísmo, se creen carga natural y señores ineludibles de su pueblo inferior». (t. 2, p. 255).

Como uno de los ataques más sostenidos a la organización era tildarla de ser el «partido de Martí», supuesto «salvador de Cuba», este escribió «Persona y patria» donde sentenció:

La idea de la persona redentora es de otro mundo y edades, no de un pueblo crítico y complejo, que no se lanzará de nuevo al sacrificio sino por los métodos y con la fuerza que le den la probabilidad racional de conquistar los derechos de su persona, que le faltan con el extranjero, y el orden y firmeza de su bienestar, imposibles en la confusión y rebeldía que habrían de seguir, en un pueblo de alma moderna, al triunfo de una guerra personal, más funesta a la patria mientras más gloriosa (t.2, p. 280).

Muerto Martí, el funcionamiento del PRC quedó subsumido por la autoridad del Gobierno de la República en Armas, que nombró a Tomás Estrada Palma como su Delegado Plenipotenciario en el Exterior, especialmente agenciado ante el gobierno de los EEUU. En vísperas de las elecciones de abril de 1896, se consumó un sutil pero eficaz golpe de estado a la democracia partidista martiana: la eliminación del carácter electivo del Delegado, cargo que sería ocupado por quien ostentara el rango antes otorgado a Estrada.

El partido de Martí y sus allegados radicales fenecía y cedía el puesto al de Estrada y sus acólitos moderados. Cuando este decretó su disolución, en diciembre de 1898, escasas fueron las voces que se levantaron en su defensa. Ninguna alternativa se concibió para preservarlo y mantener la unidad revolucionaria en torno al ideal de república democrática.

El actual Partido Comunista de Cuba se define a sí mismo como heredero y continuador del PRC y puede admitírsele solo en la pretensión de unir a los que acepten su programa y defender la soberanía nacional ante las pretensiones neocoloniales del imperialismo estadounidense y los anexionistas del patio; nada más. Aquel era un partido democrático para garantizar una república democrática; este es un partido burocrático para preservar un Estado burocrático. 

A ciento veintinueve años de su creación, permanece vigente la necesidad de una organización que vincule a los revolucionarios en la causa común de edificar una república donde quepan en libertad todos los cubanos y cubanas, sin que la unidad del pensamiento implique la servidumbre de la opinión. Sus enemigos principales: «el espíritu autoritario y la composición burocrática» intentan perpetuarse con nuevos signos. La culminación de la tarea del PRC sigue pospuesta.

 

(*) Mario Valdés Navia. Investigador Titular del Centro de Estudios Martianos, La Habana, Cuba.

Fuente: https://jovencuba.com/prc-guerra-republica-democratica/amp/


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