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15.3.21

Feminismo antipuritano

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Por Josefina L. Martínez

Placer sexual fuera del punitivismo.

Escrituras del deseo y constelaciones poliamorosas. La deriva puritana y esencialista de ciertos feminismos obtura los debates sobre la sexualidad de las mujeres.

En estos días se han publicado varios artículos interesantes relacionados con la cuestión de la libertad sexual y el consentimiento, como este (Más allá del 'sí es sí': aciertos y desaciertos del anteproyecto de ley de libertad sexual) y este otro (La regulación sexual de un gobierno "feminista"). Tal vez no les hayas podido prestar atención, con el ruido que genera la interminable batalla tuitera contra los derechos trans por parte de la extrema derecha y el búnker de un feminismo cada vez más conservador.

Hay reflexiones que, más allá de los matices, interesan en especial por la invitación a pensar el placer sexual fuera del punitivismo y del marco estrecho asociado a la idea del consentimiento. Un modelo conceptual que tiende a ubicar a las mujeres en un lugar pasivo, limitadas a aceptar, o no, una propuesta sexual; seres incapaces, aparentemente, de tomar la iniciativa, e incluso de perseguir el deseo y buscar estrategias para lograr objetivos.

La deriva puritana, esencialista y censora policial de ciertos feminismos obtura los debates sobre la sexualidad de las mujeres y sobre el disfrute sexual en general

La deriva puritana, esencialista y censora policial de ciertos feminismos obtura los debates sobre la sexualidad de las mujeres y sobre el disfrute sexual en general, porque parece que tenemos que volver a defender lo más elemental. Sin embargo, hay otras miradas y opciones. Y de eso se trata este artículo, de compartir lecturas recientes y recomendar algunas que pueden inspirar para imaginar otras dimensiones del deseo. Un ejercicio que no deberíamos aparcar.

En Caliente (Lumen, 2021) Luna de Miguel abre líneas diversas y entrelaza experiencias personales con reflexiones acerca de la literatura y las maravillosas posibilidades que se concentran en la punta de los dedos, ya sea martillando las teclas o el propio cuerpo: "Decía: durante aquellos días solo pude concentrarme en mi deseo, y detrás del deseo solo había cuerpo, y detrás del cuerpo, la escritura". Caliente es un libro para leer con una copa de vino en la mano e ir anotando en los márgenes. AnneSexton y sus poemas masturbatorios; los Diarios de Anaïs Nin con triángulos amorosos, procesos creativos y calenturas -quien no los haya devorado a los 17 años se ha perdido algo-. Series de Netflix como Sex Education; La tecnología del orgasmo y la invención del vibrador; Pura Pasión de AnnieErnaux, sexting, emojis de corazones rotos y el descubrimiento del amor como constelación múltiple de planetas -esa imagen me la quedo-.  También deja pendiente algunas preguntas: "¿Y cómo escribimos ahora? ¿Es posible narrar a todas las mujeres? ¿De qué mujer hablamos cuando hablamos de placer femenino? ¿A qué mujer representamos en los debates sobre cuerpo, erótica y deseo que tienen lugar en la actualidad?"

Ana Requena Aguilar en Feminismo vibrante (Roca Editorial, 2020) sacude de forma provocadora las premisas que el feminismo más puritano presentó como sentidos comunes, agazapados desde los sentimientos de rabia y dolor por la violencia machista. "Entonces no caigamos en el paternalismo sexual de las mujeres: no señalemos como extraño que una mujer quiera sexo con varios hombres o que lo quiera en un portal, que lo quiera como sea que le apetezca, tenga dieciocho años o setenta. Cuando lo hacemos, aunque sea con buena intención, estamos poniendo el foco, de nuevo, en el comportamiento de las mujeres, en lo que se supone que podemos o no desear, en lo que 'está bien' o 'es normal' que nos apetezca". El libro de Requena Aguilar lleva en la maleta vibradores y juguetes sexuales, escapadas de una madre para estar sola, fiestas con desconocidos y charlas entre amigas donde se descubren complicidades, vergüenzas y goces inesperados: "Susurra, grita o quédate callada. Pide más o menos. Átale o esta vez no. Para. Déjate hacer. Toca aquí o allí. Arrodíllate. Que se arrodille. Dile que se siente o siéntate tú. Y si no te apetece, no lo hagas. Pero si te viene la culpa o si por un segundo llegas a pensar que eres menos feminista por fantasear, desear o hacer, entonces, abre la ventana y sacude la alfombra. Te esperamos las demás".

Requena recupera, a su vez, otros libros. Uno de ellos se publicó hace 35 años, y aunque debería estar ya amortizado, mantiene demasiada actualidad. En 1984 apareció en inglés Pleasure and Danger [Placer y peligro. Explorando la sexualidad femenina] compilando a diversas autoras. En el artículo "El placer y el peligro: hacia una política de la sexualidad", Carol Vance planteaba ya por entonces:

"En la vida de las mujeres la tensión entre el peligro sexual y el placer sexual es muy poderosa. La sexualidad es, a la vez, un terreno de constreñimiento, de represión y peligro, y un terreno de exploración, placer y actuación. Centrarse solo en el placer y la gratificación deja a un lado la estructura patriarcal en la que actúan las mujeres; sin embargo, hablar solo de la violencia y la opresión sexuales deja de lado la experiencia de las mujeres en el terreno de la actuación y la elección sexual y aumenta, sin pretenderlo, el terror y el desamparo sexual con el que viven las mujeres".

Vance asegura que desde el siglo XIX han existido corrientes puritanistas en el feminismo, que "han intentado consolidar cierto margen de protección frente al deseo y a la agresión masculina, mientras que daban por hecho o bien que la sexualidad de las mujeres es intrínsecamente pasiva, o bien que no puede florecer hasta que no se consiga una mayor seguridad". Las corrientes exploradoras, como las llama Vance, consideran que las mujeres pueden también manifestar su sexualidad de formas más audaces, partiendo de que "los cambios materiales que favorecieron la autonomía de las mujeres en general (el trabajo asalariado, la vida urbana, la anticoncepción y el aborto) también contribuían a su autonomía personal".

Otra variable para explorar es la diversidad y multiplicidad del deseo, las amistades y el amor: esa constelación poliamorosa, que abordan varias autoras. Una experiencia que no está exenta de contradicciones, en una sociedad donde el sagrado valor de la propiedad privada y las necesidades de la reproducción social capitalista moldean una normatividad heterosexual y monogámica. El poliamor es el tema de la obra Qué locura enamorarme yo de ti, de la escritora Gabriela Wiener, que se pudo ver en el mes de febrero en el Teatro del Barrio de Madrid. Hasta allí nos acercamos para disfrutar con esa mezcla rara de stand up, poética, canciones y ensayo teatral sobre las relaciones humanas. Nos reímos y salimos pensando cosas nuevas -qué más se puede pedir-. No hay en la pieza de Wiener una idealización sobre las relaciones poliamorosas, que expone también con heridas y dolores, pero hay una puerta abierta que invita a otras formas de quererse, de follar y enamorarse. Y eso es mucho.

La posibilidad de establecer relaciones basadas en el afecto o el deseo, abiertas y múltiples, no es asimilable con ese espíritu posmoderno del individualismo más atroz

Alguien dirá ahora que todos estos temas no son más que una tramposa deriva del neoliberalismo, expresión de lo efímero y líquido en las relaciones, de la precariedad de los vínculos o la hipersexualización del mercado. Y no hay dudas de que todo eso forma parte de esta sociedad capitalista que condiciona y levanta obstáculos constantes a la vida y la sexualidad de la mayoría de la humanidad. Pero la posibilidad de establecer relaciones basadas en el afecto o el deseo, abiertas y múltiples, no es asimilable con ese espíritu posmoderno del individualismo más atroz. Del mismo modo que los combates por terminar con la opresión patriarcal no deberían deslizarse hacia una negación de la lucha por la liberación sexual y la diversidad. Aceptar esas premisas sería caer en la trampa del conservadurismo que se cubre con ropajes de resistencia, asumiendo como bandera lo que la sociedad capitalista y patriarcal ha impuesto desde siempre: un modelo tradicional de familia que implica, también, la muerte del deseo, o su repliegue a los rincones. Y a los que pretenden defender estas posiciones reaccionarias amparados en un supuesto "izquierdismo", les recuerdo algo. Mucho antes de que la palabra "poliamoroso" sonara en las redes sociales, un pensador nada sospechoso de posmoderno escribió algunas críticas agudas sobre la familia patriarcal como espacio opresivo para las mujeres. También apuntó la posibilidad de superar las limitaciones de la familia, la monogamia, la propiedad privada y el Estado, en tanto logremos terminar con esta sociedad basada en la explotación. Se llamaba Federico Engels y a algunos no les vendría nada mal echarle una mirada.

La lucha contra el capitalismo y todas sus miserias no se contrapone a la perspectiva de emancipar los deseos y la sexualidad, todo lo contrario. Mientras millones de personas sigan atadas a largas jornadas laborales y agobiadas por el peso de los trabajos domésticos, hundidas en la desesperación de no poder comer, mientras los cuerpos sigan prisioneros de los ritmos del capital o sean marcados por la violencia policial, la violencia de género, la racialización, los muros y las vallas, no podrá desplegarse una sexualidad libre para las mayorías. Ni el refugio en una salida individual, ni guetos "seguros" en medio de los escombros, pero tampoco la recaída en posiciones conservadoras que refuerzan las opresiones. La lucha por el disfrute del tiempo libre y la sexualidad es parte del combate por una sociedad emancipada. Queremos terminar con todas las trabas materiales que impiden que el libre desenvolvimiento de cada uno sea la condición del libre desenvolvimiento de todos. Por eso nuestro feminismo es anticapitalista, antirracista y de clase, pero también es un feminismo antipunitivista, antipuritano y por la libertad sexual. No nos conformamos con menos. 


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