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15.3.21

Ignacio Sánchez-Cuenca / Politólogo

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Por Miguel Mora Madrid (*)

"El 68 tiene mala prensa infundada: le debemos buena parte de la libertad actual".

Tras 15 años de trabajo, escritura e investigación, Ignacio Sánchez-Cuenca acaba de publicar el libro de una vida. Se titula Las raíces históricas del terrorismo revolucionario, se editó primero en inglés en la CambrideUniversityPress y después en castellano en Catarata, y es un viaje alucinante a la violencia de mediados y finales de los años setenta, cuando los ecos románticos de las revoluciones de Mayo del 68 y la de Cuba ayudaron al surgimiento de bandas armadas anarquistas y comunistas en numerosos países occidentales. 

Filósofo de formación y catedrático de Ciencia Política, Sánchez-Cuenca asume en este apasionante ensayo los perfiles de historiador, antropólogo, politólogo y sociólogo para buscar las causas remotas que moldearon el comportamiento dispar de esos terroristas revolucionarios, que produjeron más de 400 muertos y miles de heridos en Italia, España, Alemania, Japón, Grecia, Portugal y Estados Unidos.

La tesis central del libro es que, aunque surgieron grupos armados en muchos países europeos y occidentales, el terror revolucionario solo produjo víctimas mortales en aquellos lugares que, en el periodo de entreguerras, vivieron un ambiente político poco democrático y un desarrollo económico más precario; según la tesis, esos países tenían también una menor tradición individualista (familias y corporaciones más invasivas) y un legado histórico más convulso. 

Terrorismo revolucionario en Occidente: ¿por qué surgen estos grupos a finales de los 60 y no antes? ¿Mayo del 68 fue la espita? 

El ciclo del terrorismo revolucionario que se inicia a finales de los sesenta está muy ligado a las movilizaciones anti-sistema que asociamos con Mayo de 1968, pero tiene que ver también con las luchas de liberación nacional en la fase final del colonialismo y con el éxito de la revolución cubana. La espita, efectivamente, es el proceso de radicalización de algunos de los activistas más comprometidos en la protesta. Sin dicha ola de protestas es muy dudoso que hubiesen surgido grupos armados clandestinos en los países occidentales.

El ensayo hace un inventario exhaustivo de los grupos que producen víctimas mortales: solo hay muertos en países con tradición iliberal. ¿Cuáles son las razones y cuáles diría que pesan más? ¿Anarquismo, dictaduras, desigualdad, poca industria? 

No trato de encontrar un factor específico, sino más bien un conjunto de características que definen una ruta amplia de desarrollo histórico (el pasado autoritario, la presencia de terrorismo anarquista, guerras civiles, desigualdad de la tierra, momento de la industrialización, tipo de capitalismo). Esa es la base de la distinción entre un patrón liberal de desarrollo y un patrón iliberal. En general, las democracias que resisten las convulsiones del periodo posterior a la Primera Guerra Mundial, cuando se generaliza el sufragio universal masculino en Europa, son las que se libran del terrorismo revolucionario cuarenta o cincuenta años después. 

Este es un resultado muy chocante, pues el terrorismo revolucionario estuvo protagonizado en los años setenta y ochenta por grupúsculos con un nivel muy limitado de apoyo popular. Y, sin embargo, incluso una oleada de violencia como esta es reflejo de patrones de desarrollo de largo plazo.

Cita además que esos países comparten una tradición débil de individualismo, con fuertes resistencias a la llegada del capitalismo y a la democracia. 

Una vez establecida la asociación tan estrecha entre desarrollos liberales e iliberales en entreguerras y la aparición del terrorismo revolucionario letal, cabe preguntarse por qué se produce en los países occidentales una divergencia tan profunda en los años veinte y treinta del siglo XX. Aquí apunto a una hipótesis muy amplia: el patrón liberal de desarrollo prevalece en países en los que, desde siglos atrás, el individualismo había cobrado mayor fuerza frente a la presión del grupo (familiar, corporativo, etc.). Suele considerarse que la expansión del individualismo tiene que ver sobre todo con el protestantismo, pero intento mostrar, siguiendo las tesis del antropólogo e historiador Emmanuel Todd, que las raíces son más profundas y se remontan a los tipos de familia que cristalizan en la Edad Media, si no antes.

¿Y cómo afectó la existencia de experiencias comunistas o anarquistas, y la pervivencia de sociedades rurales?

El patrón liberal de desarrollo prevalece en países en los que, desde siglos atrás, el individualismo había cobrado mayor fuerza frente a la presión del grupo

Las sociedades que sufrieron más violencia anarquista entre 1875 y 1925 son también las que posteriormente tendría mayor incidencia de terrorismo revolucionario. La correlación no es perfecta, desde luego: por ejemplo, en Japón el movimiento anarquista fue muy débil, pero hubo una violencia revolucionaria bastante intensa en los 1970s. Algo similar puede decirse del comunismo. En algunos países la asociación es obvia (Italia), pero hay también países con partido comunista fuerte (Finlandia) que no tuvieron terrorismo revolucionario. Ahora bien, en general parece cierto que las corrientes radicales de izquierda sólo encontraron un nicho adecuado en los países con un individualismo más endeble. 

Marxismo y anarquismo: ¿pesaba más Rusia, China, Cuba...?

Hubo una mezcla de marxismo y anarquismo. El movimiento de la Autonomía, que tuvo mucha fuerza en Italia y en Alemania, era más próximo al anarquismo que al marxismo en muchos sentidos. Debido al rechazo del modelo soviético en la Nueva Izquierda y al prestigio del maoísmo en esos años, la revolución rusa no aparece como un referente destacado. Como apuntaba, tuvo mayor influencia el voluntarismo victorioso de la revolución cubana.

¿Por qué surgieron esos grupos violentos en algunos países que eran ya democracias avanzadas, salvo en España y Portugal? ¿Qué influencia tuvo el pasado y el presente en el caso español, por ejemplo?

Es la última ocasión en que surge un desafío armado organizado y duradero al sistema en los países occidentales. De ahí su intensidad y letalidad limitadas y su escaso apoyo popular. Es la última agitación revolucionaria antes de entrar en la fase neoliberal en la que todavía nos encontramos. El hecho de que se formaran estos grupos en democracias avanzadas es lo que explica su aislamiento social y político. 

Si tratamos de entender la variación que se encuentra entre países, resulta curioso que no haya grandes diferencias entre los países que se democratizan justo después de la Segunda Guerra Mundial (Alemania, Italia y Japón) y los que lo hacen en los setenta (España, Grecia y Portugal). En todos los casos el pasado de entreguerras pesa mucho en todos ellos.  

De los 23 países que cita en el libro, los que más muertos produjeron son España -95- e Italia -162-. ¿Por qué? 

En el libro recurro a una distinción clásica entre factores y condiciones causales. En el ejemplo canónico que discutían los filósofos, analizaban cómo la chispa provocada por un cortocircuito causaba un incendio. La chispa es el factor desencadenante, pero en ausencia de oxígeno (la condición causal) no habría fuego. Usando una analogía, propongo que la chispa del terrorismo revolucionario fue la protesta izquierdista de finales de los sesenta, mientras que las trayectorias históricas de largo plazo son el oxígeno. Así, la chispa está presente en algunos países con poco oxígeno (Estados Unidos, Gran Bretaña, Holanda), sin que prenda el terrorismo revolucionario. La chispa enciende un fuego en los países con mayor oxígeno, como Alemania, España, Italia y Japón (los que tenían un pasado más iliberal).

España e Italia son los países con "más oxígeno": arrastran un pasado de fuertes enfrentamientos entre capital y trabajo, con una presencia importante de anarquismo y comunismo, con experiencias autoritarias represivas, fuertes conflictos agrarios y una industrialización lenta. Son condiciones ideales para que se produzca el fuego con la chispa. 

En Italia, la lucha armada nace en las Universidades del Norte. Trento y la Católica de Milán. Luego Roma en el 68. Brigadas Rojas, Lotta Continua, sus escisiones... Y así hasta 28 grupos que mataron al menos a una persona. Pasolini los llamó hijos de papá, y Mario Monicelli, también cineasta y comunista, me dijo en una entrevista que el 68 italiano había sido una revolución de mierda hecha por niños mimados, que arrasó con la cultura rural y la solidaridad... 

El mito de la revolución ha sido superado. Ni siquiera en los años más duros de la crisis de 2008 hubo episodios serios de violencia de izquierdas en los países occidentales

Las movilizaciones y reivindicaciones del 68 han acabado teniendo muy mala prensa. En parte por la deriva violenta o terrorista de algunos grupos minoritarios, pero también porque se encontraron con la incomprensión de los partidos comunistas primero y luego con una crítica feroz por parte de neoconservadores y ex izquierdistas. Se culpa al 68 de muchos de los males del presente. A mí me resulta una crítica poco interesante y poco fundada. Por muy ingenuas o ilusas que fueran algunas de sus ideas, creo que una parte importante de la libertad de la que disfrutamos en nuestra época se la debemos al cuestionamiento que realizaron de las jerarquías y la autoridad.

¿El análisis del legado histórico funciona en el caso italiano? Allí se juntó la Gladio, la guerra fría, la mafia, el eurocomunismo, el Compromiso Histórico, la modernización del Vaticano... Y la violencia posfascista mató más que la de izquierdas... 

Cada país, sin duda, tiene sus peculiaridades. El caso italiano es especialmente fascinante por múltiples motivos. Italia tuvo la movilización más elevada de todos los países de la OCDE durante los años 1968 y 1969 (mayor que en Francia). Hubo una mayor colaboración que en ningún otro país entre el movimiento estudiantil y el movimiento obrero. Y el 68 tuvo una especie de segunda edición con el movimiento de 1977, antesala de la gran escalada de violencia de los años 1978-79. Además, Italia es el único país en el que el terrorismo de extrema derecha, realizado mediante masacres indiscriminadas contra la población civil, tuvo una fuerte presencia, hasta el punto de que, efectivamente, mató más que la izquierda. Mientras que en otros países el fascismo era una amenaza más bien imaginaria, o un recuerdo de la época de entreguerras, en Italia seguía siendo una realidad. Pues bien, a pesar de todas las características específicas del caso italiano, Italia no se desvía con respecto a su patrón histórico de desarrollo. De acuerdo con el análisis estadístico que ofrezco, España e Italia tenían las condiciones para sufrir el nivel máximo de violencia revolucionaria.  

En España, decidió dejar fuera del análisis a ETA y se centró en el Grapo, que actuó desde 1975 a 2000. ¿Por qué?

Si bien ETA se definía como una organización socialista, creo que pesa más el componente nacionalista, la reivindicación de un territorio. Por así decir, primero es la independencia, luego el socialismo. Mi colega Luis de la Calle ha analizado los casos de terrorismo nacionalista en Europa (NationalistViolence in Western Europe, Cambridge UniversityPress, 2015) y, en este caso, la explicación tiene que ver con las relaciones entre el centro y la periferia y no tanto con patrones de desarrollo en el largo plazo. Por eso, creo que no se debe mezclar el análisis de los terrorismos nacionalista y revolucionario, por más que haya algunas similitudes obvias.

Háblenos un poco del fascinante caso japonés, donde los revolucionarios se mataban sobre todo entre ellos...

Probablemente sea el caso menos conocido de todos. Japón tuvo un movimiento del 68 muy intenso, con ocupaciones duraderas de universidades y protestas masivas en la calle. Hubo enfrentamientos cainitas entre las diversas sectas que componían la izquierda radical, con numerosos muertos. Se daban todas las condiciones para la formación de grupos armados. De hecho, estos surgieron, pero las fuerzas de seguridad fueron capaces de contener la violencia casi desde el principio. Ante el acoso de la policía, algunos activistas se fueron a Corea del Norte, otros se aliaron con grupos armados palestinos y cometieron atrocidades en Israel; y, finalmente, entre quienes se quedaron en Japón, se formó el Ejército Rojo Unido, que acabó sucumbiendo a sus conflictos internos. En uno de los episodios más extraños de la historia del terrorismo moderno, se encerraron en una cabaña de montaña y acabaron matándose unos a otros en sesiones cada vez más severas y delirantes de "autocrítica revolucionaria". Durante aquellas semanas, hasta el aseo personal se consideraba una desviación burguesa. Muchos de ellos murieron como consecuencia de las palizas que se propinaban unos a otros tras confesar sus debilidades.

Ha pasado muchos años investigando y escribiendo este libro, que al fin y al cabo es sobre un fenómeno que ha desaparecido ya en casi todo Occidente. ¿Cree que podría volver algún día el terrorismo revolucionario? 

Aunque la historia da muchas vueltas, me sorprendería mucho si volviera el terrorismo revolucionario en los países occidentales. El mito de la revolución ha sido superado, creo que definitivamente. De ahí que ni siquiera en los años más duros de la crisis de 2008 haya habido episodios serios de violencia de izquierdas en los países occidentales (la única excepción es Grecia y no se ha constituido ningún grupo organizado).

Sobre los recientes disturbios ocurridos en España (tan magnificados por algunos como violencia extrema), y sobre todo en Francia, con los Chalecos Amarillos, ¿cuál es su opinión?

Estos fenómenos de violencia callejera son muy distintos al del terrorismo (violencia armada cometida por grupos clandestinos). Suelen responder a factores muy coyunturales y es raro que tengan continuidad en el tiempo. A veces se dan en combinación con el terrorismo (como en el País Vasco durante los años de la 'kaleborroka', o en la Italia de los setenta del siglo pasado). 

¿Cree que la crisis de las democracias neoliberales, y la insurrección del Capitolio, pueden anunciar una vuelta de algún tipo de lucha armada o de guerrilla urbana?

Tiendo a pensar que no, al menos en Europa. Una de las grandes diferencias entre el llamado nacional-populismo y el fascismo de entreguerras es que el fascismo tenía un fuerte componente de militarización de la vida política (los partidos formaban milicias). Puede haber casos de violencia puntual en Europa, pero no creo que lleguen a la violencia organizada. Estados Unidos es un caso distinto. La posibilidad de portar armas podría hacer que las milicias de la derecha radical dieran el paso de enfrentarse violentamente al sistema (han estado a punto de hacerlo en más de una ocasión). No obstante, creo, siguiendo a autores como Steven Pinker o Azar Gat, que la violencia interna en las naciones que han pasado por el proceso de modernización se vuelve residual o desaparece del todo.

 

(*) Miguel Mora. Nacido en Madrid, en 1964, el director de CTXT fue corresponsal de El País en Lisboa, Roma y París. Anteriormente, trabajó durante 10 años en la sección de Cultura como reportero para temas de cine, literatura y arte. En 2011 fue galardonado con el premio Francisco Cerecedo y con el Livio Zanetti al mejor corresponsal extranjero en Italia. En 2010, obtuvo el premio del Parlamento Europeo al mejor reportaje sobre la integración de las minorías. Es autor de los libros 'La voz de los flamencos' (Siruela 2008) y 'El mejor año de nuestras vidas' (Ediciones B).


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