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8.3.21

La Revolución francesa de 1848. Dossier. (Continuación)

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Por Lindsay Ayling, Pablo Scotto Benito (*)

 [Con motivo del 150 aniversario de la Comuna de París, desde Sin Permiso iremos recogiendo artículos relacionados con la efeméride.

Apostilla al artículo de Lindsay Ayling sobre las jornadas de junio de 1848

Pablo Scotto

En un interesante artículo, titulado "Choosing June: Did France's Second Republic Intentionally Spark a Class War?", Lindsay Ayling afirma que los dirigentes de la Segunda República Francesa provocaron deliberadamente las sangrientas jornadas de junio de 1848. Defiende esta tesis de forma clara y amena, apoyándola además en un consistente corpus bibliográfico. Sin embargo, hay tres frases a lo largo del texto que, a mi juicio, resultan poco precisas, y que pueden llevar a confusión al lector. Espero que el comentario que sigue de las mismas no sea visto como la apostilla de un puntilloso, sino como una contribución al debate sobre una época y unos acontecimientos apasionantes.

1. «Esas tensiones llegaron a su punto álgido cuando la Comisión Ejecutiva anunció su plan para cerrar los Talleres Nacionales, un programa masivo destinado a garantizar empleo de forma universal».

En mi opinión, resulta excesivo referirse al establecimiento de los talleres nacionales como un programa masivo, y no es cierto que su establecimiento tuviera la pretensión de garantizar empleo de forma universal. Los talleres fueron, más bien, un fenómeno parisino, y estuvieron específicamente dirigidos a los obreros desempleados. Lo segundo es obvio, se podría contra-argumentar: cualquier programa de empleo público va dirigido a quienes están parados, y no a aquellos que ya disponen de un puesto de trabajo. Pero a lo que me refiero es a que el espíritu que impulsó el programa no era un espíritu universalista. Entre sus finalidades estaba la de confrontar a los trabajadores desempleados con los trabajadores de los oficios, que en el 48 se agrupaban en torno a la Comisión del Luxemburgo.[i] O, si se quiere decir de otra manera, los talleres nacionales tenían el objetivo de contrarrestar la creciente influencia del Luxemburgo, contentando y organizando a los desempleados, induciéndoles a tener una postura favorable al gobierno, o más precisamente a las posiciones mayoritarias (conservadoras) dentro del mismo. Esta intencionalidad política la explica de forma clara Émile Thomas en su Historia de los talleres nacionales (1848),[ii] y sus consecuencias las resume bien Arthur Rosenberg en Democracia y socialismo (1938):

«Se llegó a una separación política entre ocupados y desocupados. Los ocupados que enviaban sus representantes al palacio de Luxemburgo estaban por lo general de parte de la democracia socialista, en tanto que los desocupados captados por los talleres nacionales se pronunciaban con preferencia por la democracia burguesa».[iii]

Dicho de forma resumida: me parece que en el texto falta una visión un poco más crítica con respecto al significado histórico de los talleres nacionales. Muchos socialistas de la época se opusieron a ellos de forma vehemente, denunciando: el bajo nivel de los salarios, una organización con jefes y subjefes a imitación de la jerarquía militar, la realización de trabajos muchas veces innecesarios... Así los valoró, por ejemplo, el socialista Louis Blanc:

«Los talleres nacionales vaciaron el tesoro público de una forma inservible; humillaron al trabajador, que se vio constreñido a recibir como limosna el pan que pedía poder ganarse; desacreditaron la intervención del Estado en materia de industria; en lugar de asociaciones de trabajadores, organizaron batallones de asalariados sin empleo».[iv]

Esta última cita quizás cause extrañeza en el lector, porque se ha repetido innumerables veces, y se sigue repitiendo, que Louis Blanc fue el principal promotor de los talleres nacionales. Nada más lejos de la realidad. Vinculados al Ministerio de Obras Públicas, dirigido por el antisocialista Marie, fueron organizados por el ya mencionado Émile Thomas. Si se quiere buscar un padre intelectual, habría que apuntar más hacia el teórico social-cristiano Philippe Buchez -quien colaboró, entre otros, en su establecimiento- que hacia Louis Blanc, que en el 48 estaba situado al frente de la Comisión del Luxemburgo.

Blanc tiene parte de culpa en este repetido equívoco. No porque colaborara en los talleres. Tampoco por el hecho de que sus "talleres sociales", esas cooperativas de producción y consumo que había teorizado en su exitoso libro Organización del trabajo (1840),[v] se parezcan en el nombre a los "talleres nacionales" del 48. El proyecto de Blanc era democratizar la fábrica, el del ministro Marie era gobernar la miseria. La coincidencia es puramente nominal. Pero no se puede eximir de responsabilidad a Blanc por el inocente papel político que jugó durante esos primeros meses de la Revolución de 1848, algo que acabó conduciendo, como apunta Marx en Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850 (1850), a que el socialismo quedara clavado en la picota.[vi]

Estas observaciones sobre los talleres nacionales no afectan a la tesis central de la autora, pero hubiera sido conveniente decir una o dos frases al respecto. Con eso hubiera bastado, porque no estamos ante dos ideas incompatibles entre sí. Es posible recoger las críticas que se hicieron a los talleres nacionales y explicar, al mismo tiempo, la importancia que estos llegaron a adquirir para muchos trabajadores, y también para muchos conservadores, que hicieron de ellos el blanco principal de sus críticas, seguramente por miedo a que pudieran ser el primer paso de una temida República democrática y social. Una cosa no quita la otra.

Por llevarlo a la actualidad: no cabe duda de que el ingreso mínimo vital ha tenido efectos beneficiosos, ni tampoco cabe duda de que fue criticado duramente por cierta derecha, que lo puso como ejemplo de los desmanes de un supuesto gobierno social-comunista. Pero eso no quiere decir que el ingreso mínimo vital haya marcado un hito en la historia del Estado del bienestar, o que sea una medida de carácter universal. No quiere decir, en definitiva, que no haya buenas razones para criticarlo desde la izquierda, como en efecto ha sucedido.

2. «Aunque no hay evidencia de que los dirigentes del gobierno se sentaran para planificar la sublevación de las jornadas de junio y coordinar su respuesta, parece que al menos había un entendimiento implícito de que el cierre de los talleres incitaría a una insurrección».

En mi opinión, no se trata simplemente de que no haya evidencia al respecto. La cuestión es, más bien, que es difícil imaginar que las cosas hubieran podido ser de esa manera. Lo que dice Marx en Las luchas de clases en Francia no es que los miembros del gobierno se sentaran alrededor de una mesa y planearan a conciencia el inicio de la insurrección. Su argumentación no coincide exactamente con esa "tesis de la provocación" que la autora le atribuye. Marx explica cómo los trabajadores fueron forzados por la burguesía a la insurrección. Pero no habla de un plan maquiavélico y perfectamente organizado desde el gobierno. Este es quizás mi único punto de discrepancia con la autora: una insurrección no se puede planear desde el gobierno. Se puede incitar maliciosamente, se puede fomentar por acción o por omisión, pero no se puede dibujar con escuadra y cartabón. Lo contrario supondría reconocerles muy poca autonomía y muy pocas luces a los trabajadores.

Dicho de otra forma: estoy de acuerdo con la crítica que la autora le hace a Frederick de Luna, quien niega rotundamente la "tesis de la provocación", pero no acabo de ver las razones por las que se distancia también de Roger Price.

A mi juicio, lo más interesante del análisis de Marx no es la "tesis de la provocación" en sí misma (que al final es una cuestión de grado, difícil de precisar), sino la idea de que en junio del 48 se vio de forma clara una sociedad escindida en dos grandes clases. Lo interesante de la "tesis de la provocación" es que permite darse cuenta de que esta escisión no vino solamente (ni principalmente) desde abajo. No fue fruto de la auto-organización de los trabajadores, que tomaron conciencia de su condición de explotados y se declararon en lucha contra la burguesía. La escisión vino en buena medida de arriba: la burguesía se unió, olvidándose de sus diferencias ideológicas, y declaró la guerra a los trabajadores, dejando definitivamente a un lado la fraternidad de febrero.

Esto lo ha explicado con maestría Antoni Domènech: la fraternidad, que justamente se eclipsó ahí, es la idea de que la libertad y la igualdad no están reservadas al círculo de los poderosos, sino algo que tenemos todos en común, que pertenece a nuestra condición humana, y que en consecuencia debemos intentar que se extienda y se desarrolle entre todos nuestros hermanos y hermanas. Que los desarraigados salgan de la esfera sub-civil, eso es la fraternidad.

En junio, la burguesía se olvida por completo de esa idea. Se olvida incluso de disimular que no la soporta. Es en ese sentido, creo yo, en el que se puede defender la "tesis de la provocación": los conservadores en el gobierno son responsables de la insurrección por su incomprensión y su desprecio hacia las clases populares. No los consideran sus iguales. Por eso no tienen interés en escucharlos, ni mucho menos en hacer esfuerzos por comprenderlos. Por eso no tienen reparo, llegado el momento, en utilizar tácticas de guerra contra ellos, como se hace con el enemigo. Esa es la fuerza de la "tesis de la provocación". Tiene menor poder explicativo, en mi opinión, esa insistencia en afirmar que la insurrección fue planificada desde arriba, que fue diseñada por los dirigentes de la República.

3. «El derecho al empleo estaba consagrado en su constitución».

Aquí quizás sería mejor no hablar de "derecho al empleo", sino de "derecho al trabajo", porque era esta última expresión la que se empleaba en la época, y porque no se trata de términos equivalentes. De hecho, el derecho al empleo es la forma estrecha en la que es interpretado el derecho al trabajo en la actualidad. En el 48, por el contrario, "derecho al trabajo" significaba extender los principios igualitarios de la esfera política al mundo del trabajo.[vii]

Más allá de esto, lo relevante aquí es que el derecho al trabajo no fue reconocido en la Constitución de 1848, aprobada el 4 de noviembre. Había sido incluido en el primer proyecto de la Constitución, redactado antes de las jornadas de junio, pero desapareció en el segundo proyecto, y ninguna de las enmiendas presentadas para su reincorporación obtuvo los votos necesarios. La principal razón de esta expulsión residió en que el derecho al trabajo, que hasta entonces no había despertado una especial animadversión, fue asociado a la insurrección popular de junio. Uno de los primeros en establecer la asociación fue Proudhon, y después los conservadores y liberales se encargaron de repetirla de forma interesada. Durante los debates constitucionales, varios parlamentarios utilizaron el siguiente argumento: en junio, el socialismo ha sido derrotado en las calles; no vamos a permitir ahora que un derecho que puede ser interpretado en un sentido socialista sea incluido en la Constitución.[viii]

Mi impresión es que la autora no se refiere a la presencia del derecho al trabajo en la Constitución del 48, que fue discutida durante el verano, sino a un decreto que el gobierno provisional había promulgado en febrero. En él -si bien no se mencionaba explícitamente la expresión "derecho al trabajo"- la República se comprometía a garantizar trabajo a todos los ciudadanos. Es decir: la autora se refiere a la constitución del nuevo régimen en febrero, y no a la Constitución de 1848. En cualquier caso, me parece que las expresiones "constitución" y "derecho al empleo" pueden conducir a error.

En fin, espero que estos comentarios puedan despertar interés sobre ese fascinante año 1848. Son muchos los hechos reseñables. En abril se celebran, por primera vez en la historia, unas elecciones por sufragio universal masculino. Ese mismo mes queda abolida la esclavitud en las colonias francesas. En junio se abre un abismo entre la burguesía y el proletariado, dos clases sociales que apenas sesenta años antes -si bien existían in nuce- ocupaban todavía el mismo tercer nivel en una pirámide dominada por el clero y la nobleza. En diciembre es elegido presidente de la República, por sufragio universal directo, un personaje que encarna bien esa mezcla de dirigismo y broma pesada tan en boga hoy en día. En medio de todo ello, algunos tienen la osadía de reclamar, en el nombre de la naciente República, la extensión de la igual libertad al oscuro reino de la fábrica. No faltan razones para seguir leyendo y escribiendo sobre el 48.

 


[i] Sobre la Comisión, y en particular sobre el papel desempeñado en ella por las corporaciones de trabajadores, véase: Gossez, Rémi (1967). Les Ouvriers de Paris. La Roche-sur-Yon: Imprimerie Centrale de l'Ouest, pp. 225-266.

[ii] Thomas, Émile (1848). Histoire des ateliers nationaux considérés sous le double point de vue politique et social ; des causes de leur formation et de leur existence ; et de l'influence qu'ils ont exercée sur les événements des quatre premiers mois de la République, suivie de pièces justificatives. París: Michel Lévy Frères.

[iii] Rosenberg, Arthur (1966). Democracia y socialismo. Aporte a la Historia Política de los últimos 150 años. Buenos Aires: Claridad, p. 78.

[iv] Blanc, Louis (1880). Histoire de la Révolution de 1848, en dos tomos. París: C. Marpon et E. Flammarion, tomo 1, p. 228.

[v] Blanc, Louis (1840). Organisation du travail. París: Prévot et Pagnerre.

[vi] Marx, Karl (2016). "Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850", en K. Marx y F. Engels, Obras escogidas. Volumen 1. Madrid: Akal, p. 153.

[vii] Véase: https://ctxt.es/es/20200501/Firmas/32323/Pablo-Scotto-derecho-trabajo-democracia-empresa.htm.

[viii] Sobre lo que la Constitución de 1848 tiene de reacción contra el socialismo, véase: Coutant, Arnaud (2009). 1848, quand la République combattait la Démocratie. París: Mare & Martin, pp. 67-133.

 

Fuente: Sin Permiso, 28/02/2021

 

(*) Lindsay Ayling indsay Ayling es doctoranda en historia University of North Carolina-Chapel Hill, especializada en los siglos XVIII y XIX

(*) Pablo Scotto Benito es doctor por la Universidad de Barcelona. Está a punto de publicar su libro "Los orígenes del derecho al trabajo en Francia (1789-1848)", editado por el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. Su tesis doctoral se tituló "Los orígenes del derecho al trabajo en Francia (1789-1848)"

Fuente: Varias

Traducción: Iker Jauregui


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