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15.2.21

Renta y libertad

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Por Carme Porta (*)

A menudo se nos ha dicho que el trabajo realiza, que nos dota de libertad. En parte es cierto si tiene una condición clara: un trabajo digno... A estas alturas esto no deja de ser un deseo de la mayoría pero no una realidad.

La feminización de la pobreza, la precariedad del mercado de trabajo, la brecha salarial, los trabajos de cuidado... Muchos son los condicionantes para tener garantías para ejercer la libertad. La Renta Básica Universal e Incondicional es un paso importante para la transformación social y para ganar la libertad.

Hay alrededor de la Renta Básica universal e incondicional, el trabajo y las ayudas condicionados, un debate sobre que es lo que otorga más libertad y control sobre la propia vida.

A menudo se nos ha dicho que el trabajo realiza, que nos dota de libertad. En parte es cierto si tiene una condición clara: un trabajo digno. El trabajo digno se recoge en los objetivos de desarrollo sostenible 2030 de Naciones Unidas, es aquel trabajo que da seguridad económica y laboral. A estas alturas esto no deja de ser un deseo de la mayoría pero no una realidad. Arrastramos la crisis del 2008 que dejó mucha gente en paro y precarizó las condiciones laborales, pero también estamos en plena pandemia que sigue destruyendo puestos de trabajo y el mercado sigue precarizandose.

Además debemos añadir los trabajos invisibles, los que no se mercantilizan, los trabajos de cuidados, del ámbito familiar y doméstico que recaen de forma muy mayoritaria sobre las mujeres y que a pesar de ser imprescindibles quedan al margen del mercado, no tienen valor económico y se les da poco valor social. ¿Así pues? ¿El trabajo realiza? ¿El trabajo dota de libertad?

En cuanto a las ayudas condicionadas somos testigos de cómo está funcionando la excesiva burocracia. Tanto el Ingreso Mínimo Vital -IMV- como la Renta Garantizada Ciudadana -RGC-, son ayudas que superaban otras existentes, pero que siguen condicionando a situaciones de gran necesidad se están dando tarde y mal. El hecho de acondicionarlo a situaciones de pobreza no sólo estigmatiza quien lo pide sino que carga la administración de documentación donde «se demuestra» esta situación. Si ya, normalmente, una prestación parcial y condicionada pasa por siete u ocho manos hasta que se otorga en estos momentos, además, estamos hablando de saturación administrativa y una burocracia lenta que no resuelve según lo que se necesita. El ritmo de las necesidades ciudadanas y el ritmo de la administración son diferentes. El derecho a una vida sin pobreza queda sin efecto y es, en cambio un derecho recogido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

La feminización de la pobreza ya era un aspecto creciente y preocupante que, con esta crisis sanitaria, social, económica en que nos ha sumido la pandemia ha empeorado. A la falta de reconocimiento de los trabajos de cuidados, la precarización del mercado laboral para las mujeres -que a menudo es una extensión de los trabajos de cuidado y servicios personales que nos otorga el rol social, en lugares esenciales y, por tanto, ha profundizado las diferencias -.

La brecha salarial entre hombres y mujeres es de una media, en Catalunya, del 23%, en promedio las mujeres ganan casi 7.000 € menos que un hombre por el mismo trabajo. En ocupaciones esenciales -curso, limpieza, servicios de venta y restauración- los salarios son más bajos y la brecha más alta, un 29,3%. La tasa de riesgo de pobreza de las mujeres en Catalunya es del 27,9% y la renta media de las mujeres en el hogar - a menudo con personas dependientes a su cargo, sean criaturas o personas mayores- es por debajo de los 20.000 € y las pensiones derivadas quedan tocadas por la precariedad y los salarios más bajos. La pobreza tiene cara de mujer y de mujer mayor. De forma evidente la renta afecta las oportunidades y las condiciones de vida.

Una Renta Básica Universal e Incondicional - RBUI- es un derecho que se concebiría desde el momento de nacer hasta el deceso. Una renta sin condicionantes que daría la posibilidad de tener los recursos económicos básicos para la vida. Nos haría menos dependientes, estigmatizaría menos y daría oportunidades más equitativas a todas y todos. Es evidente que la equidad no se construye sólo con una renta monetaria, no hay soluciones simples a problemas complejos y las desigualdades múltiples, pero una transformación de las políticas sociales recolocarían las necesidades y es lo que hace la RBUI. Una RBUI favorecería un 80% de la población a partir de los beneficios del 20% más rico. Avanzar en las oportunidades y mejorar las condiciones de vida da herramientas para negociar, para controlar sobre la propia existencia, tomar decisiones no en base a como cubrir los agujeros y las necesidades si no en base, también, a los deseos y proyectos de futuro.

El derecho a tener unos ingresos mínimos que garanticen una vida digna es un derecho fundamental, el relator de Naciones Unidas por extrema pobreza y derechos humanos en su visita al Reino de España ya avisó sobre el crecimiento de la pobreza y la necesidad de poner en marcha medidas redistributivas de rentas y rentas mínimas que facilitaran un nivel de vida básico. La solución a los problemas sociales -y los que profundizan y se derivan de la pandemia - pone sobre la mesa la necesidad de nuevas propuestas y nuevas perspectivas en las políticas sociales y hace obligatorio, ahora más que nunca, replantear este sistema de ayudas condicionadas, y un paso decidido hacia una RBUI, tener las necesidades vitales cubiertas es un paso importante hacia la libertad.

 

(*) Carme Porta es responsable de comunicación de la Fundació Surt, feminista y miembro de la Red Renta Básica. Fue diputada en el Parlamento de Cataluña por ERC de 1999 a 2006.

Fuente: https://catalunyaplural.cat/es/renta-y-libertad/


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