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8.2.21

El buen vivir como proyecto de país

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Por Roberto Sansón Mizrahi (*)                                                                              

Desmontar el desaforado proceso de concentración de la riqueza y el poder decisional es un crítico imperativo. Al hacerlo se abre un camino promisorio aún no transitado que exige crear más allá de lo que se ha impuesto como verdad inmutable. La economía hoy pesa fuerte y subordina al resto, requiere cambios trascedentes. Sin embargo, aunque esa transformación es de importancia estratégica, no alcanza para configurarse como condición suficiente. Habrá que trabajar en simultáneo sobre importantes aspectos de la política, los medios, la justicia, la educación, la salud, la ciencia y la tecnología, los asentamientos populares.

Adoptar el buen vivir como proyecto de país marca un crítico punto de inflexión de los muchos que jalonaron la marcha de la humanidad. Como tal, no es un modelo de país ya conformado y completado sino una construcción por hacer, atendiendo las singularidades y los tiempos de cada sociedad. El buen vivir como proyecto de país entraña reorientar el esfuerzo nacional ya no para servir a minorías privilegiadas sino a toda la población y el medio ambiente. Será una construcción colectiva, no sólo de pequeños grupos que, por cierto, aportan lo suyo.

Cortar el nudo gordiano[i] para abrir un camino promisorio

El funcionamiento económico no se puede transformar sin cambiar el principio ordenador que hoy guía a prácticamente todos los actores económicos, maximizar el lucro. Es un principio que habilita producir una diversidad de bienes y servicios, algunos de los cuales aunque atentan contra la humanidad logran grandes lucros, tal el caso de producir armas de destrucción masiva, servicios financieros especulativos, bienes de lujo para minorías ostentosas, medicamentos que no curan sino alargan tratamientos, la apropiación especulativa no productiva del suelo urbano y rural, el narcotráfico, la trata de personas y órganos, entre muchos otros.

Maximizar lucros no sólo guía qué producir, sino también cómo, dónde y cuánto producir, así como cuándo dejar de producir sin considerar impactos en puestos de trabajo y el retroceso de enteros territorios. Si no se cambia de principio ordenador, una y otra vez resurgirá el poder de los propietarios del lucro para imponer su codicia y egoísmo.

Vale explicitar que el buen vivir no resigna disponer de un eficiente sistema económico; busca cambiar el rumbo y forma de funcionar del sistema productivo existente de modo que su norte sea servir al bienestar general y al cuidado ambiental. El principio ordenador cambia pero no se destruye la economía, se refuerza su efectividad sobre otras bases, ya no es maximizar lucros sino producir aquello que sirva a la población sin destruir el medio ambiente. Se preservan activos existentes y se les da otra razón de existir, otra modalidad de funcionamiento. Un tremendo doble desafío: desplazar a quienes se han erigido en timoneles de la humanidad armando coaliciones sociales capaces de realizar y sostener la transformación y, al mismo tiempo, establecer lo nuevo que no existe, crearlo, probarlo y consagrarlo con los consiguientes aciertos, errores, avances y contramarchas.

¿Cómo lograrlo? El buen vivir se sustenta en un nuevo conjunto de reglas de juego. Quienes las establecen son múltiples actores y no los pocos dueños de la riqueza y el poder decisional. Esto es, no deciden los dueños del dinero sino la población a través de legítimos representantes en democracias liberadas.  Se trata de una recomposición política basada en el esclarecimiento de los sectores populares y su organización, cuya emergencia y desarrollo tomará las formas que cada sociedad alcance a definir.

Nuevas reglas de juego se expresan a través de políticas públicas y regulaciones que operan sobre cómo y quienes generan excedentes, para qué fines se los aplica, en qué tiempos y secuencias. Esto exige acciones diversas que fueron enunciadas en un artículo sobre pasos fundacionales hacia el buen vivir, como son despejar desvíos que generan estrangulamientos de la matriz productiva, desmontar oligopolios, adoptar modalidades redistributivas al interior de las cadenas de valor, resolver la fuga de capitales de grandes evasores, transformar el sistema financiero para privilegiar el trabajo y no la especulación, establecer un sistema tributario progresivo, asignar el gasto público para atender la deuda social y los proyectos estratégicos, seleccionar inversiones extranjeras que sirvan al buen vivir, asegurar que el comercio exterior posibilite retener y reinvertir excedentes en el propio país, garantizar tierras para asentamientos populares y pequeña agricultura, utilizar en lo posible materias primas renovables y cuidar con prudencia las no renovables, promover la producción de cercanía para minimizar distancias de transporte.

En mercados donde los actores poderosos disponen de mecanismos y complicidades para evadir regulaciones y responsabilidades, el Estado no puede limitarse a establecer reglas de juego para orientar la economía hacia el buen vivir sino, además, proveerse del poder y de la capacidad de controlar y verificar cumplimientos.

Un tema espinoso, nada sencillo aunque imprescindible de resolver, es el de establecer nuevos vectores decisionales a nivel de los propietarios y la alta gerencia de grandes corporaciones. Si bien las regulaciones y las políticas públicas condicionan esas decisiones, en muchos casos esto puede no ser suficiente. Habrá que trabajar en varios otros frentes. Uno de ellos, en apariencia ingenuo pero que vale explorar, es procurar esclarecer a grupos de accionistas - dueños de esas corporaciones- sobre la imperiosa necesidad de reemplazar el principio de maximizar lucros por el buen vivir. Algunos accionistas podrían acompañar esta construcción instruyendo al directorio y alta gerencia para, sin perder efectividad, cambiar objetivos y forma de funcionar; otros accionistas no lo aceptarán porque operan aferrados a preservar privilegios y lucros. Será necesario buscar modalidades legales y legítimas para removerlos como, por ejemplo, facilitar que actores no convencionales adquieran acciones, sean fideicomisos público-privados creados a tal fin, organizaciones no lucrativas de desarrollo, universidades, entidades científicas, tecnológicas, religiosas, entre otras.  Queda mucho por concebir en esta crítica dimensión.

La transformación económica condición imprescindible aunque no suficiente

Ya señalamos pero, al acercarnos al final de estas líneas, vale insistir que la transformación económica si bien es imprescindible para avanzar hacia el buen vivir, sin embargo, para desazón de economicistas, no llega por sí sola a constituirse en condición suficiente. Los cambios en el sistema económico necesitan trabajarse en el contexto de cambios igualmente importantes en la política, los medios, el sistema judicial; incluso pasar de la banalidad de espectáculos que atontan, a aquellos otros que van esclareciendo sobre desigualdades sociales, inequidades, ilegítimos privilegios, sentires populares que quienes dominan procuran esconder o estereotipar negativamente. Así lo expresaba el autor de Cien años de soledad, Gabriel García Márquez, cuando le cuestionaban que incidiese sobre guiones de series televisivas: "un best seller mío es leído, con mucha suerte, por un par de decenas de millones de personas mientras que una serie exitosa de televisión accede a cientos de millones de conciencias".

El buen vivir como proyecto global

Nos hemos focalizado en el buen vivir como proyecto de país porque hay fuertes razones para transformar y reordenar el sistema económico nacional. Sin embargo, no es posible ignorar que existen muchos factores de naturaleza global que condicionan duramente la marcha de los países. En más de un sentido se presentan como parámetros estructurales inalcanzables que hacen al contexto en el que cada país opera. Se oculta una verdad que la historia conoce bien; que los parámetros existen pero pueden modificarse y que, de hecho, la transformación brusca o sutil de los parámetros es la que explica que ningún sistema sea inmutable ni goce de permanente impunidad. Una cita de Ernesto Sábato, a la cual acudo con alguna frecuencia, lo destacaba: "Los Sistemas Eternos tienen una característica: duran muy poco. Todos ellos aspiran a la Verdad Absoluta, pero la historia de la filosofía es la historia de los Sistemas, o sea la historia del Derrumbe de los Sistemas".

Ojala se acerque el tiempo donde el buen vivir sea, además de un proyecto de país, un proyecto global. 

 

(*) Roberto Sansón Mizrahi. Economista, planificador regional y urbano, consultor, dirigió empresas, autor de Un país para todos, Crisis global: ajuste o transformación, Democracias capturadas y otros libros, Co-Editor de Opinión Sur www.opinionsur.org.ar


[i] "Nudo gordiano refiere a una dificultad que no se puede resolver, a un obstáculo difícil de salvar o de difícil solución o desenlace, en especial cuando esta situación solo admite soluciones creativas o propias del pensamiento lateral".

 


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