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1.2.21

Transformismo a la italiana

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Por Steven Forti (*)

El primer ministro, Conte, intenta consolidar una mayoría estable para evitar unas elecciones antes de julio que podrían dar la victoria a la ultraderecha euroescéptica, y todavía trumpista, de Salvini y Giorgia Meloni.

Ya se sabe que en Italia las crisis políticas no son una excepción. Hace un año y medio, desde la playa del Papeete, pinchando música y tomando mojitos, Matteo Salvini abrió la que se tachó de la crisis más "loca" de la historia republicana. Después de solo 14 meses de gobierno junto al Movimiento 5 Estrellas (M5E), el líder liguista abogó por los "plenos poderes" y puso fin al primer ejecutivo nacional-populista de Europa occidental: tenía claro que se convocarían nuevas elecciones en las que podría capitalizar el consenso creciente -la Liga obtuvo el 34% de los votos en las europeas de 2019- y gobernar con una mayoría absoluta, junto a Giorgia Meloni y Silvio Berlusconi. Sin embargo, al líder ultraderechista el tiro le salió por la culata y acabó en la oposición, tras la formación de la inesperada alianza entre los grillini y el Partido Democrático (PD), enemigos jurados hasta la semana anterior. Según todas las reconstrucciones, el deus ex machina de ese giro inesperado fue Matteo Renzi.

El ex primer ministro de centro-izquierda, que había dimitido en diciembre de 2016 tras perder el referéndum sobre la reforma constitucional y había dejado la secretaría del PD después del batacazo electoral de marzo de 2018, no quería desaparecer de la escena política. A Renzi siempre le ha gustado jugar al póquer y tomar por sorpresa aliados y adversarios, propinando incluso alguna puñalada por la espalda. Que se lo pregunten a Enrico Letta. Así, una semana después de la formación del nuevo Gobierno liderado por el mismo Giuseppe Conte, decidió abandonar el PD y formar un nuevo partido, Italia Viva (IV), contando con un puñado de diputados y senadores que eran clave para que el Ejecutivo mantuviese la mayoría en el Parlamento.

Renzi, que aspiraba aún a ser el Macron transalpino, se había convertido en una bala perdida. Luego vino el coronavirus y todo entró en una especie de stand-by

Ya en sus primeros meses de vida, el Gobierno, nacido a toda prisa para evitar regalar el país a la ultraderecha, iba falto de un verdadero programa de gobierno. Las tensiones fueron constantes: desde los presupuestos hasta unos cuantos asuntos calientes, como la intervención del Estado para evitar el cierre del maxi establecimiento siderúrgico Ilva de Taranto, la resolución de la crisis de Alitalia o el retiro de la concesión a Atlantia -es decir, la familia Benetton- de la gestión de las autopistas italianas. Renzi, que aspiraba aún a ser el Macron transalpino, se había convertido en una bala perdida. Luego vino el coronavirus y todo entró en una especie de stand-by. Al menos hasta el final del verano. Superado el escollo de las elecciones regionales -donde el Gobierno salvó los muebles- y del referéndum sobre el recorte de parlamentarios, Renzi volvió a pisar el acelerador para intentar salir de la irrelevancia: Italia Viva atesoraba el 2-3% de la intención de voto y él seguía siendo, con diferencia, el líder peor valorado por los italianos. Así llegamos a la crisis más inexplicable de la historia republicana, que tiene nuevamente al exalcalde de Florencia como protagonista.

Renzi, ¿morir matando?

Tras un mes de profundas tensiones, con ultimátums incluidos, el pasado 13 de enero las dos ministras de Italia Viva abandonaron el Gobierno. Oficialmente, la razón fueron las divergencias acerca del Plan Nacional de Recuperación y Resiliencia, es decir la gestión de los fondos europeos, cuyo proyecto había sido ya modificado, tras las críticas generalizadas de todos los partidos que apoyaban al ejecutivo. Renzi no se dio por satisfecho: Italia Viva se abstuvo en el Consejo de Ministros que aprobó el nuevo plan por su falta de concreción, la existencia de demasiadas subvenciones y la escasez de inversiones, además del sistema de gestión aún muy centralizado por Conte. No cabe duda de que el plan es mejorable. Tampoco cabe duda de que el gobierno de Conte habría podido hacer más cosas en este año y medio, como Renzi ha repetido una y otra vez.

Sin embargo, teniendo en cuenta la profunda crisis debida a la pandemia y haciendo una comparación con los demás países europeos, la gestión del ejecutivo de Roma ha sido generalmente positiva. Siendo el primer país golpeado por el virus, Italia vivió un verano relativamente tranquilo y las restricciones navideñas -mucho más duras que en España- han permitido una disminución de los contagios en este comienzo de año. La vacunación va más rápida que en los demás países de la UE y, hasta el momento, la bomba social, temida por muchos en primavera, se ha evitado con varios planes de ayudas para trabajadores, autónomos y empresas. El 20 de enero se ha aprobado un nuevo aumento del presupuesto de 32.000 millones de euros, que se suman a los 108.000 millones aprobados en 2020. Además, Conte tuvo un papel relevante en la aprobación del Next Generation EU, y consiguió para Italia la mayor cuantía de los fondos, unos 209.000 millones.

Así, la ruptura de Renzi ha resultado incomprensible para la mayoría de la población. "Qué siga en el Ejecutivo y que dialogue para cambiar algunas medidas, pero que no tumbe al gobierno en un momento tan dramático para el país", ha sido el comentario más escuchado. Fueron en buena medida también las palabras de la senadora vitalicia Liliana Segre, de 90 años, que decidió viajar hasta Roma para participar en la votación en el Senado, aunque se lo habían desaconsejado debido a su avanzada edad. De hecho, el mismo Renzi ha tenido una conducta poco coherente desde que abrió la crisis hasta el punto de que su partido se abstuvo en la votación crucial en las dos cámaras. Muchos aún se preguntan qué quería, y qué quiere, en realidad el senador de Rignano.

Las alternativas son un reajuste del actual Gobierno o la creación de uno nuevo, con las dimisiones de Conte y un nuevo voto de confianza en el Parlamento

Lo que está claro es que a Renzi no le conviene ir a elecciones ya que Italia Viva no entraría en un Parlamento en el que, además, se sentarán por primera vez 230 diputados y 115 senadores menos. Por eso, es probable que calculara que si la alianza entre PD y M5E se consolidaba y el Gobierno llegaba, como era probable, al final de la legislatura, él se encontraría completamente fuera de juego. No habría tenido margen de actuación: más bien, habría desaparecido de la política. Esta vez definitivamente. De ahí su voluntad de eliminar, políticamente hablando, a Conte y enturbiar las aguas para que pudieran darse las condiciones para nuevos equilibrios, desconectando el PD de los grillini y creando un espacio centrista con una patrulla de berlusconianos que se sienten incómodos al lado de Salvini y Meloni. Sin embargo, aunque hace un par de años nadie hubiese apostado cuatro duros al respecto, Conte se ha convertido en la clave de bóveda de la alianza entre los nietos del PCI y los hijos del excómico Beppe Grillo. Difícil, o directamente imposible, pues que Renzi consiguiese el objetivo, teniendo en cuenta además los altos niveles de consenso de que dispone Conte en la actualidad.

Dos semanas de arenas movedizas

El lunes 18 de enero, el Gobierno consiguió la mayoría absoluta en la Cámara y el martes, tras una sesión bastante tensa, una mayoría simple (156 votos a favor, cuando la mayoría absoluta es de 161) en el Senado. Renzi no se ha salido con la suya, pero tampoco se puede decir que Conte sea el ganador de la partida. El Ejecutivo no ha caído, pero el espectro de las elecciones anticipadas no termina de desaparecer. Se abren ahora dos semanas clave en las que el ex abogado del pueblo, ya convertido en un progresista europeísta, deberá convencer a una decena de senadores centristas para que apoyen al gobierno. Es posible -en Italia hay una larga tradición de transformismo- pero no está asegurado. El martes 19 en el Senado, además de los votos de M5E, PD y los izquierdistas de Libres e Iguales (LeU), han votado a favor también la mayoría de los senadores vitalicios -como Mario Monti y Liliana Segre-, un ex del M5E, el socialista Nencini -que hasta antes de ayer estaba con Renzi- y dos de Forza Italia. Necesitarían más porque si no el Gobierno tendría una supervivencia muy precaria.

El ministro de Cultura y portavoz del PD en el Ejecutivo, Dario Franceschini, considera el voto del 19 "un punto de partida sobre el que construir una perspectiva política". De hecho, se está trabajando en la creación de un nuevo grupo centrista, juntando a tránsfugas -se  les llama "responsables" o "constructores"- de diferentes formaciones, a partir del llamamiento que hizo Conte a liberales, socialistas y populares, las tres grandes familias políticas que, en Italia, no tienen un partido de referencia. El objetivo sería conseguir una mayoría como la que permitió la elección de Ursula von der Leyen en versión italiana, es decir con la pata (ex)populista del M5E. El grupo de los "responsables" podría ser también el futuro partido de Conte, del que se ha hablado mucho. Otras fuentes del Ejecutivo no son tan optimistas: "En las comisiones parlamentarias no tenemos la mayoría", comentan. "Pase lo que pase, a partir de ahora, será un Vietnam, como en el segundo Gobierno de Romano Prodi. Además, la imagen que damos al país recuerdan a las peores de la Primera República".

En síntesis, los escenarios no son halagüeños: a principios de febrero, se llevará al Parlamento el Plan Nacional de Recuperación y Resiliencia, que necesita una mayoría absoluta para su aprobación. Si el Gobierno no la consigue, deberán convocarse elecciones antes de julio, cuando empieza el llamado "semestre blanco", es decir los últimos seis meses del mandato del presidente de la República, Sergio Mattarella, en el que no se pueden convocar elecciones. Y en ese caso, la derecha -los sondeos le otorgan un 47% en la intención de voto- tiene todas las de ganar por goleada, facilitada también por la ley electoral. Las alternativas son un reajuste del actual Gobierno -con la entrada de un par de ministros "responsables"-, la opción preferida por Conte; o la creación de un nuevo Gobierno, con las dimisiones de Conte y un nuevo voto de confianza en el Parlamento, opción preferida por el PD, que podría modificar un poco los equilibrios a su favor.

Es en Bruselas donde se juega el partido clave. Y esta crisis, qué duda cabe, no reforzará a Italia a nivel europeo y, menos aún, a nivel internacional

Lo que está claro es que PD y M5E quieren romper definitivamente con Renzi. Recoser las relaciones parece prácticamente imposible. Si la operación funciona, la alianza entre demócratas y grillini se irá consolidando: en primavera hay municipales y, en las grandes ciudades, el Gobierno se juega mucho -sobre todo en Roma y Turín, gobernadas por el M5E-. Nacería así un polo progresista y europeísta que llevaría al país hasta el final de la legislatura -prevista en la primavera de 2023-, gestionaría los fondos europeos y podría tener los números para garantizarse, dentro de un año, la elección del nuevo presidente de la República. ¿Ciencia ficción? Las vías del Señor son infinitas, sobre todo en la ciudad eterna.

El partido se juega en Europa

Ahora bien, que Conte consiga tirar para adelante no significa que la situación no sea extremadamente compleja. Por un lado, después de 16 meses, este Gobierno debería demostrar qué proyecto tiene para el país. De momento, se ha mantenido más o menos unido para cerrar el paso a un ejecutivo de Salvini y debido, también, a la emergencia de  la covid. En su discurso en el Parlamento, Conte ha apuntado a una reforma fiscal -más progresiva- y a una nueva ley electoral proporcional. Es algo, pero no es suficiente. ¿Qué idea de país tiene el Gobierno en un momento crucial como el actual en el que se está decidiendo el futuro de la próxima década? No está del todo claro.

Por otro lado, aunque en Bruselas han lanzado un suspiro de alivio tras la votación del martes en el Senado, hay una honda preocupación. No solo por la estabilidad del país transalpino, sino también por la gestión de los fondos europeos. Más allá de los excesos de Renzi, la Comisión Europea se ha mostrado bastante escéptica sobre el Plan de Recuperación italiano. Los comisarios Gentiloni y Dombrovskis piden una propuesta más creíble: Italia es el país más beneficiado y esperan resultados, no subvenciones electoralistas. Es en Bruselas donde se juega el partido clave. Y esta crisis, qué duda cabe, no reforzará a Italia a nivel europeo y, menos aún, a nivel internacional, en un año en el que, además, ostenta la presidencia del G-20.

Italia parece haber vuelto a los tiempos de la Primera República,  pero sin la clase política y los partidos de aquellos años. En las próximas semanas veremos si se consigue formar una mayoría estable con un proyecto a largo plazo o si gana, una vez más, el transformismo de vuelo gallináceo. En el segundo caso, bien sea en julio o más adelante, la ultraderecha euroescéptica y aún trumpista de Salvini y Meloni tiene una autopista asfaltada para llegar al poder.

 

(*) Steven Forti. Profesor asociado en Historia Contemporánea en la Universitat Autònoma de Barcelona e investigador del Instituto de Historia Contemporánea de la Universidade Nova de Lisboa.


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