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21.12.20

Eugene Debs creía en el socialismo porque creía en la democracia

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Por Shawn Gude (*)

El compromiso inquebrantable de Eugene Debs con la democracia y el internacionalismo nació de su odio a la tiranía del capitalismo industrial. Hoy hay que poner en práctica la visión de Debs, reconociendo que la lucha de clases es la condición previa para ganar un mundo más democrático.

En enero de 1917, John Hays Hammond, un ingeniero de minas calvo y con bigote, compareció ante la convención de la Federación Cívica Nacional, una alianza de líderes empresariales y sindicatos conservadores, para emitir una severa advertencia: los trabajadores y agricultores del país estaban totalmente en contra de que su país entrara en la Primera Guerra Mundial.

"Alguna influencia o combinación de influencias ciertamente ha provocado un debilitamiento del espíritu patriótico en este país", lamentó Hammond. "Nos encontramos con que ni los trabajadores ni los agricultores... están participando ni mostrando interés en . . . la preparación nacional".

Sin embargo, para el año siguiente, una combinación de propaganda gubernamental, represión e histeria bélica había hecho que las opiniones en contra de la guerra ya no fueran aceptables en el discurso público dominante. La declaración de guerra del presidente Woodrow Wilson en abril de 1917 fue el primer tiro, y pronto siguió una descarga de patriotismo: con la supresión de publicaciones radicales, saqueos de oficinas de organizaciones disidentes, calumnias dirigidas a opositores a la guerra, exhibiciones hiper-patrióticas en encuentros deportivos, una recompensa de 50 dólares para quienes entregaban a cualquiera que eludía el servicio militar, caricaturas financiadas por el gobierno que comparaban a los alemanes con animales.

Eugene Debs, el veterano político socialista, sabía que ponía en peligro su libertad al pronunciar discursos que cuestionaban la guerra de Wilson. Sin dejarse amedrentar, Debs condenó la guerra públicamente en la primavera de 1918. El 16 de junio del mismo año, en Canton, Ohio (en el centro norte del país), Debs, quien era del estado de Indiana (centro) pronunció el discurso que pronto lo llevaría a la cárcel.

"La clase dominante siempre ha declarado las guerras", proclamó Debs, mientras hacía enérgicos movimientos con sus manos y hacía resonar su voz. "Las clases bajas siempre han sido los soldados de batalla". Ridiculizó la idea de que Wilson pretendía "hacer que el mundo [fuera] seguro para la democracia". Miren,insistió Debs ante la multitud, que parecía un mar de sombreros en aquel caluroso día de verano: la clase dominante estadounidense antes se había asociado con los mismos aristócratas alemanes a quienes ahora tachaban de reaccionarios. Apoyaron un sistema económico que explotaba a los trabajadores y enriquecía a los banqueros, defendían un sistema político donde el dinero triunfaba sobre el gobierno popular. ¿Cómo iban ellos a librar una guerra a favor de la democracia?

Si algún estadounidense podía lanzar semejante acusación, era Debs. Desde su época al frente de la Unión de Ferrocarriles Estadounidenses (American Railway Union) y encabezando huelgas contra los titanes de los negocios, hasta sus viajes itinerantes por todo el país hablando con trabajadores hiper-explotados, hasta sus numerosas campañas para la presidencia en que denunciaba el "despotismo industrial", Debs había sido un importante crítico de la forma en que el capitalismo corroía las bases de la democracia de su país. La "república cooperativa" que él defendía era la más perfecta versión del autogobierno. El internacionalismo que Debs profesaba era un desafío para los tiranos en todas partes. "Donde no hay libertad", declaró Debs, "el socialismo tiene trabajo por hacer. Y, por tanto, el campo que el socialismo tiene por trabajar es tan amplio como el mundo".

Hoy, Debs es ampliamente celebrado en su país por su valentía y sus convicciones, como si fuera una especie de santo de la izquierda. Los observadores contemporáneos tampoco pudieron evitar buscar comparaciones etéreas: a pesar de toda su retórica militante, la irresistible compasión de Debs hizo ablandar hasta a los que vigilaban su celda en la cárcel.

Pero la canonización no admite mucho espacio para el escrutinio, y para un hombre comprometido con la autoemancipación del trabajador ("No te llevaría a la tierra prometida si pudiera, porque el que yo pudiera llevarte dentro quiere decir que alguien más podría volver a sacarte"), semejante apoteosis no deja de desentonar con el ejemplo que siempre dio.

Mucho más interesante es bajar a Debs de su posición de semi-dios y examinar su vida y su política como lo haríamos con cualquier otra persona de carne y hueso. Así, vemos a un hombre extraordinario cuyo inquebrantable compromiso con la democracia y el internacionalismo inspiró a millones, y que reconoció, después de participar en las grandes huelgas de finales del siglo XIX, que la lucha de clases es la condición previa para que sea posible un mundo más democrático.

De moderado a socialista

El final de la Guerra Civil en 1865 aceleró el giro de Estados Unidos hacia el capitalismo industrial. Los ferrocarriles ya viajaban por todo el país, estableciendo nuevas ciudades y fortunas de la noche a la mañana. Las corporaciones industriales, una invención reciente, acumularon una riqueza inmensa y mucho poder político.

Este nuevo sistema económico acabó con las relaciones sociales establecidas y forzó a la gente a instalarse en fábricas, molinos y minas, lugares peligrosos y frecuentemente letales donde los trabajadores perdían brazos y piernas y trabajaban, a menudo por primera vez, bajo la autoridad de un patrón. La economía crecía, solo para dejar de hacerlo de manera súbita, lo cual dejaba a millones de personas sin empleo y reducía los ingresos de muchos más. Pasar de un trabajo a otro era muy común, lo que reforzaba la sensación de que nada era permanente. Por ello, al otro lado del océano, Karl Marx llegó a observar que bajo el capitalismo, "todo lo sólido se derrite en el aire". Y, en efecto, mucho se estaba derritiendo.

Nacido el 5 de noviembre de 1855 de padres inmigrantes franceses en la entonces floreciente ciudad de Terre Haute, Indiana, Eugene Victor Debs no sufrió muchos de estos altibajos y vaivenes. Llevó una cómoda vida de clase media como hijo de prósperos tenderos. A los catorce años dejó la escuela para ir a trabajar en el ferrocarril, más por un deseo de vivir aventuras que por necesidad económica. Después de trabajar como raspador de pintura y luego como bombero de locomotoras, regresó a Terre Haute y, con la ayuda de su padre, consiguió trabajo como contable de un tendero mayorista.

El joven Debs no era radical. Guapo y ambicioso, entró con confianza en el mundo del sindicalismo convencional y la política del Partido Demócrata. Comenzó a editar la revista Brotherhood of Locomotive Firemen, donde abogó por la sobriedad y la ciudadanía honrada en lugar de la lucha de clases, y fue elegido secretario municipal (1879) y luego representante en el congreso de su estado, Indiana (1884). El ascenso de Debs a un cargo político no asustó a las élites locales, que veían a este futuro activista socialista como un portavoz responsable de un gobierno limpio y una reforma modesta: a favor de los trabajadores, sin duda, pero no como uno que fuera a traer ideas revolucionarias a su apacible ciudad.

En la misma época de su vida, Debs se casó con Kate Metzel, la hija de un conocido boticario de Terre Haute. Los historiadores han descrito de maneras muy divergentes a la esposa de Debs, con quien estuvo casado durante toda su vida. Nick Salvatore, uno de los biógrafos más competentes de Debs, describe a Kate como obsesionada por el estatus social y hostil a la política socialista. En unartículo reciente, Michelle Killion Morahn, miembro de la Fundación Debs, presenta a una Kate muy diferente: una cuyo origen familiar la predisponía al radicalismo, que era socialista por derecho propio y que dio forma al desarrollo intelectual de su marido. Ella era, en este relato, "la verdadera compañera de Gene".

Hay más consenso académico en torno a la relación de Debs con su hermano menor, Theodore. Al principio de su carrera, Gene comenzó a depender mucho de Theodore, como apoyo emocional y para toda clase de trabajos. "Cuando su hermano mayor estaba de viaje", escribe Salvatore, "era Theodore quien se ocupaba de la correspondencia, se encargaba de los libros de contabilidad y editaba el diario". Era el "alter ego" de Debs, alguien que "entendía que la carrera pública de su hermano dependía de la intensa dedicación y el apoyo emocional incondicional de su familia".

A finales de la década de 1880, Debs había comenzado a alejarse del sindicalismo de tendencia conservadora. Una huelga ferroviaria en 1888, que él mismo encabezaba, convenció a Debs de que una relación armoniosa con las grandes corporaciones era imposible sin el contrapeso del trabajo organizado. Debs también comenzó a criticar a sus compañeros artesanos, que dominaban el movimiento obrero. En lugar de atomizarse según los oficios de cada uno, los "federacionistas" como Debs insistieron en que los trabajadores -ya fueran maquinistas, bomberos, ingenieros o guardafrenos- se organizaran "como una piña", como dijo Debs en mayo de 1893. Ese mismo año, Debs cofundó elAmerican Railway Union (ARU), poniendo en práctica su visión de luchar contra el sindicalismo industrial.

Para muchos trabajadores, la visión de Debs tenía mucho sentido. ¿Cómo no iba a tenerlo, si las empresas ponían a los sindicalistas en sus listas negras y mandaban guardias de seguridad privados a intimidar a los huelguistas?

El país se agitó con el descontento de los trabajadores, produciendo una serie de sangrientas huelgas que se convirtieron en metonimias de "la cuestión obrera": las Grandes Huelgas de 1877, la Gran Huelga del Ferrocarril del Suroeste de 1886, la Huelga de Homestead de 1892 y, finalmente, la de Pullman de 1894, que fue la batalla que lanzó a Debs a la fama nacional y terminó por transformarlo en socialista. "Yo fui bautizado en el socialismo en medio del furor del conflicto",escribió Debs años más tarde. "En el destello de cada bayoneta y en el disparo de cada rifle se hizo manifiesta la lucha de clases".

Se creía que Pullman, Illinois, ubicado a las afueras de Chicago, era el modelo de las ciudades en que, supuestamente, la generosa empresa brindaba una vida limpia y decente a sus trabajadores, al tiempo que pretendía ganarse su lealtad. Terminó sin conseguir ninguna de las dos cosas. Cuando llegó una depresión económica en 1893, la Pullman's Palace Car Company recortó los salarios mientras se negaba a bajar los alquileres y las tarifas de los servicios públicos. Los trabajadores encargados de construir una lujosa flota coches cama abandonaron sus puestos el 11 de mayo de 1894.

Debs, al que todos conocían por haber encabezado una exitosa huelga la pasada primavera, denunció el "paternalismo de Pullman" en una asamblea sindical unos días más tarde. Para Debs, que creía con firmeza en la "libertad republicana", la noción de noblesse oblige era otro modo de referirse a la tiranía, un despotismo embellecido según el cual seguía habiendo amos y esclavos, pese a la aparente buena voluntad de los primeros.

En la misma asamblea, Debs presionó a los huelguistas para que incluyeran a los trabajadores negros. A décadas de sus propias luchas laborales, en que se sindicalizarían bajo el liderazgo de A. Philip Randolph, un famoso socialista y admirador de Debs, los trabajadores negros ganaban su pan como simples porteadores. Trabajando por propinas, servían a los pasajeros en un entorno lujoso con la cabeza agachada, el orgullo reprimido y tragándose cualquier palabra de protesta al ser llamados "George", el nombre general que denotaba su deber hacia George Pullman, el jefe de la compañía. Debs veía correctamente a los porteadores como compañeros que, como él, se resistían a los gerifaltes. Pero la mayoría en la asamblea no estuvo de acuerdo. La moción de Debs falló.

Sin embargo, aunque entorpecidas por la falta de solidaridad interracial, las circunstancias parecían favorables para los huelguistas. A finales de junio, cien mil trabajadores ferroviarios se declararon en huelga, y se paralizaron las regiones del Medio Oeste (e.g. Illinois), el Oeste (e.g. California) y el Sudoeste (e.g. Arizona). Los medios corporativos se encabritaron: decían que el líder sindical era un tirano; la "rebelión de Debs" era la anarquía en estado puro. Asimismo, las empresas ferroviarias no aceptaban ningún acuerdo. Se las ingeniaron para que se emitieran órdenes judiciales exigiendo el cese de las huelgas y aplaudieron a Grover Cleveland (el entonces presidente del país) cuando este ordenó el despliegue del ejército a Chicago. Ante el brazo fuerte del estado, los huelguistas se vieron obligados a retirarse.

El 17 de julio de 1894, Debs y otros agentes de la American Railway Union fueron detenidos, acusados ??de desoír una orden judicial. Debs pasó seis meses en una cárcel a ochenta kilómetros al noroeste de Chicago, donde recibió un tratamiento relativamente decente. Llegó a cenar con la familia del alguacil del condado, leía folletos y libros socialistas que le llegaban por correo (los del marxista alemán Karl Kautsky estaban entre sus favoritos) y recibió numerosas visitas (por ejemplo, Victor Berger, un socialista de Milwaukee que llegaría a ser uno de los mayores rivales de Debs dentro del partido, le llevó los tres volúmenes de El capital de Marx).

Este tiempo en prisión hizo crecer aún más la figura de Debs en la mente de los trabajadores estadounidenses. La huelga de Pullman había terminado con una derrota, sí. Pero Debs le había echado un pulso a George Pullman, el gran capitalista, y había ido a la cárcel a fin de resistirse a la opresión que este representaba. Cuando Debs salió libre en noviembre de 1895, cien mil personas se reunieron bajo una fuerte lluvia en la estación de trenes de Chicago paraescucharlo tronar: "Los saludo esta noche como amantes de la libertad y enemigos del despotismo".

Debs todavía no estaba preparado para pronunciar la palabra "s", de socialismo. Reconociendo la creciente influencia que ejercía, apoyó públicamente la candidatura presidencial con tintes populistas de William Jennings Bryan en 1896. Pero no quiso incorporarlo en el movimiento socialista.

Pero el 1 de enero de 1897, menos de dos meses después de la estrepitosa derrota de Bryan y de su propio cumpleaños número cuarenta y dos, Debs hizo un sonoro anuncio a los miembros de la American Railway Union: "La oposición entre socialismo y capitalismo es lo más importante. Estoy a favor del socialismo porque estoy a favor de la humanidad. La maldición del imperio del dinero debe tener los días contados".

El socialismo estadounidense, que seguía siendo apenas una fuerza incipiente, sin un partido de masas propio, ahora tenía uno de sus líderes, y uno que era conocido en todo el país.

El Partido Socialista de los Estados Unidos

El cambio de siglo fue una buena época para el movimiento socialista en ciernes. En Europa, el socialismo ya era un fenómeno de masas, con clubes organizados por y para la clase obrera, organizaciones educativas e instituciones culturales que conectaban a los trabajadores a fuertes sindicatos y partidos que parecían gozar de una popularidad cada vez más grande. Para la mayoría de los socialistas europeos, el primer objetivo era ganar el voto de los trabajadores, luego alcanzar mayorías parlamentarias netas y, finalmente, con el respaldo de una clase trabajadora unida, inaugurar una sociedad socialista.

El Partido Socialista de América (Socialist Party of America) -que se fundó en 1901 a partir de la fusión del Partido Socialdemócrata de América (Social Democratic Party of America), del que Debs era miembro, y el pequeño Partido Socialista Laborista (Socialist Labor Party)- tenía una tarea aparentemente más fácil. Aunque muchos trabajadores se vieron privados de sus derechos (especialmente los afroamericanos), los derechos de sufragio alcanzaban una proporción mucho mayor de la población en Estados Unidos que en Europa. Y el capitalismo, con sus ya evidentes subidas y caídas, parecía dirigirse al abismo. Muchos en el Partido Socialista pensaban que una "república cooperativa" estaba a uno o dos ciclos electorales, y Debs no fue la excepción.

"Hoy, visto desde cualquier punto de vista, incluida la del capitalista, las posibilidades que tiene el socialismo a futuro son luminosas, con una esperanza incomparable, segura de realización", escribió Debs en 1902. "Es la luz en el horizonte del destino humano, cuyas únicas limitaciones son las paredes del universo".

Debs se puso a trabajar para eliminar los últimos impedimentos. Siempre un agitador y organizador más que un teórico, Debs viajó por el país para compartir la buena nueva. Habló con gran elocuencia sobre el orden cooperativo que se avecinaba en los liceos y de la división insuperable entre trabajadores y capitalistas en los lugares de trabajo y lamentó el mundo tan poco cristiano creado por los capitalistas.

Un típico discurso de Debs pasaba de lo esperanzador a lo reprobatorio, de lo revolucionario a lo religioso. Su objetivo era mover a su público a la acción: una vez que se daban cuenta de que ya no tenían que vivir en la esclavitud del despotismo industrial, una vez que despertaban de su letargo inducido por el capitalismo y se incorporaban al Partido Socialista, la libertad, la verdadera libertad, y no la variante barata que prometía el capitalismo, iba a ser suya. "Debs nos habla con las manos, con el corazón, y todos entendimos todo lo que dijo", comentó un socialista polaco, al describir el atractivo del hombre. Otros echaron mano de comparaciones con lo divino. "Cuando Debs salga, pensarás que es Jesucristo", le dijo una mujer a otra antes de un discurso en Illinois.

Debs atraía a su público con un socialismo que tomaba en serio los ideales que la democracia estadounidense decía defender. Si bien el país había nacido, por así decir, con el ignominioso pecado original de la esclavitud, Debs insistía en que Estados Unidos aún podía hacer realidad los principios sobre los que se había fundado (la soberanía popular, la igualdad y la libertad republicana) si los trabajadores se enfrentaban a sus jefes en los lugares de trabajo y en las elecciones.

Las campañas presidenciales de Debs fueron su plataforma más grande. Habiéndose presentado en el año 1900 como candidato del Partido Socialdemócrata, volvió a lanzarse al ruedo en 1904 y 1908. El partido hizo todo lo posible para que su tercer intento lo llevara a la victoria. Recaudaron fondos para comprar un tren para la campaña, al que apodaron el Especial Rojo (Red Special). Desde el 31 de agosto hasta las elecciones de noviembre, la locomotora, que transportaba a Debs, una gran cantidad de oradores y personal de apoyo y una banda musical de quince miembros, hacía sonar su silbato en las paradas designadas, donde el candidato gritaba las maravillas del socialismo mientras los miembros del partido repartían propaganda a favor de su campaña. La banda, que era "excelente", según el Iowa City Citizen, un diario local, deleitaba a la multitud. Por la noche, Debs demostraba sus grandes capacidades como orador, dirigiéndose a grandes audiencias en salones de actos y auditorios.

La aparente unidad del partido durante las elecciones presidenciales no permitió que se vieran las profundas divisiones internas. Hubo feroces enfrentamientos ideológicos entre izquierda, centro y derecha, en los que hubo opiniones muy dispares sobre el sindicalismo, la estrategia electoral y la igualdad racial.

Debs era de la izquierda del partido, a mucha distancia del cauteloso reformismo de su juventud. En su opinión, los sindicatos deben ser militantes e industriales, dejando entrar a trabajadores de todas las razas y todos los oficios. Las campañas electorales debían servir para educar a los trabajadores para la lucha de clases, en lugar de impulsar reformas favorables a la clase media. Y los socialistas nunca debían vacilar en su compromiso antirracista, sin importar las consecuencias electorales a corto plazo.

Victor Berger, el líder de los socialistas de Milwaukee, creía que esto era una tontería ultraizquierdista. Berger, quien era un antiguo maestro de escuela de ascendencia austríaca que pertenecía al ala derecha del partido, había construido una impresionante organización local con estrechos vínculos con el movimiento sindical de Milwaukee. Los "socialistas de las alcantarillas" promocionaban un "gobierno limpio", provisión pública de servicios y una regulación prudente de la economía. La lucha de clases, esa fuerza impulsora del socialismo de Debs, no se encontraba en ninguna parte de su literatura de campaña. "Puedo decir por experiencia propia", se jactó Berger en 1906, "que los socialdemócratas de esta ciudad se han opuesto a casi todas las huelgas que se han declarado aquí". Otras personas de la derecha del partido hablaban con entusiasmo de los millonarios que apoyaban al partido, viendo en ellos ejemplos de moderación que podrían atraer a otros miembros reformistas de las clases media y alta.

Debs solía mantenerse al margen de las disputas entre partidos, prefiriendo las conferencias a las luchas entre facciones. Pero a nadie le cupo duda sobre sus posturas en cuestiones clave. En 1905, cofundó el Industrial Workers of the World(IWW), una alternativa radical a los "sindicatos, que dividen a los trabajadores y generan corrupción".

Si bien se alejó del IWW antes del final de la década, habiendo llegado a la conclusión de que el compromiso de esta organización con la acción directa no dejaba espacio para la acción política, Debs nunca cuestionó sus principios básicos. Cualquier esfuerzo en el ámbito de la política que no lograra transformar a la clase trabajadora en una fuerza de lucha -o que pusiera a las clases profesionales y ricas por encima de los trabajadores, los verdaderos agentes de la futura transformación social- era indigno del Partido Socialista. La nacionalización, por ejemplo, solo era deseable si daba a los trabajadores más control sobre la economía. De manera similar, un partido sin apoyos sólidos entre la clase obrera se volvería indistinguible del reformismo de la clase media, reacio a atacar las raíces de la tiranía y la opresión en la sociedad.

"El Partido Socialista es necesariamente un partido revolucionario", escribió Debs en 1902, "y su reivindicación básica es la propiedad colectiva de los medios de producción y de distribución y que la producción industrial sirva los intereses de todo el pueblo. Para ello, habrá que construir una democracia económica, que será la base de la verdadera república que está aún por construir".

La igualdad racial fue otra fuente de debate dentro del partido. Debs se negó a dirigirse a públicos racialmente segregados. Lamentó "que la bota blanca siga estando sobre el cuello negro", ya que era "una prueba de que el mundo sigue sin ser civilizado". Asimismo, como escribe Ira Kipnis en su libro sobre la historia del Partido Socialista (1952), Debs instó a los negros a "rechazar las falsas doctrinas de 'mansedumbre y humildad'" y a luchar por su igualdad a través del movimiento obrero y socialista. En 1915, cuando el estreno de la película El nacimiento de una nación (The Birth of a Nation) recibió grandes elogios de la crítica, Ida B. Wells aplaudió a Debs por denunciar el filme por su abominable racismo: "De todos los millones de hombres blancos en este país", le dijo a Debs, "usted es el único que conozco que ha tenido el valor de hablar en contra de esta diabólica producción con el desprecio que se merece". Al referirse a la huelga de Pullman, Debs llegó a decirle a su público que "uno de los factores que contribuyó a nuestra derrota" fue que el sindicato no había incorporado a los trabajadores negros. Se opuso enérgicamente a una resolución del partido de 1910, respaldada por Berger y que reflejaba la posición del movimiento obrero dominante, que pedía expulsar a los inmigrantes asiáticos del país.

Muchos de los compañeros de partido de Debs, particularmente aquellos de su lado más conservador, tenían opiniones terriblemente racistas. Berger, quien desdeñaba a los negros solo un poco menos que a los inmigrantes no blancos,insistió en 1902 en que "los negros y los mulatos constituyen una raza inferior". Un miembro anónimo del partido se quejó a Debs en una carta de 1903 de que "pondrá en peligro los mejores intereses del Partido Socialista si insiste en la igualdad política del negro".

La repuesta de Debs fue fulminante:

"El Partido Socialista dejaría de cumplir su misión histórica, violaría los principios fundamentales del socialismo, renegaría de su filosofía y repudiaría sus propias ideas esenciales si, por consideraciones de raza, buscara excluir a cualquier ser humano de la igualdad política y la libertad económica . . . Por supuesto, el negro no estará satisfecho con una 'igualdad parcial'. ¿Y por qué debería estarlo? ¿Lo estarías tú? Supongamos que cambiases de lugar con el negro durante un año. Que nos avises después qué piensas al respecto".

A pesar de estos explosivos debates, a finales de la década, Debs y el resto del partido podían presumir de que el suyo era un auténtico movimiento de masas. Trabajadores judíos de Nueva York, cerveceros alemanes de Milwaukee, agricultores blancos no propietarios de Oklahoma y madereros negros de Louisiana, todos llevaban su "tarjeta roja". Y con la enorme capacidad de Debs para arengar a sus bases, el partido obtuvo en las elecciones presidenciales de 1912 el número de sufragios más alto de su historia, unos 900.000, o el 6 por ciento del electorado.


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