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21.12.20

Eugene Debs creía en el socialismo porque creía en la democracia (Continuación)

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Por Shawn Gude (*)

El compromiso inquebrantable de Eugene Debs con la democracia y el internacionalismo nació de su odio a la tiranía del capitalismo industrial. Hoy hay que poner en práctica la visión de Debs, reconociendo que la lucha de clases es la condición previa para ganar un mundo más democrático.

Debs en tiempos de guerra

Eugene Debs cumplió 57 años el día de las elecciones de 1912. Tenía entradas en su cabello rubio desde hacía mucho tiempo, y sus muchos años de viajes habían hecho mella en su delgada figura. Tras cada periplo regresaba con mayor dificultad a su cama, donde convalecía durante semanas o meses, recibiendo los afectuosos cuidados de su hermano menor y su esposa.

Debs se encontró en un estado parecido cinco años más tarde, cuando se esforzaba por recuperarse de una intensa gira de mítines. Al mismo tiempo, camaradas suyos como Kate Richards O'Hare, la carismática oradora socialista de las praderas de Kansas (centro), fueron llevados a juicio ??por criticar la participación de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial.

Los socialistas estadounidenses se habían distinguido por su postura contra la guerra. Los partidos socialistas europeos, que tanto habían inspirado a Debs y a otros en el movimiento estadounidense, se habían inclinado ante sus respectivas clases dominantes, ya fuera por pragmatismo o por fervor nacionalista. Incluso los socialistas alemanes, ardientes enemigos de la autocracia prusiana, habían aceptado la guerra. Pero en los Estados Unidos, el estado de ánimo popular estaba en contra de la participación nacional, y los socialistas no dudaron en dar voz a este sentimiento antibélico. Cuando los socialistas propusieron una enmienda a la constitución de su partido que habría hecho que la votación a favor de la guerra o los créditos de guerra se castigara con la expulsión del partido, más del 90 por ciento de los miembros votaron a favor.

La oposición a la guerra no se redujo después de que Estados Unidos entrara en la contienda militar. Mientras destacados intelectuales socialistas como Upton Sinclair desertaron hacia el lado pro-participación, la gran mayoría de los funcionarios del partido, así como sus publicaciones oficiales y sus bases populares continuaron oponiéndose.

Y sufrieron por ello. El director general de correos Albert Burleson (un texano conservador con una sardónica sonrisa, que había segregado a los trabajadores del servicio postal por razas), eliminó los privilegios de envío de toda publicación que él consideraba nociva para el esfuerzo bélico. Decenas de publicaciones socialistas terminaron en su lista negra.

Al mismo tiempo, el gobierno intensificó su campaña de propaganda para influir en la opinión pública, y los "grupos patrióticos", típicamente dirigidos por empresarios, promovieron actos de violencia contra sectores antiguerra en todo el país. Según el historiador Ernest Freeberg, en Terre Haute, "miembros de uno de estos grupos atacaron tiendas de inmigrantes alemanes, dejaron al editor del periódico socialista local al borde de la muerte y lincharon a un inmigrante minero que no quiso comprar bonos de guerra". Aún así, los socialistas se negaron a ceder. En el verano de 1917, los delegados del partido se reunieron en St. Louispara escribir una resolución contra la guerra, que declaraba que "la clase trabajadora de los Estados Unidos no tiene motivo alguno de hacerle la guerra a la clase trabajadora de ningún otro país".

Mientras sus compañeros socialistas preparaban esta "Proclamación de St. Louis", Debs se encontraba en Boulder, Colorado, en un sanatorio a cargo de cristianos conocidos como los adventistas del séptimo día. Debs pretendía recuperar el vigor perdido. Los médicos le habían dicho que estaba arriesgando su vida con tanto trabajo. Y por tanto, en 1916, Debs se limitó a presentarse a las elecciones para un escaño por Indiana (centro) en la cámara baja del congreso nacional. No se presentó ese año al cargo de presidente, como solía hacer cada cuatro años. En el verano de 1917, tomó unas largas vacaciones, primero a Minnesota y luego Colorado. Esperaba que "el aire fresco, el agua fría, los masajes diarios y el ejercicio", junto con una dieta vegetariana y sin alcohol, alargaran su vida. Según Freeberg, "después de décadas en la primera línea de la lucha social, Debs se hallaba extrañamente alejado de estos conflictos, aislado por la rutina diaria de su idilio montañoso".

No iba a durar. Después de terminar su convalecencia en Terre Haute, Debs regresó al circuito de conferencias el mes de mayo siguiente, encendido con el entusiasmo de una nueva empresa de carácter moral. "No puedo ser libre", insistió a un organizador del Partido Socialista, "mientras mis camaradas y compañeros de trabajo están encarcelados por hablar públicamente contra esta guerra".

El 16 de junio de 1918 viajó a Canton, Ohio, para pronunciar un discurso en una reunión del Partido Socialista. Iba a ser una de las mayores oraciones de la historia de Estados Unidos. Conocido hoy como "El discurso de Canton", esta larga intervención dirigida a las 1200 personas allí reunidas saltó de un tema a otro: la persecución de los socialistas alemanes bajo el káiser, la política revolucionaria de Jesucristo, la promesa de la Revolución rusa y el papel del sindicalismo industrial en la política socialista. Y todo giraba en torno a un punto central: que los trabajadores de todos los países debían unirse contra sus despóticos opresores.

Al leer el discurso hoy, es sorprendente lo poco que Debs se pronunció contra el esfuerzo bélico en sí. En ninguna parte llamó a los trabajadores a protestar contra el servicio militar obligatorio o a los soldados a abandonar sus filas. Se limitó a insistir, mediante sus típicas exhortaciones, en que hombres y mujeres comunes y corrientes deben llevar la bandera socialista "a fin de destruir todas las instituciones capitalistas esclavizantes y degradantes" y en lugar de permitirse ser "carne de cañón" para una autocracia política y la economía. Las autoridades federales lo arrestaron al mes siguiente.

En el juicio de Debs, que tuvo lugar en Cleveland, el equipo legal del gobierno se propuso tacharlo de enloquecido radical, un peligroso insurrecto que impedía que Estados Unidos llevara a cabo su política militar sin estorbos. La defensa de Debs fue simple: la Ley de Espionaje (Espionage Act) era inconstitucional y una afrenta a una sociedad libre y democrática. Pero el jurado -"todos cuyos miembros pertenecían a la clase media local" y no a su "clase trabajadora creciente, activa y étnicamente diversa"- no se dejó influir, ni siquiera por la declaración final del acusado.

"Hace años", comenzó Debs, "reconocí mi parentesco con todos los seres vivos y decidí que no era ni un poco mejor que el más malo de la tierra. Dije entonces, y digo ahora, que mientras hay una clase baja, yo estoy en ella, y mientras hay un elemento criminal en la sociedad, yo pertenezco a él, y mientras hay un alma en prisión, no soy libre".

Debs lamentó el control que ejercía el vil metal sobre el mundo y manifestó su oposición a "un orden social en el que es posible que un hombre que no hace absolutamente nada útil acabe con una fortuna de cientos de millones de dólares, mientras que los millones de hombres y mujeres que trabajan todos los días de su vida a duras penas alcanzan a tener una vida miserable". Vaticinó con confianza la llegada de la república socialista. Y acto seguido, se convirtió en el recluso número 9653.

Debs fue encarcelado en un centro penitenciario federal de la ciudad de Atlanta (sudeste), desde donde lanzaría su legendaria candidatura presidencial de 1920. La campaña fue, en muchos sentidos, el final de una gran carrera política. Habiéndosele permitido redactar mensajes semanales a sus seguidores, Debs volvió a animar a los trabajadores a rechazar las perfidias de ambos partidos principales y a votar por el movimiento que acabaría con las iniquidades del capitalismo. El Partido Socialista, por su parte, insistió en que un voto por Debs era un voto por las libertades civiles. El día de las elecciones, casi un millón de personas dieron su voto al socialista encarcelado, en la que sería la quinta y última ocasión en que este se postularía al cargo de presidente.

Debs fue bien tratado por los guardias de la prisión, pero aún así vio su entorno como una brutal consecuencia del capitalismo. Se negó a mirar por encima del hombro al resto de reclusos, insistiendo en que los verdaderos culpables eran las condiciones sociales que habían producido su miseria y los habían empujado a la delincuencia.

Tras su puesta en libertad, Debs llegaría a comparar las relaciones de dominación que se suelen dar en las cárceles entre celadores y presos a las de un puesto de trabajo:

Fuera de los muros de la prisión, el esclavo asalariado suplica a su amo para que este le brinde un empleo; y dentro de la prisión se encoge ante la porra del guardia. Todo ello despoja al ser humano de todos los atributos que deberían hacerlo soberano sobre su vida y de todas las cualidades que lo dignifican.

Los demás presos querían mucho a Debs. Él les daba muchos de los regalos (flores, pasteles, cajas de frutas) que le llegaban de sus simpatizantes, con la excepción del "pijama de seda rojo" que le había enviado un sindicato, con el que Debs prefirió quedarse. Debs les ayudaba a escribir cartas, les ofreció consejos sobre sus casos legales y sus problemas personales.

Cuando las autoridades liberaron a Debs el día de Navidad de 1921, los otros encarcelados, a los que se les permitió salir de sus celdas para ver a su compañero caminar en libertad, se reunieron para darle un último adiós. Mientras Debscaminaba por la acera del exterior, con su sombrero y bastón en mano, vestido con un traje negro y una chaqueta de invierno, notablemente más demacrado que cuando había entrado, los prisioneros gritaron a voz en cuello.

Una política debsiana hoy

Eugene Debs murió el 26 de octubre de 1926. Su salud nunca se recuperó por completo de su tiempo tras las rejas. Su partido se hallaba en ruinas, habiendo sido víctima de la lucha entre facciones que siguió a la Revolución rusa. Le preocupaba que el trabajo de su vida hubiera sido en vano. Pero nunca vaciló en su creencia de que las jerarquías de la sociedad capitalista eran un impedimento social y moral para la vida humana.

En Walls and Bars, su primer y único libro, que se publicó póstumamente en 1927, Debs hizo una comparación histórica:

El capitalista de nuestros días, que es el sucesor social, económico y político del señor feudal de la Edad Media o del amo patricio del mundo antiguo mantiene a la gran masa de la gente en la servidumbre, pero no lo hace en tanto que dueño legal de los de abajo, ni habiendo monopolizado la posesión de la tierra. En efecto, el capitalista mantiene a la masa en la servidumbre en virtud del hecho de que tiene pleno control sobre la industria, las herramientas y la maquinaria con que se trabaja y se produce la riqueza. En una palabra, el capitalista posee las herramientas y los trabajos de los trabajadores, de manera que estos dependen económicamente del capitalista.

La gran masa de personas vive en cautiverio. Dependen económicamente de otros. Debs había sido un hombre que había observado no solo los horrores del capitalismo (pobreza, desigualdad, racismo) sino que estudió este sistema económico con gran atención y vio que se basaba en una clara falta de libertad. El capitalismo era un sistema injusto porque se fundaba en la autocracia más que en la democracia industrial. El objetivo histórico del movimiento socialista era hacer realidad la "república de la clase trabajadora".

Sigue sin ser una realidad, por supuesto. Pero al pensar en la relevancia que puede tener Debs hoy en día, es útil comenzar por decir lo siguiente: la democracia, definida como el impulso por reemplazar unas jerarquías sinsentido con algo que se aproxima a la igualdad de poder, debe ser nuestra meta, y toda reforma debe juzgarse en función de si debilita el poder de quienes lo ejercen injustamente. ¿Están ganando poder los barrios que sufren una vigilancia desmedida por parte de la policía? ¿Están los trabajadores ganando poder a expensas de las empresas de combustibles fósiles? ¿Los que viven de alquiler y las mujeres están ganando poder a expensas de los rentistas y los cónyuges abusivos? El dueño de empresa que le da un aumento a un trabajador hace un gesto bonito. Pero lo que es mejor, y cualitativamente diferente, es un grupo de trabajadores que forman un sindicato para poder exigirle cuentas a su jefe, o un gobierno pro-trabajador que invierte en un vecindario olvidado durante mucho tiempo para que no tenga que postrarse ante un buitre capitalista.

Basado en su experiencia en el movimiento obrero, Debs sabía que los trabajadores albergaban un inmenso poder sin explotar, a pesar de su condición de subordinados. La clase media podría actuar como aliada en la lucha (como números extra para engrosar las filas), pero los trabajadores tendrían que ser el núcleo del combate. El siglo pasado ha confirmado lo que Debs entendió instintivamente al arengar a sus compañeros en los ferrocarriles y en los campamentos mineros: a saber, solo los trabajadores, organizados en partidos y sindicatos, tienen los medios estructurales para plantarle cara a los plutócratas. Las luchas democráticas, incluso aquellas que se dan fuera del lugar de trabajo, como los esfuerzos por reducir el poder policial, son más potentes cuando los trabajadores muestran sus músculos e interrumpen la economía o unen sus recursos para organizarse independientemente de los ricos.

Debs estaba seguro de que el Partido Socialista era el único hogar político de los trabajadores. Ni los partidos laboristas daba la talla, según él. El panorama político actual, dominado por un Partido Demócrata hostil a las reformas socialdemócratas y un Partido Republicano que celebra un poder corporativo sin trabas, deja mucho espacio para el debate sobre la mejor manera de avanzar electoralmente. Pero lo que es más importante que la forma que adopte la actividad electoral -por ejemplo, en la forma de una campaña local más izquierdista o una candidatura insurgente en el Partido Demócrata- es el carácter de las campañas: ¿El candidato se dedica a fomentar la autoorganización de la clase trabajadora, no simplemente a aprobar reformas desde arriba? ¿Es autónomo en materia económica de la clase empresarial? ¿Quiere atacar el poder corporativo?

Luego estaba el internacionalismo de Debs. Si la democracia era el objetivo, y si la clase trabajadora el principal agente de cambio, no tenía sentido detenerse en una frontera internacional. Los socialistas de todo el mundo luchaban por lo mismo: "la república universal: la cooperación armoniosa de cada nación con todas las demás naciones de la Tierra". Sin embargo, solo los trabajadores tenían interés en que se hiciera realidad este orden: si se les dejaba a su suerte, las clases dominantes de los diversos países harían la guerra entre sí y los capitalistas buscarían la mano de obra más susceptible de ser explotada. Las jerarquías globales, al igual que los problemas más íntimos provocados por la economía, deben deshacerse.

La "república universal" no está en el horizonte. Quienes vivimos en los Estados Unidos podemos luchar para recortar el presupuesto militar y reducir la sombra del imperialismo estadounidense, dando así a los trabajadores y movimientos populares en otros países el espacio para librar sus propias batallas democráticas, libres de la bota estadounidense. Podemos impulsar la eliminación de la deuda y la transferencia de tecnología y recursos a los países del Sur. Pero en "el vientre de la bestia", como solía decir la izquierda radical, esto no será tarea fácil.

Y he aquí la última lección de Debs: las luchas democráticas no son siempre populares.

La agenda de la izquierda socialista parece tener más atractivo popular hoy que en el pasado. Una mayoría social apoya una sanidad pública universal (Medicare For All). El Green New Deal tiene mucho apoyo también. Pero el ejército de Estados Unidos, que genera tanta desigualdad a nivel mundial, es la institución mejor considerada del país. Las prisiones y la policía aún se consideran legítimas. Y el control de los trabajadores sobre los medios de producción no es una posición que represente a una mayoría de la población.

¿Entonces qué hacemos? ¿Deberíamos los socialistas abandonar los elementos menos populares de nuestra plataforma, habiendo llegado a la conclusión de que la gente se ha pronunciado y que estamos condenados a la marginalidad política si nos empeñamos en defender cosas tales como la efectiva eliminación de las fronteras internacionales, la supresión de las cárceles o el mismo socialismo?

La respuesta de Debs sería un no categórico. "[Lo que se diga aquí con respecto a la abolición de las cárceles", escribió Debs en Walls and Bars, "será recibido con incredulidad, si no con burla, y . . . la teoría y la propuesta que presento se considerarán ilusas, poco prácticas e imposibles. Sin embargo, confío plenamente de que llegará el momento . . . en que el hombre se creerá incapaz de enjaular a su hermano como a un bruto, de contratar a otro bruto para que vigile a su hermano día y noche, de alimentar a su hermano como a un bruto, de tratarlo como si fuera un bruto y de reducirlo al nivel de tal".

Debs se sentía a gusto en el papel de lobo solitario. Era un disidente nato. Reconoció durante su campaña para la presidencia que en realidad no ambicionaba sentarse en la Oficina Oval. Sin embargo, nunca permitió que sus opiniones a veces impopulares lo obligaran a ocupar un espacio marginal. Su natural optimismo, su fe en la clase trabajadora y su profunda convicción de que la política socialista tenía que ser una política de masas le permitieron albergar la esperanza de que las opiniones fueran cambiando y de que los trabajadores cerrasen filas y los amos del mundo fueran derrocados.

El modo en que Debs pensaba en la llamada "cuestión de la popularidad" se distingue del de uno de sus herederos ideológicos, Bernie Sanders. Después de languidecer en la oscuridad de un partido menor durante la década de 1970, Sanders renunció a los puntos más radicales de su plataforma (incluida la socialización de la economía) y ganó su cargo político proponiéndose la implementación de políticas cuya puesta en práctica se veía entorpecida no por su falta de popularidad entre las clases bajas, sino porque el orden plutocrático se oponía a ellas. A menudo, su objetivo ha consistido menos en contradecir la opinión mayoritaria (aunque también lo ha hecho mucho) que en presionar para que el sentimiento público quede reflejado en las políticas públicas. Las reformas socialdemócratas que gozan de gran popularidad, como la de imponer mayores tasas fiscales a los ricos o las de financiar programas públicos o impulsar el poder de los trabajadores constituyen la base de su mensaje político.

Podemos pensar en estos como los dos polos de la política socialista democrática. Ambas estrategias -el minoritarismo de Debs y el mayoritarismo de Sanders- se toparán con escollos. Tal vez bajo la inspiración de su héroe John Brown, Debs a menudo parecía disfrutar de la claridad moral que le daba su posición de opositor. Por su parte, Sanders, deseoso de hacer crecer las filas socialistas y progresistas lo más posible, gusta mucho más de enfrentarse a Jeff Bezos que de hablar de reducir los presupuestos de los departamentos de la policía. Una política socialista eficaz tiene que hallar un justo medio entre estos dos impulsos. Tiene que evitar tanto el extremo de la marginación satisfecha como el abandono de sus principios con el fin de resultar más atractivo a ciertos sectores del electorado.

Pero para cualquiera que dude de la actual relevancia de Debs o que ponga en duda la capacidad de Debs de hablarle al mundo del siglo XXI sobre la desigualdad masiva y el gobierno autocrático, solo tiene que pensar en sus penetrantes comentarios sobre un orden social que confundía la libertad de los propietarios con la libertad de todos, pero que también contenía la semilla de un mundo diferente, despojado de tiranos de toda calaña.

Porque leer a Debs es recordar lo que significa ser socialista en primer lugar, creer en la democracia para todos:

Si el socialismo, el socialismo revolucionario internacional, no se mantiene firme, resuelto e intransigente a favor de la clase trabajadora y de las masas explotadas y oprimidas de todos los países, entonces no representará a nadie y su reivindicación será una falsa pretensión y su profesión un espejismo y un engaño.

 

(*) Shawn Gude es editor asociado de Jacobin.

Fuente: https://jacobinmag.com/2020/09/eugene-debs-democracy-antiwar-canton

Traducción: Paul Fitzgibbon Cella


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