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31.8.20

Comunismo, democracia y hegemonía

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Por Esteban Valenti (*)

Puedo parecer o, directamente debo ser un demente si en medio de esta pandemia, cuando se cruzan cañonazos del mayor calibre sobre como saldremos de esta crisis global y se incluye por primera vez en muchas décadas las preguntas sobre el futuro del capitalismo, introducir en el debate nada menos que la democracia, el comunismo y la hegemonía. En realidad es un tema que siempre ha estado presente.

Y lo más posible es que sean temas abstrusos y fuera de moda, pero me importa bien poco. Aprovecho el tiempo.

El fondo, la base de todo es que nunca aceptamos - los comunistas y sus alrededores - es que se podía congeniar a Lenin con Rosa Luxemburgo, que la dictadura del proletariado era el punto de partida del socialismo y el de arribo al comunismo, que Gramsci y la 3era Internacional eran compatibles, o al menos podían conjugarse de la misma manera. Ni siquiera la estrepitosa caída del "socialismo real" nos impusieron un análisis riguroso y auténtico. Le seguimos dando vuelta a la noria de una dialéctica para explicar lo inexplicable.

Un ejemplo abrumador fue al principio de la propia revolución rusa, cuando el fracaso de la política económica combinada con una represión feroz, hizo emerger la Nueva Política Económica en el año 1924 (la NEP) una especie de trinchera contra tantos fracasos y donde nunca surgió que la base para poder aplicar ese cambio hacía falta otra realidad social, cultural, ideológica y sobre todo era imprescindible la DEMOCRACIA. Imposible con Stalin y también con la dictadura del  proletariado.

Aunque hagamos lo posible por evitarlo la democracia, el comunismo, la hegemonía son temas que se cruzan siempre y en forma recurrente en particular en la obra de Antonio Gramsci en su tensión entre su visión superestructural, en su papel de teórico de la sociedad civil mucho más que en el análisis de la estructura económica y política como el elemento absoluto y determinante de toda la historia.

Voy a elegir solo algunas frases de Rosa Luxemburgo sobre la democracia, confrontadas con la teoría y sobre todo la práctica de la dictadura del proletariado que son demoledoras y lo son la base sobre la que el "socialismo real" se derrumbaría, muchas décadas después.

"Sin elecciones generales, sin libertad de prensa, sin libertad de expresión y reunión, sin la lucha libre de opiniones, la vida en todas las instituciones públicas se extingue, se convierte en una caricatura de sí misma en la que sólo queda la burocracia como elemento activo"

"Quien desee el fortalecimiento de la democracia, debe también desear el fortalecimiento, y no el debilitamiento, del movimiento socialista. Quien renuncia a la lucha por el socialismo, renuncia también a la movilización obrera y a la democracia"

"La Democracia es la base esencial para la construcción de un sistema Socialista de Producción" 

"La libertad reservada sólo a los partidarios del gobierno, sólo a los miembros del partido -por numerosos que ellos sean- no es libertad. La libertad es siempre únicamente libertad para el que piensa de modo distinto. No es por fanatismo de 'justicia', sino porque todo lo que pueda haber de instructivo, saludable y purificador en la libertad política depende de ella, y pierde toda eficacia cuando la 'libertad' se vuelve un privilegio." 

¿Cuánto hace que venimos evitando, sorteando estas contradicciones insuperables dentro del socialismo y el comunismo en relación a la democracia? Y lo pagamos carísimo.

Por su parte desde el inicio de su obra teórica y en su definición del carácter de la sociedad civil se ha tratado con mucha fuerza de consolidar una distancia importante entre Antonio Gramsci y el pensamiento teórico y político de Carlos Marx. Es una tendencia antigua que se remonta a sus primeros adversarios, como Franco Momigliano y Leo Valiani, que motivó una fuerte reacción del líder comunista Palmiro Togliatti.

Por su parte Norberto Bobbio en 1967 llevó la polémica y la interpretación del papel de la sociedad civil, al nivel de una interpretación básica de la lectura de "Cuadernos de la cárcel" para demostrar la distancia entre la política cultural de los comunistas o para argumentar exactamente lo contrario, una distancia nunca superada con la democracia.

Estamos hablando no de un teórico encerrado en su jaula privilegiada, sino de un luchador que murió en la cárcel y que pudo escribir sus Cuadernos, porque no estaba sujeto a la "vigilancia" de la Internacional Comunista y a la conjura de la ortodoxia de esos tiempos. Jamás podría haberlo escrito sin ser excomulgado.  Qué ironía.

¿Por qué meterme en estos temas? Ahora. Cuando en Uruguay hemos vivido una larga y dura experiencia política e ideológica, que a veces no nos animamos a aceptar críticamente en su plenitud sobre esa tensión seria y profunda con la democracia, que la superamos o tratamos de hacerlo en base a la dura escuela de la dictadura. Aunque no nos guste, la evadimos, pero no podemos esconder que nuestra visión de la democracia cambió de manera radical luego de la salida de la dictadura. Y no siempre aceptamos las bases de ese cambio y no todos lo aceptan en la actualidad y de la misma manera. La visión sobre regímenes autoproclamados de izquierda, que practican ferozmente la violación de los derechos humanos y el aplastamiento de las libertades básicas y apelan a una gran batería de argumentos supuestamente teóricos para justificar el abuso del poder por encima de todo.  

La declaración de Jaime Pérez de que no aceptaba ningún tipo de dictadura desató la explosión destructiva del PCU porque realmente nunca aceptamos hasta las últimas consecuencias una visión crítica sobre la base del marxismo-leninismo. En la teoría y en la práctica, la dictadura del proletariado, hoy en día más silenciosamente, pero sigue vigente en muchos partidos comunistas, incluyendo el de Uruguay, en países como Cuba, China, VietNam, el concepto del partido único como la clave de todo el andamiaje ideológico y político. Es decir, la dictadura de la burocracia.

No alcanza con señalar con dureza a los dictadores, a los torturadores, a los milicos uruguayos asesinos y desaparecedores, para de esa manera construir automáticamente nuestra adhesión de acero y sin fisuras a la democracia. Suena bien, pero es parcial y le falta un componente fundamental, precisamente el análisis de la superestructura y el análisis crítico de los errores cometidos y lo que es mucho peor, los huecos que dejamos por el camino de la democracia, la libertad recortada, las ilusiones militaristas y nacionalistas. Las tuvimos y no alcanza con hacernos los desentendidos y cubrirlo todo con la heroísmo de muchos cientos de luchadores. No funciona el sistema de la compensación. Los comunicados 4 y 7, el coqueteo con los golpistas peruanos y peor para algunos, con los resbalones con Videla, Viola y los golpistas argentinos por parte de dirigentes socialistas uruguayos y en la actualidad con los regímenes de Venezuela y Nicaragua por parte de algunas izquierdas y otras que se callan. No son un resbalón, son la caída en un pozo antidemocrático muy hondo y por lo tanto la negación del socialismo.

No estamos definiendo la "verdad" histórica - que ya sería un factor fundamental - sino nada menos que una posición fundamental sobre la democracia,  por la izquierda y también desde la derecha. En definitiva hablamos nada menos que del posible suicidio de la revolución y de la esencia de la izquierda.

Norberto Bobbio en 1967 apoyaba su investigación en Hegel y el concepto de sociedad civil. Y ciertamente extrajo elementos importantes del estudio de los "Cuadernos de la cárcel" que, en una década, lo llevarían a profundizar en las "grandes dicotomías" del pensamiento contemporáneo y construir los fundamentos de una "teoría general de la política" (La gran dicotomía, 1974).

Pensar, escribir, buscar sobre estos temas en estos tiempos, atenazados por el virus, por los cambios en la naturaleza y por la emergencia de la crisis cada día más evidente del futuro del sistema mercantil dominante en todo el planeta, suena realmente a un desvió, a perderse en el laberinto de la lucha ideológica. Lo admito puede sonar a desvarío fuera de tiempo. No me importa, estoy harto, cansado de sepultarme siempre en la pobreza más ramplona de ideas supuestamente revolucionarias y replegarse en una canaleta de pocos centímetros para defender las debilidades de las convicciones democráticas. Nada menos que hablando de la democracia y regalando ese concepto en permanente evolución a nuestros adversarios. Y de la manera más pobre y miserable porque la derecha chapotea en esos conceptos sin ningún remordimiento.

No hay que nadar muy profundo para encontrar la interpretación de Gramscique la política moderna y el realismo y la exigencia de introducirse a fondo en el concepto de una sociedad racional, es decir una sociedad civil que superaba a la sociedad racional, invirtiendo el orden de los factores y asignando a la superestructuras la formación de la historia y el concepto hegeliano a la manera de Marx, como un sistema de necesidades y no una estructura económica sino como un entramado de ideologías e instituciones.

El concepto de hegemonía no solo se derivó del horizonte moderno de la dicotomía entre sociedad civil y estado, sino que este principio (cuyos orígenes se han situado en 1926) y estaba claramente separado de la lección de Lenin y la revolución soviética, convirtiéndose en un caso de una mera "dirección política" y en otro caso de una "dirección cultural" más amplia.

Fue el nudo que surgió de la crisis orgánica de su tiempo, de la división catastrófica entre representantes y representados, de la desintegración - política y, antes de eso, teórica - del sujeto moderno. A partir del propio Marx, surgió la tarea de concebir el tema ya no como un hecho sino como resultado de combinaciones históricas, entre esferas nacionales e internacional, entre los intelectuales y las masas. La cuestión de la constitución del sujeto político en la crisis moderna se convirtió, más allá de la dicotomía entre estructura y superestructuras, en el germen de la forma más madura de la teoría de la hegemonía. Y afectó a todas las formas de subjetividad, no solo a las voluntades colectivas y los partidos, sino también al estado político, del cual ofreció un "concepto ampliado", para reducir la distinción entre sociedad civil y estado a una "metódica".

Gramsci se dio cuenta pronto (al menos en las tres series de Apuntes de filosofía) de la importancia filosófica del problema, que implicaba no solo a Hobbes sino también a Descartes, hasta los principios trascendentales de Kant y que aparecen transfigurados pero preservados en la doctrina de Benedetto Crocce de las categorías y en la forma en que Marx y el marxismo habían asignado la subjetividad a la estructura objetiva de la economía y las clases. Como Gramsci explicó claramente en el Cuaderno 11, ilustrando la génesis de la hegemonía, "el hombre de masas activo" (o el "trabajador promedio") "tiene dos conciencias teóricas contradictorias", y sin la constitución de una subjetividad política sigue siendo prisionero de la fase "económica-corporativa", de una cosmovisión "que ha heredado del pasado y ha recibido sin criticarla". La crisis del tema y la tarea de su constitución, por lo tanto, se convirtió en el centro de toda reflexión sobre la política moderna y su crisis.

Bobbio centró el concepto de hegemonía en Gramsci en  1926 y limitó su significado en Lenin al concepto de "dirección política". Aquí también, nuestro conocimiento se ha ampliado considerablemente. Por un lado, sabemos que el concepto de hegemonía es más antiguo en Gramsci, desde su primer uso en relación con acontecimientos geopolíticos hasta su utilización sistemática, después de 1923, en la lucha contra Bordiga y en la propuesta política del gobierno de los trabajadores y campesinos. Por otro lado conocemos mejor la centralidad del concepto de hegemonía en el debate soviético hasta el año 1929, en estrecha relación con la NEP y, después de 1924, en la disputa contra Trotski.

Además, la investigación histórica tiende a conectar cada vez más el uso que se hace del concepto de la hegemonía entre los siglos XIX y XX en Rusia e Italia con la compleja historia del concepto, que nació en la Grecia clásica (de Heródoto a Tucídides, de Platón a los estoicos) y también en el siglo XIX alemán (Ranke, Droysen) e italiano (Cesare Balbo, Gioberti): lo que indica que ha sido un principio consolidado del realismo político europeo, destinado a resurgir de maneras diversas en la época de Gramsci, para conformar la metodología moderna de las relaciones internacionales o para convertirse en una categoría integral de la economía mundial contemporánea, como en la obra de Wallerstein. El concepto de hegemonía, por lo tanto, tiene una historia que va más allá de Gramsci y dentro de la cual Gramsci puede ser entendido como un punto muy alto de elaboración y desarrollo.

De hecho, podemos decir que el gran problema de la democracia moderna, el riesgo, que se ha hecho actual en toda Europa, de su crisis y declive con la fragmentación  corporativa de intereses, llegó a representar el foco de esta reflexión, que también por esa razón sigue viva.

Después de cincuenta años de estudios ya no se podía repetir esa visión de la relación Gramsci-Marx que fue la base de la propuesta de Bobbio. La investigación detallada reconstruyó la presencia de Marx en los escritos juveniles de Gramsci, la importancia de los períodos que pasó en Moscú y Viena (donde también pudo leer pasajes de La Ideología Alemana de Marx y sobre los textos que intervinieron de manera decisiva en la formación del concepto de hegemonía.

Hoy, repetimos, no se puede sostener la tesis de un Gramsci que "reemplaza" a Marx por Hegel, que teoriza la sociedad civil y la función de las superestructuras más allá de los límites del marxismo teórico. Por el contrario, toda la teoría de la hegemonía se basa en una meditación original sobre la obra de Marx, como se puede ver, de manera clara, en el uso que Gramsci hizo del Prefacio de 1859.

"Ya no se trata de Marx, sino de Hegel, y más allá de Hegel, del idealismo moderno. En realidad (y frente a ambas representaciones de la política moderna) el pensamiento de Gramsci se orientó en una dirección diferente. Para Gramsci no se trataba de elegir uno u otro lado de la dicotomía, sino de explicar la formación de las voluntades colectivas ("cómo se forman las voluntades colectivas permanentes") y, en general, del sujeto político (el "Príncipe moderno", el partido) desde el terreno constitutivo de la estructura. Este fue, para él, el gran problema de la política moderna, que Marx no había resuelto y que Lenin tuvo el mérito de formular (sin ser capaz de resolverlo)"MarcelloMustè.

Si partimos desde un tiempo  mucho más cercano ¿alguien puede creer seriamente que la Perestroika y la Glasnost, iniciadas en la URSS en 1985 y que se derrumbó en solo seis años después, en 1991, podían sobrevivir sin el pleno funcionamiento de la democracia? Fue una vana ilusión a la que nos abrazamos los comunistas con desesperación y rodamos cuesta abajo con desolación. Nunca fuimos al fondo, a las causas del estancamiento económico, social, cultural porque nunca superamos el bloqueo ideológico, la necesidad de cambios radicales que partieran de nuestra entrega de la democracia, es decir de la renuncia a la participación de los obreros, los trabajadores, los intelectuales, los educadores, los investigadores y también sectores fundamentales de emprendedores, de cooperativistas en la gestión de las cosas públicas del Estado. Y todo se nos vino encima, no por la democracia - como hay muchos que lo creen y no se animan a decirlo, a confesarlo - sino precisamente por lo contrario, por no practicar la esencia de la democracia, ampliarla y profundizarla.

La lucha contra el revisionismo, santo y seña del marxismo leninismo fue la tumba de toda capacidad crítica del manejo adecuado del sujeto político en la batalla por la hegemonía ideal y  cultural del socialismo, o de como queramos llamarla en el camino a una forma nueva de producción socialmente sustentable y más justa, apoyada no en la capacidad de mando histórico sino en el protagonismo democrático del pueblo, del ciudadano.

Como ni siquiera hemos rozado esos temas, es que estamos tan lejos de reconstruir un pensamiento socialismo de verdad, auténtico, revolucionario y no pervertido por el poder y nada más que por el poder.

Toda esta reflexión, tiene directa relación no solo con la justicia en el análisis de Gramsci y Luxemburgoy su visión de Marx y de Lenin y mucho más con la imperiosa obligación de que la democracia requiere para la izquierda no de una entrega forzada, por el contrario, una base teórica muy sólida para disputar la batalla ideológica con el liberalismo y con la ideología del capitalismo. Nuestro compromiso con la democracia nunca será suficiente y no podemos asumirla a pedido de nuestros adversarios, sino por el contrario, sobre una sólida base ideológica, teórica y política propia.

Lo confieso, no sé si tendré fuerza, ni ganas para insistir sobre este tema en una izquierda a la que ni siquiera la rozan estas preguntas. Siempre podrá seguir persiguiendo la zanahoria de las próximas elecciones y otros fracasos y en todo caso echarle la culpa a los que osen penetrar en estos oscuros caminos de la duda o peor aún, de ciertas certezas.

En definitiva, una vez más que está primero, una nueva gallina bibliaca omnipotente sobre la formas de producción, de propiedad o el huevo sobre el papel de los seres humanos en la democracia y en el ejercicio de la libertad. Obviamente también de la libertad de la necesidad.

(*) Periodista, escritor, director de UYPRESS y BITACORA. Uruguay


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