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27.7.20

Novela histórica, olvido y relectura, sabiduría

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Por Gonzalo Torné (*)

A veces uno tiene la impresión de que existen ciertas 'verdades' sobre la vida y el mundo que se repiten de un libro a otro, una reiteración que no se parece tanto a un diálogo como a la manifestación de una sabiduría propia, la literaria.

Novela histórica. La manera como suele medirse si una ficción pertenece o no a "la novela histórica" es, por decirlo sin énfasis, bastante insatisfactoria. Llamamos así a cualquier ficción que transcurre en un periodo algo anterior al nacimiento del escritor. La superficialidad de este criterio se constata cuando, leyendo a Tolstoi o a George Eliot (no digamos ya a Rousseau o a Defoe), nos vemos obligados a contrastar la fecha de nacimiento del novelista con la década donde sucedieron los acontecimientos para determinar si aquello que leemos es "novela histórica". ¿Cómo tomarse en serio un criterio que pasa inadvertido durante la lectura? Imagino que el contraste entre la edad del autor y la edad de los hechos narrados funciona como un anclaje para impedir que el paso del tiempo vaya convirtiendo en "históricas" todas las ficciones ya escritas. Sería conveniente encontrar un sistema mixto que atendiese a la época del libro, fuese reconocible durante la lectura, y contemplase el paso del tiempo. Quizás se podrían considerar como "novelas históricas" aquellas cuyo nudo argumental se centra en conflictos (morales o sociales) que nuestras sociedades han dejado atrás. La obligación de una jovencita de entrar en un convento, los matrimonios de conveniencia, la turbia iniciación sexual de los varones en el primer tramo del siglo XX o la pérdida de la honra (entre otros veinte posibles)... son conflictos que uno debe obligarse a "historiar" con la imaginación pues ya no articulan ningún drama social, ni remiten a experiencias cercanas. Según este criterio La religiosa, que Diderot escribió para denunciar un asunto de "rabiosa actualidad" debería considerarse histórica, pues a nadie se la obliga a entrar en un convento, mientras que pese a bucear en sucesos muy anteriores al nacimiento de Tolstoi, Los cosacos se resiste a leerse como una "novela histórica". Una ventaja adicional: este criterio también nos permitiría calificar de "históricas" una veta de novelas de ciencia ficción, que pese a estar situadas en el futuro del escritor, las ha devorado la obsolescencia, la tecnología futurista ya es más vieja que la nuestra. Son novelas que nos muestran el año 2000 o el siglo XXI desde la escotilla temporal de los sesenta, los ochenta o los noventa... Implacables cárceles temporales.

Quizás lo que más impacta de una relectura no sea la fuerza de lo recordado sino la extensión intimidante del olvido

Olvido y lectura. Pese a la mala prensa que tiene el olvido, quizás lo único que vuelve soportable la relectura sea la cantidad de escenas y diálogos (por no hablar de las palabras concretas) que somos incapaces de recordar. En cierto sentido lo que releemos (más allá de algún fogonazo de la memoria) es la disposición: al releer entendemos mejor cómo encajan los elementos aislados en la organización general del libro, cómo se enlazan unos episodios con otros (unos pensamientos con otros...), y qué papel desempeñan dentro de un conjunto por el que la primera vez avanzábamos a ciegas y del que ahora tenemos una "experiencia". Como aquel que no necesita mapa para orientarse y no encuentra nada sin él en una ciudad que visitó hace demasiado tiempo. Quizás lo que más impacta de una relectura no sea la fuerza de lo recordado sino la extensión intimidante del olvido. Fijémonos ahora en el estado previo de volver a abrir un libro para releerlo. ¿Qué supone haber leído un libro? ¿Qué nos queda de esas novelas que damos "por sabidas" porque las leímos hace cinco o diez años? Un puñado de atmósferas, palabras sueltas, escenas como sombras chinescas... Nuestro juicio (la convicción de que conocemos el libro) se sustenta en una serie de condensaciones caprichosas (aunque para nada arbitrarias) elevadas sobre una extensión intimidante de detalles olvidados. ¿Discusiones sobre libros? ¡Combates de espectros!

Sabiduría. Los lectores aficionados al argumento saben muy bien que los patrones de relato son limitados. Esta limitación puede llegar a ser desesperante (o deliciosa, si el gusto de uno se inclina por repetir el plato) en los relatos "de género", pero también en la novela que navega por aguas abiertas se repiten temas y tópicos argumentales. Por fortuna, la manera de organizar estos relatos, la "forma" de contarlos, las variables psicológicas, los detalles descriptivos, las peculiaridades del entorno y del tono (por no hablar de la casi infinita posibilidad de combinar palabras) desactivan esta estrechez de partida. Desde estas similitudes las novelas parecen formar una serie de repeticiones no reiterativas, y uno casi puede escucharlas dialogar. Pero las novelas no son solo el "relato", por poco vivas que estén; ofrecen reflexiones y pensamientos sobre la vida. El tono y la ejecución son variadísimos, pero el catálogo es limitado: los celos, el amor, la muerte, las relaciones familiares, el dinero, la enfermedad... Cada año se incorporan nuevos "temas" susceptibles de reflexión (la experiencia de volar en avión, la de ser hijo de dos progenitores del mismo sexo, el miedo a un colapso ecológico...), pero los clásicos se mantienen en el catálogo. La historia de la literatura viene a demostrar sin proponérselo (por acumulación de voluntades sin coordinar) que algunas cuestiones resisten una cantidad enorme de opiniones distintas, o no tan distintas. A veces uno tiene la impresión de que existen ciertas "verdades" sobre la vida y el mundo que se repiten de un libro a otro (las reflexiones sobre la piedad que aparecen en La Ilíada, reaparecen siglos después en La tempestad, y las volveremos a encontrar en Iris Murdoch o en Álvaro Pombo), una reiteración que no se parece tanto a un diálogo como a la manifestación de una sabiduría propia, la literaria.

 

(*) Gonzalo Torné. Es escritor. Ha publicado las novelas Hilos de sangre (2010); Divorcio en el aire (2013); Años felices (2017) y El corazón de la fiesta (2020).


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