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Italia: "Ha llegado el momento de invocar el derecho de resistencia". Entrevista

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Por Sergio Bologna (*)

Cincuenta años del Estatuto de los trabajadores, una historia del largo 68´ italiano que comienza en 1960, dura hasta 1985, y ha cambiado profundamente toda la sociedad.

Habla el historiador del movimiento obrero Sergio Bologna: «En 1970 aquel Estatuto fue una conquista democrática, aunque la praxis obrera estaba más adelantada. A quien quiera escribir hoy estatutos del trabajo, respondo que antes es necesario cambiar las relaciones de fuerza entre capital y trabajo. Después podremos adoptar nuevas leyes. Ya existe la Constitución, esta es suficiente para defender al trabajador. Comencemos a hablar de conflicto y de su primer movimiento: la resistencia»

El modo más productivo para captar el significado del impetuoso avance de la clase obrera, y de su derrota, entre 1960 y 1985, es ponerse en la piel de un joven que hoy está en busca de trabajo en una situación de precariedad. A Sergio Bologna, historiador del movimiento obrero y miembro fundador de la revista Primo Maggio, podría preguntársele ¿a dónde han ido a parar las conquistas que han costado tantos sacrificios?, ¿dónde han ido a parar todos los derechos?

Claro -responde Sergio Bologna- hablando de aquel período tan lejano, te entra la curiosidad de saber qué percepción de sus derechos tiene hoy un joven trabajador. ¿Es consciente de tener derechos, sabe qué quiere decir defender un derecho en el lugar de trabajo? El estatuto de los derechos de los trabajadores de mayo de 1970 ha sido un importante gesto de civismo, el reconocimiento y la defensa de los derechos sindicales un paso adelante del sistema democrático. Y, sin embargo, muchísimos cuadros sindicales y las propias corrientes políticas próximas a nosotros lo consideraban ya viejo, ya superado. Te pongo un ejemplo: mientras que el artículo 7 del Estatuto consideraba apelables las sanciones disciplinarias y nada más, los obreros en la gran mayoría de las fábricas habían ya abolido de hecho, o en todo caso limitado hasta el extremo, el poder de los jefes. El Partido Comunista Italiano en el parlamento se abstiene de votar, no aprobó el Estatuto porque el artículo 18 no era aplicable a las empresas por debajo de los quince empleados. Hoy yo veo todavía unos jóvenes -ya sean asalariados o freelance de las actividades intelectuales o creativas en particular- que no sólo tienen miedo de protestar frente a ciertas condiciones de su relación de trabajo sino que tienen incluso miedo a hablar de ellas. En su cabeza el Estatuto está cancelado y ha sido sustituido por un Estatuto de los Derechos sin límites del Patrón. Pero veo también un número cada vez mayor de jóvenes que se organizan, que se unen, que discuten de su situación, deciden reaccionar, inician un conflicto, toman la iniciativa, piden apoyo al sindicato y si el sindicato no se mueve forman uno ellos mismos. ¡Al final alguna cosa tendrá que cambiar!

¿Cuáles han sido las ideas-fuerza de las luchas obreras en Italia que han llevado también al Estatuto de los Trabajadores?

Sin duda la idea de que el trabajador es un ser humano y tiene derecho no sólo de expresar sus opiniones político-religiosas, sino que tiene derecho a trabajar en un ambiente y con unos ritmos que no sean dañinos para su salud (art. 5, 6 y 9 del Título 1 del Estatuto). De otras ideas-fuerza, como la del igualitarismo, hay pocas huellas en el Estatuto. Y también aquí se ve cómo el Estatuto ha permanecido retrasado con respecto a la práctica y al nivel de firmeza de la clase obrera, que en 1970 ya había aprendido a defender la propia salud y su integridad física ralentizando los ritmos si estos eran demasiado masacrantes, es decir, deteniendo directamente la cadena de montaje. Acción directa, no inicio de una agotadora negociación... La defensa de la salud, de la integridad física y luego progresivamente la gran acción conducida, en estrecho contacto con técnicos e investigadores, sobre todo en las fábricas químicas, para cerrar las plantas nocivas y limitar las situaciones de riesgo, representan el legado más importante de aquella etapa. Nos habíamos olvidado de esto.

¿Y un ejemplo hoy de esta determinación obrera?

La emergencia causada por la epidemia de Covid-19 la ha puesto de nuevo en primer plano. Confindustria quería mantener abiertas todas las fábricas, también aquellas donde faltaba incluso el jabón en los baños para lavarse las manos. En muchas situaciones los obreros han tenido que hacer huelga para obtener dispositivos de protección (hemos hablado por extenso de esto en el primer número de Officina Primo Maggio tras haber escuchado a decenas de delegados). Por lo tanto la Italia del nuevo milenio ha retrocedido con respecto a los años 60´ -el incidente en Marghera de estos días lo deja claro-. Parece que en su mayoría las pequeñas fábricas, los "patroncillos" que trabajan ellos también en los repartos, han procedido por sí solos a crear condiciones mínimas de seguridad. Confindustria en cambio, en nombre de la gran patronal, ha pretendido el reembolso de los gastos para la desinfección de los locales y la distribución de los dispositivos de protección por parte del Estado. Miserables...

Con Giairo Daghini has escrito una memorable investigación sobre el mayo francés publicada primero en los Quaderni Piacentini y luego en un libro. ¿Cuál fue la diferencia con Italia?

La gran diferencia fue que en Francia la oleada se agotó en un mes, mientras que en Italia la onda larga duró diez años. Tuve la sensación inmediata de que los obreros franceses trabajaban en condiciones duras pero no hasta el punto de ser lesivas para la dignidad humana. En Italia había realmente unas conductas por parte de las Direcciones de fábrica que parecían hechas a posta para humillar a las personas más que para mantenerlas disciplinadas. No es casualidad que cuando preguntaron a un delegado de la Fiat qué diferencia había entre el antes y el después del autunno caldo, la respuesta fue «¡podemos por fin ir al retrete!». Los empleadores, salvo algunas excepciones, consideraban la contratación de una obrera o de un obrero un acto de generosidad, de magnanimidad, no tenían la idea de que al contratar a una persona ellos suscribían un contrato, es decir, hacían un intercambio. En cambio, a uno que establecía un trato civilizado con el personal, Adriano Olivetti, le hicieron una guerra sin cuartel, llegando a invitar a los consumidores a boicotear sus productos. Olivetti se salió de la Confindustria. Y eso que entonces la Confindustria estaba dirigida por emprendedores de un cierto calibre, no por marionetas grotescas como hoy. A diferencia de Francia, aquella conflictualidad, que fue definida como «permanente», ha durado a largo plazo debido a esto, por dos razones de fondo: una, la exasperación acumulada en los años precedentes, la humillación que había sido infligida a hombres y mujeres que necesitaban desahogarse, desquitarse y, la segunda, el hecho de que las conquistas logradas tras las luchas eran más ficticias que reales: acuerdos firmados y no respetados por la contraparte (por lo cual había que hacer el doble de huelga para hacerlos respetar) y una enorme tasa de inflación que erosionaba los aumentos salariales recién conquistados.

Ha sostenido que la cassa integrazione ha sido usada como un instrumento de pacificación de masas. ¿Qué significa esto?

En la redacción de Primo Maggio había obreros de la industria del automóvil y del sector alimentario en Cassa Integrazione, provenían de dos grandes fábricas milanesas y tenían su propia red de compañeros en una decena de fábricas más. Con ellos hemos tratado de comprender el papel de aquel instituto que hoy representa el amortiguador social de más amplio espectro. Aquí, por lo tanto, nos enfrentamos de nuevo a un ejemplo de cómo la experiencia de los años 70´ puede servir de enseñanza para lo que sucede hoy en plena emergencia del coronavirus. La Cassa Integrazione había nacido con una finalidad bien distinta, era un sistema inteligente y consistía en dar un pequeño respiro a empresas con dificultades de forma que pudiesen revalorizar sus instalaciones o revisar las estrategias de marketing o plantear una nueva línea de producto sin perder la fuerza de trabajo propia. De forma que pudiesen retomar la actividad más fuertes y competitivas y que en este lapso de tiempo los asalariados pudiesen sobrevivir con un salario recortado, pero en todo caso suficiente para no hacerlos morir de hambre. Se trataba, por lo tanto, de una medida temporal, de seis meses como máximo.

¿Qué ha sucedido en cambio?

Agnelli y Lama se han puesto de acuerdo para convertir la CIG en una especie de clínica donde internar a las empresas insolventes con costes a la fiscalidad general, durante años, ¡durante décadas! Sin que la dirección de la fábrica moviese un dedo para reconvertir la producción, es más, podía quedarse de brazos cruzados durante años. Pero esto no quiere decir nada todavía. El problema principal era que la CIG podía ser gestionada como un grifo: "cerrado", todos a casa, "abierto", todos al trabajo. Eh... ¡no! "Abierto", pueden volver al trabajo sólo aquellos que la Dirección decide llamar de nuevo, y si hay delegados o activistas sindicales que molestan, estos se quedan en casa. De esta forma progresivamente muchas «vanguardias de fábrica», como se llamaban entonces, han sido quitadas de en medio y millones y millones de liras han sido derrochadas sin ser empleadas en el fin principal de la ley: reconvertir las instalaciones, modernizarlas, hacerlas más competitivas. Es por esto que he usado «medio de pacificación de masas».

¿Existen analogías con nuestra actualidad?

La Cassa Integrazione ha sufrido a lo largo de los años muchos ajustes, en la fábrica los militantes han sido diezmados, han despedido a decenas de miles (a pesar del artículo 18), el sindicato ha tomado otros caminos, se ha concentrado en los servicios individuales (patronal, entes bilaterales). El gobierno Conte ha ampliado el número de los beneficiarios hasta las empresas con un solo empleado, por lo tanto ha descargado sobre el INPS, puesto a prueba ya por la prestación de 600 € a más de cuatro millones de personas que lo solicitaban, una cantidad de solicitudes imposible de gestionar tanto desde el punto de vista burocrático como de los recursos. Entonces se ha dirigido a los bancos para que anticipasen las concesiones de la Cassa, pero los bancos siguen procedimientos más lentos. En cambio, la Cassa pasa, excepcionalmente, por las regiones, y la burocracia regional no es, en absoluto, más eficiente que la estatal. En resumen, todo un problema. Pero lo que en mi opinión plantea los mayores interrogantes es el uso de la Cassa como asistencialismo, dirigido indiscriminadamente a empresas con dificultades y a empresas florecientes. Las mismas que han mandado a sus periódicos, a sus diputados y a sus asociaciones a vomitar improperios contra la renta de inserción de la ciudadanía.

Otro resultado de la oleada obrera fueron las «150 horas». ¿Qué eran?

El autunno caldo es de 1969, el Estatuto de 1970, las 150 horas fueron conquistadas en 1973. Eran una cláusula de los contratos colectivos firmados en aquella ocasión que preveía el derecho de los trabajadores a usufructuar un cierto número de horas retribuidas de aprendizaje en escuelas e institutos superiores de su elección. La mayoría de los trabajadores aprovechó esto para completar la escuela obligatoria o para obtener la licenciatura media, fue una gran ocasión para remediar el analfabetismo funcional, lo cual te da la medida de las condiciones obreras de aquella época. Pero fueron muchos los que se aprovecharon de esto para seguir cursos de formación y cultura variada. Piensa en quien había sido elegido delegado, este debía entender qué había escrito en su nómina y en la de sus compañeros, debía entender qué había escrito en el contrato de trabajo, en los acuerdos empresariales de integración, debía saber cómo negociar, cómo escribir un panfleto, un artículo, una carta a la dirección; debía entender cómo funcionaba la organización del trabajo para cuestionar al cronometrista llegado el caso. Pero más allá de esto, había una sed de conocimiento más general, se quería entender cómo funciona el Estado, el sistema de partidos, la Constitución, la economía, las multinacionales, el mercado de distintos bienes de consumo, la tecnología. En la Universidad de Padua, donde enseñaba, organicé un curso de historia y práctica del movimiento obrero, vinieron una veintena de trabajadores de diferentes empresas, en particular del polo de Marghera. Y este reclamo de aprendizaje por parte de un tipo nuevo de usuario, puso en marcha también una dinámica de innovación de la didáctica. Fue necesario escribir unos manuales, unos libros de texto claros, simples, accesibles, sin perder el rigor. Fue un gran experimento, un pequeño salto civilizatorio. ¿Qué te da hoy la empresa? Un cupón para comprarte, un par de bragas de Intimissimi y lo llama «welfare empresarial». Y los manager te hacen esos slides para las presentaciones: «¡nuestra empresa pone al hombre en el centro! ¡Our people are our pride!»

La democratización de las profesiones liberales ha sido uno de los aspectos de la movilización general de la sociedad durante el largo 68´ italiano. ¿Qué queda hoy de esto?

Sí, este aspecto del 68´ ha sido descuidado y sin embargo a mí me parece el más interesante y más resistente en el tiempo. Cuando los estudiantes comenzaron a protestar ya sea contra los métodos de aprendizaje de los programas universitarios, pusieron las premisas para la revolución de las profesiones que ejecutarían una vez licenciados e integrados en el mundo laboral. Nace entonces un nuevo tipo de periodismo: Il Manifesto de Rossanda, Pintor y Parlato es un ejemplo de esto. Y luego un nuevo modo de ser médico, arquitecto, urbanista, ingeniero, abogado, magistrado e incluso profesor o docente universitario. Todas las profesiones pusieron en discusión el modo y los principios según los cuales habían sido ejercidas y, por lo tanto, las instituciones, desde la escuela al hospital, desde el Palacio de Justicia al manicomio, en que habían sido ejercidos. Una amplia parte de la clase media se ponía del lado de los obreros, pero no de forma oportunista, aplaudiendo, «¡vamos, vamos, luchad, luchad!», sino enfrentándose con resistencias internas en sus propios ambientes de trabajo, de los cuales muchos fueron marginados o expulsados. Esto contribuyó al nacimiento de una nueva ciencia. ¿Quieres un ejemplo? ¿Un ejemplo de prepotencia que vuelve a estar en primer plano? En 1973 en Milán un médico, docente de biometría, Giulio Maccacaro, asume la dirección de la revista científica italiana más antigua, Sapere, y rápidamente reúne en torno a sí tanto a estudiosos de diferentes disciplinas científicas y humanísticas, como a técnicos y obreros de fábrica particularmente activos en el mundo sindical. En poquísimos años sentará las bases para una nueva medicina del trabajo, para una medicina planteada a partir de las necesidades del paciente (resulta extraordinaria su Carta de los derechos del niño) y sobre todo de un sistema sanitario que se apoya sobre prácticas de higiene pública y medicina territorial. En 1976 funda la revista Epidemiologia e prevenzione (http://www.epiprev.it/) donde se enuncian de forma clarísima todos los principios que tendrían que haber guiado a las instituciones y a las autoridades sanitarias para hacer frente a la pandemia del Covid-19. ¿Qué más quieres?

¿Defiendes que esta alianza pueda ser retomada hoy? ¿Entre quiénes y sobre qué bases?

En parte funciona ya, pero no sólo en relación a la clase obrera, también en relación al trabajo autónomo, a los precarios de la gig economy, a los migrantes. Los circuitos de solidaridad, la producción de inteligencia y de innovación hunden sus raíces en aquellos años que algún sinvergüenza continúa definiendo como «de plomo». Deben antes o después encontrar un coágulo de partido, de otro modo seguiremos dejándonos llevar por la infamia del populismo soberanista (han sido capaces de hacerse carroñeros durante esta epidemia), desde el grotesco neofascismo patriotero (carroñeros de reserva cuando los otros están afónicos de gritar demasiado) y desde aquel tercer componente que no sabría cómo definir y por el cual profeso un desprecio incluso mayor, el de aquellos que me recuerdan a los monitos de Berlín: no hablo, no veo, no siento, que se reagrupan bajo banderas y formaciones de centro-izquierda.

En el primer número de la revista Primo Maggio, aparecido precisamente tras de las luchas obreras de 1973, encomendáis a la encuesta y a la co-investigación militante un papel importante. Hoy habéis vuelto a practicarla en la revista Officina Primo Maio. ¿Cuál es el papel del trabajo intelectual hoy?

Sobre la llamada «co-investigación» o la encuesta obrera nosotros no hemos inventado nada. Eran métodos de trabajo ampliamente utilizados por la corriente operaista del marxismo italiano desde 1960. Cuando fundamos aquella revista hicimos otro razonamiento. Nos dijimos: hay una necesidad de cultura y de formación en las fábricas, en el sindicato, en todas las instancias desarrolladas desde el 68´ en adelante, que debe ser satisfecha explorando terrenos de investigación nuevos. El primer ejemplo que me viene a la mente es el de la moneda. En los ambientes de la izquierda radical no había todavía la conciencia, la intuición, de que la economía capitalista estaba comenzando una progresiva financiarización. Piénsese en el punto al que hemos llegado hoy, a la masa de liquidez treinta veces superior al PIL mundial y, sobre todo, a la inconcebible -y la consiguiente brecha entre súper ricos y población mundial, hay que admitir que no estábamos ciegos-. Un segundo ejemplo se refiere, en cambio, a la historia militante. En el momento en el cual empiezan unas revueltas tan fuertes y unos cambios tan repentinos en la conciencia de la gente, existe la absoluta necesidad de detenerse un momento y de mirar atrás, porque se trata de reconstruir una genealogía de lo que sucede ante tus ojos, es necesario reorganizar, reajustar, la línea de la historia. Quizás habéis olvidado algo muy importante, creéis haber hecho cosas nuevas y en cambio habían sido hechas mejor sesenta o setenta años antes. Cuando hemos redescubierto la historia de los Industrial Workers of the World (IWW) en los EEUU, en donde muchos italianos han desempeñado un papel importante, esto nos ha ayudado a entender mejor cómo debíamos relacionarnos con la conflictualidad obrera. Un tercer ejemplo, y aquí vuelvo sobre el problema de la encuesta o, si se quiere, de la «co-investigación», es el de las relaciones de intercambio, de solidaridad, con los trabajadores portuarios genoveses. Alguno entonces tomó nuestro trabajo junto a los camalli como una especie de enamoramiento estetizante hacia las situaciones pintorescas. En realidad nos han abierto los ojos acerca del comercio marítimo, sobre los flujos globales, y de allí hemos llegado pronto a la logística. Piensa ahora, ¿quién tendría el valor de reírse de esto?

¿En qué consiste una encuesta obrera? ¿Y una co-investigación?

El punto clave es que nosotros no hacíamos estudios sociológicos, sino que juntábamos elementos útiles para quien practicaba procesos organizativos, reivindicativos, conflictuales. No hacíamos una revista, hacíamos una operación político-cultural. La relación con los camalli dura incluso hasta hoy, ¡45 años después! Estamos todavía a su lado cuando defienden el valor de su trabajo y nos ayudan a razonar, a entender cuando tratamos de apoyar a los inmigrantes de las cooperativas de porteadores. ¿Has pensado alguna vez que las luchas en la logística hoy, Italia 2020, son quizás las únicas, junto a las de los riders, que no tienen un carácter defensivo?

¿Cómo se puede practicar hoy una encuesta sobre la condición del trabajo intelectual?

Te comento simplemente un poco lo que veo entre los knowledge workers que orbitan en torno a ACTA, la Asociación de los freelance y un poco entre aquellos que forman parte de nuestra red internacional, gente del espectáculo, creativos, gente del mundo de los eventos culturales en sentido lato, pero también profesionales que trabajan en los sectores de la logística, la informática, el shiping, las finanzas y afines. Todas las asociaciones de representación han llevado a cabo encuestas entre sus socios para saber cómo han afrontado la emergencia. Muchísimos están por lo suelos, todas aquellas actividades que prevén una relación con el público han cerrado y quién sabe cuándo reabrirán, allí podéis encontrar gente que se pone a la cola por un plato de sopa. Otros han seguido trabajando sin interrupción, ellos siempre han practicado el smart working. Por todos lados, a nivel mundial, se ha entendido que los autónomos carecen de amortiguadores sociales, el Covid-19 ha servido por lo tanto para hacer entender al menos que existe un segmento específico de la fuerza de trabajo. Quien seguía sosteniendo que los autónomos son simplemente empresas ha tenido simplemente que dejar de decir estupideces. Muchos han trabajado pero no tienen para nada la certeza de que se les pague.

¿Qué ha surgido a partir de las nuevas investigaciones?

En los últimos dos años hemos dado muchos pasos adelante en el conocimiento del trabajo autónomo y freelance, gracias a la investigación y gracias al activismo de asociaciones de representación o grupos de autodefensa. Y desgraciadamente hemos constatado una fuerte degradación de las remuneraciones, disminuciones incluso de dos tercios a lo largo de una década. Experiencia, antigüedad, competencia, cuentan cada vez menos. El lifelong learning no te mantiene a flote, es uno de los eslóganes habituales de la ineptitud de la Unión Europea. Por lo tanto el punto importante no es saber cuál es el papel del trabajo intelectual sino cómo se hace para detener la desvalorización. Quien trabaja en estos ámbitos como profesional/técnico/artista independiente se ha considerado siempre diferente del precario. La intermitencia en el trabajo, la falta de seguridad, son dadas por descontado, son un riesgo calculado. Hoy buena parte de este mundo termina por caer en el gran olla de la gig economy.

¿En estas condiciones es posible tomar alguna inspiración de la conflictualidad de fábrica de los años 70´?

 Puede servir a condición de no repetir como papagayos la lección operaísta. Para defenderse, el trabajo intelectual de hoy debe encontrar otros caminos en relación a los del obrero-masa. Es necesario encuadrar el problema en la crisis general de la middle class, la referencia al binomio cadena de montaje/rechazo del trabajo ya no sirve, los juegos han cambiado, la clase obrera industrial ya se trate del Rust belt o de Bérgamo y Brescia, es uno de los campos de cultivo del populismo trumpista o leghista. Alguno cree que puede evangelizarlos el amor cristiano por los migrantes, pero se precisaría tener la mentalidad del Ejército de Salvación para ser tan imbéciles. Allí se trata de reabrir el conflicto industrial, el tema de la salud replanteado por el coronavirus puede ser la palanca sobre la cual hacer fuerza. En el frente del trabajo intelectual, en cambio, sometido hoy a una brutal desvalorización, el rescate puede ocurrir únicamente combinando los dispositivos del mutualismo a la vieja usanza con las técnicas digitales de comunicación más sofisticadas.

Muchos defienden que ha llegado la hora de escribir un estatuto de los trabajadores, ¿tú qué piensas?

¡Por el amor de Dios! ¡Sólo nos faltaba esto! Las leyes reflejan siempre la llamada «constitución material» de un país, o sea, las relaciones de fuerza vigentes entre las clases. Cualquier ley escrita hoy, con «este» parlamento, con «este» clima en la sociedad civil, llevaría la marca del actual desequilibrio entre capital y trabajo. Existe ya la Constitución italiana, basta y sobra para defender al trabajo. Si fuese aplicada. No, no son necesarias nuevas leyes, es necesaria una movilización capilar para cambiar la constitución material del país, para cambiar aquellas relaciones de fuerza. Una vez que hayamos logrado dar la vuelta a la tortilla, podremos sancionarlo con nuevas leyes. Es la hora de invocar el Widerstandsrecht, el derecho de resistencia.

 

(*) Sergio Bologna profesor en universidades italianas y alemanas. Como empleado de Olivetti, participó en el primer intento de sindicalizar los nuevos obreros de cuello blanco de los sectores de la electrónica y el procesamiento de datos. En 1966, comenzó a enseñar en la Universidad de Trento y contribuyó a fundar la revista Quaderni Piacentini. En 1968 editó los dos primeros números de la revista "Linea di Massa". Trabaja de consultor en el sector logístico. Se ha especializado en la historia del movimiento obrero y ha participó en la fundación de las revistas "Classe operaria" y "Primo Maggio".

Fuente: https://ilmanifesto.it/sergio-bologna-e-giunta-lora-di-invocare-il-diritto-di-resistenza/

Traducción: Anxo Garrido, David Cardozo


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