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La peste: las contradicciones al final del tĂșnel

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Por Esteban Valenti  (*)

Hace mucho, muuucho tiempo que en todos los medios impresos, electrónicos y de todo tipo no se había asistido a un debate, intercambio de ideas y de producción de opiniones, más amplio y variado que el que generó el cononavirus. Las crisis incentivan la imaginación, las neuronas, el estudio y la circulación. Y hay de todo, como es obvio. Muchas cosas interesantes y osadas.

Esta mega producción ideal, ideológica, cultural, política, económica, sobre la salud, sobre el papel del Estado, de las redes, de las libertades, el medio ambiente, tiene según mi punto de observación, una carencia importante, o al menos un tema tratado muy por debajo de su importancia: los individuos y como hemos reaccionado, reaccionaremos y/o tendríamos que reaccionar al final del túnel.

Esas reacciones, esos comportamientos no tienen recetas, y corresponderán a situaciones muy diversas, pero el común denominador es que por primera vez estamos asistiendo a una plaga global, que en pocos meses nos obligó a cambiar nuestros hábitos de vida e incorporó nuevos y profundas incertidumbres en nuestras vidas, como sociedad y como individuos. A mí este último aspecto me interesa mucho, porque es donde se acumulan una enorme cantidad de contradicciones. Y me interesa analizarlo para el día después, para el final del túnel, para cuando haya certezas nuevamente. Ese será el gran cambio, aunque la curva y los picos estén en situaciones diversas a lo largo del mundo.

Lo malo, o lo duro es que no existen experiencias históricas donde ir a pescar sabiduría, no hablemos de las viejas pestes, desde Justiniano o la peste de Atenas a la fecha, ni siquiera las del siglo XX o las guerras mundiales o la gran depresión de los años 30. Se dieron en circunstancias totalmente diversas y con pocos elementos para incorporar como experiencia.

Las reacciones corresponderán a muchas variables, por ejemplo las generacionales. Es obvio que el aprendizaje y la experiencia de las diversas generaciones está siendo muy diverso y las "salidas" tendrán muy distintas expectativas. No serán las mismas entre los mayores que entre los jóvenes. Pero en todos los casos el elemento dominante serán las contradicciones. También tendrá una fuerte influencia la duración de la peste, la profundidad de sus heridas, tanto a nivel social como individual. Y las heridas serán también emocionales, sicológicas, no todo será tan racional y calculado.

Es notorio, visible que deberíamos salir del túnel más austeros, menos apegados al consumo desenfrenado, entre los que se lo pueden permitir, pero incluso en sectores populares, con mucho menos recursos, que han sufrido más que nadie durante la peste. El planeta debería bajar el consumo general a todos los niveles, sobre todo si vemos como ha impactado esta nueva situación en la naturaleza, en la producción de contaminantes atmosféricos y en los océanos. Pero....si esto sucede ¿cómo reactivaremos la economía, como volveremos a producir a los niveles anteriores y a generar cientos de millones de puestos de trabajo que se han perdido? ¿Cómo cambiaremos tan violentamente nuestros estándares y nuestras medidas de satisfacción, de placer y en definitiva una de las bases fundamentales de nuestra civilización?

El consumo responsable, austero, medido, sustentable es una actitud de cultura social, pero profundamente individual, pero en el modelo, en el sistema en el que vivimos tendría un impacto demoledor en la producción de bienes y servicios. En el actual orden de las cosas, no hay una solución para esta contradicción.

El individuo con la peste, la peor pérdida que tuvo - sin contar naturalmente los muertos - es la seguridad, adquirió un nuevo tipo de miedo y de fragilidad sobre su futuro, sobre sus empleos, sobre sus costumbres. Durante este confinamiento deberíamos aprovecharlo para bucear en el fondo de nuestras almas y comprender que no hay una salida individual, que no alcanza con los arranques personales, sociales, empresariales de solidaridad. Los peligros son mucho mayores y permanentes.

Los hábitos de vida son otros de los aspectos que deberíamos repensar, desde nuestra comida, el cuidado de  nuestra salud, nuestra vida cotidiana y el peso que debería asumir cada vez más los valores intelectuales, educativos, que nos preparen mejor no solo físicamente, sino en todos los planos para este tipo de amenazas globales. Mucho depende de nosotros, de nuestras actitudes, de nuestras sensibilidades, de un nuevo nivel de humanidad y de humanitarismo y de nuestra capacidad de construir otro tipo de felicidad, de convivencia.

Si ante los crecientes peligros del empleo, del trabajo asegurado para todos o para las grandes, abrumadoras mayorías de mujeres y hombres, en condiciones de dignidad y de progreso, que ahora están amenazadas por la peste, pero también por tecnologías sin moral y sin sensibilidad alguna, que no sea las máximas ganancias, o por los cambios ambientales cuyas dimensiones ni siquiera podemos imaginar. ¿No deberíamos pensar en soluciones radicales, diferentes, donde la subsistencia de los seres humanos en sus consumos básicos deberían estar aseguradas? Para lo cual también habría que establecer estándares adecuados para mantener todos los equilibrios.

Eso generaría una lógica y terrible contradicción para nuestra cultura actual ¿Teniendo todos asegurados ingresos básicos para sobrevivir, como funcionarían los incentivos, los impulsos, para los que se esfuerzan más, los que arriesgan, los que generan más riqueza y valor? ¿No correríamos el peligro de un achatamiento generalizado de la vida económica, social y productiva con terribles impactos culturales y sociales?

A la salida del túnel no hay duda que por un periodo valoraremos mucho más las cercanías, los encuentros, las relaciones humanas directas, no solo en su frecuencia, sino en su intensidad, en su inestimable valor. ¿Será duradero, o una reacción inmediata y efímera?

¿Y la libertad y el libre albedrío? Son valores que han evolucionado durante milenios para alcanzar el estado imperfecto pero avanzado de la actualidad. No hay duda que perder la libertad de movernos, de salir de nuestras casas, de nuestras ciudades y países y de decidir por nosotros muchas cosas de nuestras vidas ha recibido un duro golpe. ¿Y si al salir una parte de nosotros nos acostumbramos a esas limitaciones? Hay señales en diversos países está creciendo la tentación de tiranos, de personas que asumen la libertad de todos y la utilicen de acuerdo a un supuesto bien común y de darnos seguridades.

El miedo, nunca fue un factor de progreso, ni social ni individualmente. Siempre fue un arma peligrosa en manos todavía más peligrosas. Y mucho o casi todo depende del conjunto, pero también de cada individuo. En definitiva si aceptamos que para evitar o mitigar nuevas pandemias, nos pueden controlar mucho más, pueden monitorear nuestras vidas, prolija y permanentemente ¿No sería doblegarnos ante una terrible peste, el autoritarismo, la pérdida de nuestra individualidad, nuestra intimidad, en definitiva nuestra libertad, uno de los derechos por los que hemos pagado los precios más elevados a lo largo de toda la historia?

La dependencia de las nuevas y actuales tecnologías y las que vendrán como resultado de la peste, porque enormes fuerzas económicas y empresariales ya están trabajando aceleradamente en esa dirección, para desplazar sectores de ingresos actuales, hacia otros, diferentes pero con la misma lógica: la máxima difusión y el mayor beneficio. No es maldad, es un sistema enroscado en sí mismo, donde no hay espacio para la mínima piedad, el que no ocupa su despiadado papel, se lo devoran otros tiburones. Y los individuos, el sentido de la identidad propia e intransferible, que está en la base precisamente de cada uno de nosotros, correrá mayores riesgos que los actuales de ser devorados.

Por ello a la salida del túnel, cuando podamos respirar a pleno pulmón, encontrarnos y abrazarnos, disfrutar de la luz, en todo el profundo sentido de la palabra, cuando salimos de un túnel, los individuos deberemos valorar una de las mayores fuerzas que disponemos, la de construir juntos realidades más humanas, más libres, más justas.

Sabiendo que esas construcciones no serán el resultado de la voluntad unánime de los seres humanos que por arte de la peste habremos aprendido que todos debemos hacer nuestro aporte proporcional de humanidad y de generosidad, para construir un mundo mucho más justo y seguro. Ojalá esas fuerzas sean las que prevalezcan de manera mayoritaria, abrumadoramente mayoritaria, pero tengo mis dudas.

En ese torrente enorme de ideas y de reacciones a la peste, hay demasiada gente callada, silenciosa, que ocupa puestos de un enorme poder y otras que hablan solo para asegurarse que la salida del túnel, será exactamente igual que la entrada, lo más parecida posible o incluso peor.

 (*) Periodista, escritor, director de Uypress y Bitácora.


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