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Tres escenarios para explorar posibilidades en el horizonte después de la crisis del Covid-19

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Por Alain Bihr (*)

La crisis desatada por la pandemia de Covid-19 tiene un carácter doblemente global: es a la vez mundial y multidimensional (no es solamente sanitaria, sino también económica, social, política, ideológica, psicológica, etc.). Dado este carácter, desestabiliza profundamente el poder capitalista en sus diversos componentes, desafiándolo a renovarse, invent

Pero esta crisis constituye, al mismo tiempo, un desafío para todas las fuerzas anticapitalistas, un desafío que también es doble. Desde un punto de vista defensivo, debe anticipar la aplicación de esas nuevas modalidades de dominación capitalista, buscando al mismo tiempo, con un enfoque ofensivo, aprovechar el debilitamiento cíclico del poder capitalista para hacer evolucionar el equilibrio de fuerzas a su favor, e incluso abrir brechas capaces de ampliarse hacia perspectivas revolucionarias.

Las siguientes líneas no tienen otra ambición que la de presentar algunas tesis relativas a ambos aspectos de la crisis y la de contribuir a la discusión ya planteada sobre este tema en las filas anticapitalistas [1].

1. El poder capitalista se ha visto más claramente desestabilizado por la pandemia y la consiguiente crisis sanitaria a nivel de sus órganos de gobierno. La negación primero [2], luego la postergación, y después las medias tintas, transformando una necesidad inventada (porque dictada por el estado deplorable de un aparato sanitario debilitado por décadas de restricciones presupuestarias, ordenadas por las políticas neoliberales, a pesar de las advertencias y de las movilizaciones de los trabajadores de la salud), en una falsa virtud (la detección sistemática a través de testeos sería inútil, las máscaras protectoras serían inútiles, etc.) y por último, un amateurismo grotesco en su ejecución, que en otras circunstancias daría para reír, hipotecaron seriamente el crédito de la gran mayoría de los que están en el poder. Y agregando a menudo una capa de ignominia criminal, como en el caso de la imbecilidad ignorante (Donald Trump, Andrés Manuel López Obrador o Jair Bolsonaro) o de cinismo neo-darwinista, el que inspira la tesis de la inmunidad de grupo (como en el caso de Boris Johnson, de un Mark Rutte [3] o de un Stefan Löfven) [4].

Para la mayoría de las poblaciones que han tenido que sufrir las consecuencias, queda claro ahora que esos gobernantes están dispuestos a hacer cualquier cosa para ocultar su impericia, su falta de control sobre los acontecimientos, especialmente su responsabilidad por la notoria falta de capacidad de reacción de un sistema de salud que ellos mismos debilitaron a sabiendas, al precio de mentiras que por ser tan trajinadas terminan por traicionarlos. En por lo menos seis ocasiones, durante su discurso del 16 de marzo, Emmanuel Macron repitió que "estamos en guerra". El uso de esta metáfora abusiva debería alertarnos. Es el momento de recordar que "nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de la caza", en palabras de Georges Clémenceau, un gran conocedor de esta triple temática. Y, como nos lo enseñó Clausewitz, la guerra no es más que la continuación de la política por otros medios: en este caso, al tratar de agravar aún más el pánico causado por la pandemia, se trata de provocar el reflejo de unidad nacional, e incluso de "unión sagrada", capaz de unir al pueblo asustado en torno al jefe de los ejércitos y su Estado, denunciando de antemano cualquier crítica como un acto de alta traición.

Sin embargo, los gobiernos de Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur fueron las excepciones, y aplicaron desde el principio la única estrategia eficaz para combatir la propagación del Covid-19, basada en la detección de todos los casos sospechosos, tratando y confinando solamente a las personas infectadas y a aquellas que se habían acercado a las mismas y que podían ser identificadas, el uso obligatorio de máscaras y el seguimiento en lugares públicos de todas las demás personas [5]. En los casos mencionados anteriormente, por razones que son bien conocidas, faltaron el equipamiento, el personal y la infraestructura necesarios para estos fines (así como una buena dosis de disciplina colectiva).

2. El sacudón profundo al sistema capitalista va mucho más allá de las esferas de gobierno. En realidad, son los fundamentos mismos de la producción capitalista los que están siendo cuestionados, tanto sus demandas más inmediatas como las formas que han adoptado en las últimas décadas y la dinámica verdaderamente infernal a la que ha arrastrado a la humanidad y a todo el planeta.

En primer lugar, hay que recordar que no hay capital si no hay mano de obra viva para ser explotada. Valor en proceso, el capital sólo puede preservar y aumentar su valor, que es su propio objetivo perseguido indefinidamente en un ciclo tan ininterrumpido como sea posible, si encuentra en el mercado una fuerza de trabajo humana de la que pueda apropiarse y explotar. Si esta fuerza no existe, su propia existencia está amenazada.

El problema para el capital es que la pandemia del Covid-19 lo enfrenta ese riesgo. Ese riesgo ya es efectivo, bajo forma de abandono de sus puestos por una parte de los trabajadores, haciendo valer su derecho a retirarse, porque la gestión capitalista de las empresas no es más capaz que los gobiernos de proporcionarles la protección sanitaria indispensable en sus lugares de trabajo (obras, talleres, almacenes, depósitos, oficinas, etc.); en forma también de desempleo técnico causado por la desorganización de la producción, tanto en las fases iniciales (por parte de los proveedores o subcontratistas) como en las finales (por parte de los distribuidores) y por último, bajo la forma de deserción de los consumidores finales, que resultan ser, en su gran mayoría, trabajadores  asalariados. Y estos efectos de interrupción, desaceleración y desorganización de la producción serán aún más graves y perjudiciales para el capital si la pandemia dura. Si la pandemia continuara, se amplificara y se repitiera, como es muy probable que ocurra cuando se levante el confinamiento, la crisis de valorización del capital (que corresponde de hecho a una devaluación relativa o incluso absoluta de una gran parte del capital), adquiriría una dimensión catastrófica, amplificando al mismo tiempo el colapso del capital financiero en su componente ficticio (los mercados de valores), que de hecho comenzó antes de la crisis sanitaria y que ésta sólo habrá precipitado y amplificado. Pero esta falta de mano de obra viva podría adoptar formas aún más catastróficas si la pandemia desembocara finalmente en una mortalidad masiva, al privar al capital del trabajo y reequilibrar a favor del trabajo un equilibrio de poder en el mercado laboral que el desempleo desequilibra actualmente a favor del capital. Y esto sin considerar, por el momento, las inevitables explosiones sociales que podrían ocurrir en un escenario tan catastrófico. De ahí la elección forzosa del confinamiento, por falta de los medios que habrían permitido elegir la opción del sudeste asiático (coreanos, taiwaneses, etc.), sin pensar dos veces en el costo inmediato para el capital.

Las direcciones capitalistas (gobierno y patrones) son más o menos conscientes de todo esto. De ahí las repetidas presiones sobre los trabajadores para que continúen trabajando, a pesar de los riesgos de contaminación que corren, a pesar de su derecho a retirarse y a pesar de los dictámenes favorables emitidos a tal efecto por las inspecciones de trabajo o incluso por los tribunales [6]; presiones moduladas, sin embargo, según se trate de directivos ( incitados a practicar el teletrabajo) o de proletarios (obreros y empleados) que deben seguir presentándose cada día en sus puestos, modulaciones cuyo carácter de clase no pasará desapercibido para nadie. De ahí también su mandato contradictorio: "¡Quédense todos en casa!" pero "¡sigan yendo trabajar tanto como sea posible!" aunque los elementos de protección más básicos (distancias de seguridad, guantes y máscaras, alcohol en gel) falten o sean imposibles proporcionar o poner en práctica en el lugar de trabajo. De ahí su impaciencia por salir del confinamiento, que se encuentra sin embargo con la dificultad de reunir las condiciones materiales (test de detección, uso de guantes y de máscaras) y sociales (reorganización de un sistema de salud al borde del derrumbe), para que no correr el riesgo de convertirse en un fiasco, en un nuevo brote de la pandemia. [7].

Además, esta pandemia introduce una contradicción importante en la fase actual de la "globalización" capitalista, al debilitar el poder capitalista a otro nivel. Contrariamente a lo que el discurso neoliberal y muchos estudios académicos ha venido insinuando durante decenios, la "globalización" no ha hecho en modo alguno que los Estados se vuelvan obsoletos e inútiles, incluso en su forma y dimensión nacionales (Estados-nación). Por cierto, el proceso inmediato de reproducción del capital, la unidad de su proceso de producción y su proceso de circulación, se ha "globalizando": Eso se traduce en la "mundialización" de la circulación de bienes y capitales, así como en la "globalización" de las "cadenas de valor" (la segmentación de los procesos de producción entre lugares dispersos, caso situados en distintos Estados, utilizando fuerzas de trabajo desigualmente calificadas y productivas con remuneraciones diferentes), dando así una dimensión planetaria a la "fábrica fluida, flexible, difusa y nómada" que tanto les gusta a las empresas transnacionales. Pero no ha sido así, o si no en un nivel muy bajo, en la producción y reproducción del conjunto de las condiciones sociales generales del proceso inmediato de reproducción del capital, del que los Estados siguen siendo la entidad contratante e incluso, en gran medida, los ejecutantes principales. Por ejemplo, a través del aparato familiar (la familia nuclear, su reparto desigual del trabajo entre los sexos y sus tutelas estatales), el aparato escolar, el aparato sanitario, el aparato policial y judicial, etc., la reproducción de la fuerza social de trabajo (que, como hemos visto, es indispensable para la valorización del capital) sigue siendo siempre asunto de los Estados nacionales, tanto en sus órganos centrales como en sus órganos descentralizados (regiones, metrópolis, comunas, etc.). Esto es lo que justifica que se hable no de "globalización" o "mundialización", sino más precisamente de la transnacionalización del capitalismo. [8].

Esta división del trabajo reproductivo del capital, que parece funcional y que lo es en el curso ordinario de la reproducción, manifiesta por el contrario, en las condiciones actuales, la contradicción potencial en la que se basa: la que existe entre un espacio de reproducción inmediata del capital con dimensiones planetarias mientras que los aparatos que aseguran la (re)producción de sus condiciones sociales generales permanecen dimensionados y normalizados a escala nacional. Por una parte, si un virus que apareció en noviembre (2019) en unos mercados locales de la China central en la zona de Wuhan pudo dar lugar a una pandemia planetaria en pocas semanas, se debe obviamente a la extensión e intensificación de la circulación de bienes y personas, inherente a la "globalización" del proceso de reproducción inmediata del capital, y a su núcleo que es el modelo de la "fábrica difusa y nómada", cuyas redes cubren todo el planeta; mientras que este fenómeno patológico mundial se supone que debe ser frenado por los Estados-nación que actúan de forma dispersa y cada uno por su cuenta, haciendo de la defensa de la salud de sus respectivas poblaciones una prioridad, lo que conduce a la transformación de un mundo todavía abierto a los cuatro vientos de la "mundialización" el día anterior (siempre que no se trate de un migrante "económico", de alguien que llega pidiendo asilo o de un refugiado "climático"), en un mosaico de Estados que se cierran unos con respecto a los otros, volviendo a erigir barreras en sus fronteras y reafirmando manu militari el principio de su soberanía territorial [10]. Además, en estas condiciones, los sistemas nacionales de salud no sólo se ven privados de la cooperación entre sí, ya que la Organización Mundial de la Salud (OMS) sólo desempeña la función de lanzar alertas y emitir recomendaciones sobre las prácticas a adoptar, sino que pronto se pondrán en competencia ya que todos al mismo tiempo van a dirigirse a las únicas industrias capaces de abastecerlos de medicamentos, equipos y sistemas de salud para combatir el Covid-19. Esta competencia será aguda y feroz en la medida en que, finalmente, la "mundialización" del capital habrá operado también en el seno de estas industrias, provocando su deslocalización y la concentración en ciertos "Estados emergentes" (China e India en particular), privando a numerosos Estados (incluso en Europa) de todos estos recursos en su propio territorio, y se darán cuenta en ese momento de hasta qué punto este proceso, que también fue alentado por las políticas neoliberales de restricciones presupuestarias, las volvió dependientes y precarias en lo que respecta a su seguridad sanitaria.

En tercer lugar, la crisis actual pone en tela de juicio el modelo de desarrollo inherente al modo de producción capitalista en la medida en que, sobre todo por su productivismo y su carácter global incontrolable, su orgullo desmesurado en definitiva, sólo puede destruir el ecosistema planetario. Pues, como en otras patologías anteriores, más o menos graves, en particular el VIH/SIDA (que apareció en 1981), el síndrome respiratorio agudo severo (SARS) que se manifestó entre noviembre de 2002 y julio de 2003 (provocado ya por un coronavirus), la gripe aviar en 2004 debido al virus H5N1, La gripe A (debida al virus H1N1) en 2009, la gripe aviar A (debida al virus H7N9) que apareció en 2013, el Covid-19 parece haber desencadenado una transmisión entre los espacios animales y la especie humana, lo que pone en tela de juicio las condiciones sanitarias de ciertas explotaciones (especialmente en Asia, pero también en Europa: cf. el episodio de la encefalopatía espongiforme bovina responsable de la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob) y, sobre todo, las invasiones destructivas de ciertos medios forestales tropicales y otros biotopos naturales, debido a la presión que ejercen sobre ellos la agricultura y especialmente la ganadería, la industria extractiva, la concentración y la extensión urbanas, la extensión de las redes de transporte por carretera, el desarrollo del turismo de masas, la creación de parques de animales, etc. Estas invasiones favorecen la virulencia de ciertos microbios (bacterias, virus, parásitos) y su transmisión desde la especie animal, sobre la que pueden ser benignos, a la especie humana, sobre la que son o se vuelven patógenos, sobre todo porque esta transmisión va a menudo acompañada de su mutación: el lentivirus del macaco se convirtió así en VIH [11]. Sin mencionar el hecho de que los riesgos de mortalidad de Covid-19 se ven visiblemente incrementados por toda una serie de males causados por la "civilización" capitalista (sedentarismo, sobrepeso y obesidad ligados a la comida basura, contaminación del aire, resistencia bacteriana a los antibióticos debido al consumo excesivo de los mismos, etc.). En estas condiciones, la recurrencia acelerada en los últimos decenios de este tipo de patologías, que pueden adquirir un carácter pandémico, puede explicarse y suscita el temor de que la actual pandemia no sea más que un presagio de lo que nos espera si no ponemos fin a la carrera hacia el abismo a la que nos ha llevado el capitalismo.

3. Por ahora, es obviamente difícil y en parte, aventurado tratar de predecir lo que sucederá una vez que la actual pandemia haya sido contenida, si es que puede ser contenida. Porque todo dependerá del estado demográfico, económico, social, político, psicológico, etc., de las formaciones sociales que hayan sido afectadas. Este estado variará en primer lugar según la duración de la pandemia y la eficacia de las estrategias sociales y sanitarias aplicadas para frenarla. Este ejercicio prospectivo es, sin embargo, necesario si no queremos volver a estar expuestos a este tipo de acontecimientos.

Cualquier ejercicio de este tipo conduce a una distinción entre diferentes escenarios posibles. Suponiendo que el equilibrio de poder entre capital y  trabajo será el factor clave para determinar lo que sucederá entonces e incluso  a partir de ahora y hasta entonces, es posible distinguir tres escenarios, entre los cuales, obviamente, no podemos excluir las combinaciones parciales. Estos escenarios deben ser entendidos como situaciones modeladas, en función de las cuales debe ser posible interpretar los acontecimientos actuales y los que probablemente ocurran en los próximos meses, pero que, contrariamente, esos acontecimientos deberán permitir que se clarifiquen y modifiquen a medida que se desarrollen. Por lo tanto, sólo facilitarán claves para la comprensión si se utilizan de manera flexible.

Escenario 1: la reanudación neoliberal de los negocios como de costumbre

Presupone que las relaciones de fuerzas entre el capital y el trabajo seguirá siendo cómo lo ha sido globalmente en las últimas décadas, es decir, fundamentalmente favorable al capital. Y ésta es claramente la perspectiva en la que se han situado los gobiernos actuales, que ya han puesto en marcha los medios necesarios para ello.

Los gobiernos se hacen eco o incluso anticipan la demanda de los empresarios capitalistas, su prioridad es la reactivación de la "economía", es decir, del proceso de producción y circulación del capital, permitiendo la reanudación de la valorización y de la acumulación de este último a gran escala. Esto supone obligar a los trabajadores a regresar lo más rápida y masivamente posible a sus lugares de explotación; y las presiones en este sentido, que no han cesado desde el comienzo de la pandemia, aumentarán a medida que la pandemia retroceda. Las presiones se harán efectivas mediante el cese de las indemnizaciones por desempleo técnico, establecidas precisamente para permitir que la "economía" se reanude lo antes posible después del "bache" que experimenta actualmente, y la amenaza de despido para los más recalcitrantes.

Sin embargo, este reinicio no puede ser simplemente un regreso al status quo anterior. Por una parte, a pesar de las medidas de apoyo a la tesorería de las empresas (mediante el aplazamiento o incluso la anulación parcial de los impuestos y las cotizaciones a la seguridad social y la cobertura estatal de las indemnizaciones de desempleo parcial) y la apertura de amplias posibilidades de préstamo, algunas de ellas garantizadas por el Estado [12], muchas empresas, y no sólo las PYMES más expuestas, pueden llegar a la quiebra, y para muchas otras será muy difícil debido a la ruptura de las relaciones inter empresariales (ascendentes y descendentes de cada una) que estas quiebras conllevan. Esto se va a traducir en una mayor concentración y centralización de los capitales en todos los sectores y ramas, cuya participación en la "economía" va a aumentar, pero también en un aumento de su tasa de ganancia, debido a la desaparición de una parte del capital en funciones, que actualmente se encuentra en un estado de sobreacumulación. Sin embargo, las perspectivas de inversión se verán afectadas por la devaluación de su capital que los inversores institucionales acaban de registrar en el mercado de valores, lo que los hará más cautelosos y más exigentes en cuanto a la garantía del rendimiento de la inversión. El resultado general será un aumento del desempleo, que no se compensará totalmente con la reanudación del consumo (productivo e improductivo) que seguirá al final del confinamiento, y que desequilibrará aún más las relaciones de fuerza en el mercado laboral a favor del capital.

Por otra parte, las empresas que logren salir de esta crisis, sabiendo que precisamente para salir de ella, tratarán de aumentar la explotación de la mano de obra, jugando principalmente con la duración e intensidad de la jornada laboral, ya que el aumento de los beneficios de la productividad se ha ido desacelerando constantemente en los últimos decenios [13]. Para ello, podrán obviamente aprovechar el aumento del desempleo y utilizar aún más el chantaje del despido; pero también podrán beneficiarse del apoyo del gobierno en forma de un endurecimiento de las condiciones legales de empleo, trabajo y remuneración. En Francia, por ejemplo, podrán contar con todas las medidas de derogación de lo que queda del Código del Trabajo que se adoptaron en virtud de la ley por la que se instituye el "estado de emergencia sanitaria", que puede prorrogarse y convertirse en "estado de emergencia económica". Estas derogaciones se refieren a "facilitar el uso de la actividad parcial; la posibilidad de autorizar al empleador a imponer o modificar las fechas de disfrute de una parte de las vacaciones remuneradas dentro del límite de seis días laborables, mediante la derogación de los períodos de notificación previa a despido, o a imponer o modificar unilateralmente las fechas de los días de reducción de la jornada laboral (según lo prevé la ley sobre las 35 horas/semana: NdT), los días de descanso previstos en los acuerdos sectoriales y los días de descanso asignados a través de la cuenta de ahorro de tiempo de los asalariados; la autorización otorgada a las empresas especialmente necesarias para la seguridad nacional o la continuidad de la vida económica y social a que se aparten de las normas de orden público y de las estipulaciones relativas a los horarios y duración de la jornada de trabajo, el descanso semanal y el descanso dominical; excepcionalmente, se podrán modificar los plazos y las condiciones de pago en el marco del régimen de participación en los beneficios o de la prima de poder adquisitivo excepcional" [14]. Cabe señalar que hasta la fecha (15 de abril) aún no se ha publicado el decreto en el que se especifican los sectores en los que no deben aplicarse esas derogaciones.

Por último, la crisis económica que acompaña a la crisis sanitaria no sólo habrá afectado el circulante de las empresas: también habrá deteriorado brutalmente el estado de las finanzas públicas, tanto por el aumento de los gastos provocado por los planes de apoyo a la "economía" [15] como por la contracción de los ingresos fiscales vinculados a la ruptura de una parte de esa misma "economía" (en particular el impuesto sobre el capital y los impuestos indirectos sobre el consumo) [16], provocando un déficit público adicional [17], cubierto como de costumbre por el recurso al endeudamiento. Esto ya ha dado lugar a un fuerte aumento de los tipos de interés de los préstamos públicos anteriormente orientados a la baja, incluso de cero por ciento en algunos casos, que los principales bancos centrales han tratado de prevenir y limitar mediante una nueva ola de flexibilización cuantitativa [18]. De ahí también la reactivación de los proyectos de eurobonos (llamados también covibonos): Esto significa que todos los países de la UE (Unión Europea) emiten títulos de crédito a través del BCE [Banco Central Europeo], poniendo así en común esta deuda pública adicional para ayudar a los Estados miembros más afectados por la pandemia, cuyas condiciones de préstamo en los mercados financieros son también las menos favorables (Italia, España, Portugal); que tanto Alemania como los Países Bajos, Austria y Finlandia, como de costumbre, han rechazado por el momento, dando prioridad a su soberanía nacional en una operación que habría representado un paso adelante en el camino hacia la creación de un Estado federal europeo. [19]

En este primer escenario, el deterioro de las finanzas públicas se traduciría casi seguramente en una intensificación de la política de austeridad aplicada anteriormente por los gobiernos, que implicaría tanto un aumento de los impuestos y las cotizaciones sociales sobre el trabajo y el consumo final como una reducción del gasto público, empezando por recortes claros en los presupuestos destinados a cubrir las necesidades sociales más básicas: vivienda, transporte, educación e incluso salud. La crisis que estamos viviendo, que es el resultado de décadas de subinversión pública en la salud puede no alterar las tendencias anteriores en este ámbito, si nos atenemos, por ejemplo, al estudio que acaba de presentar la Caisse des dépôts et consignations (Institución financiera pública "de interés general"), que prevé recurrir a la colaboración público-privada para suplir la falta de inversión pública en los hospitales [20]. O si nos fijamos en las declaraciones del director de la Agencia Regional de Salud de la Región del Gran Este [Noreste de Francia], quien indica que, una vez que la pandemia haya terminado, será necesario continuar el plan de ahorro previsto para los hospitales de Nancy mediante el recorte de 598 puestos de trabajo y 174 camas. [21] La misma orientación aberrante en Suiza donde, en medio de la crisis de Covid-19, el Consejo Federal planea una reducción de los ingresos de los hospitales entre cinco a seiscientos millones de francos [22].

Para completar el cuadro, para evitar que cualquier movimiento social se oponga al restablecimiento del estado anterior y de la dinámica catastrófica, lo que implica considerar como definitivas las consecuencias sociales de la crisis sanitaria y que los gobiernos en el poder queden exentos de toda responsabilidad en esta materia, estos últimos podrían contar siempre con el mantenimiento o incluso el endurecimiento del régimen de restricción de las libertades públicas establecido para hacer frente a la pandemia, ante el que el propio Syndicat de la magistrature (un sindicato de jueces] expresó su preocupación en Francia [23]. Y sin duda sabrán aprovechar la nueva tolerancia a la vigilancia generalizada facilitada por el confinamiento, con la vigilancia de los espacios públicos por medio de drones y sensores de calor y los movimientos individuales por medio del seguimiento de los teléfonos móviles. El "Gran Hermano" se convertiría en un compañero intruso e inevitable tan pronto como salgas de tu casa. Si pudieran, completarían al mismo tiempo los cambios introducidos en la lucha contra este otro enemigo invisible, el llamado "terrorismo", que ya permitió una restricción crónica de las libertades públicas y el avance hacia un poder panóptico de vigilancia, control y represión.


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