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Tres escenarios para explorar posibilidades en el horizonte después de la crisis del Covid-19

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Por último, podrían contar también con los efectos persistentes del estado psíquico creado por esta pandemia y por las medidas de contención impuestas para combatirla: la autodisciplina para aceptar el estado de excepción como forma normal de gobierno.

La actitud de desconfianza hacia los demás, así como hacia uno mismo como posibles fuentes de amenaza (factor de infección), expresada a través de la distanciación, de los "gestos barrera", del uso de guantes y máscaras y por último y más profundamente, por una pérdida de confianza en el mundo.

No hablemos del trauma sufrido por quienes han perdido a uno de sus seres queridos, sin haber podido siquiera recogerse ante sus restos, un rito que es sin embargo necesario para cualquier trabajo de duelo. Todos estos son elementos que no favorecen el desarrollo de la movilización colectiva.

En resumen, este primer escenario sería algo así como la secuencia que vimos al final de la crisis financiera de 2007-2009, conocida como la crisis de las hipotecas de alto riesgo, de las subprime. Entonces, el hecho que la crisis haya cuestionado los dogmas neoliberales habrá sido una oportunidad para que los gobiernos los reafirmen autoritariamente, argumentando que la crisis no fue resultado de su aplicación sino, por el contrario, de las insuficiencias de esa misma aplicación, que por lo tanto debe continuarse y recrudecerse [24]. Fieles a la "estrategia de choque" (Naomi Klein) que siempre ha tenido éxito hasta ahora, no cabe duda de que "nuestros" gobiernos tratarán de aprovechar el choque económico, financiero, social y psicológico de la actual crisis (sanitaria) para prolongar y reforzar la aplicación de esas políticas, tratando así de ocultar y de hacer olvidar la responsabilidad en el desencadenamiento y la gestión calamitosa de esta crisis de esas políticas y de quienes los administraron.

Está claro que los puntos débiles de tal escenario son múltiples. Aparte del hecho de que nada garantiza que los que están en el poder puedan controlar fácilmente a los movimientos sociales que nacerían de su propia implementación, a menos de adoptar formas de gobierno dictatoriales (como ya es el caso de Hungría), esta hipótesis pasa por alto especialmente los dos últimos desafíos que la actual pandemia plantea al poder capitalista y que han sido mencionados anteriormente. No contribuiría a remediar la contradicción inherente a la transnacionalización del capital que ya he señalado, que pone exclusivamente bajo la responsabilidad de los Estados-nación la (re)producción de las condiciones generales de esta relación social, mientras que la misma se extiende día a día más allá de sus fronteras y de su espacio de soberanía. En cuanto al hecho de que la pandemia actual aparece como un desarrollo particular, pero particularmente agudo, de la catástrofe ecológica mundial en la que el modo de producción capitalista ha comprometido a toda la humanidad, la aplicación de políticas neoliberales sería tanto más indiferente a dicha catástrofe cuanto que, por definición, se trata de políticas totalmente ciegas a las "externalidades negativas" del proceso de producción capitalista. [25] En otras palabras, la realización de un escenario como éste abriría de par en par las puertas a la reaparición de tales crisis a corto o mediano plazo, incluso a escalas aún mayores. 

Escenario 2: Un giro neo-socialdemócrata

La gestión calamitosa de la crisis sanitaria por parte de los gobiernos, que probablemente se prolongue o que incluso se agrave cuando se levanten las medidas de confinamiento, las medidas de austeridad que tal vez adopten para reactivar la "economía", los intentos de reactivar y de ampliar el programa de "reformas" neoliberales que pautaron la agenda antes de la presente crisis, todo ello puede provocar, por reacción, que los movimientos sociales les pidan cuentas de su responsabilidad en este asunto y los obliguen a cambiar sus orientaciones anteriores. Estos movimientos podrían apoyarse fácilmente en el descrédito de esos mismos gobernantes, fruto del espectáculo de su ineptitud, de la cólera y las frustraciones generadas por el encierro, del deseo de encontrar a los responsables y culpables de este enorme fiasco, un descrédito que podría repercutir sobre todas las políticas neoliberales anteriores, cuyo carácter nocivo e incluso criminal ha quedado demostrado a gran escala por la crisis sanitaria ocasionada por el deterioro del servicio de salud pública, del que estas políticas son directamente responsables.

No cabe ninguna duda de que los trabajadores de la salud estarían en la primera línea de tales movimientos, en particular los de los hospitales públicos, que a lo largo del último año han denunciado constantemente el desmoronamiento del sistema de salud, obteniendo como única respuesta, en el mejor de los casos, el desprecio de sus irresponsables superiores, cuando no los gases lacrimógenos y las porras [de la policía] y que, arriesgando sus vidas, han estado y están en la primera línea de la lucha contra la pandemia. Esperamos que sean apoyados por todos aquellos que se han salvado gracias a sus esfuerzos, junto con sus familiares y allegados; pero también por todos aquellos que han perdido a uno de sus seres queridos en condiciones indignas, cuando otra política de salud pública podría haberlos salvado y más globalmente, por todos aquellos que habrían tomado conciencia en esta ocasión de la necesidad de movilizarse para detener tal destrozo [del sistema de salud]. Y ciertamente serían apoyados por todos los investigadores que han visto sus investigaciones sobre los virus literalmente arruinadas voluntariamente por las restricciones presupuestarias. [26].

También es de esperar que el confinamiento haya hecho que la insuficiencia cuantitativa y cualitativa de las viviendas sociales y, más en general, las condiciones de alojamiento, sobre todo en las zonas urbanas, sean de ahora en adelante inaceptables para un gran número de personas, y que les haga tomar conciencia de la necesidad de adoptar un plan de construcción y renovación masiva [de viviendas]. Sin mencionar siquiera las condiciones miserables e indignas en las que los presos [27], los detenidos en centros de detención administrativa [28] y los internados por razones psiquiátricas [29] han sido confinados en Francia y sin duda en otros lugares del mundo. Afectados tanto ellos como sus parientes y las personas que los apoyan.

Por supuesto, es difícil predecir en qué perspectivas políticas globales podrían desembocar esos movimientos sociales, si se produjeran. En todo caso, llevarían a una alteración del equilibrio de fuerzas entre el capital y el trabajo. El alcance y la duración de esa alteración dependería obviamente del grado de su radicalidad y, por lo tanto, de su orientación dominante.

Esto nos lleva a prever un segundo escenario que conduciría a un nuevo compromiso entre el capital y el trabajo del mismo orden que el que puso fin, en los años 1930 y 1940, a la crisis estructural que el capitalismo había atravesado entonces y a las luchas sociales y políticas, tanto nacionales como internacionales, que lo acompañaron, compromiso que se suele calificar de fordista o socialdemócrata. Con el fin de volver a poner en pie el capitalismo y al mismo tiempo, cambiar considerablemente su modo de funcionamiento, la realización de este segundo escenario exigiría que se abordaran de un modo u otro los diversos desafíos que plantea la crisis actual, que se han detallado anteriormente. Esto supondría una combinación de grandes cambios a lo largo de tres ejes diferentes.

En primer lugar, una clara ruptura con las políticas neoliberales. Entre los principales puntos de ruptura debería haber, por un lado, una distribución más favorable para los trabajadores del valor agregado mediante la creación de empleo y un aumento generalizado y sustancial de los salarios reales, además de los salarios indirectos en lugar de los directos. Por otra parte, en relación con el punto anterior, debería haber un aumento del gasto público en protección social, servicios públicos (dando prioridad a la educación y a la salud) e instalaciones comunitarias (especialmente viviendas sociales). Por último, y como consecuencia de los dos puntos anteriores, sería necesario un cambio profundo de las contribuciones obligatorias (impuestos y cotizaciones sociales), lo que implicaría en particular una reducción de la fiscalidad directa (CSG: contribución social general) e indirecta (IVA y otros impuestos sobre el consumo) sobre los salarios, así como un aumento de los impuestos sobre las empresas (impuesto a las sociedades), las rentas altas (mediante la reintroducción de tramos superiores del impuesto sobre la renta) y los grandes patrimonios, atacando tanto su posesión (mediante la reintroducción y el aumento del impuesto sobre el patrimonio) como su transmisión. [30].

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La inflexión del equilibrio de poder entre capital y trabajo pasaría, en segundo lugar, por una "desmundialización" parcial del proceso inmediato de reproducción del capital. Ello implicaría, en primer lugar, definir un campo de soberanía económica nacional [31], es decir, un conjunto de sectores o ramas cuyo control por parte del Estado se considera estratégico desde el punto de vista de la seguridad de su población; dicho campo debería incluir, como mínimo, además de la industria alimentaria, la vivienda social, la atención sanitaria [32], la educación y la investigación científica. Esto podría implicar, por lo tanto, la (re)nacionalización de las empresas situadas en posición de monopolio u oligopolio en cada uno de los sectores o ramas precedentes (en primer lugar las industrias farmacéuticas); más ampliamente, la estrecha subordinación de todas las empresas que operan en estos sectores y ramas a normas capaces de garantizar dicha soberanía, en lo que respecta a sus decisiones sobre inversión o desinversión, investigación y desarrollo, y la afectación de sus ganancias. Y para completar el cuadro, no debemos olvidarnos de gravar a todas las empresas transnacionales de tal manera que se limiten drásticamente sus operaciones de optimización fiscal y de evasión de impuestos, gravándolas en la debida proporción a las operaciones que realizadas sobre el suelo nacional.

En tercer lugar, inspirándose en los proyectos del Green New Deal [33], habría que poner en marcha un plan de inversiones públicas masivas para luchar contra la catástrofe ecológica, centrándose en primer lugar en el calentamiento global y la degradación de la biodiversidad, que implicaría en particular: la ayuda al desarrollo de las energías renovables, el aislamiento térmico de los edificios privados y públicos, el desarrollo de los transportes públicos, especialmente en las zonas rurales y suburbanas, la reconversión de la agricultura en agricultura biológica y los circuitos de distribución cortos, etc.

Surge entonces una primera cuestión: las condiciones subjetivas para ese escenario, es decir, qué fuerzas sociales y políticas podrían hacerse cargo de tal proyecto y programa reformista y, en caso afirmativo, cómo podrían unir sus fuerzas con este fin. Por el momento, ningún movimiento social o formación política constituida, con capacidad para gobernar, aboga por un programa de este tipo. No hay nada de eso en los demás partidos llamados socialistas, socialdemócratas o laboristas, que sin embargo podrían renovarse útilmente en esta ocasión, porque están empantanados y diluidos en su anterior carrera -con vergüenza o con descaro- hacia el neoliberalismo [34]. Tampoco hay nada de esto en las formaciones ecológicas. Europa Ecología los Verdes [Partido ecologista francés] sigue denunciando las causas inmediatas de la crisis sanitaria [35] y reduce el Green New Deal a "un sistema fiscal más redistributivo: un sistema fiscal as grandes fortunas y para las compañías de seguros que obtienen beneficios indebidos durante el período de confinamiento" [36].

Incluso las propuestas presentadas por la Convención de Ciudadanos por el Clima [esta Convención reúne a 150 ciudadanos franceses designados por sorteo] resultan mínimas [37]. Después de haber observado con razón que "la pérdida de la biodiversidad y la destrucción de los medios naturales son testigos de la crisis ecológica, y son también factores importantes en la crisis sanitaria actual" y que "la multiplicación del comercio internacional y nuestros estilos de vida globalizados son la causa de la rápida propagación de la epidemia", la Convención espera simplemente que "el fin de la crisis, preparado por los poderes públicos, no se haga en detrimento del clima, de los seres humanos y de la biodiversidad", se limita a sugerir que "se emprendan importantes obras para reducir la dependencia de Francia de las importaciones, promover el empleo en Francia y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero" y a recordar "la necesidad de reubicar las actividades de los sectores estratégicos para garantizar nuestra seguridad alimentaria, sanitaria y energética", así como "la importancia de la solidaridad internacional para una acción eficaz". En resumen, buenas intenciones sin un plan preciso para llevarlas a cabo.

Por el momento, sólo se oyen unas pocas voces a favor de las propuestas anteriores. Voces dispersas que están lejos aún de constituir un coro. Por lo tanto, sería necesario contar con la movilización colectiva prevista anteriormente para que puedan amplificarse y unificarse.

Algunas organizaciones sindicales se han situado ya en una perspectiva reformista. La CGT [Confederación General del Trabajo], por ejemplo, le mandó una carta abierta al Presidente de la República en la que le pide que cambie toda su política anterior presentando las siguientes propuestas:

"Reubicación de actividades, en la industria, la agricultura y los servicios, que permita establecer una mayor autonomía en relación con los mercados internacionales y recuperar el control sobre los métodos de producción e iniciar una transición ecológica y social de las actividades.

Reorientación de los sistemas productivos, agrícolas, industriales y de servicios, para hacerlos más justos socialmente, capaces de satisfacer las necesidades básicas de las poblaciones y centrados en la restauración de los principales equilibrios ecológicos.

Establecimiento de un apoyo financiero masivo a los servicios públicos, cuyo estado desastroso se revela de manera cruel a raíz de la crisis del coronavirus: salud pública, educación pública e investigación, servicios para las personas en situación de dependencia...

Reexaminar las normas tributarias internacionales para combatir eficazmente la evasión fiscal y hacer participar más a los más ricos, mediante una fiscalidad ambiciosa y progresiva sobre los bienes y los ingresos".  [38].

No hay que dejar de lado la posibilidad que, por parte de algunos gobernantes, tales propuestas puedan ser escuchadas y adoptadas en parte. Fue el propio Emmanuel Macron quien, después de lamentar la "barbaridad de dinero" que costarían las ayudas sociales mínimas y de haber manifestado claramente su voluntad de poner las cosas en orden, responsabilizando a los cotizantes de la seguridad social [39], descubrió repentinamente que "la asistencia sanitaria gratuita y sin condición de ingresos, trayectoria o profesión y nuestro Estado de bienestar no son costos o cargas sino bienes preciosos, bienes indispensables cuando golpea el destino" [40]. E incluso la repentina revelación de Angela Merkel sobre el carácter nocivo de las políticas neoliberales en Alemania: "Aunque este mercado [el de las máscaras protectoras] se encuentra actualmente en Asia, es importante que extraigamos de esta pandemia la experiencia de que también necesitamos una cierta soberanía, o al menos un pilar para llevar a cabo nuestra propia producción", en Alemania o en Europa, defendió. [41] Ciertamente, sabemos por experiencia el valor de las declaraciones hechas en situaciones de caos como la actual por los dirigentes que son culpables de aquello que prometen hoy remediar, antes de volver a sus prácticas pasadas después de que la crisis haya terminado. Pero no es menos significativo que los "pioneros" del neoliberalismo puro a nivel europeo se hayan dejado llevar ya hayan hecho tales declaraciones.

Pero esta perspectiva reformista plantea una segunda cuestión: la de sus condiciones objetivas de posibilidad, es decir, los obstáculos y límites que su realización encontraría en el estado actual del modo de producción capitalista. Dos de estos límites son inmediatamente obvios. Por una parte, el reequilibrio de la distribución del valor agregado en favor de los salarios y en detrimento de los beneficios, acompañado por un aumento de los gravámenes obligatorios para financiar tanto la mejora de los equipos colectivos y los servicios públicos como el plan masivo de inversiones públicas en favor del Green New Deal, medidas que ciertamente tienen elementos comunes y en parte se superponen, se enfrentarían a la tendencia a la baja de los aumentos de productividad antes mencionada. En otras palabras, el aumento de la productividad probablemente ya no sería suficiente para financiar la revalorización del capital (mediante ganancias), los aumentos de los salarios reales y el aumento del gasto público en un amplio programa de inversión social y ambiental. En resumen, hay una especie de triángulo de incompatibilidad entre estos tres objetivos.

Por otra parte, si un Green New Deal es capaz de mitigar los efectos ecológicamente desastrosos de una acumulación desenfrenada de capital y, por tanto, de frenar la dinámica de la catástrofe ecológica mundial así generada, es completamente incapaz de resolver la contradicción entre la necesaria reproducción ampliada del capital (su acumulación), que no conoce límites, y los límites del ecosistema planetario. Para decirlo de manera diferente y más simple, puede haber capital verde pero no capitalismo verde [42]. También en este sentido, el capitalismo ha alcanzado sin duda alguna sus límites y el reformismo con él. Y si esto ocurriera, el giro neo socialdemócrata nos llevaría seguramente a un callejón sin salida a mediano plazo.

Escenario 3: abrir brechas en la perspectiva de una ruptura revolucionaria

Por lo tanto, puede concebirse un tercer escenario, aunque a priori parece incluso más improbable que el anterior. Parte de la hipótesis de que cuanto más profunda es la crisis del modo de producción capitalista, cuanto más manifiesta sus contradicciones irreconciliables y sus límites infranqueables, más crea las condiciones para la apertura de brechas a través de las cuales pueden avanzar las fuerzas sociales y políticas que luchan por una ruptura revolucionaria, que encuentran su base natural en los trabajadores (obreros y empleados, de todos los sectores y ramas), que hoy en día definen al proletariado.

Tal proceso ya está en marcha, en el corazón de esta crisis, aunque de manera embrionaria pero significativa. Demos algunos ejemplos. Contra la presión reforzada de los gobiernos y de los empleadores y su doble discurso, son los trabajadores quienes, mediante retiros espontáneos por razones de seguridad, mediantes paros o incluso por huelgas, han impuesto el cese de la producción o su continuación con la condición de respetar las normas de seguridad (distancia, uso de guantes y máscaras, desinfección de los locales, etc.), con el simple objetivo de preservar su salud y su vida [43]. Lo que han afirmado claramente es que en última instancia, son los únicos que mantienen el proceso de producción: son los que producen toda la riqueza social y también los que están en condiciones de detener la producción. Esta es la verdad fundamental que toda la ideología dominante en sus diversas facetas oculta constantemente en tiempos normales.

También ha quedado claro, en la práctica y en la conciencia reflexiva que la ha acompañado, que es necesario distinguir entre las actividades productivas estrictamente necesarias para el desarrollo de la vida social (salud, alimentación, servicios básicos: agua, gas, electricidad, etc.), y que han tenido que continuar en determinadas condiciones de seguridad, y las que son superfluas o incluso nocivas, de las que se puede prescindir o que incluso es conveniente dejar en suspenso (producción de automóviles, industria militar, astilleros - lista no exhaustiva). Aunque esto no sea fácil de implementar, visto como se entrelazan las actividades productivas en cualquier aparato de producción socializado [44], y precisamente porque no es fácil de implementar, esta distinción plantea la cuestión de qué es lo más importante que hay que evitar en un proceso de transición socialista, el aparato de producción existente debe mantenerse, al menos inicialmente y mediante su transformación, y lo que debe abandonarse inmediatamente o reconvertirse a fondo, como parte de una planificación de la producción basada en la necesidad y la urgencia de satisfacer las necesidades sociales más básicas. Esta reconversión ya ha comenzado: hemos visto empresas textiles que empiezan a fabricar mascarillas quirúrgicas, perfumerías que producen alcohol en gel, fabricantes de automóviles que desarrollan aparatos de respiración, etc. [45]

Bajo la presión de la necesidad, pero también bajo el efecto de la solidaridad entre "los de abajo", conscientes de la negligencia y la indiferencia de "los de arriba", hemos visto el establecimiento y el desarrollo, casi en todas partes, a nivel local, de prácticas y redes de ayuda mutua para hacer frente a las dificultades y problemas derivados del avance de la pandemia y de las medidas de contención, en particular en favor de los más desposeídos de estos expropiados, que son por definición proletarios: trabajadores precarios y desempleados, mujeres y niños víctimas de la violencia intrafamiliar, personas mayores aisladas, en viviendas insalubres y sin hogar, extranjeros indocumentados, refugiados, etc., etc. Según el caso y el lugar, se ha tratado de la preparación de canastas de alimentos; de colectas de alimentos, productos o ropa de protección e higiene, libros, DVD, etc.; de atención a domicilio; de lucha contra la soledad y el aislamiento; de creación de estructuras de apoyo escolar para niños confinados y necesitados; de requisición de habitaciones de hotel; de intervenciones en las prefecturas para obtener regularizaciones, etc. Estas acciones han sido tanto más coherentes cuanto que han podido apoyarse en colectivos o redes preexistentes, como las Amap [46], cuya utilidad ha quedado demostrada en un momento en que el abastecimiento de alimentos a los supermercados se ha vuelto problemático. La importancia de estas prácticas y redes se mide no sólo por sus efectos inmediatos en términos de solidaridad concreta, sino también por el hecho de que son oportunidades para poner de relieve y acusar las deficiencias actuales de los sistemas de protección social y más en general, de los poderes públicos, que provocan su estrangulamiento financiero a través de las políticas neoliberales y su estructura burocrática tradicional. Sobre todo, como elementos de la auto-organización popular, son otras tantas prefiguraciones de la autogestión generalizada que sería una sociedad liberada de todas las estructuras de explotación y dominación; y es por eso que merecen ser incluidos aquí. [47].

Por último, en un momento en que la "economía" está en gran medida estancada, en que los bienes y el dinero circulan con dificultad, en que la supervivencia depende menos del comercio que de la solidaridad interpersonal o asociativa y de la distribución a partir del Estado, han (re)aparecido los bienes gratuitos en todas partes. Movidos por el miedo a perder el contacto con sus clientes que están confinados en sus casas, los editores han empezado a ofrecer una parte (muy pequeña) de sus fondos de forma gratuita; varios productores de cine y diferentes plataformas de videos por suscripción han hecho lo mismo; etc. Por muy interesado y temporal que pueda ser este libre acceso, indica sin embargo lo que debería ser el acceso a la cultura en una sociedad liberada de las garras de la propiedad privada y del mercado: un servicio público gratuito al alcance inmediato de todos.

Entre los otros beneficios paradójicos del actual colapso de la economía capitalista está la espectacular caída de las diversas formas de contaminación que genera en su curso ordinario. La contaminación atmosférica ha disminuido en casi todo el mundo: en China [48], Europa [49], India [50]. Una disminución significativa de la contaminación acústica vinculada al tráfico automotor, que nos permite oír de nuevo el viento en el follaje y los cantos de los pájaros. Disminución de la contaminación publicitaria en la radio y la televisión. Casi desaparece la contaminación de las comunicaciones telefónicas no deseadas debido al cierre de los centros de llamadas. Todas estas son manifestaciones in vivo de que vivimos mejor sin el capitalismo, cuyo único obstáculo son las medidas de contención que nos sigue imponiendo, impidiéndonos aprovecharlas al máximo.

En resumen, en muchos sentidos, la crisis actual está abriendo brechas en el sistema de relaciones, de prácticas y de representaciones a través de las cuales se suele ejercer la dominación del capital, con su inevitable cuota de perjuicios, que dejan claro que otro mundo es posible, e incluso necesario y deseable, cuando esa dominación va a la quiebra, como está ocurriendo en gran medida en este momento. Son precisamente estas brechas las que, en la perspectiva de este tercer escenario, tendremos que tratar de ampliar a través de las luchas en curso, que van a retomar con más vigor cuando la dirección capitalista, tanto del gobierno como de la patronal, busque volver al statu quo ante.

La primera cuestión para estas luchas serán las condiciones en las que se reanudará la producción. El coronavirus responsable de la pandemia no habrá sido totalmente erradicado y en ausencia de vacunas, los trabajadores tendrán que luchar para imponer que esta reanudación se lleve a cabo en las condiciones que han logrado imponer hasta ahora: distinción entre las actividades socialmente necesarias y el resto; asegurar los espacios de trabajo (obras, talleres, oficinas) con el estricto cumplimiento de las normas de seguridad (distancia, uso de guantes y máscaras, desinfección de los locales, etc.), medidas que deberán extenderse a toda la población, ya sea activa o no. También deberán luchar contra los intentos de aumentar su explotación aumentando la duración y la intensidad del trabajo para permitir que el capital absorba algunas de las pérdidas (pérdida de ganancias, disminución de los beneficios y de las tasas de ganancias) que ha registrado durante la crisis, suspendiendo o incluso suprimiendo las disposiciones del Código del Trabajo sobre este tema: en una situación en la que el desempleo habrá aumentado debido a la quiebra de un gran número de empresas. La consigna "trabajar todos para trabajar menos y trabajar de otra manera" estará más que nunca en el orden del día. En otras palabras, si tenemos que arremangarnos para recuperar el terreno perdido, que sea en forma de contrataciones masivas, permitiendo una reducción del tiempo de trabajo para todos, y no sólo bajo la forma de una mayor explotación de los trabajadores que ya tienen un trabajo. En el mismo sentido, deberán imponer que los ingresos de los accionistas (dividendos) y los ingresos de los directivos (sus primas y extras) sean recortados o incluso se supriman para hacer frente a las dificultades de las empresas y se utilicen para relanzar las inversiones. Por último, para compensar la oleada de quiebras y despidos masivos que resultarán casi con toda seguridad del prolongado paro de la producción, los trabajadores tendrán que movilizarse para imponer la socialización, bajo su control, de las empresas cuya producción se considerará socialmente necesaria, haciendo aún más operativa la distinción anterior.


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