bitacora
ESPACIO PARA PUBLICIDAD
 
 

Es el momento de la Renta Básica

imagen

Por María B. Varela, Rodri Gil (*)

Estos días nos recuerdan constantemente que el tristemente famoso coronavirus no entiende de fronteras geográficas, de clases sociales o de géneros. Se diría que es un virus democrático.

Y, desde el punto de vista biológico, probablemente lo sea. Cuando invade un nuevo organismo para infectarlo, no le hace un cuestionario previo. Pero aquí se acaba la democracia. La situación geográfica, la pertenencia a una clase social concreta e, incluso el género, son fundamentales a la hora de definir cómo nos enfrentamos a él. La calidad y extensión de los sistemas sanitarios públicos difieren de unos lugares a otros. Nuestra situación económica determina, en gran parte de los casos, si podemos pasar la cuarentena tranquilamente en nuestra casa o si no nos queda más remedio que seguir con la vida laboral ordinaria ante el riesgo de perderla. Y, como siempre, serán las mujeres quienes mayoritariamente se encargarán de cuidar a las personas más vulnerables al virus, a las que enfermen, a los niños en casa... Sin embargo, cuando realmente se harán palpables estas diferencias será en la sociedad post virus. Es obvio que un huracán como el que nos está sacudiendo estas semanas atraviesa a todo el mundo. No obstante, una vez pase la tormenta será muy fácil distinguir entre los "poco" y los "muy" afectados. La desigualdad social será más acusada que nunca.

Frente a esto, el gobierno ha anunciado la movilización de 200.000 millones de euros, con los que prevé implantar medidas encaminadas, por un lado, a asegurar las prestaciones de los trabajadores que queden, en principio temporalmente, sin empleo, y por otro lado, a abrir líneas de crédito y/o avales para asegurar la financiación en la crisis económica prevista. Es decir, las receptoras de la acción económica gubernamental serán las empresas: se harán cargo de sus trabajadores mientras les sobran por la parálisis de la producción y, una vez el virus nos deje salir de nuevo a la calle, facilitarán su financiación. Esa categoría, "empresas", es aparentemente muy hetereogénea: de microempresas a grandes multinacionales, de manufactureros de productos básicos a corporaciones financieras...pero tienen una característica común: son capital. El gobierno en una situación de crisis, de nuevo, atiende a la llamada del capital. Bien es cierto que se puede "ayudar al capital" de diferentes formas, pero todas ellas comparten dos principios: no se ayuda a la gente y no sale gratis.

El pensamiento económico mainstream sigue un sentido descendente: el Estado ayuda a las empresas, para que mantengan la producción y los puestos de trabajo, la maquinaria económica siga girando y, vía salarios, esta ayuda acabe llegando a la gente. Y, con suerte, todo volverá a ser como antes. Por supuesto, esta cadena de favores depende de la buena voluntad del depositario inicial de la ayuda: el capital. Y aquí es donde nos surge una pregunta: ¿qué pasaría si el capital, en lugar de hacer lo que el Estado espera de él, dedicase ese dinero público a la especulación financiera o, si somos un poco más afortunados, a incrementar el nivel tecnológico de sus empresas para no depender tanto en el futuro de seres tan sensibles a los virus que puedan venir? ¿Qué remanente quedaría entonces para las personas?

Desde nuestra humilde condición de personas, nos preguntamos cómo piensan el estado y el capital que vamos a poder ejercer nuestro papel como consumidores/as, si cada vez estamos más hundidos en la precariedad. Soñemos por un instante qué sucedería si, por fin, el gobierno tuviese la valentía de dar la vuelta a la tortilla: si en lugar de ayudar al capital, ayudase a la gente. El concepto teórico ya existe desde hace décadas: Renta Básica. El estado, sin menoscabo de los servicios públicos, asegura la existencia material básica de la gente mediante la entrega de una cantidad monetaria regular a la población, de forma individual e incondicional. El sentido cambia, pasa a ser ascendente.

Con un Renta Básica ya no dependemos de la buena voluntad de entidades privadas, ya que esta medida supone una redistribución de la riqueza pública que llega directamente a toda la población. Y, vía consumo, acaba llegando también al capital. ¿Cómo podemos estar seguros de que esto sería así? Porque, a diferencia de la mano de obra en un mundo hipertecnológico, el consumo continúa siendo necesario, ya que no somos autosuficientes. Las empresas tan solo tendrían que preocuparse por ofertar aquello que los consumidores queremos. Sin embargo, esta crisis también nos hace pensar sobre cómo consumimos, qué consumimos y qué dependencia tenemos de otros actores de la sociedad para llevar una vida adaptada a los estándares del neoliberalismo en el que vivimos. Sin duda, la Renta Básica nos puede llevar a replantearnos nuestros hábitos de consumo que, además de hacernos daño a nosotros mismos, hacen un daño irreparable al planeta en el que vivimos.

Llegados a este punto, habrá quien nos recuerde que esto que proponemos tampoco es gratis. Efectivamente, no lo es. Para financiarlo es imprescindible una reforma fiscal integral, radical, que garantice la distribución de la riqueza desde los "muy" hacia los "poco". Es urgente la necesidad de acabar con los paraísos fiscales -aunque "guaridas" sea un término más adecuado- y hacer que aquellos que más tienen empiecen a pagar impuestos, porque sin justicia fiscal es imposible la justicia social.

Como sociedad debemos ser más ambiciosos y reclamar una Renta Básica Incondicional, Universal, Individual y Suficiente como un derecho, algo que no se nos pueda arrebatar a la mínima de cambio. Es por ello que la implantación de una Renta Básica para paliar los efectos de esta crisis sanitaria que aboca a la precariedad a millones de personas en este país es un arma muy poderosa; sirve para combatir la pobreza de manera inmediata y servirá para descubrir a la ciudadanía la sensación de libertad que nos da tener la existencia material garantizada. En el momento que la población sienta esa libertad, difícilmente nos podrán quitar ese derecho.

Se acabó el tiempo para intentar refundar el capitalismo. Ya no vale darle un toque social y verde, con medidas ya conocidas que no funcionan. Al contrario, hacen falta propuestas de calado y transformadoras que garanticen una vida digna a las grandes mayorías. El anuncio del gobierno demuestra que, una vez más, se desaprovecha la oportunidad de cambiar las cosas de verdad. No sabemos si será el miedo a que la ciudadanía descubra nuevos derechos nunca antes explorados o para evitar tocar el bolsillo de aquellos que históricamente han gobernado en la sombra.

En estos tiempos de cambios vertiginosos, de realidades aceleradas, se pierde la oportunidad de dar un giro a la historia, de cambiar el punto de vista, de poner la vida en el centro. El sistema capitalista se basa en el equilibrio, en el modelo de competencia perfecta, y acabará muriendo de desigualdad. Necesitamos evitar el coste social de esa muerte.

 

(*) María B. Varela. Matemática. Miembro del Colectivo Renda Básica da Coruña y ATTAC Galicia.

(*) Rodri Gil. Educador Social en el ámbito de la protección de menores. Miembro del Colectivo Renda Básica da Coruña, Red Renta Básica y ATTAC Galicia.

Fuente: https://adiante.gal/e-o-momento-da-renda-basica/

Traducción: María B. Varela


Atrás

 

 

 
Imprimir
Atrás

Agrandar texto

Achicar texto

linea separadora
rss RSS