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La izquierda antisistémica, según Immanuel Wallerstein

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Por Leonardo Bracamonte (*)

La ciencia de lo complejo es la ciencia de la descripción óptima de lo inherentemente impreciso. Immanuel Wallerstein. Impensar las ciencias sociales. p. 294.

Encontrar las razones por las cuales la izquierda mundial presenta un pronunciado desconcierto, no serían consecuencia, como podría pensarse, del fin del socialismo realmente existente abroquelado en torno fundamentalmente a la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Se trata de establecer la genealogía de unas estructuras geoculturales hegemónicas, que funcionaron como marco estructural a partir del cual se desplegaron las estrategias de los movimientos. La explicación wallersteniana no se direcciona a establecer responsabilidades puntuales en torno a errores humanos, etc. El esfuerzo esta dirigido a entender el contenido y los límites de una conformación estructural identificada como geocultura dominante. Aquí la noción de geocultura planteada en la tradición del análisis de los sistemas-mundo, remite a las normas y modos de discursos aceptados como legítimos dentro del sistema-mundo. Wallerstein apunta específicamente al agotamiento de estos discursos, cuando los concibe como la existencia de dos pasados, (si bien ahora replegados), que se cimentaron sobre presupuestos en general indiscutidos hasta hace relativamente poco.

En primer lugar está la trayectoria misma de la Revolución francesa, su significación simbólica perdurable. En segundo lugar la Revolución Rusa. Estos dos acontecimientos tuvieron consecuencias culturales verdaderamente trascendentales. Pero en los términos planteados por Wallerstein, su extenuación ocurrió durante las primeras décadas de la segunda mitad del siglo XX. El disturbio francés de 1789 produjo toda una teoría de la historia ampliamente aceptada durante dos siglos, naturalizada como el sentido común del liberalismo de centro e incluso de porciones amplias de la derecha liberal, y claramente, la izquierda la asumió de manera entusiasta. Planteaba la creencia en el progreso lineal y continuo, y en el componente racional inherente de la humanidad. Precisamente la humanidad en su historia de realizaciones, estaba destinada a escalar estadios cada vez más plenos. En esta perspectiva el episodio de la revolución significaba un estadio fundamental para el asedio al progreso. Se trataba de un trayecto que en todo caso no admitía alguna irreversibilidad. La creencia naturalizada no parecía conmoverse con algunas de las más brutales expresiones de fanatismo en el que periódicamente ha sucumbido una parte de esa humanidad.

El otro componente que proviene fue la experiencia bolchevique de 1917, que en buena medida completaba la teoría de la historia liberal, o más bien debía llevarla hasta sus últimas consecuencias. La conquista de un orden racional para la humanidad debía ir de la mano del proletariado industrial y urbano, férreamente organizado en un partido destinado a ocupar un Estado. Aunque esta creencia fue compartida únicamente por la izquierda, si bien por porciones significativas de los movimientos, está claro que representó un principio secular sólidamente arraigado como cultura política. Me refiero al leninismo. La garantía de hacer realidad esta teoría de la historia tenía que ver con que a lo interno de las instancias rectoras de un estado nacional, permaneciera un partido leninista. Los acontecimientos que llevaron al poder a alguna organización de este tipo ocurrieron en los territorios de la periferia de la economía-mundo. Ambos postulados reproducidos ampliamente por la izquierda resultaron despolitizadoras y en consecuencia desmovilizadores para unas mayorías entusiasmadas por la promesa de la revolución. Por otro lado, Wallerstein plantea una lectura general sobre las acciones de los movimientos, que requiere una atención particular.

Debajo de las presuntas diferencias entre los movimientos específicamente en el diseño de sus estrategias, subyacía lo que él llama la estrategia de los dos pasos. Se trataba entonces en primer lugar de llegar al poder de las instancias estatales, primer paso, para desde ahí legislar la revolución, como segundo paso. Lo que convierte en los hechos a los movimientos en reformistas. Esto no quiere decir que solo existió en términos generales esta estrategia, pero si queda claro que fue la que predominó históricamente. ¿Cómo operó el cambio a lo interno de estos marcos culturales? Wallerstein mantiene que tales desplazamientos son producto de la crisis de la economía-mundo. Habría que entenderlas como causas y al mismo tiempo como consecuencia de una historia moderna, que en clave terminal, ahora estaría abierta.

La significación de lo dicho hasta ahora se entiende si concebimos el contenido geocultural como la cubertura estructural que ofrecía sentido y justificación al capitalismo histórico. De ahí que los movimientos al funcionar inevitablemente a lo interno de esta lógica, debían fungir como una fuerza cuyas acciones al tiempo de acometidas, podían incluso servir como estabilizantes del orden arbitrario. En palabras de Wallerstein:

De ahí que, aunque estos movimientos desde luego movilizaron a amplias masas de gente en contra el sistema, asimismo sirvieron paradójicamente en términos históricos como garantías culturales de la relativa estabilidad política del sistema. La creencia misma en la inevitabilidad del progreso fue materialmente despolitizadora y fue particularmente despolitizante en el momento en el que algún movimiento antisistémico llegó al poder. (Wallerstein, 2005: p. 198)

Esta fisura cultural es consecuencia de lo que Wallerstein llama la revolución cultural mundial de 1968. Un episodio prácticamente ocurrido en una variedad notable de territorios. Pero lo que le da magnitud global al suceso revolucionario, no fue tanto su expansión espacial (aunque si es importante), sino a los señalamientos críticos contra el desempeño histórico de la izquierda en todo el mundo provenientes de los sectores movilizados. En realidad se trataba de un cuestionamiento a la izquierda tradicional. Uno de los centros de los ataques tenía que ver con las críticas realizadas al principio de la inevitabilidad de la revolución, como expresión de progreso. El resultado a largo plazo implicaba una deslegitimación de los estados. La denuncia debía suponer también la demora porque los proyectos de las diferentes expresiones de la izquierda tradicional, prorrogaban en transformar el mundo, una vez que habían conseguido llegar al poder estatal. Igualmente colocaron en el centro de los cuestionamientos la creencia en el papel trascendental adjudicado al principio esencialista de la organización en la planificación de la revolución, al tiempo en que el movimiento del 68 se abrió a incorporar reivindicaciones más político-culturales que destacaban la idea potente de la diferencia, que no controvirtiera con el principio de igualdad. De ahí las razones del distanciamiento progresivo de las mayorías hacia los movimientos, y más aún, hacia el estado, en realidad de cualquier estado. Finalmente, la historia no está a favor de nadie, el futuro es un territorio en disputa, como en realidad siempre lo ha sido el pasado, como lo sostenía Walter Benjamin cuando criticaba tanto a los historiadores disciplinantes, al mismo tiempo en que lamentaba la creencia del movimiento obrero en lo inexorable de su victoria, en momentos en que el fascismo estaba materializando su proyecto mortífero en Europa. Benjamin era un comunista claramente heterodoxo. La subordinación a la idea de progreso había sometido a la izquierda a una situación de cautiverio cultural dispuesto por el programa ideológico del liberalismo hegemónico, los efectos se habían traducido para los oprimidos en despolitización y desmovilización. Más adelante volveremos con las implicaciones globales de la revolución mundial de 1968.

La crisis sistémica

Cuando se afirma, a lo interno del Programa de Investigación del análisis de los sistemas-mundo, que estamos atravesando un periodo crítico, el concepto no está referido a las cíclicas situaciones en que la economía-mundo se ha visto en problemas de crecimiento. Se trata por el contrario de un tiempo único en que el sistema presenta una progresiva disipación estructural que anunciaría una transición sistémica. Esta situación ocurre una vez en la vida de un sistema social. Esa es una primera consideración, la otra tiene que ver con la premisa según la cual los resultados de la transición hacia otro sistema o sistemas es intrínsecamente incierto.

En términos generales se trata de una discusión teórica y empírica, referida a la disolución de un orden estructural que va a tener como consecuencia que las acciones humanas, que en periodos de relativa estabilidad se veían regulados, ahora podrían contar con alcances insospechados. Es lo que llama Wallerstein el momento del libre albedrio. Es decir, estamos inmersos inevitablemente en la posibilidad de tener una perspectiva real de cambio fundamental a partir de la evidencia de una bifurcación. Esto plantea una distancia considerable en torno a cómo era considerado en general por la izquierda las contracciones y expansiones económicas, tomadas una y otra vez como crisis estructurales. Como se sabe esto tiene implicaciones en primer lugar teóricas, se pueden captar los ciclos específicos de la economía-mundo, pero al mismo tiempo las estructuras no son eternas, son producto de procesos seculares que involucran la larga duración de un sistema, impulsado por la acumulación de capital incesante. Procesos seculares que en tales momentos limites encuentran lo que Wallerstein llama sus asíntotas.

Quiero destacar otro componente que hace distintivo la proposición wallersteniana referida a la crisis terminal. Y es el hecho de que el tiempo transformativo signado por el caos sistémico encuentra su génesis precisamente en la revolución mundial de 1968. Este punto de partida puede ser polémico, pero nos otorga una dimensión geocultural de la presente bifurcación, antes de concentrar el análisis en los distintos problemas de acumulación que encuentra el sistema para continuar reproduciéndose. Estos últimos componentes no los abordaremos en esta entrega. En todo caso, referido al principio de la crisis comenta Wallerstein:

Esta revolución mundial [1968] marcó el fin de un largo periodo de supremacía liberal, desarticulando por lo tanto la geocultura que había mantenido las instituciones políticas del sistema-mundo intactas. Y al dislocar esta geocultura sacó de quicio los basamentos de la economía-mundo capitalista y la expuso a la fuerza de los impactos políticos y culturales a los cuales siempre había estado sujeta, pero contra los cuales había estado previamente, protegida en parte. (Wallerstein, 2010: p. 106).

Redimensionar el debate sobre las estrategias en los movimientos y en las ciencias sociales

Anteriormente nos habíamos referido a la estrategia de dos pasos: primero tomar el poder del Estado, posteriormente transformar el mundo. Tal secuencia guardaba pertinencia, y en amplios márgenes de los movimientos conserva sentido, siempre y cuando el control sobre los procesos regulatorios del Estado sirvieran como la más poderosa herramienta para contrarrestar el poder económico y cultural de los grupos históricamente privilegiados a lo interno del contenedor Estado-pueblo-nación. Esta concentración de las estrategias en un territorio específico se destacaba como una opción realista, frente a otras propuestas juzgadas en su momento como utópicas, en su acepción peyorativa. Una experiencia similar ocurrió finalmente con la unidad de análisis para las ciencias sociales, su proceso de institucionalización ocurrió al mismo tiempo en que la tendencia predominante de las lógicas disciplinares las orientaban a naturalizar la premisa según la cual los fenómenos sociales transcurrían en los marcos de un estado-nación moderno. Wallerstein acá es claro, la estrategia de dos pasos, con todo y sus argumentos para una actuación eficaz que rindiera frutos en la búsqueda de transformaciones significativas, fracasó.

Los movimientos de liberación nacional fueron los que más contribuyeron a la justificación sobre la pertinencia de actuar políticamente para llevar adelante proyectos nacionales que potenciaran el principio de la soberanía, para posteriormente edificar el socialismo. ¿Pero frente a esta estrategia, ya las cartas no estaban marcadas para los movimientos? ¿Eran los dispositivos estatales lugares incontaminados propicios para construir otra historia? En palabras de Wallerstein:

El problema básico no es ético o psicológico sino estructural. Los Estados en el interior del sistema-mundo capitalista tienen un poder enorme, pero sencillamente no son todopoderosos. Quienes están en el poder no pueden hacer todo lo que quieren y a pesar de ello seguir en el poder. Quienes están en el poder están de hecho bastante limitados por todo tipo de instituciones y en especial por el sistema interestatal. Esta es una realidad estructural con la que se han topado, una y otra vez, todos los movimientos que han llegado al poder. (Wallerstein, 2005: p. 208)

No se trata de clausurar la opción del poder político a lo interno de una estructura estatal. Una porción importante de los sectores populares requieren de políticas de inclusión que al menos les garanticen la ampliación del campo de la igualdad y el bienestar. Pero parece claro que una estrategia de transición sistémica debe desechar toda ilusión liberal en torno al contenedor estado-pueblo-nación, (incluso podría pensarse que es contraproducente), como lo sustentó en su momento Immanuel Wallerstein. Estamos ante un reto a la imaginación de los movimientos antisistémicos del siglo XXI, pero no se trata de temas nuevos para nosotros. La tradición antisistémica desde un primer momento centró entre sus intereses fundamentales la discusión en torno a la cuestión nacional. El debate sobre las estrategias es un asunto que no solamente involucra a los intereses de los movimientos antisistémicos, sino igualmente para una porción importante de los científicos sociales, unas personas que estarían sumergidos sistemáticamente en el análisis social.

En este aspecto concreto Wallerstein plantea dos temas recurrentemente. Se trata de problemas a los que hemos hecho alusión y por eso nos limitaremos únicamente a mencionarlos en esta última parte. El primero es el debate transversal de la elección de la unidad de análisis. Si queremos intervenir de forma competente en la transición en la que estamos insertos, es fundamental conocer el sistema-mundo moderno, histórica y estructuralmente. El segundo tema es consecuencia del primero: el método más conveniente para pensar nuestro sistema social en crisis es analizarlo a la luz de la larga duración, con el objetivo básico de distinguir los momentos de génesis, de estabilidad relativa, y de crisis terminal. Estos temas constituyen un llamado al debate sobre el paradigma en las ciencias sociales, como alguna vez lo calificó Wallerstein. Esto hace necesaria una reestructuración plena no solamente de las ciencias sociales históricas, sino de todo el saber institucionalizado. Sería absurdo pretender encarar la complejidad de un mundo en transición caótica, con los mismos principios epistemológicos y organizativos de la división del trabajo intelectual proveniente del siglo XIX.

Bibliografía.

Wallerstein, Immanuel. El Moderno Sistema Mundial. El triunfo del liberalismo centrista, 1789-1914. México, 2014.

Wallerstein, Immanuel. La decadencia del poder estadounidense. Estados Unidos en un mundo caótico. Chile, LOM, 2005.

Wallerstein, Immanuel. Impensar las ciencias sociales. Mexico, Siglo XXI, 2003.

Wallerstein, Immanuel. Análisis de Sistemas-Mundo. Una introducción. Mexico, Siglo XXI, 2010.


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