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El virus de los mercados

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Por Esteban Valenti (*)

Recordad que el secreto de la felicidad está en la libertad,

y el secreto de la libertad, en el coraje. TucĂ­dides.

El termómetro superior, el que indica ante los seres humanos crédulos e incrédulos la marcha del planeta es uno solo: el mercado, mejor dicho los mercados que de lunes a viernes y rotando como la Tierra señalan con sus porcentajes la salud de nuestras economías, de nuestras vidas y de la riqueza universal. Y no fallan nunca.

Qué ironía, fue precisamente en un mercado de animales vivos que se inició en China la pandemia del cononavirus y son las bolsas electrónicas la que lo expanden a la economía.

El coronavirus, el tema omnipresente, implacable, que domina todos los medios de comunicación en todas las lenguas y las latitudes, comenzó a recoger la gravedad terrible de la situación cuando el coronavirus se trasladó de los seres vivos (animales primero y seres humanos después) a Wall Street, el termómetro supremo, luego a todo el orbe. No llegó a Montevideo, porque nuestra "bolsa" es un chiste. Será por eso que todos creemos que las cosas llegan más lentas a nuestras costas.

Lo cierto es que el virus está haciendo tambalear la economía mundial, incluso los Estados Unidos y Donald Trump que se consideraba blindado, ahora hace agua en sus perspectivas electorales y Boris Johnson que se mofaba del virus, ordenó el "lockdown". Ellos siempre originales, a la cuarentena la llaman "encierro".

El FMI alarmado nos informa que hasta la fecha, se han fugado de los países "emergentes" es decir los pobres del sur, 83.000 millones de dólares, la mayor cifra desde que se llevan registros, es decir de la historia económica. Una muestra más de la cobardía del capital y de hombres y mujeres sin patria ni moral.

Es irónico, pero un virus que mutó de un murciélago u otro animalito salvaje y afectó a un señor chino hace tres meses, está poniendo a prueba todo el sistema, está haciendo temblar las economías mundiales y, esto recién empieza. La diferencia con otra de las amenazas globales, el cambio climático, despreciado por los mismos personajes, es que el virus es explosivo en pocos días hizo la radiografía de los males, las debilidades, las crisis latentes del sistema.

Incluso en nuestro país, este pequeño balcón con vista al río-mar donde el covid-19 llegó solo el 13 de marzo, está poniendo a dura prueba a un gobierno recién llegado y cuyo principal objetivo era equilibrar las cuentas públicas, reducir el déficit fiscal y todo se fue a freir espárragos, porque lo único seguro es que ni siquiera rozamos todavía el pico de los contagios y sus consecuencias y que al final del año estaremos en recesión, con un déficits fiscal bastante más abultado y con renovados problemas productivos, sociales y de todo tipo. Y sería una miseria imperdonable echarle la culpa a alguien.

Es en estas épocas de grandes tensiones que deberían surgir las grandes discusiones, las preguntas más atrevidas e incómodas, las respuestas más audaces e innovadoras. Pero no estoy tan seguro que suceda.

Albert Camus, casualmente en La Peste escribía: "Cuando estalla una guerra, las gentes se dicen: "Esto no puede durar, es demasiado estúpido". Y sin duda una guerra es evidentemente demasiado estúpida, pero eso no impide que dure. La estupidez insiste siempre, uno se daría cuenta de ello si uno no pensara siempre en sí mismo. Nuestros conciudadanos, a este respecto, eran como todo el mundo; pensaban en ellos mismos; dicho de otro modo, eran humanidad: no creían en las plagas. La plaga no está hecha a la medida del hombre, por lo tanto el hombre se dice que la plaga es irreal, es un mal sueño que tiene que pasar". Pero la estupidez insiste siempre...

De tanto reclamar que no debe cundir el pánico, al final se puede lograr el efecto exactamente contrario y nadie ha demostrado que el miedo favorezca la propagación y la muerte. Es un problema de estado de ánimo y sobre todo de conciencia lo que está en juego.

Mi radical opinión, seguramente delirante, es que la epidemia de coronavirus es una terrible radiografía, mejor dicho una tomografía y una resonancia magnética combinadas, que nos desnuda el funcionamiento del capitalismo global y que si no se produce un cambio profundo, estas y otras crisis se sucederán de manera cada día más incontenible.

Así como Chernobil, le dio un golpe de gracia a la Unión Soviética, con Perestroika y todo, el coronavirus iniciada en un país socialista, pero que funciona bajo las más rigurosas normas del capitalismo, de sus mercados y sus bolsas de valores, le está dando un empujoncito importante a todo el sistema global.

El que interprete esta afirmación, como un intento de retornar al comunismo en cualquiera de sus variantes, no entiende absolutamente nada, lo que no funciona es mucho más profundo, es el sistema de una economía caótica y un poder mundial todavía mucha más caótico incapaz de afrontar desde el cambio climático y sus consecuencias, hasta la serie cada día más frecuente de pestes, humanas o porcinas  y de todo tipo. Para no hablar de las decenas de conflictos militares diseminados por medio mundo.

Es insólito, pero un virus determinó que una organización internacional, muchas veces olvidada como la OMS asumiera un rol determinante en la vida de las naciones. Y que en realidad debería coordinar la creación de un sistema mundial de salud, porque la suma de lo que hoy existe no sirve, no alcanza, ni para pobres, pero tampoco para ricos. Las bolsas se cayeron para sus accionistas y aunque es cierto que tienen tanta plata que necesitarían miles de años para gastarla, no están excluidos de contraer el virus. Los ejemplos son muchos.

El mismo virus logró lo imposible, lo impensable, que israelíes y palestinos cooperaran para combatir la pandemia. La historia y la geografía los hace compartir los mismos peligros y en definitiva el mismo destino. Con la amenaza del clima sucede lo mismo.

El presidente de la OMS, el Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, dijo estar preocupado por el hecho de que en algunos países el nivel de preocupación sea inferior al nivel de amenaza. "Esto no es un simulacro. Este no es el momento de rendirse. Este no es un momento para excusas. Este es un momento para hacer lo que sea necesario. Los países llevan preparándose durante décadas para escenarios como este. Ahora es momento de actuar según esos planes"

Y agregó "Esta epidemia puede ser frenada, pero solo con un acercamiento colectivo, coordinado y comprehensivo que articule la completa maquinaria de los gobiernos".

O como dijo el economista y periodista británico Will Hutton en The Guardían: "En este momento está muriendo una forma de globalización no regulada basada en el libre mercado, con su propensión a las crisis y las pandemias. Pero está naciendo una nueva forma que reconoce la interdependencia y la primacía de la acción colectiva basada en la evidencia".

Dicho de otra manera la pandemia del coronavirus muestra dramáticamente los límites de una globalización mercantil y de todos los nacionalismos y populismos porque no pueden garantizarle a sus pueblos, lo que solo se puede lograr con batallas de toda la humanidad.

No se trata de volver al utopismo o de los llamados genéricos a la solidaridad entre los seres humanos, a la bondad, sino a algo mucho más concreto, a crear y fortalecer los mecanismos para la cooperación global en el interés de la supervivencia de todos. Es decir a un racionalismo extremo y surgido de las evidencias.

No se trata de inventar un nuevo "ismo" o recurrir a los viejos "ismos" porque en realidad todos han sido tan deformados, tan envilecidos que solo abriríamos un debate sobre el pasado, cada uno anclado en sus propios prejuicios.

Valga el ejemplo rutilante del  discurso del primer ministro húngaro Viktor Orban que ha dicho: "No existe tal cosa como un liberal. Un liberal no es más que un comunista con un diploma". Es obvio que hay gente difícil de incorporar a un debate serio y realista sobre estos temas. Extremistas siempre existieron y existirán.

Lo que el mundo reclama, no solo por esta pandemia o por el cambio climático que ya produce muchas más víctimas humanas, animales y vegetales que la pandemia, además del avance de nuevas tecnologías sin alma, sin moral y sin freno, son cambios profundos, o la insultante desproporción en la acumulación de la riqueza y del dolor y la miseria. Todavía tenemos tiempo, incluso un tiempo egoísta y utilitario para salvarnos del desastre.

(*) Periodista, escritor, director de Bitácora y Uypress. Uruguay


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