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Comunismo: línea política, ideología y nostalgia

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Por Esteban Valenti (*)

La pandemía global, que ya abarca a 146 países y afecta al 18 de marzo de 2020 a 203.617 personas, con 8.171 muertos en todo el mundo y además por primera vez Europa superó a China tanto en infectados como en el número de muertos, no es solo una enfermedad, es algo mucho más profundo que interpela nuestra civilización y requeriría respuestas de fondo sobre muchos temas, en particular sobre los impactos económico

En el otro extremo de las dimensiones, los uruguayos asistimos hace tres semanas a un cambio político importante, el regreso al gobierno de los mismos partidos que nos gobernaron durante muchas décadas.

En este cuadro yo me pregunto cada día con más insistencia ¿Servía para algo elaborar una línea política, una táctica, una estrategia y tener una ideología? Me refiero al Partido Comunista de Uruguay, que es el que yo conocí hasta el año 1991. No es una pregunta retórica, tiene mucho que ver con la situación de la izquierda actual en Uruguay, en especial en este momento, tras perder las elecciones nacionales, luego de gobernar durante 15 años consecutivos.

En esa misma dirección podría ampliar las preguntas: ¿Tiene hoy en día la izquierda en su conjunto, o alguno de sus muchos grupos y partidos una línea política que exprese un análisis de la situación de la sociedad uruguaya y de los grandes objetivos que se proponen? ¿Dónde está, escrita, hablada o expuesta de alguna manera comprensible?

Parece que hoy todo se reduce y cada día más, a algunos balbuceos, a describir algunos episodios, a un conjunto de nombres para disputar nuevos cargos a nivel departamental y municipal y dentro del aparato del FA y de los propios partidos y grupos integrantes. Al menos ese es el tono dominante de la inmensa mayoría de las apariciones públicas en los medios y en los discursos. Para llamarlos de alguna manera.

Es indiscutible que a los comunistas se nos cayó un enorme muro encima, que no supimos prevenirlo, que tampoco supimos reaccionar adecuadamente y la historia no nos absolvió, en casi todo el mundo y tampoco en Uruguay.

Teníamos una línea y un relato, una política basada en esa línea, que a su vez tenía como base una interpretación nuestra de una ideología, el marxismo leninismo, que comportaba una visión sobre la materialismo histórico, es decir sobre la ineluctable marcha hacia el socialismo y el comunismo a través de la fase final de la crisis del capitalismo; que para nosotros la dictadura del proletariado era un pilar fundamental del comunismo a pesar de haber demostrado de manera estruendosa su fracaso y haber provocado la desnaturalización total de los valores revolucionarios y libertarios de la izquierda, incluyendo las peores aberraciones y violaciones de los derechos humanos. No podemos negarlo, pero los uruguayos que tuvimos que pasar por la dictadura, habíamos arrinconado la dictadura del proletariado y la manteníamos bien oculta en 1989. Mal hecho.

No la discutimos, no la analizamos en su papel devastador en nuestras ideas y en la historia y nos carcomió el alma.

Y además estaba el centralismo  democrático, que era la dictadura del proletariado adelantada y adentro del partido, con una pirámide bien clara y rígida, en la cúpula: el secretario general y de allí hacia abajo los organismos infalibles, el Comité Ejecutivo-secretariado, el Comité Central y todos los escalones, hasta llegar a la agrupación. Y como máquina organizativa-política funcionaba muy bien, pero apenas le entró la arena de la duda, del debate, del fin del centralismo, todo se vino al suelo.

Y funcionaba por rigurosa cooptación, es decir los organismos superiores  definían a los dirigentes de los niveles inferiores. Perfectamente planificada y aceptada.

A pesar de que teníamos un increíble número de cuadros dirigentes, forjados en largas batallas y en mucha política y estudio. No éramos, como la mayoría de los partidos comunistas de América Latina ni siquiera del mundo. ¿Qué fue lo que nos mejoró? La lucha contra la dictadura y sobre todo la existencia del Frente Amplio, que nos obligó a incorporar la generosidad política, la apertura de ideas, un compañerismo que iba mucho más allá que nuestras propias filas y sobre todo una visión de que la forja de un bloque social, político y cultural para realmente alcanzar el gobierno y gobernar en Uruguay, exigía cambios profundos en nuestra propia ideología.

Y también éramos diferentes por algunos dirigentes, muy diversos a los de otros partidos comunistas. No todos los dirigentes... Parecerá un exceso de nacionalismo partidario, pero es una gran verdad y no me la voy a callar. Dirigentes que sin embargo cargábamos también con los mismos pesados dogmas en todo el mundo.

Cuando Rodney Arismendi acuñó la frase: "Uruguayos, Frenteamplistas y Comunistas", en ese orden, produjo un giro copernicano en nuestra línea y en la reformulación de nuestra identidad. Era tarde. Cuando Jaime Pérez impulsó la candidatura de Tabaré Vázquez como candidato a intendente de Montevideo, y Danilo Astori y Germán Araujo ocupando los dos primeros lugares de  la lista de la 1001 al senado, dio un salto enorme en esa transformación que se había iniciado con el rechazo a la "dictadura del proletariado". Y no era teoría, era sacrificio de posiciones muy importantes y en momentos en que disponíamos de una mayoría abrumadora en el Congreso del FA. Igual llegó tarde para nosotros pero le hizo un enorme bien al FA y al país.

Cuando la 1001 concentró una parte fundamental de su campaña publicitaria y propagandística en ganar la intendencia de Montevideo y aportó a nivel nacional el 48% de los votos del FA, 200.000 votos, para lograr ese objetivo y seguir siendo la alternativa a los partidos tradicionales, esa era nuestra línea, nuestra mirada estratégica y expresaba una profunda transformación de la propia ideología de la vanguardia y un nuevo concepto de la hegemonía. Llegó tarde y mal.

Tarde porque por el camino de esos 5 años desde la salida de la dictadura, se habían quedado miles de militantes nuevos, jóvenes, renovados y de varias generaciones, sobre todo jóvenes, que hubieran aportado el impulso para ese posible cambio y, mal, porque a pesar de que comenzó el debate interno, fue parcial, fue limitado, nos impusimos - me incluyo entre los primeros - limitaciones en el debate que lo llevarían al fracaso. Y además muchos, ya no teníamos fuerzas, el fracaso, el naufragio había sido abrumador y los odios desatados insoportables. Cuando se viene abajo el mundo de la "verdad" y vence el primitivismo no hay escapatoria, todo se va por el caño.

Además como en ningún otro país, nos quedaba un amplio territorio para el repliegue en la izquierda en el Frente Amplio. Nos disolvimos en muchos grupos, dentro de muchos grupos y un sector quedó con el nombre del Partido Comunista. Sin siquiera reivindicar su historia, completa, verdadera y dolorosa, pero humana y políticamente imprescindible. En muchos casos la escupió, la destrozó, simplemente porque las comparaciones hubieran sido devastadoras. Más devastadoras.

Y ahora es tarde para todo. Ni pueden aportar ideas para elaborar una línea, a lo sumo la perseverancia para ocupar posiciones en el movimiento sindical y en el aparato del FA, reducido a su mínima expresión y además realizar alianzas donde al costo de obtener votos para sacar un senador y a lo sumo dos diputados, se produjeron abrazos contra natura, donde la única ideología era y es el poder. Ahora ese sector político e ideológico del FA es el que logró posicionar a través de un liderazgo y solo a través de ese liderazgo una mejora sustancial de sus posiciones. Expresa un sector bien definido y limitado del FA.

La izquierda en su conjunto se ha dejado por el camino todo sentido crítico, no solo del sistema, al que simplemente insulta y trata de exorcizarlo, sino de su propia conducta, de sus aciertos, de sus construcciones y de sus errores y claudicaciones. Lo que ha mantenido firme como una roca, es que a los herejes hay que quemarlos, incluso ha incorporado a otros sacerdotes a esa religión oprobiosa de que hay que tragarse cualquier cosa, incluso algunas porquerías, mentiras y delitos para ser fieles a la causa.

Perdieron, si perdieron ellos, porque no me siento representado, como dijo un ilustre ministro y senador hace algunos meses, perdieron las elecciones y buena parte de la iniciativa política y nadie quiere hincarle el diente al debate, son todos infalibles. No perdieron por ser demasiado de izquierda, en realidad eso lo abandonaron hace mucho, perdieron por parecerse demasiado a sus adversarios. Perdieron la batalla ideológica, política y en algunos casos cultural y moral. Y no somos todos iguales, ni es cierto que el poder nos hace a todos iguales.

No perdieron por los que discrepamos, como quieren hacer creer y como se conforman tantas focas, al contrario, perdieron por no escuchar desde su oficialismo infalible, por no escuchar a tiempo los muchos que se hartaron de tanta mediocridad y falta de principios de izquierda, perdieron porque les dijeron a aliados fundamentales en el Uruguay, como la gente del campo y del interior que los esperaban en las urnas. Y en las urnas les dieron la tal paliza en las internas y en octubre y porque redujeron al economicismo más plano a otros sectores sociales, como los trabajadores.

Perdieron porque no buscaron candidatos  afuera de la estructura, cuadros de izquierda que terminaran la sustancia y la imagen del hambre feroz por los cargos. Porque la bandera del FA se tiñó con la herrumbre de los tornillos. Y perdieron porque hicieron una campaña sin alma, sin ideas y sin ninguna capacidad de reacción. En noviembre reaccionó la gente, mientras unos cuantos dirigentes se fueron de viaje...después de un discurso derrotista del candidato.

Están agazapados detrás de los aparatos esperando que sean los adversarios que les resuelvan el futuro, que sea el fracaso del actual gobierno y no una renovada elaboración política, programática, de gestión en los departamentos, en particular en Montevideo y Canelones, la que le dé un nuevo y diferente impulso a los cambios.

No hay la más remota posibilidad de volver atrás, ni apelando a la nostalgia, a los discursos inflamados, ni a nuevos liderazgos. Los líderes son hijos e hijas de su tiempo, de la tierra nutricia del nivel intelectual y moral de sus partidos y organizaciones, de sus propias exigencias y no de la voracidad por el poder.

Lo que nos hace sobrevivir a muchos, es este bendito país, que se merece, que nos reclama mucho más, por su historia, por sus tradiciones, por su potencial y no por la nostalgia, aunque también se la merezca.

Pretender refrescar siquiera la ideología del comunismo es una locura y reclamarle a la mayoría de las izquierdas que tenga la audacia para afrontar las graves preguntas nuevas que nos plantea el mundo, el sistema, la crisis de nuestras sociedades, las nuevas tecnologías,  las graves amenazas del clima, las nuevas enfermedades surgidas de nuestra civilización, los regímenes caducos que sobreviven a duras penas y donde ninguno de nosotros quisiera vivir una solo mes, no es nostalgia, es incapacidad, es no tener ni cabeza ni corazón.

Una situación aparentemente tan distante de la política, es una prueba insuperable de la falta de una línea política. El coronavirus es la expresión más patológica de un sistema y de la pandemia saldremos más pobres, con problemas sociales muchos más graves en todo el mundo, con un nuevo y feroz intento de distribuir las pérdidas de manera regresiva. ¿Qué respondemos?

(*) Periodista, escritor, militante político y director de Uypress y Bitácora. Uruguay


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