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Elecciones en EE.UU. La batalla por el supermartes. (Continuaciòn)

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Buttigieg no es el único "demócrata pata negra" de la carrera presidencial, pero sin duda su imagen es producto de un calculado estudio de marketing político para crear al candidato idóneo del establishment liberal.

En esta operación la influencia de Obama como modelo se deja sentir no sólo en su retórica y estrategia, sino también en su programa, que mayoritariamente se presenta como una continuación de las iniciativas políticas de la Era Obama, pero con un contenido social algo más marcado por la presión e influencia de Sanders y su movimiento. En su época universitaria Buttigieg era un gran admirador de Sanders y sus ideas socialdemócratas, así como un crítico contumaz del clintonismo y su estrategia centrista para el partido demócrata, tal y como relata en un artículo de gran interés su antiguo profesor en Harvard James T. Kloppenberg. El joven Buttigieg era hijo de uno de los traductores de Gramsci al inglés, y en sus discursos y escritos de juventud mostraba una crítica gramsciana a la aceptación del consenso hegemónico neoliberal por los demócratas clintonianos. Esto le condujo a buscar cómo construir un nuevo referente que construyera un nuevo consenso de izquierdas genuinamente americano, que combinase un mensaje de justicia social con la fe religiosa del ciudadano medio. Esto le condujo a estudiar a los pensadores populistas de finales del siglo XIX para buscar su nuevo discurso de izquierdas con el que derrotar al neoliberalismo. Pero al final de este camino Buttigieg encontró South Bend, y tras varios años de alcalde, dos años en una firma de negocios y un breve paso por el ejército que saca a relucir siempre que puede, Buttigieg ha abandonado sus antiguos ideales para abrazar todo lo que de joven criticaba, de cara a intentar dar cuerpo el ideal político demócrata perfecto que estuvo vigente una década atrás. Esto le ha llevado a un enfrentamiento directo tanto con Biden como con Sanders, pues con el primero se disputa el legado de Obama (sin que el expresidente se pronuncie al respecto), mientras que con el segundo está compitiendo por el futuro del significado del partido demócrata. 

Más allá de esta polémica por su orientación sexual, Buttigieg ha construido de cara a la campaña un personaje que aúna en su retórica e imagen los dos mayores referentes modernos del ala liberal del partido demócrata: Obama y Kennedy

En líneas generales el discurso de Buttigieg apela a la unidad y a la reconciliación social. El núcleo de su discurso gira alrededor de la idea de que los Estados Unidos se encuentran dominados por la división y los extremos: la división racial y política generada por el presidente Trump, pero también por una polarización creciente en el partido demócrata entre los que creen que el capitalismo es la fuente de todos los males (Sanders y sus seguidores) y los que piensan que el capitalismo puede actuar sin restricciones (Bloomberg). Desde esta lógica discursiva Buttigieg se reclama como el candidato de la unidad en la diversidad y de la reconciliación en el compromiso. El discurso tiene fuerza, pero también adolece de un grave problema de materialización, pues su campaña está consiguiendo los efectos opuestos a lo que predica: el discurso de milenial preparado y listo para protagonizar un relevo generacional ha generado un resentimiento generalizado hacia él entre el resto de competidores, y su figura levanta un rechazo visceral entre los seguidores del todos los candidatos. Por otra parte, el reclamo de que la suya es la candidatura de la diversidad choca de frente con la realidad de su coalición de votantes, que está compuesta casi exclusivamente por blancos de clase media y alta con estudios que habitan en barrios residenciales. Su apoyo entre las minorías raciales es el segundo más bajo de todos los candidatos relevantes, solo superado por Klobuchar. 

El escaso apoyo de los afroamericanos a su candidatura ha sido especialmente comentado por los medios de comunicación, pero no es algo que deba despertar demasiadas sorpresas. Por una parte, como alcalde de South Bend tomó medidas controvertidas como relevar al primer jefe de policía afroamericano de la ciudad, o llevar a cabo declaraciones poco favorables hacia la comunidad. Por otra parte el voto afroamericano es más centrista que la media demócrata, y a esto ha contribuido un escepticismo hacia la política que es el resultado de muchas décadas de promesas incumplidas. Esto ha vuelto a los afroamericanos más desconfiados en general con respecto a las grandes promesas (sobre todo a los de más edad). Históricamente los afroamericanos han sufrido tantas decepciones que lo que esperan de un candidato es su implicación con la comunidad, que este se acerque a trabajar con ellos en proyectos concretos, que se gane su respeto y confianza con hechos, y no mediante discursos. Esto beneficia por lo general a los políticos con largo recorrido y a los del establishment como Biden sobre los recién llegados, pues por poco que hayan hecho por la comunidad afroamericana ya contarán con un aval con el que presentarse ante ellos, y para los votantes afroamericanos de más edad el historial de un político pesa más que su discurso. Este aspecto es sin duda la mayor tara de la campaña de Buttigieg, y el motivo que frenará en seco su ascenso en el supermartes condenándole en poco tiempo a la irrelevancia.

Pero hasta el momento la historia de Buttigieg ha sido la de un ascenso inesperado, y para comprenderlo es necesario distinguir entre las fortalezas de su campaña electoral con respecto a la ayuda que le han prestado los medios de comunicación, con cuya cobertura Buttigieg dominó el relato de las primeras semanas de campaña. El equipo de campaña de Buttigieg ha demostrado tener unas grandes habilidades tácticas para dominar escenarios poco favorables, si bien está por demostrar que cuenten con habilidad estratégica para dominar la campaña en su conjunto. El dilema al que se enfrentaba en un inicio la candidatura de Buttigieg era tener que competir con dos candidatos que partían desde una posición de fuerza: Biden en tanto que candidato favorito de los moderados y la opción preferida por el establishment, con una mayor cobertura mediática, apoyo institucional y mejor acceso a los donantes del partido. Por otra parte, Sanders se erigió rápidamente como la opción preferida de la base demócrata, con una amplia red de seguidores muy implicada y movilizada con la que Buttigieg no podía rivalizar. 

En este contexto, el candidato y su equipo siguieron a pies juntillas el libro de texto de Obama, quien en el 2008 apostó todo su tiempo y recursos a conquistar los estados de apertura (Iowa y New Hampshire), para de esta manera ganar atención mediática y arrebatar el momentum a sus principales competidores. Copiando esta estrategia Buttigieg podría arrebatar a Biden sus donantes y seguidores, con los que adquiriría una posición de fuerza de cara al supermartes. Buttigieg lo invirtió todo en estos dos estados, realizando una campaña de proximidad a un nivel al que no llegó ningún otro candidato. Y la apuesta dio sus frutos, consiguiendo desbancar a Biden como la figura de referencia entre los moderados y arrebatando a Sanders el relato del momentum. En la caótica noche de los caucus de Iowa en que la app Shadow colapsó (impidiendo conocer los resultados de las votaciones), Buttigieg aprovechó el caos para declararse vencedor de la contienda sin que mediaran datos oficiales y los principales medios de comunicación compraron al momento su discurso. Esto obligó a la Associated Press a pronunciarse negando que se pudiera declarar un candidato oficial sin resultados definitivos, con lo que muchos medios de comunicación tuvieron que recular en los mapas electorales de sus páginas web, pero esto no impidió que siguieran tratando a Buttigieg como el ganador en su cobertura informativa. 

En New Hampshire volvió a obtener mejores resultados de los proyectados por las encuestas, acercándose a poca distancia de Sanders en votos y aventajándole por unos pocos delegados gracias a un empate técnico en Iowa (26,2 vs. 26,2) que sin embargo le benefició con dos delegados adicionales a pesar de que Sanders le superase en ese estado por unos mil votos. Los medios de comunicación contribuyeron a esta idea del empate señalando que Sanders había recibido muchos menos apoyos en New Hampshire que en el 2016 (a pesar de lo diferentes que son ambas primarias, pues cuatro años atrás Sanders se benefició de ser el único candidato contra Clinton y recibió muchos votos que no simpatizaba necesariamente con él, sino que era predominantemente un voto anti-Clinton). Pero a pesar de todos los recursos, los nuevos donantes y la atención mediática que recibió Buttigieg a expensas de Biden, todo ello no ha impedido que la competición en Nevada confirmara dos debilidades fundamentales de su candidatura que, seguramente, conduzcan a su caída como el principal candidato moderado tras el supermartes. En primer lugar, el éxito de Buttigieg ha dependido en buena medida de la atención mediática recibida durante febrero, pero con la entrada de Bloomberg en la competición, y el lento pero seguro ascenso de Sanders, Buttigieg se ha visto privado de su mayor fuente de propaganda gratuita, lo que ha llevado a que parte de su base electoral vuelva a Biden. La incapacidad de Buttigieg de atraer a las minorías a pesar de sus constantes guiños retóricos y lingüísticos devuelve el foco al candidato predilecto de los afroamericanos, el vicepresidente Biden, quien en el supermartes puede volver a recuperarse gracias al apoyo incondicional de este grupo, capturando en el proceso parte del votante blanco de clase media alta de los barrios residenciales, un grupo de votantes con un bajo nivel de lealtad hacia sus candidatos, pues su mayor prioridad es apoyar a la candidatura centrista que perciban con más posibilidades de derrotar a Trump. 

¿Se trata Biden de un gigante con pies de barro, o de un ave fénix que revivirá de sus cenizas?

Si hasta el momento la historia de Buttigieg ha sido la de un candidato desconocido en ascenso, la de Biden ha consistido en el espectacular declive de una figura universalmente conocida y temida por sus competidores. Su fracaso inicial resultó especialmente comprometedor para el establishment demócrata por haberlo elegido como el candidato oficioso y continuista del aparato. Pero sobre la figura de Biden gravita una pregunta que aún no ha obtenido respuesta a pesar de que, como dijo Mark Twain "los rumores de mi muerte han sido exagerados". La pregunta es la siguiente: ¿se trata Biden de un gigante con pies de barro, o de un ave fénix que revivirá de sus cenizas? Sus mítines han carecido de vitalidad, con problemas para expresarse correctamente al hablar y mostrando achaques de la edad ausentes en otros candidatos de su quinta como Sanders o Bloomberg. Para desesperación de su equipo de campaña ha sido habitual verle discutir e insultar en sus mítines a los asistentes, lo que proyectaba una imagen errática y arrogante del candidato. Su discurso se centró en presentarse como el sucesor de la Era Obama, un valor seguro ante la inexperiencia y/o radicalidad del resto de candidaturas, y como cúspide de este, la idea de que él era el candidato con más posibilidades de ser elegido ante Trump. Este discurso de la electividad y el continuismo se convirtieron en un mantra que Biden repetía machaconamente ante una audiencia poco inspirada. Esto provocó que Biden perdiera la carrera por el momentum en los estados de apertura. 

Por una parte, Sanders ha demostrado una mayor pasión, energía y fortaleza de convicciones aun siendo de su misma edad, mientras que Buttigieg ha conseguido emocionar al voto moderado al presentar una historia americana del joven talentoso que traerá la renovación mediante la unidad del partido a través del recambio generacional. Tanto Sanders como Buttigieg han arrebatado a Biden parte de su electorado en las primeras votaciones. Sanders ha conseguido apelar con mayor efectividad al voto blanco de clase obrera, y Buttigieg al votante blanco de los barrios residenciales y del campo, destruyendo entre el uno y el otro dos de los pilares fundamentales de la coalición de votantes de Biden. Pero la mayor amenaza para Biden está por llegar, pues Bloomberg está realizando una inversión sin precedentes de cientos de millones de dólares para arrebatarle su grupo demográfico más preciado y al que fía su remontada: el voto afroamericano.

Atacado por todos los frentes de su coalición de votantes, Biden se encuentra en una difícil posición, pero el colapso de su candidatura no ha ocurrido exclusivamente por un problema de relato, ya que sus debilidades tienen unos orígenes claramente estructurales. Mientras que en el año 2016 Clinton, en calidad de candidata institucional, consiguió el apoyo de 359 superdelegados antes de comenzar la campaña, Biden solo logró atraer a 67 (92 en la actualidad). Desde un punto de vista financiero Biden tampoco ha conseguido atraer hacia sí a los principales donantes del aparato demócrata. Mientras que la organización Hillary for America llegó a recaudar en 2016 unos 563 millones de dólares, Biden solo ha logrado recaudar 69,9 millones, muy por debajo también de sus rivales. Todo esto no ha impedido que el partido demócrata y sus medios afines alimentasen durante meses la narrativa del equipo de Biden: que el vicepresidente de Obama sería la persona mejor preparada para enfrentarse a Trump, por ser el único candidato capaz de demostrar experiencia institucional y por poder atraer a votantes republicanos desencantados. Todo ello a pesar de mostrar un perfil muy parecido al de Clinton pero sin contar con su capacidad para recolectar fondos y apoyos. Las encuestas de las primarias demócratas parecían sostener la narrativa. Y entonces llegó Iowa.

Biden encalló en cuarta posición en este estado, cayendo a la quinta en New Hampshire. Esto supuso una auténtica debacle para un candidato que lo apostaba todo al discurso de la electividad. Dicha situación llevó a Biden a tomar una decisión desesperada: continuar en la carrera confiando en que el voto de las minorías raciales relanzará su candidatura en Nevada y Carolina del Sur, pues el vicepresidente es muy popular entre los votantes mayores latinos y afroamericanos por su vinculación con la Era Obama, especialmente entre los afroamericanos, para los que Biden se presenta como su candidato predilecto, y espera que el supermartes reviva su campaña. 

Los resultados de Nevada avalan en parte su estrategia, pues con un 20% de los votos ha conseguido situarse en segunda posición, y las encuestas que aparecieron tras los caucus de dicho estado muestran una tendencia al alza en todos los estados del Sur (donde se concentra la mitad de la población afroamericana), ayudándole a destacar sobre Sanders en las encuestas para Carolina del Sur, e incluso sugiriendo una remontada en otros estados del Sur como Texas, donde podría llegar a ser ganador. De esta manera, el candidato que fue laureado antes de tiempo como el vencedor seguro de las primarias, fue también dado por muerto y abandonado por los grandes medios de comunicación y su partido. Pero tras el debate televisivo del 25 de febrero en Carolina del Sur, y con las perspectivas de crecimiento que auguran las nuevas encuestas cabe preguntarse una vez más ¿es Biden un gigante con pies de barro, o un ave fénix que resurgirá en el Sur para dar la batalla a Sanders? La respuesta a esta pregunta se encuentra en lo que he denominado como el factor Bloomberg.

 El factor Bloomberg ¿Bloomfail o Bloomentum?: Los posibles escenarios para el supermartes

El multimillonario Michael Bloomberg ha escogido una estrategia poco convencional para conquistar la nominación demócrata. La razón por la que Bloomberg no ha querido competir siguiendo la senda establecida en las primarias se debe a que desde hace tiempo el multimillonario es consciente de que su candidatura tiene problemas fundamentales para ser competitiva en la carrera demócrata debido a su historial político, pues fue alcalde republicano de Nueva York desde 2002 hasta 2013, y bajo su mandato la ciudad no sólo sufrió un duro proceso de gentrificación que hizo más difícil la vida para los ciudadanos comunes, sino que además la policía se rigió por la política del "stop & frisk" contra los afroamericanos, es decir, detenerlos y empotrarlos contra la pared sin motivo justificado por considerarles criminales en potencia. Además, Bloomberg realizó a lo largo de los años multitud de declaraciones que hoy son consideradas racistas, sexistas y clasistas, y cuenta además con casos de indemnizaciones bajo cláusulas de confidencialidad con numerosas mujeres que abandonaron su empresa o fueron despedidas. Todo esto le obligaría a realizar un "tour de disculpas y arrepentimiento público", así como a tener que abjurar de sus posiciones políticas pasadas, lo que sería desastroso para su campaña. Visto en retrospectiva, y teniendo en cuenta su desastrosa participación en los debates de Nevada y Carolina del Sur, sus declaraciones resultan premonitorias. Sin embargo, esto no le ha impedido realizar la mayor inversión individual en una campaña por la nominación presidencial jamás vista en la historia electoral estadounidense. 

Michael Bloomberg ha realizado la mayor inversión individual en una campaña por la nominación presidencial jamás vista en la historia electoral estadounidense

La consciencia sobre esta debilidad de su candidatura le condujo (al igual que hiciera Buttigieg) a trazar un plan de campaña poco convencional para competir en unas primarias en las que el diseño institucional no le permitía explotar todas sus ventajas, y por el contrario exponía muchas de sus debilidades. El espíritu de este plan responde a la aplicación de la filosofía empresarial de los grandes tiburones de Wall Street a la competición política: conquistar un nicho de mercado haciendo una opa hostil sobre tu mayor competidor (Biden) para hacerte con sus consumidores (votantes), evitar la publicidad negativa y utilizar todos tus recursos para orquestar una campaña de desprestigio sobre el resto de los competidores que te permita, desde una posición monopolística, arrebatarles a sus consumidores a través de publicidad de masas y microtargeting especializado. Esta es a grandes rasgos la filosofía de la campaña de Bloomberg, y para llevarla a término utilizó su inmensa fortuna para identificar a los mejores especialistas en campañas electorales, no solo con la idea de incorporarlos a su equipo, sino también para evitar que sus rivales pudieran contratar sus servicios.


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