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Bolsonaro: fascismo sin límites

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Por Bruno Bimbi (*)

Discursos nazis, persecución a artistas y periodistas, protección a asesinos, censura de libros y películas y un goteo diario, infinito, de atrocidades en el Brasil enloquecido del capitán.

-¿No te parece que, esta vez, cruzaron un límite? -me pregunta un periodista amigo, desde Buenos Aires.

Como hacer una sola barbaridad por día es una regla que el gobierno de Jair Bolsonaro solo consigue cumplir en sus días buenos, tuve que consultar las noticias para asegurarme de que se refiriera a la última que recordaba.

La Secretaría de Comunicación de la Presidencia había usado sus perfiles oficiales en las redes para atacar a la cineasta Petra Costa, directora del excelente documental Al filo de la democracia (Netflix), que estuvo entre los nominado al Oscar. En pronunciamiento oficial, la SECOM decía que Petra era una "activista anti-Brasil".

La utopía bolsonarista es el fascismo, que algunos medios brasileños juran que aún queda lejos

Para mi amigo, como para cualquiera que no viva en esa dimensión paralela llamada Brasil, que el Estado trate a una ciudadana como enemiga del país por ser crítica con el gobierno cruzaba, sin dudas, "el" límite. Pasa en Venezuela, Irán, Arabia Saudita, Corea del Norte.

-El problema, Martín, es que esta gente cruza límites nuevos todos los días -le respondí con desánimo.

Al hacerlo, recordé aquella metáfora de Eduardo Galeano sobre el horizonte y las utopías. La utopía bolsonarista es el fascismo, que algunos medios brasileños juran -sin ponerse colorados- que aún queda lejos. Cuanto más sumerge el capitán al país en ese infierno, más empujan la línea de frontera para adelante, para no reconocer que la dejaron atrás hace rato.

Le envié a Martín la noticia de que el diputado y pastor evangélico Marco Feliciano (en mi libro El fin del armario, le dedico un capítulo, si les interesa) pidió a la Procuración que investigue a Petra por "crimen contra la seguridad nacional". ¡Por haber filmado un documental! (Nada nuevo: antes el propio presidente había amenazado al periodista Glenn Greenwald con meterlo preso por sus artículos, y, en ruedas de prensa, ataca a los periodistas, les dice "maricones" y hasta ofende a sus madres).

Al día siguiente, desayuné con el tuit del nuevo encargado de las redes sociales del gobierno, que se burlaba del asesinato de Marielle Franco. Decía, bajo la foto de Marielle: "Morí, jajaja". La concejala carioca fue acribillada a balazos en 2018 por sicarios ligados al actual presidente. Cuatro tiros en la cabeza.

Repito: "Morí, jajaja".

¿Cuáles límites?

El ministro de Justicia, Sérgio Moro (el exjuez corrupto que encarceló a Lula Da Silva), excluyó semanas atrás a Adriano Nóbrega de la lista de delincuentes más buscados: era el jefe de la milicia de la que formaban parte los asesinos de Marielle, estaba prófugo de la justicia y había tenido a su madre y su esposa en la nómina de asesores del hijo del presidente.

(Donde dice "estaba prófugo", antes decía "está". Hubo que editarlo justo antes de publicar esta columna porque Adriano murió este domingo 9 de febrero en un supuesto tiroteo con la policía. Estaba escondido en una propiedad de un concejal del partido de Bolsonaro).

¿Más límites?

Días atrás, la ministra de la Familia, Damares Alves (una pastora evangélica chiflada que dice que habló con Jesucristo en un árbol de guayaba), lanzó un programa oficial para promover la abstinencia sexual.

Bolsonaro dijo que las personas con VIH son "un gasto para el país".

El Ministerio de Educación lanzó un nuevo proyecto de escuelas "cívico militares" donde, entre otras reglas, las niñas deberán llevar el pelo recogido.

Por cierto, el ministro de Educación escribe con faltas de ortografía.

Y así hasta el infinito.

Lo que más dificulta el trabajo de identificar "límites" es que, cuando sucede una cosa así por día, o dos, hasta la peor aberración ya nos parece algo cotidiano, pura rutina. Pensé en proponerle a algunos amigos brasileños el siguiente ejercicio: que pensaran con calma y me dijeran qué barbaridades ellos jurarían, con absoluta seguridad, que Bolsonaro y sus ministros serían incapaces de hacer. ¿Existe algo que sea tan abyecto, tan absurdo, tan bizarro, tan demencial que están segurísimos de que no va a pasar?

Pero hice trampa. Cuando iban a responderme, les agregué otra pregunta. Si, un mes atrás, yo les hubiera dicho que el secretario de Cultura -ministerio ya no hay- grabaría un video con estética nazi, con un retrato de Jair Bolsonaro detrás suyo, en el que pronunciaría un discurso con párrafos enteros plagiados del ministro propaganda nazi, Joseph Goebbels, y encima le agregaría una ópera de Richard Wagner (¡la favorita de Adolf Hitler!) como música de fondo, ¿qué me hubiesen respondido? Sean sinceros, les dije, ¿no me habrían dicho que yo estaba absolutamente loco?

Pues ocurrió.

"El arte brasileño de la próxima década será heroico y será nacional. Estará dotado de gran capacidad de implicación emocional y será igualmente imperativo, ya que profundamente vinculado a las aspiraciones urgentes de nuestro pueblo, o entonces no será nada", dijo el (ahora ex) secretario de Cultura del gobierno brasileño, Roberto Alvim. Lo hizo en tono solemne, con la bandera de un lado, una cruz del otro, el retrato del presidente detrás y la ópera de Wagner de fondo. El video fue divulgado por las cuentas oficiales del gobierno en las redes sociales.

Esto decía el discurso original de Goebbels: "El arte alemán de la próxima década será heroico, férreamente romántico, objetivo y libre de sentimentalismo. Será nacional con un gran páthos e igualmente imperativo y vinculante, o entonces no será nada".

Pero el de Alvim sería fascista aún esa parte. Su idea principal era que el Estado, bajo la orientación del Líder, debe decidir qué es arte, qué es cultura, y qué no puede ser. ¿Existe algún "límite" después de eso? ¿Hacer el discurso con la cruz esvástica en el brazo? ¿Gritar Heil Hitler al final?

El gobierno de Rondônia, donde manda el coronel bolsonarista Marcos Rocha, ordenó retirar de las bibliotecas escolares una lista de libros que considera 'impropios'

El jueves de la semana pasada, el gobierno de Rondônia, donde manda el coronel Marcos Rocha, un gobernador del partido de Bolsonaro, ordenó retirar de las bibliotecas escolares una lista de libros que considera "impropios". Fue tal el escándalo nacional que acabaron retrocediendo, pero ahí está el discurso nazi de Alvim llevado a la práctica: el Estado decidiendo qué es cultura y qué no puede ser. Entre las obras prohibidas estaban dos de los mayores clásicos de la literatura brasileña: Memorias póstumas de Brás Cubas, de Machado de Assis, y Macunaíma, de Mário de Andrade.

Sería como censurar a Quevedo o Cervantes en España. También había en la lista negra libros de Edgar Allan Poe, Franz Kafka, y los brasileños Ferreira Gullar, Euclides da Cunha, Rubém Fonseca y otros.

No puedo garantizar que, a la hora en que los lectores lleguen a este párrafo, el gobierno de Bolsonaro no haya hecho ya algo aún más absurdo. A esta hora, por cierto, no hay agua potable en Río de Janeiro y la gente está comprando agua mineral en los supermercados, porque todo rompen.

Pero la verdadera cuestión es otra. Yo entiendo que todo esto, a los lectores españoles de CTXT, les resulte inconcebible, increíble, sorprendente, inaudito. Pero viví diez años en Brasil y nada, absolutamente nada de esto me sorprende. No me sorprendería, de hecho, si Alvim hubiese hecho su discurso con la esvástica en el brazo. O el propio presidente.

Durante las tres décadas que pasó en el Congreso, Jair Bolsonaro fue exactamente eso y era previsible que seguiría siéndolo en el Planalto. El periodista o político que diga que no lo sabía es un mentiroso y, por eso, los que lo apoyaron sabiéndolo son cómplices.

Pero la pregunta no es, ya, cuál es el límite de Bolsonaro, porque no lo hay, sino cuánto más daño puede permitirse la democracia brasileña. Porque todavía quedan tres años de esta pesadilla.

 

(*) Bruno Bimbi. Periodista, narrador y doctor en Estudios del Lenguaje (PUC-Rio). Vivió durante diez años en Brasil, donde fue corresponsal para la televisión argentina. Ha escrito los libros 'Matrimonio igualitario' y 'El fin del armario'.


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