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Skolkovo, el tiburón ruso que busca competir con Sillicon Valley

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Por José Luis Marín (*)

A 30 kilómetros de Moscú se levantan las instalaciones de este centro de innovación, un intento del país euroasiático por emerger en la escena tecnológica global.

Los edificios -terminados y en construcción, que son muchos- que enmarañan los terrenos del centro de innovación Skolkovo son como los de cualquier ciudad financiera o villa tecnológica del mundo: gigantes estructuras que se ondulan y retuercen hasta el infinito en naves también infinitas; mucho, muchísimo cristal; y neones que no logran rebajar los espacios inertes y asépticos. Hay una salvedad. El complejo se localiza a unos 20 kilómetros de Moscú, Rusia, centro de operaciones del mayor y más perverso entramado de hackers, bots y ciberespías del planeta. Esto, claro, según las teorías de los (pseudo) analistas y (pseudo) investigadores conspirativos más avezados del momento.

Frente a esto, la realidad de lo que allí ocurre no dista demasiado de otras plazas tecnológicas y comerciales del planeta: el complejo, fundado hace nueve años para albergar y potenciar el sector privado ruso de la innovación, no es mucho más que un intento de la Federación euroasiática por impulsar su soberanía tecnológica y, de paso, encontrar su gallina de los huevos de oro en el inmenso, sofisticado y ultracompetitivo mercado tecnológico internacional. El internet de las cosas, la nación digital, bla, bla...

¿Significa esto que no existe ninguna relación entre la fundación y su estructura y las autoridades del país, su arquitectura de defensa y su seguridad nacional? Pese a que algunos de sus directivos lo aseguran, parece imposible que no sea así. El sector digital y tecnológico es, desde hace ni se sabe, estratégico para los Estados. Es decir, es natural y potencialmente político. Rusia no podía ser menos.

Por si fuera poco, la fundación Skolkovo es de carácter público, y en sus inicios, la financiación federal llegó a suponer el 90% del capital que llegaba a sus arcas. En la actualidad, más de un tercio de los rublos que pagan las facturas en el centro de innovación siguen siendo estatales, mientras que los distintos consejos y juntas que adornan su organigrama están plagados de cargos gubernamentales y/o políticos.

La fundación Skolkovo es de carácter público, y en sus inicios, la financiación federal llegó a suponer el 90% de su capital

Pese a todo ello, parece complicado que, hoy por hoy, el proyecto de Skolkovo sea capaz de hacer sombra a otros actores internacionales, habida cuenta de las modestas cifras que aún maneja: bajas, si no bajísimas, comparadas con lo que se mueve por ejemplo en Silicon Valley. En Skolkovo crecen hoy cerca de 1.900 startups, dan trabajo a más de 30.000 personas -en su mayoría jóvenes en chaqueta y deportivas- y generan ingresos por valor de 70 billones de rublos. Esto son unos 1.000 millones de euros aproximadamente, cuatro veces menos de lo que valen el Real Madrid o el FC Barcelona.

Para mejorar estas cifras y llamar la atención de ávidos inversores, el centro de innovación organiza, desde hace ocho años, el Moscow International Innovation Forum. Esto es, una feria comercial de toda la vida con grandes dosis de marketing y publicidad, que este año se celebró a finales de octubre y a la que, según fuentes de la organización, acudieron 20.000 personas.

El contexto del evento, confirmado por algunos ponentes, es consecuente con la realidad tecnológica del país: en Rusia, el espectro académico y técnico siempre ha estado a la vanguardia, pero cuando se trata de hacer negocios y vender la moto, la cosa va bastante peor. Skolkovo es el parche a esta situación, el nuevo traje con el que Rusia trata de emerger en la escena tecnológica de escaparate y holograma.

Precisamente, en la cara más visible de este evento y de los negociados de la fundación, lo que subyace principalmente es un elemento fundamental para comprender el mundo tecnológico actual: la sustancia neoliberal que empapa todas las lógicas del sector, con odas acríticas al capital riesgo y la cultura del emprendimiento; también en Rusia.

Para muestra, el claiming de las decenas de conferencias y charlas que ocuparon el evento: "Cómo hacer dinero con una idea socialmente orientada"; "Cómo crear una empresa con una capitalización de mercado de mil millones de dólares"; etc.

Junto a ello, todos los temas centrales de la actualidad digital -inteligencia artificial, trasporte 'colaborativo', ciberseguridad, etc- y algunos de los aderezos liberales más recurrentes del momento: mujeres y liderazgo -la presencia femenina en los paneles fue, siendo generosos, anecdótica-, responsabilidad social corporativa, o implantación de las llamadas ciudades inteligentes.

Skolkovo es el nuevo traje con el que Rusia trata de emerger en la escena tecnológica de escaparate y holograma

Al mismo tiempo, y si bien varios paneles del evento también contenían debates sobre la privacidad, la ética tecnológica, la vigilancia o la gobernanza en asuntos como la gestión de los datos civiles, la realidad es que apenas se registró la presencia de unas pocas voces realmente críticas con las dinámicas actuales en estos ámbitos. 

Solo es necesario preguntar a algunos de los ponentes en las conferencias para comprobar esta situación. Anna, antigua empleada de alto rango de Google y que ahora trabaja para una plataforma rusa de comercio electrónico similar a Amazon, aseguraba, de forma didáctica, que si bien la privacidad es algo que tienen en cuenta en la compañía, lo fundamental para ellos es que los clientes queden constantemente satisfechos. ¿Cómo? Con ultrapersonalización de los servicios a través de la explotación de todo tipo de datos personales. Esto es, anteponiendo el consumo a los propios derechos de los ciudadanos.

No parece casualidad que durante uno de los actos de apertura de la feria se diese especial protagonismo a una encuesta plagada de cifras sobre este asunto. En ella sobresalían trampas poco sutiles como introducir el ámbito de la salud, indispensable para la población en los cuestionarios sobre confianza tecnológica.

¿Cuál es la posición de la fundación sobre estos asuntos? Distante, si no aparentemente desinteresada. Kirill Kaem, uno de los jefes de Skolkovo, comenta que para la fundación el asunto de la regulación está fuera de su ámbito de actuación. Su función, dice, es solo desarrollar la tecnología, y es el gobierno el que debe decidir qué hacer para controlar la tecnología y preservar derechos civiles: "Esto es más sobre negocios y menos sobre política".

Algo parecido asegura, en una charla, Nikkita, ingeniero en una empresa dedicada a la fabricación de drones: ellos se encargan de desarrollar tecnología profunda y proyectos de base. La regulación y los dilemas, pese a dedicarse a un sector sensible como ese, son para otros.

Medvédev, el pionero del Silicon Valley ruso

"No nos gusta que nos llamen el Sillicon Valley ruso. Para nosotros esto no es una competición", comentan en la fundación. La invitación para acudir a la feria internacional que llegó a CTXT contenía, sin embargo, esa descripción.

Estirar y contraer el reclamo. Cuando es conveniente, los dirigentes de Skolkovo insisten en mencionar la estrecha colaboración que existe entre el complejo de Moscú y otros centros universitarios y tecnológicos del mundo. Entre ellos, la Universidad de Múnich y, sobre todo, el MIT de Massachusetts. Cuando la comparación es antipática, los dirigentes se muestran más precisos en las matizaciones: en California, el germen de la ciudad tecnológica más famosa del mundo comenzó con proyectos universitarios y empresas privadas -muchas veces, eso sí, apoyadas por el Departamento de Defensa o grandes fondos de inversión-. Skolkovo, por el contrario, queda lejos de lo que significa Palo Alto porque el centro de innovación ruso fue puesto en marcha desde arriba hacia abajo. Es decir, fue promovido de forma centralizada y planificada desde el inicio.

Tanto es así que, incluso con el carácter original que aún arrastra el proyecto -apenas un 30% de las compañías de Skolkovo están comercializadas y solo un 12% internacionalizadas-, durante este año la fundación ha decidido franquiciar su propia marca, poniendo en marcha hasta 10 satélites de Skolkovo a lo largo del país con la intención, aseguran, de escapar de la centrifugadora moscovita. La misma sin la que sería imposible entender el propio nacimiento e idiosincrasia de Skolkovo, y en donde un nombre sobresale por encima del resto: Dmitri Medvédev. El primer ministro ruso fue el principal impulsor, hace nueve años y mientras era presidente del país, del proyecto.

Hoy, Medvédev sigue siendo su cara más visible, y su figura sobrevuela todo lo que tiene que ver con él. Durante el evento, se le citó constantemente en diferentes ambientes, y raro ha sido el año en el que no ha acudido y lo ha apadrinado, junto con otra docena de cargos gubernamentales.

Así lo hizo este año. En la sesión plenaria del foro, un simposio aburrido y burocrático celebrado en un edificio aislado y con aspecto de cubículo espacial, el primer ministro repasó la actualidad del mundo tecnológico y comercial, a la vez que dejó caer, de forma tácita, tres aspectos que envuelven la verdadera posición del centro de innovación dentro del país: uno, que Rusia ha retomado los esfuerzos por subirse al carro de la voracidad neoliberal del mundo tecnológico; dos, que la guerra digital y tecnológica sigue cotizando al alza; y tres, y aunque parezca complicado, que es parte de su trabajo hacer que estos dos vectores convivan y evolucionen.

Así, Medvédev repartió con sosiego una de cal y otra de arena. Tan pronto señalaba que el sector tecnológico en general y Skolkovo en particular se deben a la cooperación internacional y a asuntos cotidianos como la banca o el mercado laboral, como recordaba las sanciones internacionales a Rusia, destacaba el papel preponderante de la ciberseguridad -anclada a los intereses nacionales- o presentaba a sus socios estratégicos en este campo: los primeros ministros de Bielorrusia y Uzbekistán. Todo un alarde de globalismo tecnológico y de distensión internacional.

Skolkovo se eleva como la cara amable de todo esto. Un centro de innovación, de carácter universitario y desenfadado, que aspira en un futuro a desconectar la dependencia rusa de las compañías de servicios digitales norteamericanas. La desconexión dura, sin embargo, ya ha sucedido. Hace apenas unas semanas, el parlamento ruso -la Duma- aprobó una ley que permite a las autoridades apagar los servidores extranjeros -es decir, desconectarse de la red global- si consideran que se está poniendo en riesgo la seguridad nacional.


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