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Reino Unido: Comparaciones de Corbyn

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Por Owen Hatherley (*)

Si hay que comparar a Jeremy Corbyn con algún líder laborista del pasado, no es con Michael Foot. El Partido debería analizar las comparaciones con la segunda derrota de Neil Kinnock y aprender de ello.

Tras el desastre de las elecciones generales, figuras laboristas de una cierta edad han empezado a compartir intencionadamente en las redes sociales un video de un discurso pronunciado durante un congreso. Se trata, por supuesto, de Neil Kinnock, atacando en 1985, el "rígido dogma" que llevó al "grotesco caos" del ayuntamiento laborista de Liverpool, entonces bajo la gravosa influencia de la tendencia trotskista Militant. No hizo falta siquiera aclarar lo que implicaba: esto es lo que tiene que pasar ahora. Un líder centrista igual que Kinnock os va a purgar a todos vosotros, troskos, virará de nuevo al centro y ganará luego las elecciones... dentro de doce años.

 

La historia se repite, es lo que dicen. Un pacifista inútil que no se arrodilla lo bastante ante el patriotismo  - Michael Foot entonces, Jeremy Corbyn ahora  - llevó al Partido a la irrelevancia y dejó que accediera una horda de "entristas" de extrema izquierda, que acabaron desacreditando al Partido. Pero, ¿quiénes son hoy los entristas y a quiénes habría que purgar? El primer en dar nombres es una figura comprensiva con Corbyn, Paul Mason, que ya ha argumentado  que gente del equipo de Corbyn como Andrew Murray y Seumas Milne son "estalinistas" a los que hay que echar fuera. "Estalinistas" suele ser generalmente una forma abreviada de referirse a sindicalistas envejecidos que no saben acompasarse a los tiempos con la misma facilidad que un antiguo trotskista como Mason.

 

Pero ¿no es Momentum igual que Militant, preguntarán ustedes? Este último era un partido leninista firmemente organizado: una pequeña secta asentada principalmente en el Merseyside, que se sumó colectivamente al  laborismo a primeros de los 60, pasando casi inadvertida, y a la que le costó veinte años controlar la sección juvenil del Partido, hacerse con tres distritos electorales y que se eligiera a tres diputados. Tras las expulsiones masivas de Kinnock, Militant desempeñó un papel de envergadura en la campaña contra el impuesto de capitación (el "poll tax"), pero tras su abolición volvió a desaparecer por entre los márgenes.

 

Es difícil imaginar una bestia más diferente de Momentum, una coalición masiva, poco manejable. Sus activistas suelen ser miembros del Partido de larga data, y a menudo, como su presidente, Jon Lansman, con antecedentes en la nueva izquierda posterior a 1968. La nueva izquierda del laborismo  - que produjo figuras tan dispares como Ken Livingstone y Margaret Hodge - estaba mucho más comprometida con la política antirracista y feminista que el leninismo del ámbito laboral de Militant, y no veía necesidad de estructuras centralistas. Esto vino a significar que no rompieron del mismo modo con las convenciones del Partido. Hoy se puede ver esto en la forma en que Momentum constituye una extraña amalgama de agencia de relaciones públicas, red descentralizada de activistas y organización mediática, sin una conexión profunda entre ninguna de las partes.

 

Momentum ha arrostrado sus propias trifulcas de entrismo, pero son de un molde distinto del de los 80. Es un secreto a voces que el ala de la izquierda laborista favorable a People's Vote [campaña para una nueva consulta popular sobre el Brexit] está dominada por miembros o antiguos miembros de grupos trotskistas como la antigua pandilla de Mason, Workers' Power. En un momento dado, Lansman tuvo que cambiar toda la estructura de afiliación de Momentum para impedir que estos grupos dirigieran la organización. Pero en esto los "troskos " son en realidad aliados del centro laborista, y están profundamente ligados a su cuestionable política favorable a un segundo referéndum.

 

De hecho, tiene más sentido comparar a Corbyn con Kinnock, antes que con Foot. Ambos se hicieron con el mando después de que el ala dominante del laborismo hubiera perdido dos elecciones generales consecutivas: 1979 y, luego, 1983, 2010 y, después, 2015. Ambos se vieron sometidos a horrendas campañas de odio por parte de la prensa. Ambos llevaron a cabo campañas- más entusiastas en el caso de Kinnock - contra gobiernos municipales laboristas, por los gastos ilegales para construir viviendas municipales en Liverpool, y por planear vender viviendas municipales en un despilfarro inmobiliario en Haringey. Ambos se propusieron adaptarse a "nuevos tiempos", reconociendo, respectivamente, que en los años 80 el thatcherismo había desmantelado la vieja coalición laborista de clases, haciendo más probable que la población joven, trabajadora votase a los tories; y que la crisis financiera de 2008-09 había convertido la economía de vertiginosa burbuja del blairismo en algo extremadamente inverosímil.

A ambas conclusiones se resistió de modo acérrimo la vieja guardia, pero sus intentos de hacerse con el liderazgo - Tony Benn en 1988, Owen Smith en 2016 - se liquidaron con facilidad, pues no presentaban ideas nuevas, y se les podía decir fácilmente: "ya sabemos adónde lleva eso: a la derrota", se tratara de la  "la nota de suicidio más larga de la historia" [frase que hizo fortuna para describir el programa laborista de 1983] o del "Ed Stone" [los seis compromisos electorales de Ed Milliband grabados literalmente en una estela de piedra en la campaña de 2015].

 

Más que nada, parece que Kinnock y Corbyn comparten el hecho de que perder dos elecciones consecutivas no ha conducido a su total descrédito en el seno del Partido. Tal cosa ha sorprendido fuera del laborismo, pero es lógica, tanto Kinnock como Corbyn, aunque evitaron ambos cambios de envergadura en los procedimientos laboristas (a diferencia, por ejemplo, de Blair) eran abrumadoramente populares entre la mayoría de los afiliados, después incluso de sus derrotas (aunque Corbyn nunca tuvo la simpatía del grupo parlamentario). Tal como ya ha dejado claro la posición de diputados como Keir Starmer y Clive Lewis, la mayoría de los candidatos en la inminente elección de un nuevo líder van a aparecer como post-Corbyn, no anti-Corbyn, igual que todos los que se postularon en serio después de Kinnock fueron herederos suyos conscientes de serlo.

Nada de esto significa que esté a la vuelta de la esquina algún Tony Blair de la izquierda que vaya a conducir al laborismo a una gloriosa victoria. Aunque Kinnock resultara radical comparado con Blair o Gordon Brown, y se enfrentara a la vitriólica ira de Rupert Murdoch a causa de ello, la política de Corbyn, tanto la que se le imputa como la de verdad, era considerada como una auténtica amenaza al Estado británico, y sus sucesores se verán sometidos a enormes presiones para que se plieguen como corresponde.

 

Aunque hacia 1997 una victoria en las elecciones generales parecía una meta abierta para el laborismo, el nuevo líder, a fin de asegurarla, se congració con los medios que habían destruido a su predecesor. Es improbable que cualquiera de los actuales candidatos al liderazgo pueda ser tan obsequioso; pero lo que podría volver a ser igual, sin embargo, es la demolición de vidas y esperanzas que llevó a que el gobierno laborista de 1997, cuando finalmente llegó, se apoyara en un programa que continuaba la mayor parte de las medidas políticas conservadoras. 

 

 

(*) Owen Hatherley, colaborador habitual del diario 'The Guardian', dirige la sección cultural de la revista 'Tribune'. Crítico de arquitectura y urbanismo, es autor de 'Militant Modernism' (Zero Books, 2009); 'A Guide to the New Ruins of Great Britain' (Verso, Londres, 2010) y 'Uncommon' (Zero Books, 2011) sobre el grupo "pop" británico Pulp.

 

Fuente: The Guardian, 27 de diciembre de 2019

 

Traducción: Lucas Antón


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