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Ignorar las catástrofes climáticas

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Por Robert Hunziker (*)

El planeta se está deshaciendo delante de los ojos de los científicos que trabajan en zonas remotas del hemisferio septentrional, donde el permafrost se deshace y colapsa.

Se trata de un cambio climático abrupto que ocurre en tiempo real, sin que los principales gobernantes del mundo se preocupen ni sean conscientes de ello. De lo contrario, ya habría un Plan Marshall para el clima a escala mundial, cuyo objetivo fuera salvar la civilización de las primeras evidencias de un caos total.

"En 14.5 millones de kilómetros cuadrados a lo largo de los límites más septentrionales del planeta, el cambio climático está escribiendo un nuevo capítulo. El permafrost ártico no se está deshaciendo gradualmente, como alguna vez predijeron los científicos. En términos geológicos, se está deshaciendo en un abrir y cerrar de ojos". (Fuente: Arctic Permafrost Is Thawing Fast. That Affects Us All, National Geographic, September 2019 Issue)

Al fin y al cabo, la desaparición del permafrost augura un calentamiento global de enormes proporciones, ya que precede a catástrofes adicionales que siguen una detrás de otra, y así ad infinitum. Todo lo cual sucede sin previo aviso, y se conoce como fenómenos abruptos de cambio climático.

Afortunadamente, hace 40 años, la primera ocasión en que el mundo moderno se aproximó a la catástrofe, a saber, cuando se produjo la crisis del agujero de la capa de ozono (en la década de 1980), se logró evitar los peores pronósticos. Se dirá más sobre esta fascinante historia más adelante. Desde que el evento Pérmico-Triásico destruyó el 95% de la vida terrestre hace 252 millones de años, el planeta no había estado tan cerca de una extinción casi total.

Mientras tanto, la pregunta es si la desaparición del permafrost terminará siendo la Segunda Cuasi-Catástrofe del mundo -es decir, si se va a atajar a tiempo- o si conducirá a algo mucho peor, como una serie de "catástrofes que siguen una detrás de otra, y así ad infinitum".

Cherskiy, Rusia, que alberga la Estación Científica del Noreste a 69° N, muy por encima del Círculo Polar Ártico, es una base permanente para una estación de investigación internacional que estudia la biología ártica y el cambio climático. Está a 100 kilómetros tierra adentro del Mar de Siberia Oriental (otra área de alto riesgo en el Ártico).

En enero de 2018 sucedió algo inaudito en Cherskiy. La capa superior del suelo que ha mantenido el permafrost congelado durante eones no se volvió a congelar como lo había hecho todos los años desde que existen registros. Sin embargo, el mes de enero en Siberia suele ser tan brutalmente frío que el aliento humano se congela con un "sonido tintineante", que los lugareños llaman "el susurro de las estrellas".

"Hace tres años, la temperatura en el suelo por encima de nuestro permafrost era de menos 3 grados centígrados (-27 grados Fahrenheit)", dijo Sergey Zimov (un ecólogo): "Entonces fue de menos 2. Entonces fue menos uno". Este año, la temperatura fue de 2 grados", Ibid.

El ejemplo antes mencionado de un cambio climático abrupto en Siberia es un llamado desde el Norte, que advierte que los últimos 10.000 años de la era del Holoceno, que han estado marcados por un clima de "Ricitos de oro" -es decir, "ni demasiado caliente, ni demasiado frío"- han terminado, ya que el calor excesivo despedaza regiones enteras del planeta. Así suena la alarma y quedan bajo riesgo los cómodos estilos de vida de que se disfruta hoy en día, pero cabe preguntarse: ¿se trata de una advertencia que dará paso a una catástrofe pronto o al cabo de más tiempo?

Los gases de efecto invernadero generados por el hombre han tenido un impacto enorme en el devenir natural del planeta, y compite con los seres humanos al emitir toneladas de metano y dióxido de carbono en la atmósfera, incluso en el invierno siberiano por encima del Círculo Polar Ártico. Son noticias devastadoras que deberían quitar el sueño a líderes mundiales, pero no parece inquietarles. Si no, ya estarían tomando medidas urgentes. ¡Y no lo hacen!

De hecho, los líderes mundiales están sacrificando a sus electores a cambio de las ganancias generadas por los combustibles fósiles y una forma de capitalismo que consume de manera imprudente e indiscriminada. Y todo ello sirve para explicar el que la vertiente norte de Alaska haya sufrido un aumento de 11°F en 30 años al tiempo que los termómetros llegaron a marcar los 90°F a unos 380 kilómetros sobre el Círculo Polar Ártico, convirtiéndose así en digno rival del templado clima de la Florida.

En un momento en que el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (o IPCC, por sus siglas en inglés) realiza denodados esfuerzos por seguir el acelerado ritmo de tantos desastrosos fenómenos asociados al cambio climático, los líderes mundiales no reaccionan. Mientras tanto, el público no comprende adecuadamente los riesgos de un calentamiento global excesivo, o del calor terrestre, como queda demostrado en el siguiente ejemplo:

"Ha habido cambios del clima grandes y abruptos que han afectado gran parte o la totalidad de la tierra de manera reiterada, alcanzando localmente hasta 10°C de cambio en 10 años". (Fuente: Alley, Richard B. Abrupt Climate Change: Inevitable Surprises, Washington D.C. National Academy Press, 2002)

Esta descripción -hecha por Richard B. Alley, profesor de la Universidad Estatal de Pennsylvania (Penn State University)- de un cambio climático abrupto (10°C en 10 años) se basa en datos paleo-climáticos. Sin embargo, ese mismo riesgo no es considerado por el IPCC, ni se incluye en los pronósticos de los científicos. Es, de este modo, uno de los fenómenos climáticos menos esperados. Pero ha sucedido en el pasado ... ¡y más de una vez!

Dicho simplemente, nuestra sociedad no aguantaría una subida de temperatura de 10°C en 10 años, ya sea "localmente", como ha dicho el Dr. Alley, o universalmente.

Todo lo cual obliga a pensar en un desalentador panorama en que la naturaleza sufre las consecuencias del súbito advenimiento de la Máquina de Calor Humano: 7.500.000.000 de personas, 1.400.000.000 de automóviles, 22.500.000 de vehículos comerciales, 3.500.000 de camiones pesados, 425.000 autobuses, 39.000 aviones comerciales y militares, 62.500 centrales eléctricos, 996.000.000 de cabezas de ganado, y todos ellos emitiendo simultáneamente gases de efecto invernadero a la atmósfera, cuando las emisiones de CO2 baten nuevos récords año tras año.

En total, entre un 80% y un 90% de las estadísticas mencionadas anteriormente ocurrieron en apenas 70 años, mientras que la humanidad tardó casi 200.000 años en alcanzar una población planetaria de dos mil millones. Hoy, estamos observando la Gran Aceleración, en que 5.500 millones de seres humanos nacidos después de la Segunda Guerra Mundial extraen recursos naturales del planeta. Y todo ello ha pasado en apenas tres generaciones. ¡Increíble!

Como resultado, somos el experimento más grande que el planeta haya conocido jamás. Mientras tanto, el conocimiento científico que establece "una relación causal firme" entre (1) las emisiones de dióxido de carbono y (2) el calor global excesivo deja grandes incógnitas para nuestro mundo, que depende fundamentalmente de prácticas generadoras de dióxido de carbono. En este estado de cosas, nos encontramos en una situación de absoluta incertidumbre en lo que respecta a las futuras condiciones climatológicas del planeta.

Por ejemplo, durante los últimos 400.000 años, la temperatura y los niveles de CO2 han subido y bajado de manera estrechamente relacionada, tal como demuestra el documental An Inconvenient Truth (2006) de Al Gore: cuando el CO2 alcanza un máximo de 280 ppm, las temperaturas aumentan sin falta 5°C (según un fenómeno que se llama ciclo caliente) y cuando el CO2 alcanza un mínimo de 180 ppm las temperaturas disminuyen sin falta 5°C (en un ciclo frío). Y este ciclo se ha cumplido cada 100.000 años durante los últimos 400.000.

Sin embargo, a la hora de evaluar el cambio de temperatura (que sería el comodín en esta cuestión) es necesario preguntarse: ¿en cuánto tiempo dicho cambio tarda en producirse? Es decir, ¿la temperatura tarda siglos, décadas o años en reaccionar a los cambios en los niveles de CO2 en la atmósfera? En ese sentido, los "10°C en 10 años" del Dr. Alley no son alentadores, pero nadie sabe a ciencia cierta qué sucederá en un futuro próximo.

Por cierto, los niveles actuales de CO2, que superan los 410 ppm, se encuentran evidentemente fuera del ciclo natural histórico de entre 180 (a niveles bajos) y 280 (a niveles altos), que se ha cumplido continuamente desde hace 400.000 años. Y ahora, ¿qué va a pasar?

Si suponemos que el calentamiento global será una consecuencia de los actuales niveles de CO2, un resultado posible es el siguiente: "En un mundo en que la subida sea de 4°C, y en que en muchas zonas haya un aumento de 5 a 10 grados, el impacto en la producción de alimentos puede ser catastrófico". (Fuente: Angus, Ian, Facing the Anthropocene, Monthly Review Press, 2016, pg. 102)

La desaparición actual del permafrost es inquietante por cómo se asemeja a la primera ocasión en que el mundo se aproximó peligrosamente a la catástrofe natural -el famoso agujero de la capa de ozono- como explica Ian Angus en el capítulo 5 "La primera cuasi-catástrofe" de su brillante e indispensable libro. El mundo ya se acercó a la catástrofe y, afortunadamente, salió ileso.

En un caso similar al de la inatención actual a las amenazas que se ciernen sobre nuestro clima, en los años 70 y 80, nadie predijo la velocidad y la magnitud de la fuerte disminución en los niveles de la capa de ozono debido al daño causado por los CFC producidos por DuPont desde la década de 1930. De hecho, la NASA había pronosticado que los niveles de ozono podrían disminuir del 5 al 9 por ciento para 2050. Pero, ¡o sorpresa! Los niveles de ozono cayeron un 60% para mediados de la década de 1980. ¡Los científicos quedaron atónitos! ¡Y asustados!

Sin la protección de la capa de ozono, que se encuentra a unos 15-30 kilómetros por encima del suelo terrestre, y que absorbe la mayor parte de la radiación ultravioleta del Sol, la vida en la Tierra se achicharraría.

En un golpe de suerte, unos pocos científicos informaron a la comunidad mundial sobre el inminente desastre que presentaba el agujero de ozono. Si no hubiera sido por la Encuesta Antártica Británica, que funcionaba con un minúsculo presupuesto de $18.000 por año, la humanidad no habría sabido de la amenaza a que se enfrentaba. Desde 1957, el grupo británico observó la capa de ozono desde el Observatorio de la Bahía de Halley en la Antártida, pero sus miembros nunca se imaginaron que los químicos generados por los seres humanos atacarían y destruirían la capa de ozono.

Durante cincuenta años, la industria de CFC pudo evitar la prohibición de las ventas de CFC debido a la ausencia de datos científicos sólidos que mostraran una disminución en los niveles de la capa de ozono. En 1979, unos funcionarios de DuPont dijeron: "Nunca se ha detectado el agotamiento de la capa de ozono a pesar de los análisis más sofisticados ... Todas las cifras de agotamiento de la capa de ozono hasta la fecha son proyecciones de computadora basadas en una serie de suposiciones inciertas", Ibid, pág. 84)

Al igual que lo que sucede con el CO2 en la atmósfera actual, "los CFC habían entrado en la atmósfera en cantidades cada vez mayores desde principios de la década de 1930. Las mediciones anteriores a 1980 de Halley Bay indudablemente incluyeron su impacto sobre la capa de ozono sobre la Antártida, pero en 1979, lo que había sido un proceso lineal gradual traspasó un punto de inflexión, volviéndose rápido y no lineal", Ibid, pág. 85)

De esta manera, se inició un cambio climático abrupto que podría haber diezmado la vida terrestre. Afortunadamente, el Protocolo de Montreal, que controla el uso de sustancias que tienden a agotar la capa de ozono, se firmó en 1987. Este acuerdo salvó al mundo de la segura destrucción que le habría sobrevenido a una población humana cegada por sus propios dispositivos químicos.

Tras revisar la historia de los CFC y la capa de ozono, Paul Crutzen (químico atmosférico y ganador del Premio Nobel) comentó: "Solo puedo concluir que la humanidad ha tenido una suerte inmensa", Ibid, pág. 87)

Ahora: ¿Es la desaparición del permafrost la segunda ocasión en que el planeta se acerca al borde de la catástrofe, o es algo peor todavía?

Esperemos que la respuesta no sea que "es algo peor todavía" porque, a diferencia de la crisis de la capa de ozono, que se solucionó gracias a unas cuantas empresas e industrias que implementaron una solución técnica y prohibieron los CFC, el proceso de eliminación de las emisiones de gases de efecto invernadero tendrá que ser global, y exigirá décadas de transformación de la economía global. Se trata de una tarea gigantesca en comparación con la primera catástrofe que, solo con una buena dosis de suerte, se pudo evitar.

Similar al caso de la capa de ozono, que alcanzó un punto de inflexión cuarenta años después de que los CFC comenzaran a emitirse, la desaparición del permafrost ocurre muy poco a poco en un principio, y luego de manera más rápida, y más tarde a pasos agigantados, y todo ello antes de que sea evidente que se ha alcanzado un punto de inflexión. Es probable que esto sea lo que está sucediendo hoy en Siberia, y a lo largo de las más altas latitudes del hemisferio norte, donde niveles masivos de permafrost cubren el 25% del hemisferio, que se ha hallado enterrado y congelado durante eones, reteniendo más del doble de la cantidad de gases de efecto invernadero que actualmente se encuentran en la atmósfera.

La desaparición del permafrost es tan alarmante, tal vez más aún, que la amenaza que presentó el agujero en la capa de ozono, pero solo unos pocos científicos constatan su existencia y creen que se está produciendo. ¿Esto les suena familiar?

 

(*) Robert Hunziker, escritor especializado en temas ecológicos

Fuente: https://www.counterpunch.org/2019/11/08/ignoring-climate-catastrophes/

Traducción: Paul Fitzgibbon Cella


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