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Chile: Explorar el futuro. Dossier

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Chile en revolución

Ariel Petruccelli

Empezó con las evasiones masivas de los estudiantes en protesta por el aumento del boleto del metro. El gobierno respondió como siempre: criminalizando las protestas y reprimiendo a la juventud.

 

Estallaron manifestaciones, le siguieron saqueos e incluso incendios (no está claro todavía cuántos provocados por la población y cuántos por los carabineros). El presidente Piñera decretó el estado de excepción y anunció que estaba en guerra. Un pueblo armado con cacerolas se negó a abandonar las calles. Mientras los videos que testimoniaban los abusos policiales y militares se esparcían indetenibles por las redes sociales; Piñera pidió perdón y anunció medidas sociales paliativas. Las movilizaciones siguieron creciendo. El viernes se produjo la mayor concentración de la historia de Chile: 1.200.000 sólo en la concentración de plaza Italia, en Santiago. Pero hubo concentraciones en todo el país. El sábado siguieron protestas masivas, caceroleos espontáneos. El domingo, hoy mismo, mientras escribo estas líneas con el corazón latiendo y la piel erizada por la emoción, multitudes cada vez más grandes siguen ganado las calles en todo Chile. Y siguen, y siguen. No van a parar.

Se inició como protesta. Devino rebelión. Chile transita ya una revolución.

Tan imprevista como carente de conducción y de estrategia, pero con algo bastante parecido a un programa. Punto primero: que renuncie Piñera. Todos los alienígenas (así consideró la primera dama Cecilia Morel a su pueblo) son unánimes en esto. Por supuesto, la dirigencia política -mucho más cerca de la Secretaria de Relaciones Intergalácticas (según un popular chiste en circulación) que de los rotos- busca sostener a Piñera a como sea: incluyendo a muchísimos representantes de la oposición. Punto segundo: Asamblea Constituyente. Ya es indudable inclusive para muchos dirigentes de la derecha que el pueblo demanda masivamente una nueva constitución. ¿Cómo sería el proceso? No hay ninguna claridad, pero el clamor por una Asamblea Constituyente es ensordecedor. Punto tercero: no más AFP, es decir, rechazo a las jubilaciones privatizadas. Punto cuarto: rechazo a la educación privada y a las enormes deudas contraídas para poder estudiar. Punto quinto: exigencia de una educación pública gratuita y de calidad. Estos puntos parecen tener un amplísimo consenso. Hay otros, como la reducción de la semana laboral (el congreso ya votó su reducción a 40 horas) o la reducción de diferentes tarifas. Exigencias de transparencia y castigo a la corrupción.

Y hay algo más todavía, una demanda flotante exigiendo igualdad. Igualdad: ¿Pero dónde detener esta exigencia una vez que se empiece a pensar seriamente en ella, con un pueblo movilizado y que ha sentido y experimentado su propio poder? ¿Cómo silenciar las demandas feministas? ¿Cómo hacer oídos sordos a los reclamos mapuche de autodeterminación, una vez que la bandera mapuche a ondeado tantas veces junto a la chilena, hermanando al Chile laborioso? ¿Cómo evitar que propuestas como una renta básica ciudadana o el reparto de las horas de trabajo entre toda la población sean discutidas masivamente? ¿Cómo impedir que se delibere en torno a una renta máxima más allá de la cual todo ingreso superior es absorbido por los impuestos, tal como propusiera recientemente Raventós? ¿Cómo impedir que se pongan en discusión las verdaderas condiciones para la igualdad de oportunidades, y por esa vía se termine impugnado el mismísimo derecho de herencia? ¿Cómo negar el carácter clasista de la sociedad capitalista? ¿Cómo sustraerse a la exigencia de que las mejoras en las condiciones de vida no puede estar supeditada al crecimiento económico? ¿Cómo evitar que se hable de eco-socialismo? ¿Cómo impedir que millones comiencen a pensar que nuestras vidas valen más que sus ganancias?

El gobierno y la clase capitalista están absolutamente desconcertados. Una asamblea de mineros rechazó la oferta del multimillonario AndronicoLuksik de aumento salarial: "esto no es por plata, es por dignidad", le respondieron. Parece una locura. No lo es. Es racionalidad pura. Sólo que no se trata de la racionalidad instrumental de los medios adecuados a fines nunca discutidos. Es una racionalidad de valores y principios éticos que pone en discusión los fines sociales la que está operando tras esa aparente locura. Claro, alguien como Luksik saldrá a preguntar dónde se compran los principios, y cuanto valen. ¡Pobre!!!

La masividad de las protestas es tan grande que me atrevería a decir que ya es indetenible la convocatoria a una Asamblea Constituyente. La gran puja será de aquí en más: ¿quién la convoca? No apostaría ni un centavo por Piñera: su pueblo lo ha renunciado. ¿Con qué mecanismos, de qué manera? He aquí la madre de todas las batallas. Pero con tanta movilización popular será difícil una Asamblea Constituyente  a pedido de las clases dominantes. Se vendrá una durísima pelea. Todas las demandas esbozadas más arriba tienen diferentes contenidos posibles: más o menos radicales, según sus formas finales. Pueden ser incluso anti-capitalistas. Desde luego, no había mucho anticapitalismo en el Chile precedente. Pero Chile está en revolución, y todo se acelera. Chile está en deliberación, y ahora se escucha con atención lo que en circunstancias "normales" se rechaza de antemano. Chile está en efervescencia, y nadie sabe dónde terminará los que comenzó como una estudiantina.

Y no lo olvidemos: sólo luchando por lo que parece imposible se consigue lo posible.

http://www.revistavientodelsur.com.ar/chile-en-revolucion/



El estallido de los que sobran, o cómo la élite subestimó a la gente

Bárbara Castillo Navarro

¿Qué viene ahora? Es difícil anticipar los escenarios, pero la historia nos deja enseñanzas. La oligarquía, por más que hoy diga que cambió y que les importa cómo vive la gente, solo busca cuidar sus intereses. Tanto es así, que a las legítimas demandas y manifestaciones, respondieron con militarización, violencia, represión, violencia sexual y tortura. La oligarquía se va a defender porque temen perder sus privilegios, tal y como lo señaló la primera dama.

No son 30 pesos, son 30 años, es una de las consignas que más resuenan en las calles de Chile; y es que podemos decir que desde el término de la última dictadura, no habíamos vivido un momento en el que el modelo neoliberal como único camino posible se cuestionara de tal forma. Sin embargo, no hay que perderse, no es que en las manifestaciones se identifique necesariamente al actual modelo como el responsable de la precarización de la vida, como concepto, más bien, es lo que implica y genera el neoliberalismo en cada hogar lo que se pone en cuestión, lo que llama a una nueva forma de organizarnos como sociedad, aunque no se tenga claridad de cuál sea esta.

Tenemos una clase política que tomó la decisión de enclaustrarse, de hacer política a puertas cerradas y llegar a acuerdos en lo que ellos mismos denominaron la cocina. La política del consenso oligarca dejó de mostrarle a la ciudadanía proyectos políticos distintos entre quienes administraron el duopolio, ideas de país en disputa, generando una profunda desconexión y desafección. Si no hay nada en juego, si no se cuestiona el modelo y todos los sectores políticos tienen un mismo proyecto, con matices que acuerdan encerrados entre cuatro paredes, ¿cuál es el rol de la ciudadanía?

La gente se acostumbró no solo a vivir sin "la política", sino que a sobrevivir a pesar de "los políticos". Dejamos de necesitarles para buscar soluciones a nuestras vidas, porque esa clase política que se enclaustró en el poder dejó de responder a nuestras demandas. A medida que pretendíamos buscar soluciones, nos cerraban las ventanillas una tras otra. Ese ejercicio de buscar respuestas y no encontrar espacios en los que se den, ante una clase política anacrónica, es lo que nos tiene hoy cantando en las calles el baile de los que sobran.

Porque en Chile el baile de la élite es a puertas cerradas, se entra con invitación exclusiva, si eres familia de y tienes un apellido impronunciable. Mientras se bebe y come bien, se toman decisiones importantes sobre el destino de millones. De este baile nosotras y nosotros fuimos excluidos, no estábamos en la lista de invitados, cuando nos acercamos nos convidaron a lavar los platos y servirles las copas del mejor vino, y después nos sacaron a patadas.

Así que tuvimos que hacer nuestros propios bailes, el de las abuelas y abuelos que se jubilaron y se volvieron pobres; el de las mujeres que se organizaron para cuidarse, para recibir a la vecina cuando su pareja la golpea, o ayudarla a abortar acompañada; el de las y los trabajadores a honorarios, part time y de las temporeras, que no tienen derechos laborales; el de quienes reciben el sueldo mínimo por trabajar jornada completa y demorarse dos horas en llegar a sus hogares; el de quienes tienen el sueño de estudiar, pero no pueden porque deben aportar en la casa, de quienes fueron estafados por universidades privadas, de quienes se endeudaron 20 años para poder estudiar y hoy están en Dicom; el de quienes no pueden salir de sus casas por el narcotráfico; el de quienes se tuvieron que criar en el Sename; el de quienes han luchado toda la vida por un hogar digno para sus familias; el de quienes tienen que vivir en zonas de sacrificio; el de quienes se murieron en las listas de espera del hospital. El de quienes miramos por distintas ventanas cómo financiamos los privilegios de la elite.

El viernes 25 de octubre de este año, en los principales centros neurálgicos de cada ciudad, todos esos diversos y transversales bailes se encontraron. Ese día hicimos historia. Porque Chile despertó significa más que salir a la calle a manifestarnos, sino que tiene que ver con el que al fin nos encontramos, nosotras y nosotros, la gente común. Nos miramos a la cara, nos vimos reflejadas en la lucha del otro, y es que estar así de unidos nos permite empezar a pensar en que podemos ser uno solo.

La consigna que se escuchó en cada rincón fue "no más abusos", es que nos cansamos de los atropellos de la clase política ensimismada, de la élite privilegiada, de la oligarquía que se enriquece a costa nuestra. Por eso es tan paradójico escuchar hoy en los medios de comunicación a esa misma clase política tradicional, que el sábado de pronto se despertó "progresista" y preocupada por la justicia social, debatiendo sobre respuestas entre ellos mismos. Ellos, quienes han sido parte del problema durante estos 30 años, pretenden volver a pactar un acuerdo a puertas cerradas, entre ellos. Lo que tienen que entender es que nunca más será posible construir un pacto social sin la gente como protagonista.

Es que las masivas manifestaciones de esta semana son la expresión de que la gente le dijo basta al consenso de la transición que benefició a unos pocos a costa de la mayoría. La tarea parece entonces la de construir un nuevo pacto social y político que nos incluya a todos, uno donde no sobre nadie, donde nadie se quede atrás pateando piedras.

Porque si salimos con las banderas chilenas, entonando el himno y gritando "C H I", es porque el germen que está en el estallido es el de recuperar la patria, el punto está en que esta vez sea para todos.

¿Qué viene ahora? Es difícil anticipar los escenarios, pero la historia nos deja enseñanzas. La oligarquía, por más que hoy diga que cambió y que les importa cómo vive la gente, solo busca cuidar sus intereses. Tanto es así, que a las legítimas demandas y manifestaciones, respondieron con militarización, violencia, represión, violencia sexual y tortura. La oligarquía se va a defender porque temen perder sus privilegios, tal y como lo señaló la primera dama.

Por otra parte, la extrema derecha verá en la crisis una oportunidad para que su discurso de odio haga sentido. Intentarán que la gente identifique al enemigo en nuestro interior, inmigrantes, jóvenes, quienes viven en las comunas periféricas, cualquiera les será útil para culparle por las penurias de la gente. La clase política corrupta, por cierto que también, y es ahí desde donde intentarán descolgarse. El objetivo es hacer que su discurso de ultraderecha haga sentido entre quienes están indignados con el actual sistema, para implantar un modelo más injusto, depredador y autoritario.

Mientras que el rol de las fuerzas de transformación en este momento, es justamente el mismo, disputar el sentido común, pero en este caso, para que después de esta coyuntura el país vire hacia un modelo basado en una sociedad de derechos. Es en un momento histórico como el actual, en el que las palabras "revolucionario" y "radicalidad", en la práctica del militante -no así en su convicción- mutan del sentido que las marcó en el siglo pasado. Lo revolucionario hoy es otorgar sentido transformador a las consignas que levantó la gente, no imponer otras que nos parezcan más adecuadas porque salen en los libros; la radicalidad está en correr los límites de lo posible. Ganar en la batalla cultural, y eso es hacer sentir en las mayorías, en las y los movilizados, en quienes no salen a manifestarse, pero sí les hace sentido el clamor popular, que la salida del conflicto solo puede ser hacia un proyecto de justicia social, hasta que vivamos con dignidad, hasta la victoria de la gente.

https://www.eldesconcierto.cl/2019/11/02/el-estallido-de-los-que-sobran-...



Chile, sin soluciones inmediatas para un estallido anunciado

Pablo Sepag M.

No por dramático en su secuela de muerte y destrucción, el estallido chileno ha sido sorpresa. Es una constante histórica.

En esta ocasión, todos los indicadores lo auguraban. Otra cosa es que por la propaganda de quienes dirigen Chile desde la Independencia, ni ellos ni el mundo exterior fuesen capaces de preverlo. Los primeros, por haberse convencido de su propio discurso. Fuera de Chile, porque desde el desconocimiento se quiso creer que aquello sería un modelo para otros, incluida España, donde se intentó promover el sistema chileno de pensiones, una de las causas de la revuelta.

Las desiguladades chilenas

De acuerdo al Índice Gini, que mide la desigualdad según la distribución de ingresos, Chile no escapa a la tendencia de América Latina, la región más dispar del mundo.

Lo llamativo es que su desigualdad es constante desde hace décadas, incluso siglos. Según el Índice Palma, por el apellido del economista chileno que lo desarrolló, las inequidades endémicas de la sociedad chilena son aún más acusadas. Las diferencias entre uno y otro índice tienen que ver con uno de los errores intencionados que llevaron a quienes dirigen Chile a creerse su propia propaganda y a observadores foráneos a confundir el análisis.

Es tal la diferencia de sueldos que las medias resultan distorsionadas. Se dice que el sueldo promedio es 800 euros, aunque en realidad está más cerca de 600, siendo el mínimo de 350. La diferencia existe porque las medias incluyen al 15 % que más gana sin considerar su peso dentro de la masa laboral. No se trata de riquísimos o de parlamentarios, que ganan 33 veces el sueldo mínimo.

El dato se ve distorsionado por lo que la propaganda semántica llama "profesionales" o sector "BC1". Los "profesionales", especialmente los dedicados a la gestión económica, financiera y de negocios -ingenieros comerciales les llaman en Chile-, otros ingenieros, abogados, médicos y alguno más, pueden ganar siete veces el salario medio y más de 10 el mínimo.

A esa minoría se la asimila con todos los que superan el sueldo mínimo en la llamada "clase media", concepto ambiguo alejado de la realidad. La mayoría de los chilenos son pobres en relación a los ultra ricos y a esos "profesionales" considerados "clase media". De ahí que en un país de 18 millones de habitantes, las declaraciones de la renta de personas físicas sumen poco más de dos millones y medio. En España la mitad de sus habitantes declaran.

Los impuestos

En ese contexto impositivo nada progresivo ni redistributivo, en Chile todos pagan un IVA -Impuesto del Valor Agregado- que es el tercero más alto de América Latina y sin reducciones, castigando así a quienes menos ganan. La estructura tributaria la completan tipos bajos para rentas altas y exenciones a empresas. Quedó explicitado cuando para intentar sofocar la revuelta, entre otras cosas, el presidente Piñera prometió subir del 35% al 40% el tipo para aquellos que mensualmente ganan 11 mil dólares. Y esos no son ultra ricos. Quien gana esa cantidad en todo un año no declara.

En realidad, el Estado chileno es poco más que un intermediario entre empresas que proporcionalmente dedica más recursos a las fuerzas de seguridad, de las mejor dotadas del mundo, que a otros capítulos. En todo lo demás, su presencia es mínima.

Sanidad, educación, carreteras, farmacias o supermercados están en manos de oligopolios privados. En cada sector operan dos o tres grupos que imponen sus condiciones en todos los ámbitos, del legislativo al laboral, pasando por la fijación de precios. Chile es un país caro. Cada vez que sube al metro, un santiaguino paga un euro. Un litro de leche no baja de 1,10 euros. El sistema no beneficia a los consumidores.

En cuanto a las pensiones, la dictadura militar encabezada por Augusto Pinochet sustituyó un testimonial sistema de reparto por planes individuales, que no son complementarios, como en otros países. En Chile no hay reparto y solidaridad, sino capitalización individual que en un país con sueldos bajos explica por qué en Chile prácticamente no hay jubilados. Con pensiones igualmente bajas, alcanzada la edad de jubilación la mayoría se recontrata.

La educación no favorece la igualdad de oportunidades y es de una segregación extrema, además de un negocio que sitúa a las universidades chilenas entre las más caras del mundo. Las familias dedican mensualmente el 50% del salario medio para financiar estudios superiores a uno solo de sus miembros.

En sanidad, solo presta asistencia subsidiaria a quienes no pueden pagar seguros privados, que tampoco son complementarios. O se está en la privada o en la pública. El Estado no contempla un sistema universal.

Historia de inequidad

El modelo chileno reproduce una desigualdad que se arrastra desde la época colonial y se profundizó hace 200 años. Chile era una colonia española pobre, esencialmente militar y sin apenas elite criolla. Por eso y tras una Independencia por razones militares -el libertador San Martín necesitaba atacar por mar a los españoles en Perú-, esta última se reforzó con un puñado de inmigrantes europeos.

Ahí nació el modelo de explotación intensiva de recursos naturales con uso de mano de obra sin cualificar para generar altos rendimientos. Se los repartirían los viejos encomenderos coloniales reconvertidos en terratenientes e inmigrantes ávidos de prosperidad material. Su color de piel y su pretendida superioridad cultural justificaron hasta hoy el despotismo ilustrado para gobernar a la gran masa mestiza, carente de representación y en muchos casos de conciencia de su condición racial y cultural diferenciada de las elites políticas, económicas, mediáticas, militares y académicas que dirigen Chile.

Esa realidad es la que ha convertido la política en un ejercicio estéril. La inmensa mayoría de chilenos son mestizos racial y culturalmente que no necesariamente comparten los objetivos de otros grupos. A ellos se suman un 10 % de indígenas asumidos y apenas un 10 % de blancos reales o aparentes y cuya cultura deriva de aquello que motivó el maridaje entre elites criollas e inmigrantes europeos. Son estos últimos los que mandan y proyectan una imagen de Chile que confunde a los observadores externos.

Una elite sustentada racial y culturalmente que no interpreta a una masa mestiza que no está representada y que es sometida a experimentos de derecha o izquierda inspirados en otras realidades culturales.

La prueba está en que cuando hace unos años se levantó la obligatoriedad de votar, la participación cayó en picado. Piñera fue elegido con el respaldo del 25 % del universo ciudadano. Obtuvo el 54 % de los sufragios emitidos, que fueron algo menos de la mitad del censo.

La dificultad está en que los propios mestizos no han construido discursos con sus aspiraciones ni liderazgos propios, bien porque el poder no lo ha favorecido o por su propia dejación. Eso complica la salida de fondo en Chile. Ahora la elite gobernante, trufada de apellidos foráneos, sobre todo europeos no españoles, asegura querer alcanzar un nuevo trato.

El problema es que al otro lado de la mesa apenas hay nadie, más allá de los indígenas mapuche, que tienen claro lo que son y lo que quieren. En cuanto a los mestizos y a diferencia de Sudáfrica, en Chile no hay Congreso Nacional Africano ni un Nelson Mandela para negociar con la elite blanca heredera de la idea de progreso de sus ancestros el final de un apartheid tácito pero hasta ahora invisible, dentro y fuera de Chile.

https://theconversation.com/profiles/pablo-sapag-m-769685

 

(*) Ariel Petruccelli. Historiador y profesor de la Universidad Nacional del Comahue (UNC) en la Patagonia Argentina.

(*) Bárbara Castillo Navarro, monitora de la Escuela Libre La Chascona de #LaOtraEducación.

(*) Pablo Sepag M., profesor-investigador de la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido profesor visitante de las Universidades de Sussex (Reino Unido), de Chile y Católica de Santiago, Aristotelio de Tesalónica (Grecia) y otras. Es autor de numerosos trabajos académicos sobre propaganda y periodismo de guerra y Siria, entre ellos el libro Siria en perspectiva (Ediciones Complutense).

Fuente: Varias


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