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Digamos algo de izquierda

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Por Esteban Valenti  (*)

Este artículo, por la dinámica que tiene Bitácora, fue entregado el jueves 24 de octubre, tres días antes de las elecciones. Obviamente no se conocían los resultados.

Hoy se publica, tanto en el semanario Bitácora como en Uypress como columna y todos conocemos los resultados de las elecciones nacionales en primera vuelta. Pero no todo depende exclusivamente de esos datos, hay reflexiones que deberían ser más de fondo.

El balance del resultado electoral lo haremos entre varios a lo largo de esta semana, por ello me voy a concentrar en un aspecto que considero fundamental, lo era durante la campaña electoral y lo será siempre: es el relato, el hilo conductor, la línea política y programática fundamental para la izquierda hoy en el Uruguay y como aporte a la región y a la izquierda en el mundo, aún desde nuestro pequeño gran país.

El proceso electoral no culminó, habrá una segunda vuelta, pero estas reflexiones no tienen que ver solo con los diferentes momentos de las campañas, sino con algo mucho más de fondo, que definirá -obviamente según mi opinión- el futuro de la izquierda y por ello mismo del Uruguay.

No se puede decir que las ideas de izquierda estén en auge en el mundo y menos en América Latina. Y en el balance que hagamos de las elecciones, hablaremos de ese tema, que se expresa, en muchos países y en una tendencia general. Las situaciones nacionales son muy diferentes pero forman parte de un mapa, de una pintura regional, en Argentina (también conoceremos sus resultados electorales), en Brasil, en Venezuela, en Ecuador, en Nicaragua, en Cuba, en Perú, en Chile, en Paraguay, en Bolivia y naturalmente Uruguay.

Venimos de un tiempo no tan lejano donde por primera vez en la historia del continente, fuertes corrientes y movimientos populares y de izquierda habían asumido diversos gobiernos nacionales y gobernaban con éxito y resultados. Hoy todo es diferente. Hoy el continente hierve.

Hay tres tentaciones frente a esta situación: volver al viejo verso de siempre y echarle la culpa al imperio y a la derecha, como si cuando nos iba bien y cosechábamos triunfos, la derecha y el imperio se hubiesen distraído y nosotros despabilado de pronto. El imperio y la derecha, con sus contactos, similitudes y diferencias, siempre tratarán de jugar su papel y nunca nos facilitarán las cosas. Sería contra natura.

La otra tentación es atribuirle todo a los ciclos históricos, como si hubiera leyes deterministas que nos imponen el péndulo entre el progreso, el avance económico-social, la conquista de nuevos derechos y libertades y el retorno al pasado y la regresión.

Y por último hay una tercera opción, creer que nuestro papel, supuestamente aprendido durante los gobiernos, es disputar a codazos el espacio del centro, que es donde los "sabios" dicen que se ganan las elecciones y se conservan los cargos y una importante porción del poder. Es decir, ser cada día menos de izquierda.

La lección que los avances y, sobre todo las derrotas y retrocesos nos deberían dar, es que la fuerza de la izquierda es ser verdaderamente de izquierda, en el sentido más profundo y complejo del término y que nunca es una condición que se conquista para siempre, es un concepto que lleva en su ADN la permanente evolución y cambio. Lo que no debe confundirse con parecerse un poco más a la derecha corriéndose hacia el centro.

El análisis crítico permanente, el combate desde nuestra propia identidad a los vicios que envilecen nuestra propia esencia no pueden ser periódicos, cíclicos, cuando nos convenga. Es venciendo todas las tentaciones del poder y sus convocatorias a ejercerlo lo más parecido posible a nuestros adversarios, que aseguramos nuestro presente y nuestro futuro.

No es cierto lo que decía Mao Tse Tung: "Salvo el poder todo es ilusión". El ser de izquierda, pensar como izquierda, criticar como izquierda, tener la sensibilidad política pero también humanitaria de izquierda y combatir las lacras del poder, eso es lo fundamental.

Pero tenía mucha razón el mismo Mao cuando afirmaba: "La crítica debe hacerse a tiempo; no hay que dejarse llevar por la mala costumbre de criticar sólo después de consumados los hechos." Eso es lo que nos ha pasado, y peor aún la crítica algunos la descubrieron solo en la campaña electoral.

No se trata de hilvanar citas sobre qué quiere decir ser de izquierda, debatir con los que niegan la existencia de la derecha y la izquierda, revisar la historia para auto justificarnos, es tener una línea política, una conducta, una organización, una sensibilidad frente a los cambios sociales, culturales, científicos y tecnológicos, tener una ética y una épica de izquierda lo que es muy difícil y es la base de nuestra existencia.

No se puede ser de izquierda por episodios, de acuerdo a la conveniencia. No se puede aceptar explícitamente el discurso lacaniano de que ya no hay izquierda ni derecha ni lucha de clases ni se debe aplicar el análisis materialista de la realidad porque estamos en la postmodernidad.

Ser de izquierda es además una profunda batalla cultural, frente a la avaricia, frente al darwinismo social, frente a la incultura y la barbarie, frente a los graves problemas que hoy amenazan a la sociedad a nivel global, amenazas mayores que antaño, pero también posibilidades muy superiores que en el pasado. Vivimos en esa contradicción.

Hagamos una pregunta. ¿En estos últimos años, incluyendo esta larga campaña electoral, además de divulgar lo que se hizo en estos 15 años, y prometer que lo vamos a mejorar, pensamos, dijimos cosas de izquierda? ¿Cosas nuevas? Porque para ser de izquierda en un mundo que cambia a esta velocidad obligatoriamente tenemos que crear, que arriesgarnos, que jugarnos.

¿Cuáles fueron las ideas de izquierda? Hayamos aumentado o disminuido los votos.

No es un ejercicio intelectual decir cosas nuevas de izquierda, es la clave para poder seguir transformando el país de manera progresista, con esa compleja combinación de crecimiento sustentable, para los seres humanos y para el medio ambiente y con progreso en la justicia social, es decir en la distribución de la riqueza y en la liquidación de las graves taras de la desintegración social, de la pobreza y la indigencia en todas las generaciones, pero sobre todo en los niños, los adolescentes, los jóvenes y las madres, es decir de los grandes sectores más débiles. Y producir de manera continua un cambio cultural positivo en el conjunto de la sociedad y en nosotros mismos como parte de ella.

¿Creamos un clima político e intelectual para de manera sistemática, interpretar la marcha del país y sus principales tendencias y trazar una línea política? ¿Se hizo, se definió eso en la campaña electoral?

No todo se resuelve calculando porcentajes o cargos en los diversos niveles y multiplicando el número de listas en una interminable cascada. Es una parte del proceso, pero sabiendo que son siempre un instrumento y si las columnas avanzan sin banderas claras, sin un clima de exigencia para capacitar y entusiasmar a esas multitudes no valdrá la pena y nos terminaremos agotando de la peor manera.

No ganamos la Intendencia de Montevideo callando las ideas de izquierda y corriéndonos al centro y un poquito a la derecha, como en algunos aspectos de la lucha por los derechos humanos en el actual gobierno. No ganamos el gobierno nacional prometiendo continuidad y sentido común, sino UN CAMBIO, EL CAMBIO. Y le dimos contenido al cambio, un verdadero Proyecto Nacional. ¿Lo seguimos relatando, enriqueciendo, alimentando de ideas y contenidos? ¿O simplemente, la nueva dirigencia lo hará mejor? ¿Qué quiere decir hacerlo mejor?

No puede haber una izquierda cercada en su territorio, obligatoriamente pensar y decir cosas de izquierda, en muchas variedades. No habrá nunca izquierda que no contemple el conjunto del mundo ahora en su globalidad. Es aislamiento nacional es un retroceso cultural grave. No habrá nunca una isla feliz y desarrollada en el Uruguay. La izquierda uruguaya ha perdido muchos de esos reflejos básicos, o los utiliza para apoyar a Venezuela, sin explicación decente a la vista. Decir algo de izquierda es decir alto y fuerte que en Venezuela  no hay nada que se parezca a la izquierda.

La concentración de la riqueza de manera escandalosa, con una pocas dinastías dueñas de fortunas incalculables, y que es hasta obsceno ponerse a recapitular las cifras. Y la desigualdad es mala para todo, para el crecimiento, para la estabilidad social, y hace imposible la igualdad de las oportunidades. Y eso es el capitalismo actual -aunque tengamos que reconocer que no tenemos una propuesta alternativa seria, y bien fundada- el capitalismo es malo porque aumenta en forma constante la desigualdad,  en la forma en que funciona hoy, está generando, y realmente aumentando,  la desigualdad.  Y esa creciente desigualdad conduce al control del proceso político por parte de los ricos. Y, el control del proceso político por parte de los ricos es realmente imprescindible para que los ricos transfieran o transmitan, más bien, todas estas ventajas. Ya sea a través del dinero (ventajas financieras) o, mediante la educación, a sus hijos. Lo que luego refuerza el dominio de lo que se llama la clase alta. Esa es hoy la esencia del capitalismo en esta etapa. Pero cuidado con decirlo en voz alta, vayamos a velas desplegadas y en silencio hacia el centro para la administración del poder.

El otro rasgo es la enorme zanja que se ha cavado entre las naciones, más profunda y terrible que cuando nació el sistema y por lo tanto más injusta. No se trata solo de comerciar mejor para nosotros, sino de elevar nuestra voz sobre las injusticias globales, incluyendo el manejo irresponsable de los recursos naturales y del peligro para el medio ambiente.

Pasando raya a la campaña electoral, sin conocer los resultados, lo que sacamos en limpio fue un detalle de lo que se hizo en estos 15 años, solo lo bueno y, que se proponen hacerlo mejor, pero no hay ningún Proyecto Nacional progresista ¿Cuál es hoy la diferencia de la izquierda, no solo con la derecha y el centro, sino consigo misma y su pasado?

(*) Periodista, escritor, director de UYPRESS y Bitácora. Uruguay.


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