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Sobre el Nobel de El abanico del mandarĂ­n (i) La feria de las vaguedades. literatura y el periodismo cultural

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Por Íñigo F. Lomana (*).

Hace tan solo unos días, tuvimos ocasión de asistir al certamen de trivialidades y chismorreos con el que la prensa cultural de nuestro país celebra tradicionalmente la concesión del Nobel de Literatura

Un espectáculo ya de por sí bastante desolador que alcanza extremos de auténtico delirio cuando los galardonados pertenecen a tradiciones culturales remotas o, como ha sucedido este año, disfrutan de una fama más bien tenue. Por fortuna, la polvareda de generalidades que se levanta tras el anuncio de la academia sueca no suele tardar en disiparse, y los juicios apresurados de los "expertos" o bien se olvidan o bien se convierten en pasto de fajas, contraportadas y demás reclamos promocionales. Tengo la impresión, sin embargo, de que este circo informativo es un síntoma particularmente escabroso del estado de sopor y pereza en que se encuentra el debate intelectual y, por ello, me gustaría aprovechar estas líneas para repasar algunas de las afirmaciones que se han hecho en nuestros suplementos y gacetillas. 

 

Como saben -y estoy seguro de que lo saben porque la prensa lo ha repetido con un regodeo morboso-, este año se han otorgado dos premios: el correspondiente al ejercicio literario 2018, que no pudo entregarse por el torbellino de escándalos en que se vio envuelta la Academia sueca, y el del 2019. El primero de ellos lo ha recibido la novelista polaca Olga Tokarczuk y el segundo ha ido a parar a manos del místico austríaco Peter Handke, un autor al que todo el mundo daba por muerto a cuenta de sus opiniones sobre la guerra de los Balcanes. 

 

Sobre Tokarczuk, la prensa cultural no ha podido ofrecernos más que un par de pinceladas más bien gruesas. La propia autora ha afirmado que "no tiene una biografía clara" y la prensa española no ha tardado en confirmar este ridículo aserto: de ella se nos ha dicho, por ejemplo, que es una psicoterapeuta de inspiración jungiana (detalle éste sobre el que han insistido, con sospechosa sincronía, casi todos los reseñistas); que se retiró hace años a una región montañosa de Polonia para consagrarse por entero a su fértil carrera literaria; que vive allí en armonía con las criaturas del bosque, de cuyos derechos es una ferviente defensora; que es una feminista de izquierdas y una activista vegetariana, y que en su obra narrativa se ha decantado por géneros tales como el "thriller metafísico", el noir animalista o el cuento de hadas policial. Espero que culmine pronto esta exhaustiva revisión de la tradición literaria con un western espacial y una zarzuela gótica.

 

Como ven, el suyo es un perfil intachable. Tal vez por eso -y probablemente también porque en nuestro país los lectores de esta autora se cuentan con los dedos de una mano-, la prensa ha decidido pasar de puntillas por su obra y ha tenido que aderezar estos chispazos biográficos con los preceptivos clichés acerca de la "condición humana", la "trascendencia" y la "irracionalidad". En las semblanzas sobre la autora polaca no han faltado tampoco las alusiones a su "voz poderosa" -que podría haber sido descrita como "personal", "propia" o "singular", porque las voces, como las mercancías, son intercambiables- y a los "frescos" monumentales que al parecer se nos ofrecen en sus relatos. Como colofón a esta sarta de generalidades, se ha hecho comparecer también a una amiga de la autora, una tal KingaDunin, gracias a la cual hemos podido conocer detalles de calado acerca de Tokarczuk, como que tiene una gran "imaginación narrativa" o que está consumida por una fuerte "pasión enciclopédica".

 

Celebramos con emoción estos dones y podemos imaginarnos ya las colas de lectores que se formarán en las librerías para experimentarlos en carnes propias.

Uno de los trucos más socorridos para escribir sobre algo que no se conoce, o para redactar un texto con la premura que muchas veces exigen los acalambrados circuitos de la información, es echar mano del yo: calzarse las pantuflas e invitar al lector a nuestro saloncito mental para compartir con él una experiencia o -me estremezco solo de escribirlo- una vivencia. Como herramienta informativa, el yo sale siempre muy económico y tiene la ventaja añadida de que permite al autor evacuar los hechos por el sumidero de la sensibilidad. Pudimos ver bien cómo funciona este mecanismo durante el episodio de delirio colectivo que provocó el incendio de Notre-Dame entre nuestros intelectuales. Decenas de poetas y pensadores acudieron por aquel entonces a las páginas de cultura de los periódicos para relatarnos sus Erasmus en París y sus paseos extasiados por la capital francesa: para situarse, en definitiva, como astros resplandecientes en la constelación del acontecimiento. 

 

Pues bien, algo muy parecido a esto es lo que han hecho algunos expertos con sus notas acerca del Nobel. En las páginas de El País, por ejemplo, Milena Busquets nos cuenta su epopeya como editora de Tokarczuk y, con un tono de complicidad muy refrescante, nos invita a participar en una suerte de afterwork espectral en el que se codea con otros editores y agentes literarios de postín. Busquets nos anima también a escuchar sus conversaciones telefónicas y, en el paroxismo de la transparencia autobiográfica, nos propone incluso que hurguemos en su mesilla de noche. Poco es lo que averiguamos de la narradora polaca leyendo este artículo, salvo que sus obras son "poéticas" y "bonitas", pero podemos sentir el calor de un "yo" satisfecho y por un momento somos felices. 

 

Aunque el perfil de Peter Handke es muy diferente al de Tokarczuk, HermannTertsch ha preferido adoptar también un enfoque personal para aproximarse a él. Fiel a su estilo pendenciero, el europarlamentario de Vox aprovecha su columna en Abc para ajustar cuentas y hacernos una detallada crónica de las trifulcas que tuvo durante la guerra de los Balcanes con el escritor austríaco, a quien censuró con dureza por defender al pueblo serbio. A pesar de que Tertsch vaticinó hace ya trece años -con su tino habitual- que Handke pasaría a la posteridad "como poco más que un polemista y un senderista por España" ("Handke y Serbia: poetas y lacayos"), la concesión del Nobel parece haber limado asperezas y a muchos nos desarma la simpática e inusual sonrisa con la que Hermann celebra hoy los éxitos de su archienemigo. No hay nada, por lo que se ve, como un poco de fama para que se cierren heridas y se declaren treguas. 

 

Todo indica que Handke será recordado como algo más que un senderista, pero es cierto -como insinuaba Tertsch- que conoce bien España y que siente una predilección especial por los paisajes áridos de la meseta castellana: allí es donde se siente verdaderamente a gusto y puede dar rienda suelta a su vena de misticismo brumoso. La prensa cultural ha conseguido fechar con una precisión asombrosa el momento exacto en que se enamoró de nuestro país: ocurrió en el año 1972, durante una corrida de toros celebrada en Valencia. No parece haber consenso, sin embargo, en torno a cuáles fueron los efectos que produjo en el escritor austríaco ese colorido espectáculo de violencia tribal. Según El País, la sangre y la hombría de los matadores lo dejaron "deslumbrado"; de acuerdo con Abc, salió de la plaza "horrorizado, con lágrimas resbalando por sus mejillas". Sea como fuere, después de su epifanía ibérica en Valencia, Handke recaló en Soria y quedó prendado hasta tal punto de la humildad de sus gentes y la sencillez de su paisaje que no tardó en volverse, igual que Javier Marías, fanático del Numancia Club de Fútbol.

 

En comparación con lo poco que sabemos de Olga Tokarczuk, la biografía de Handke parece un thriller frenético, lleno de acción y episodios trágicos: ahí tenemos, por ejemplo, el suicidio de su madre, el exilio a Francia por desavenencias ideológicas con sus compatriotas, a los que considera poco más que un hatajo de extremistas rabiosos, los coqueteos con el mundo del cine y la bohemia vanguardista... De esta densa maraña de acontecimientos, los comentaristas han decidido seleccionar uno -la incómoda irrupción del autor austríaco en el debate sobre la guerra de Kosovo- y lo han explotado con una saña y una falta de rigor en ocasiones siniestra.

 

Allá por finales de los años noventa -en un momento, todo sea dicho, muy poco propicio para las sutilezas argumentales-, Handke tuvo la ocurrencia de insinuar que la comunidad internacional estaba presentando una imagen distorsionada del pueblo serbio para legitimar el desmembramiento de la antigua Yugoslavia. Hubo de soportar por ello que lo acusaran, entre otras muchas brutalidades de ser el cómplice intelectual del genocidio kosovar y, como es lógico, la prensa española no ha perdido la ocasión de reproducir estas simplificaciones groseras al calor del Nobel. Entre las escandalizadas denuncias que hemos podido leer estos días destaca la tribuna de Guillermo Altares en El País, donde se nos recuerda que el premio Nobel de literatura asistió al funeral de Milosevic para pronunciar un discurso de apoyo que, sin embargo, nadie cita. 

 

Quienes quieran contrastar estos reproches indignados con las palabras del propio Handke -que por lo general tiene que asistir amordazado a los juicios sumarísimos de los que es objeto-, deberían leer con atención los textos recogidos en el volumen Preguntando entre lágrimas (Madrid, Alento, 2011). Se puede estar en desacuerdo con el autor austríaco -yo mismo titubeo al leer muchas de las cosas que escribe-, pero creo que debemos aspirar a un espacio público en el que opiniones como las de Handke puedan ser expresadas sin coste personal alguno. ¿No es ese, acaso, el paraíso liberal que se nos prometía?

Antes me he referido al uso del "yo" como mecanismo para encubrir la falta de ideas. Me gustaría añadir que los periodistas disponen de una estrategia aún más sofisticada para hablar sobre aquello de lo que no tienen nada que decir: no decir, en efecto, nada. Una parte de la prensa cultural se ha decantado por este recurso en sus artículos sobre el Nobel, aunque solo los verdaderos magos de la metáfora lo han empleado con destreza. El mejor ejemplo de esta estratagema informativa lo encontramos en "Peter Handke, el solitario irritante": un verdadero prodigio de ilegibilidad y alucinación retórica en el que el periodista Antonio Lucas trata de convencernos de cosas tan increíbles como que el flamante Nobel de literatura austríaco se parece a su compatriota Thomas Bernhard porque ambos comparten "una misma avería por sus infancias zarandeadas y por una juventud marcada por lesiones sagradas en la que descartaron cualquier tentación de aceptar los peajes de la convención burguesa, y siempre a la contra". Por si esto fuera poco, resulta que al autor de Ensayo sobre el cansancio se le describe también como alguien capaz de "hacer palanca con los menudillos". Es posible que estemos ante lo que los charlatanes llaman una "imagen potente", pero me da la impresión de que carece por completo de sentido. Confío, no obstante, en que alguien se percate de su fuerza mercadológica y la incluya en algún blurb: yo sería el primero en correr a las librerías para comprar las obras de un autor tan diestro en el manejo de los menudillos. 

 

Por fortuna, no todo han sido trampas y regates a lo largo de estos últimos días de chisporroteante actividad literaria. En medio de un océano de vaguedades tan insondable como el que acabo de describir, resplandecen varios ejemplos de honestidad crítica y rectitud informativa. Es el caso Alberto Olmos, que en "Temerario Nobel: demasiado pronto (Tokarczuk) y demasiado polémico (Handke)" hace algo tan extravagante como ponerse a dialogar con la obra de Handke, o de Paula Cotorro en Letras Libres, Xavi Ayén en La Vanguardia y Luis Alemany en El Mundo, que han decidido dar voz a los traductores para que hablen en calidad de expertos de las obras de los autores premiados. He ahí dos posibles caminos para evitar que la palabrería se apodere por completo del debate cultural. Espero que más gente los tome el año que viene.


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