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Del delirio a la resignaciĆ³n

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Por Esteban Valenti (*)

Para proponerse y después cambiar una sociedad se necesita una pizca grande de locura, de delirio, de espíritu de aventura y de valentía. Todo lo contrario a la resignación y la explicación permanente de las dificultades y las trabas.

Para cambiar una sociedad en sus estructuras, en sus injusticias, en su cultura, en su convivencia, para mejorarla en todos los planos y profundamente, hace falta precisión, estudio, perseverancia y desterrar los cálculos menores, las pequeñas miserias humanas. Con esto último no se construye nada que valga la pena. Lo peor es confundir el realismo, los pies en la tierra, con las piernas hundidas en el barro de la realidad hasta las rodillas mientras se balbucea y se chapotea.

No es un problema de edades, esa es la explicación simplista de los que le escapan al análisis profundo de los problemas, de las trabas y de las posibilidades. Es como siempre lo fue, un tema ideológico, político, cultural e ideal.

Los uruguayos y en particular los montevideanos nos debatimos desde hace años entre esos dos extremos, el delirio que nos viene de nuestra historia y la resignación de nuestro presente y sobre todo de nuestra corta mirada hacia el futuro.

¿Los uruguayos deliramos cuando en 1856 inauguramos un teatro, el Solis, único en todo el continente y con esas características y ese esplendor, con una capacidad para 1500 personas? El Colón de Buenos Aires se inauguró en 1908, cincuenta y dos años después...

¿Desvariaban nuestros compatriotas cuando en 1925 inauguraron el Palacio Legislativo, para el que no se necesitan utilizar adjetivos, le sobran atributos y esplendor a nuestro palacio de las leyes, pero además, como si fuera poco la fachada principal del edificio fue alineada con el eje de simetría de la Avenida Libertador Brigadier General Juan Antonio Lavalleja generando una perspectiva de jerarquía inspirada en los bulevares de Haussman en París?

Podríamos seguir haciéndonos preguntas por los 110.000 m2 del Hospital de Clínicas inaugurado en 1953, o el estadio Centenario construido en 1930 en apenas 9 meses para albergar al primer campeonato mundial de fútbol, o la construcción de la rambla sur entre 1923 y 1935 enteramente en granito rosa, o si hablamos de iniciativas privadas podemos referirnos al Palacio Salvo inaugurado el 12 de octubre de 1928. Con sus 100 metros y 27 plantas de altura por iniciativa de los hermanos Salvo.

La lista de los hermosos teatros en el interior del país, el teatro Lavalleja en Minas inaugurado en 1909, el teatro Larrañaga en Salto de 1882, El teatro Florencio Sánchez en Paysandú culminado en 1876; el teatro Young de la ciudad de Fray Bentos que se construye en 1913, el teatro Macció de la ciudad de San José de 1912 o el Politeama de la ciudad de Canelones abierto en 1921 y hay varios más. Es solo una muestra de que no delirábamos solo en la capital.

Y podríamos seguir con edificios destinados a la educación, escuelas, liceos, preparatorios, edificios universitarios, la estación de ferrocarril Andreoni y sobre todo el ambicioso tendido de todos los ramales ferroviarios, o las represas en los ríos Uruguay y Negro. O la sede central del Banco de la República (1938) y sus sucursales en el interior.

También podríamos incluir obras del sector privado como el Argentino Hotel construido por Francisco Piria en 1930 o todas sus residencias en Montevideo y las hermosas residencias que le dieron identidad a la rambla de Montevideo y el Prado.

No era solo una expresión urbanística o arquitectónica, sino también en materia legislativa, de derechos ciudadanos, de libertades, del voto para las mujeres y sobre todo del modelo educativo que comenzño a destacarse con José Pedro Varela y su reforma de 1876 y una larga lista de grandes pedagogos y educadores como  Enriqueta Compte y Riquet, LauroiArestayán, José Pedro Díaz, José Pedro Martínez Matonte, Juan E. Pivel Devoto, Carlos Real de Azúa, Reina Reyes, Miguel Soler, Jesualdo Sosa, María Stagnero de Munar y otros que pido disculpas por mi omisión.

Ahora voy a referirme a mi experiencia personal: la primera vez que llegué a Uruguay, venía desde Buenos Aires, una urbe mucho más grande y pretenciosa, era el año 1956 y quedé deslumbrado con Montevideo por la elegancia de sus avenidas, sus bulevares, su rambla, sus cines, sus teatros (que eran varios) su arquitectura, que en ese momento no podía apreciar más que en su primer impacto, porque era muy chico, pero la elegancia se respira, el urbanismo se huele. Era una ciudad deslumbrante también por su gente, sus costumbres, su convivencia.

¿Y ahora? Nos hemos resignados a una ciudad que se aleja cada día más de nuestro pasado, con su mugre, su desorden, su decadencia bastante generalizada y emparchada por algunas obras, pero con nada que se parezca a ese pasado del que venimos. Los uruguayos tenemos derecho a ser nostálgicos, pero no solo los 24 de agosto y de las músicas de otras épocas, sino de la ciudad en la que vivimos, vivieron nuestros antepasados y muchos conocieron. ¿Ustedes logran encontrarla, reconocerla? Yo no.

Recorran la Ciudad Vieja y valoren su arquitectura y su trazado antiguo y no tanto y comparen con la situación actual, con el estado de las calles y de las plazas. Y no se resignen, esa decadencia no es inexorable no se instaló como una maldición. ¿Exagero?

Si nos faltaba algo para el desbarranque ahora se agrega la obra de privados inversores, intendencias ligeras de memoria, como Montevideo y Maldonado que está literalmente barriendo también una parte de nuestro patrimonio arquitectónico. Los escándalos son actuales.

En las últimas semanas hice un par de viajes, uno a Buenos Aires y otro a Brasil y al regresar me amargué un poco más la vida. Nuestra hermosa y noble Montevideo, no ha progresado casi nada, o mejor dicho apenas sobrevive su esplendor, su nobleza. Y no hablo del norte y el oeste de la ciudad, hablo del sur, del centro, del barrio sur y cordón, de la Ciudad Vieja, de Punta Carretas y Pocitos y de los otros barrios de la costa. El único impacto positivo es llegar al nuevo aeropuerto, parece de otro país, luego viene un trayecto hasta la rambla que sin duda mejoró, pero luego lentamente nos sumergimos en la decadencia.

Y nos hemos resignados, por razones supuestamente ideológicas. ¿Acaso todos los esfuerzosse dirigieron hacia los barrios populares, hacia el Cerro, La Teja, la Unión, Casavalle, etcetc? En absoluto, esos están mucho peor. Hay apenas islitas de avance o de presencia del Estado y de la Intendencia, lo demás es decadencia multiplicada. Y lo explicamos, y lo seguimos aceptando.

Sobre la mugre hemos incorporado una mezcla de explicaciones entre culpar a los montevideanos, que no tiene nada que ver con la actitud de la mayoría de los habitantes de las ciudades del interior; entre ADEOM que hace lo que quiere desde hace décadas y cada día trabaja menos, y se incorporan miles de tercerizados. Y nos resignamos y seguimos por el mismo trillo y se nos va la vida. De la ciudad y la nuestra, de nuestra casa común, nuestra ciudad. Y el tiempo no vuelve atrás.

Y nos resignamos que nos gobierne gente que salió por la ruleta electoral, que nunca estuvo ni está a la altura de ser el intendente de Montevideo. No sabe, no aprende y no puede. Es como los borbones.

Incluso a nivel de los privados, es cierto en la zona de Montevideo Shopping se levantaron grandes y vistosas torres, pero en la rambla frente al puerto del Buceo se permitió construir una enorme pajarera llamada Forum, un mamotreto. Y hace pocos días con presencia de autoridades varias se inauguró el prisma más egoísta y horrible de toda la rambla con el original nombre de Plaza Alemania, que fue autorizado porque lleva la firma del arquitecto Vignoli y porque construirá una placita municipal en la parte delantera. Un adefesio, sin ningún valor arquitectónico, más que la altura diferencial de sus diferentes pisos... Menos mal que alguna valiente funcionaria derribó hace algunos años la monstruosidad del CH20, un cantegril vertical en la rambla.

En esa hermosa rambla desde hace décadas seguimos teniendo el esqueleto metálico y herrumbrado del tanque de la compañía del gas, del depósito de carbón  con vista al río y las ruinas o semi, del dique Mahúa. Y seguiremos esperando décadas para que se haga algo decente. Apuesto mi mano derecha.

Eso no es resignación con la suciedad, con el tráfico planificado en general por ineptos, con corredores como el Garzón que siguen siendo una negación del urbanismo montevideano, es mucho más, es la resignación con cosas mucho más complejas y profundas, que nada tienen de progreso, por lo tanto de progresismo. Es la resignación con la decadencia general.

Aceptamos la decadencia, la falta de audacia. En ese sentido hay que reconocer que el edificio de ANTEL o el ANTEL Arena, o la renovación de un buen tramo de bulevar Artigas, son islas de rebeldía, o la renovación del hipódromo de Maroñas y el hotel Carrasco, la terminación por varios gobiernos del Teatro del Sodre.

En su conjunto, aunque no tenga nada que ver con estas elecciones que se realizan dentro de 60 días, la pregunta de fondo es válida hoy y siempre  ¿Esta es la ciudad que nos merecemos los uruguayos? Porque es la capital de todos los uruguayos.

Es una decadencia vieja, que viene de muchas décadas, que nadie logró detener ni mitigar y que además impacta en una cultura de la resignación, la más retrograda y conservadora de las culturas.

Tiremos las antiparras supuestamente ideológicas y miremos con atención a nuestro alrededor, afuera de los shopping y hagamos las preguntas incómodas. ¿No será un poco culpa de todos, de nuestro repliegue cultural y de falta absoluta de audacia? ¿Esto es el progreso? En realidad ideológicamente deberiamos avergonzarnos.

(*) Periodista, escritor, director de UYPRESS.NET y BITACORA.COM.UY. Uruguay.


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