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El carisma de Trump

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Por Eli Zaretsky  (*)

Varios factores apuntan a una victoria demócrata en las próximas elecciones presidenciales, entre ellas el éxito en las elecciones de mitad de mandato en 2018, una serie de encuestas realizadas en los estados, y un enorme entusiasmo en la militancia de base, reflejada en el gran número de candidatos que cumplen los requisitos para participar los debates.

Con todo y con eso, los demócratas subestimaron enormemente a Trump en 2016 y pueden repetir el error en 2020. El pensamiento desiderativo no es la única trampa. Comprender la naturaleza de la personalidad de Trump, que causa división, y la relación entre esa división y la política norteamericana es algo todavía por desarrollar.  En esto la teoría de Max Weber sobre el carisma puede ser de ayuda.

El carisma, de acuerdo con Weber, consiste en una cualidad de la personalidad individual que la sitúa aparte de hombres y mujeres Corrientes, de que se les 'trata como si estuvieran investidos de... poderes o cualidades excepcionales'. El carisma complementa otras formas de poder político como la burocracia (el 'estado profundo' de Trump), la plutocracia y la aristocracia (sólida en tiempos de Weber y perpetuada en los EE.UU. en la práctica de los legados de las universidades de élite). Escribiendo en Alemania durante la I Guerra Mundial, Weber no creía que los valores democráticos tradicionales, tales como la igualdad y la inclusión, pudieran explicar la política de lo que él llamaba 'estados de masas' o 'democracias de líder', como Alemania, Gran Bretaña, Francia y los Estados Unidos. Antes bien, esos estados generan dirigentes carismáticos capaces de un rumbo fuerte e independiente, tanto para permitir que florezca como para cumplir su papel geopolítico. De acuerdo con Weber, el líder carismático posee tres cualidades, todas las cuales ejemplifica Trump, y ninguna de las cuales entienden los demócratas. 

En primer lugar, el poder carismático descansa sobre la derrota de los rivales en competición, antes que sobre el conocimiento o el derecho de herencia; el líder carismático es siempre un experto en la lucha. Su   estatus de vencedor, sin embargo, está siempre en duda. El carisma es algo que confieren las masas, que siguen siendo la autoridad última: la afirmación de una misión especial  se quiebra cuando no es reconocida por aquellos a los que el líder 'siente que ha sido enviado'. En el caso de Trump, su carisma estriba no tanto en haber vencido anteriormente a sus rivales, como en vencerlos una y otra vez, como un superhéroe infantil. Comprender esto resulta clave para comprender que esté constantemente enzarzándose en la lucha y entrando en conflictos aparentemente absurdos, sobre todo después de que parezca haber logrado una victoria, como en el caso del Informe Mueller o inmediatamente después de resultar elegido.   

Los demócratas consideran esto una muestra de inseguridad personal, mal carácter y conducta acosadora. Bien puede ser el caso, pero la 'inseguridad' de Trump, su inacabable lucha contra quienes cuestionan su legitimidad, resulta integral para su carisma. 

En segundo lugar, el líder carismático en una democracia debe articular y defender un Nuevo rumbo y nuevos valores para el país en su conjunto, valores que necesariamente se derivan de individuos creativos y no de instituciones. A los demócratas les resulta difícil dares cuenta de que Trump está haciendo esto debido a su actitud defensiva en relación a la presidencia de Obama. La articulación por parte de Obama de la necesidad de lo que él llamaba una 'nueva mentalidad', no sólo una nueva política, fue en buena medida responsable de su carisma en 2008 (mucho mayor que el de Trump). El cambio de Obama de líder carismático a gestor pragmático una vez asumió el poder dejó un vacío en el que se coló Trump ocho años después. Resulta imposible comprender el papel histórico de Trump sin ver que está cumpliendo, por muy perversamente que sea, la promesa de un Nuevo comienzo que formuló Obama en 2008.

En tercer lugar, los líderes carismáticos han de demostrar que son personalmente responsables de sus decisiones de un modo que un burócrata o el líder de un partido en un sistema parlamentario, no.   La queja liberal de que Trump lo convierte todo en algo personal  - su egoísmo o narcisismo - pierde de vista que el carisma debe ser personal. Una forma de mostrar este elemento de responsabilidad personal consiste en hablar de modo asociativo y desinhibido, lo cual presupone una forma de control del ego, lo que a menudo se considera como que a  Trump 'se le calienta la boca'. Veamos, tomándolo más o menos al azar, un ejemplo de la forma de hablar de Trump:

"Hay gente que viene al país, o que trata de entrar, a muchos de ellos los estamos deteniendo. Y sacamos gente del país, no se pueden imaginar lo mala que es esta gente". 

Los demócratas reducen esto al racismo evidentemente ofensivo de Trump. Pero se trata también de un ejemplo de cómo baja la guardia para convencer a sus seguidores de que están viendo a una 'persona de verdad ', no a una persona que lleva un guión. Los profetas hebreos, prototipo para Weber del carisma antiguo, con frecuencia hacían apariciones en las que perdían el control, se comportaban de modo imprevisible y se exponían a ser agredidos. Gladstone, prototipo para Weber de carisma moderno, se caracterizaba por hablar de modo extemporáneo, supuestamente señal de su responsabilidad personal o 'autenticidad'. En esto de nuevo es el carisma de Trump, no su personalidad, lo que hay que entender.

Con todo, el enfoque de Weber sobre el carisma tiene una notable laguna: ¿qué es exactamente lo que crea el lazo entre el líder y sus seguidores? En esto, la psicología de masas freudiana ahonda en el análisis de Weber. Freud mostraba en su libro sobre la psicología de masas que en las sociedades democráticas el lazo carismático puede descansar sobre la apelación al narcisismo frustrado o insatisfecho. Los seguidores idealizan al líder igual que antaño - en la infancia - se idealizaban a sí mismos. Para que esto funcione, el líder carismático ha de poseer no sólo cualidades excepcionales sino también las cualidades típicas de los individuos que le siguen, de una 'forma claramente marcada y pura' que dé la impresión de 'mayor fuerza y de mayor libertad de la libido'. El líder carismático parece así una 'ampliación' de la autoimagen de sus seguidores, más que de ser, como en otras formas de carisma, inalcanzable.   

Los líderes carismáticos pueden también apelar a la mejor naturaleza de sus seguidores - como, por ejemplo, hicieron Lincoln y Roosevelt.  Esos llamamientos a lo que Freud llamó el ego-ideal suscitan asimismo autoestima, con más firmeza que el lazo narcisista que favorece Trump. Trump no solo se niega a hacer esto, sino que apela a valores opuestos a los de Lincoln y Roosevelt: nacionalismo antes que  patriotismo, exclusión en lugar de inclusión, interés egoísta en vez de justicia social. Esta es la razón por la que suscita ira y odio, además de lealtad y admiración. Tanto el amor como el odio surgen de una intensa conexión personal, que es lo que Weber entendía por carisma.

Comprender el carisma de Trump ofrece importantes claves para comprender los problemas que necesitan afrontar los demócratas. Y lo más importante, el candidato demócrata debe transmitir una sensación de que él o ella cumplirá la promesa de 2008: no de una reforma  paso a paso sino de un auténtico cambio de gran envergadura en la forma de pensar norteamericana. Resulta asimismo crucial reconocer que, al igual que Gran Bretaña, Norteamérica se encuentra en un momento decisivo y debe seguir un rumbo u otro. Por último, el candidato debe dirigirse al sentido del amor propio de los norteamericanos ligado a la justicia social y la inclusión. Si bien el análisis de Weber del carisma surgió de la situación alemana, tiene especial pertinencia para los Estados unidos de Norteamérica, la primera democracia de masas, cuya  Constitución inventó la institución de la presidencia como reconocimiento del papel indispensable que desempeñan en la historia los individuos únicos.

 

(*) Eli Zaretsky es profesor de Historia en la New Schoolfor Social Research de Nueva York. Entre sus libros se cuentan "Political Freud y WhyAmericaNeeds a Left".

Fuente:The London Review of Books, 27 de junio de 2019

Traducción: Lucas Antón


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