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La novena sinfonía de Tarantino

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Por Antonio Bret

[Advertencia: este artículo contiene spoilers].

En 1951 se estrena el western Tambores Lejanos. En el mismo se puede escuchar, por primera vez, 'El grito de Wilhelm', también conocido como 'El grito de Hollywood'. No han pasado más de cinco minutos de Once Upon a Time... In Hollywood y este grito hace acto de presencia. Exactamente la misma grabación, recogida de una librería de sonidos. Desde 1951 este grito ha pasado de ser un efecto recurrente en películas de diverso pelaje hasta convertirse en un guiño autoconsciente, en un 'toque' que el autor coloca en su obra para llamar la atención sobre sí misma. En los primeros minutos de la nueva película de Tarantino las cartas ya están sobre la mesa. 

Un actor y su reflejo. Rick Dalton, interpretado por Leonardo DiCaprio, ha conseguido la fama gracias a películas de acción en las que protagoniza escenas peligrosas. Cliff Booth, al que da vida Brad Pitt, es el doble de Rick Dalton en sus películas y se ha quedado a medio camino. Es la sombra de la estrella en una ciudad, Los Ángeles, donde solo hay rascacielos en el downtown y en Hollywood Boulevard siempre hay luz aunque sea de noche. En un maravilloso travelling ascendente, Tarantino nos describe a este personaje: tras la fachada de un autocine, en un encuadre salpicado de coches solo iluminados por el brillo de la pantalla que, vete tú a saber, lo mismo está proyectando un western de Rick Dalton, se encuentra una caravana aparcada. Allí vive junto a Brandy, su fiel compañera, una pitbull que, a su manera, también hará las 'escenas de riesgo' que no pueda hacer él mismo. Pensad en el final de la película.

El juego de espejos entre Dalton y Booth es continuo a lo largo de una película que entra, directamente, en el podio de lo más raro filmado jamás por Tarantino, junto a Jackie Brown (1997) o Death Proof (2007). Se escuchan voces críticas al respecto porque, al parecer, Tarantino ha perdido su 'toque'. ¡Esta película no parece de Tarantino!, aseguran muchos, dejándose en evidencia. Nunca han sabido de qué ha ido Tarantino. ¿Un gracioso que copia películas raras y las mezcla con ultraviolencia cómica propia de tebeo? No, ni de lejos. Tarantino es un perturbado que, afortunadamente para nosotros, ha cambiado el cuchillo por la cámara de vídeo. Su enfermedad le viene de lejos. Álex de la Iglesia ha tenido la oportunidad de coincidir varias veces con él y, según asegura en entrevistas, es incapaz de hablar de otra cosa que no sea cine. Nada. Respira cine, caga cine, mea cine, se folla al cine. ¿Qué es Once Upon a Time... in Hollywood? Una corrida sobre el cartel que corona sus colinas y que se derrama sobre el pavimento de estrellas en un punto, justo, en el que todo estaba destinado a cambiar.

1969. Una noche de agosto calurosa, pegajosa, en una mansión de Cielo Drive, aparecen muertas cinco personas, algunas de ellas vinculadas al cine. Sharon Tate es asesinada tras recibir más de diez puñaladas, perdiendo al hijo que llevaba en su vientre, a dos semanas de dar a luz. Sus asesinos, unos hippies enloquecidos que obedecían las órdenes de un iluminado, un músico frustrado llamado Charles Manson. Sharon Tate era la mujer de Roman Polanski, un aclamado director europeo que recién había aterrorizado a todo un país dirigiendo el clásico La semilla del diablo (1968). Ocho años después, acabaría violando a una menor de 14 años, Samantha Geimer. Aún pesa una orden de detención sobre él en Estados Unidos y no puede poner un pie allí. Una época en la que parecía normal el abuso y el acoso sistemático, con chantajes de por medio. Una época en la que se destruye el sueño hippy y los modos clásicos de Hollywood: el sistema de estudios y de actores en nómina tiene los días contados. Llegan los tiempos de la contracultura y cineastas como Dennis Hopper, Coppola o Scorsese se dedican a poner en jaque el statu quo.

Volvemos a Sharon Tate. Recordadla. Y ahora, olvidadla. La Sharon Tate de la película de Tarantino no es Sharon Tate; es la concepción de una idea, de un sueño, de un objetivo que estaba a punto de ser alcanzado si no fuera porque el fanatismo se encontró esa noche con ella. En una larga escena, compuesta de varias partes, Tate entra en un cine en la que se está proyectando una de sus películas, La mansión de los siete placeres (1969), una mediocre comedia de acción y espionaje protagonizada por Dean Martin. Cómo no, ella interpretaba un papel hecho a la medida de la mujer atractiva de la época, un poco florero, un poco torpe, siempre encantadora, y con carácter cuando la acción lo requería. Se le ha criticado mucho a Tarantino que Margot Robbie apenas tiene diálogos en esta película, intentando acercar su obra al #metoo. Y no tengo nada que objetar si alguna mujer se ha visto ofendida por lo mostrado. Simplemente, cuesta entender la polémica, más allá de querer ganarse un puñado de clics. Sharon Tate es la idealización de la estrella pura de Hollywood, una absoluta ausencia de maldad y una mitomanía que es la que le mueve los pies y los brazos y los pulmones. No es una persona. Una estrella de cine no es una persona. Es una estrella. No necesita hablar.

Sharon Tate no duda en querer verse, necesita que la luz de la película que ella interpreta entre directamente en sus pupilas como el que se pellizca para cerciorarse de que lo que está pasando no es un sueño. No importa saber quién era esta chica en realidad para darse cuenta de lo importante. Y qué cruel será Tarantino al terminar asesinándola en su película. Y claro, no lo hace. Como en Malditos Bastardos (2009), Tarantino cree firmemente en el poder del cine para deformar la historia y mostrar la versión de la misma que a él le hubiera gustado. Desde su mismo tiempo, que apela a los cuentos, Once Upon a Time... In Hollywood no hace sino esquivar las expectativas del espectador que más confía en el Tarantino superficial, en el de los diálogos absurdos e hilarantes y la violencia cómica y explosiva. Las tomas del personaje de Brad Pitt -un maltratador que asesinó a su mujer al que acabamos cogiendo cariño (a veces las criaturas más adorables encierran terribles monstruos)- conduciendo se alargan hasta exasperar a muchos. La película está llena de tiempos muertos y podemos enumerar con los dedos de una mano los 'momentos de diálogo' a los que el director nos tiene acostumbrados. 

Once Upon a Time... In Hollywood no necesita contar una historia tradicional. Tarantino pinta un lienzo impresionista con ese atardecer de Los Ángeles, único en el mundo, en el que volcar todas sus filias. Esta vez no homenajea al spaghetti western, es spaghetti western. Es como si hubiese querido entregarnos su propio Ocho y medio (1963) en el que, claro, él es el protagonista. Y lo es a través del actor que tiene que irse a Europa porque ya en su país solo le ofrecen medianías; lo es a través del asesino encantador que cambia la historia; a través de una niña actriz que hace justicia con DiCaprio, mucha más que la que podría suponer un Oscar, al decirle que esta es su interpretación más maravillosa; y lo es a través de una estrella de cine que sucumbe al cambio radical que está a punto de dar Hollywood, haciéndole un corte de manga a sus asesinos y dejando que viva. La novena película de Quentin Tarantino se siente como la última de su carrera, aunque, según él mismo, aún queda una. Seguro que la décima es un epílogo maravilloso que cerrará una de las filmografías más apasionantes que ha dado la historia del cine.

 

@ANTONIOBRET


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