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Cartas desde Brooklyn (Continuaciòn)

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Por Álvaro Guzmán Bastida

El órdago Omar

La congresista musulmana de origen somalí calibra el nivel de profundidad de la emergente izquierda estadounidense.

En FOX News, la exjueza devenida en propagandista trumpista Jeanine Pirro sugirió que Omar era una especie de agente doble al servicio del profeta Mahoma: "No está bebiendo para este sentimiento anti israelí de la doctrina del Partido Demócrata", señaló Pirro. "Así que, si no viene de su partido, ¿de dónde viene? Piénsenlo. Omar lleva una hiyab, que de acuerdo con el Corán, versículo 33:59, les dice a las mujeres que se cubran para que no las acosen. ¿Es su adherencia a la doctrina islámica muestra de su adherencia a la ley de la sharia, que en sí misma es antitética a la Constitución de los Estados Unidos?"

Ilhan Omar y Alexandria Ocasio-Cortez durante una entrevista en CNN.

Que la derecha se lanzase a la yugular de Omar era de esperar. Al fin y al cabo, representa, en forma y fondo, sus peores pesadillas. Lo clarificador fue la salida en tromba de miembros del propio partido de Omar.

Chuck Schumer y Nancy Pelosi, los líderes de los grupos demócratas en el Senado y el Congreso, respectivamente, salieron al unísono a regañarle. En un comunicado conjunto, tachaban sus tuits de "profundamente ofensivos", "hirientes" y "llenos de prejuicios". Se les esperaba en la foto. Schumer, que tiene bien ganado el apodo de "el senador por Wall Street" y Pelosi son ejemplares de museo de dinosaurios clintonianos en guerra con todo lo que representa Omar. Sueñan con despertarse en los gloriosos años noventa, al tiempo que cuentan los billetes de los donantes que AIPAC dirige año tras año a sus campañas de reelección. Con 1,2 millones de dólares recaudados, Schumer es el cuarto diputado en activo que más dinero ha recibido de grupos que defienden la causa sionista (tres de los cuatro primeros son demócratas). No está demostrado que tan pingüe suma fuera un factor determinante a la hora de motivar su discurso de la conferencia anual de AIPAC en 2018, en la que el diputado de Brooklyn se dirigió a los asistentes con un despliegue magistral de geopolítica y teología: "Por supuesto, nosotros decimos que es nuestra tierra. Lo dice la Torá", señaló ante el júbilo de los asistentes. "Pero ellos no creen en la Torá. Y ese es el motivo por el que no hay paz en Oriente Medio".

Las palabras de Omar y las reacciones virulentas que suscitaron sirvieron para exponer una doble vara de medir: en el seno del Partido Demócrata se tolera la crítica al poder del lobby armamentístico de la Asociación Nacional del Rifle, de los saudíes y su influencia en la política exterior de Estados Unidos, de las grandes empresas farmacéuticas y aseguradoras que dictan las leyes sanitarias del país o de la industria de los combustibles fósiles y su negacionismo sobre los efectos del cambio climático; pero no así al de otro lobby igual de potente, bien organizado y financiado, que cimenta el consenso bipartidista de la defensa de todas las políticas de Israel. Todo esto lo pueden mencionar grandes plumas del liberalismo judío como Friedman o sionistas arrepentidos como Avnery. Pero en el momento que una musulmana lo menciona, se le acusa de antisemita.

LA FIRMEZA DE OMAR Y UNA SERIE DE MOVIMIENTOS POSTERIORES PERMITEN ADIVINAR UNA FISURA SOBRE LA POLÍTICA VENIDERA EN TORNO A ISRAEL

Al lanzar a sus sabuesos sobre Omar acusándola de antisemita, AIPAC cumplía su función principal: asegurarse de que el Congreso estadounidense nunca cuestiona a Israel acerca de nada, de que se mantenga callado y siga mandando millones de dólares de ayuda, sin condiciones, como el requerimiento de que Israel cese en su ocupación, el bloqueo de Gaza u otorgue igualdad de derechos a los palestinos dentro de Israel o en los territorios ocupados.

Pero la firmeza de Omar y una serie de movimientos posteriores permiten adivinar una fisura sobre la política venidera en torno a Israel.

En plena polémica, con las cadenas de televisión de todo el país emitiendo una y otra vez reacciones airadas a sus palabras, Omar aparecía públicamente en un acto en un restaurante de Washington, flanqueada por su colega congresista, la también musulmana Rashida Tlaib: "Cada vez que decimos algo", decía visiblemente emocionada, "da igual lo que sea, sobre política exterior, nuestra intervención, nuestra defensa del fin de la opresión y en pro de la liberación de la vida humana y la dignidad, se nos ponen etiquetas, y eso termina con el debate, porque terminamos defendiéndonos de eso y eso acaba con el debate más amplio sobre lo que sucede en Palestina. De lo que quiero hablar es de las influencias políticas en este país, que nos dicen que está bien que se presione para buscar la adhesión incondicional a un país extranjero".

Poco después, en una entrevista con el periodista de The Intercept, Mehdi Hassan, resumía la situación queriendo rebelarse, una vez más, contra los límites al debate establecido y el quién puede decir qué sobre según qué cosa: "Hay un interés en meternos en una casilla desde la que tengamos que defender constantemente nuestras identidades", señalaba. "Y yo no estoy interesada en estar en esa casilla. Me interesa defender mis ideas, no mi identidad". Omar incidía en la misma entrevista sobre su manera de entender su identidad en el Congreso, y necesidad de conectarlo con políticas concretas. "Hoy mismo estaba sentada en el comité mientras uno de los miembros hablaba de la necesidad de investigar a los refugiados y cómo tendría que funcionar. Y cuando me tocó hablar a mí, les dije: 'Es una gran oportunidad estar aquí y poderles contar un poco cómo discurre ese proceso y las contribuciones que he podido hacer una vez que vine a Estados Unidos'", señalaba Omar, para quien la cuestión de los refugiados es inseparable de la política exterior. "Venimos practicando políticas que han creado refugiados en todo el mundo, pero como estamos tan centrados en esos refugiados, nunca nos hemos hecho las preguntas necesarias sobre las políticas que los generan.  Y, por primera vez, vamos a tener a una refugiada en ese comité, preguntando por las políticas que están en el origen de que haya tantos refugiados".

Las críticas a Omar en torno al asunto del lobby israelí, desaforadas e hipócritas, terminaron por serle útiles a la joven política. Sirvieron, en fin, para practicar aquello que ella misma ha definido como su vocación dentro del Partido Demócrata: "Ensanchar los límites de lo posible".

Una muestra fue la disputa -quizá un prólogo de la batalla que viene sobre Israel y el Partido Demócrata- sobre la resolución que impulsaron Pelosi y Schumer como respuesta del Congreso a las palabras de Omar. En principio, la resolución se planteó como una reprimenda explícita a Omar, al condenar sus palabras y el antisemitismo en general. Pero un torrente de respuestas en las redes sociales, de llamadas de ciudadanos en solidaridad con Omar y de presiones de grupos de base, incluidos judíos antisionistas, puso de relieve el trato injusto y discriminatorio que estaba sufriendo Omar, así como el agravio comparativo con otros congresistas que habían hecho declaraciones explícitamente racistas, sin mediar disculpas por su parte ni censura en sede parlamentaria.

QUE UNA RESOLUCIÓN QUE IBA A ACUSARLE DE ANTISEMITA TERMINASE CONDENANDO LA ISLAMOFOBIA SUBRAYA LA VICTORIA SIN PALIATIVOS DE OMAR

En apenas 48 horas, la presión popular detuvo en seco la resolución anti Omar, que fue sustituida por otra mucho más amplia. El nuevo texto condenaba no sólo el antisemitismo, sino, por primera vez en sede parlamentaria, la discriminación contra los musulmanes, el supremacismo blanco y otras formas de odio. Ambas cámaras lo aprobaron con 400 votos a favor, incluido el de Omar, y apenas 23 en contra, todos ellos de republicanos que reclamaban más madera contra la primera diputada con hiyab. Sobre el papel, no tiene especial mérito condenar un mapa de los horrores que nadie en su sano juicio defendería explícitamente, pero la sucesión de los hechos, y el que una resolución que iba a acusarle de antisemita terminase condenando la islamofobia subraya la victoria sin paliativos de Omar ante quienes quisieron señalarla.

La polémica coincidió asimismo con las semanas previas a la conferencia anual de AIPAC en Washington, a la que históricamente acuden en masa a rendir pleitesía los líderes de ambos partidos. Apenas faltó ningún republicano a la cita, que se convirtió en un acto de campaña contra Omar, capitaneado por el primer ministro Netanyahu, que dedicó gran parte de su intervención a vilipendiar a la parlamentaria. Tampoco se la perdieron Pelosi ni Schumer, mujer y hombre de costumbres. Pero en los días previos a la conferencia, algo empezó a moverse. Como piezas de un dominó, fueron cayendo de la lista de asistentes los candidatos a las primarias demócratas para la presidencia en 2020. Uno tras otro, doce de los precandidatos, incluida media docena que había hablado públicamente en el mismo evento en años anteriores, rechazaron la invitación a la conferencia. La mayoría citó problemas de agenda, pero la lección estaba clara. De pronto, salir en la foto con AIPAC no era tan rentable políticamente como de costumbre.  

Situándose en el centro del carril pro Omar, el único candidato judío, Bernie Sanders, fue el más explícito en su apoyo a la diputada, además de en su rechazo a las políticas propugnadas por AIPAC. "No debemos equiparar el antisemitismo con la crítica legítima al Gobierno de Israel", señaló el senador por Vermont, que además llamó a Omar en privado para mostrarle su apoyo. Sanders concluyó diciendo que "lo que está sucediendo en la Cámara de representantes es un intento de señalar a la congresista Omar para acallar el debate sobre la política de Israel".

A PRINCIPIOS DE ABRIL LA POLICÍA DETENÍA A UN NEOYORQUINO QUE HABÍA AMENAZADO DE MUERTE A OMAR

Omar tiene bastante de Sanders. La congresista entiende que la confrontación necesaria para cambiar de raíz la política de EEUU no es sólo contra Trump o el Partido Republicano. También hay que dar la batalla dentro del Partido Demócrata. En una entrevista a Politico en plena polémica, cuando le llovían palos desde sus propias filas, profundizó en su crítica a las elites demócratas: "Un partido comprometido sobre el papel con los valores progresistas se volvió cómplice en la perpetuación del statu quo", señaló. "La esperanza y el cambio" que ofreció Obama fueron "un espejismo". Haciendo referencia al "enjaulamiento" de niños en la frontera entre EEUU y México y a "los ataques con drones en países de todo el mundo" bajo el mandato del Premio Nobel de la Paz, sostuvo que el presidente demócrata operaba dentro del mismo esquema roto que su sucesor republicano. "No podemos perturbarnos sólo con Trump. Sus políticas son malas, pero mucha de la gente que vino antes que él también practicó políticas muy malas. Es sólo que eran más 'refinados' de lo que es él. Y eso no es lo que deberíamos estar buscando a estas alturas. No queremos a alguien que se vaya de rositas porque es refinado. Queremos reconocer las políticas de verdad que hay detrás de la cara bonita y la sonrisa".

Todos contra Omar

En el otro extremo de la trinchera, varios altos cargos del Partido Demócrata en Minnesota se pertrechaban para la revancha contra Omar, con Israel por bandera. Según publicaba la web de noticias The Hill, los líderes regionales han iniciado ya la búsqueda de un candidato que le pueda hacer frente en las primarias de 2020.

Las soflamas de la Fox, de Trump y hasta del Partido Demócrata tienen consecuencias. Proliferan las pintadas islamófobas contra Omar. En un reciente viaje al Estado que la eligió para el Congreso, la joven pudo leer en el baño de una gasolinera: "Asesinad a Ilhan Omar". A principios de abril la policía detuvo a un neoyorquino que había amenazado de muerte a Omar un par de semanas antes. "¿Trabajas para los hermanos musulmanes?", había espetado en una llamada telefónica a la oficina de la diputada. "¿Por qué trabajas para ella? Es una puta terrorista. Te voy a meter una bala en el cráneo". Al día siguiente, siempre oportuno, Trump bromeaba sobre el asunto en un acto público en Las Vegas. "Un saludo agradecido a Ilhan Omar", decía el presidente entre risas. "Ah, no. Se me olvidaba. No le gusta Israel. Lo siento".

En una comparecencia pública, Trump, el mismo que llamó "gente muy buena" a los neonazis que cantaban "los judíos no nos reemplazarán" antes de asesinar a una activista antirracista en Charlottesville el año pasado, acusó a Omar de haber hecho una disculpa "falsa", para añadir la exigencia de que abandonase su escaño en el Congreso. "Como mínimo, no debería estar en las comisiones", sugirió Trump.

Pero ahí estaba. Y vaya si estaba. En plena polémica sobre su supuesto antisemitismo, Omar se sentó delante de Elliott Abrams en la comisión de Exteriores del Congreso. Que no echase marcha atrás, sino que aprovechase los focos para embestir ni más ni menos que contra la intervención en Venezuela, otro de los elementos centrales del consenso imperial bipartidista, habla mucho de su gallardía y su ambición política. Ante Abrams, en un intercambio de golpes que a la postre vieron millones de personas en redes sociales, Omar presentó sus credenciales.

OMAR MIDE LOS CONTORNOS DEL PARTIDO DEMÓCRATA, COMO PUNTA DE LANZA DE LA GENERACIÓN QUE RECOGE EL TESTIGO DE LA INSURRECCIÓN DE BERNIE SANDERS

Crecida ante la pérdida de compostura del compareciente, Omar prosiguió con su interrogatorio, que era más bien un j'accuse contra la política de Estados Unidos para con su "patio trasero" en los últimos 60 años. "El 8 de febrero de 1992, usted testificó ante la comisión de relaciones extranjeras del Senado sobre la política de Estados Unidos en el Salvador. En aquella comparecencia, desdeñó como 'propaganda comunista' las noticias sobre la masacre de El Mozote, en la que más de 800 civiles, incluidos niños de dos años de edad, fueron exterminados por tropas entrenadas por los Estados Unidos. En aquella masacre, algunos de aquellos soldados se vanagloriaron de haber violado a niñas de doce años antes de matarlas. Después de aquello, usted dijo que la política de Estados Unidos en El Salvador fue un 'logro fabuloso'. Responda 'sí' o 'no': ¿Sigue pensando eso?"

Abrams tragó bilis antes de responder, a voz en grito, con una soflama revisionista sobre lo duradero de la democracia salvadoreña, producto de exportación estadounidense. Ni palabra sobre El Mozote.

Aquella no era una comparecencia cualquiera. En su entrevista con Mehdi Hassan, Omar se refería al encuentro con Abrams en sede parlamentaria: "Soy alguien que representa muchas identidades que siempre se han debatido en esa comisión", contaba, "y, por primera vez, me siento en ella. Durante muchísimos años, gritaba al televisor haciendo preguntas y deseando que alguien en la comisión hiciera responsables a los poderosos de sus actos que tanto daño han causado en todo el mundo. Y, cuando tuve la oportunidad, no iba a dejarla escapar".

En la comisión del Congreso, Omar no se amilanó. "Sí o no: ¿Cree usted que aquella masacre, que sucedió bajo nuestro auspicio, fue 'un logro fabuloso'?"

"Es una pregunta absurda y no pienso contestarla", respondió Abrams, antes de dirigirse gesticulando airadamente al presidente de la comisión. "No pienso responder a esta clase de ataques personales, que no son preguntas", recalcó antes de volver a dejarse caer sobre el respaldo de la silla de cuero.

Pero Omar no había terminado. Era el momento de dejar atrás la historia para acercarse al presente.

"Sí o no: ¿Apoyaría a una facción armada dentro de Venezuela que cometa crímenes de guerra, crímenes de lesa humanidad o genocidio, si creyera que son útiles para los intereses de Estados Unidos, como ya hizo en Guatemala, el Salvador o Nicaragua?"

Abrams volvía a estar repantingado. "No voy a responder a esa pregunta, lo siento", dijo exasperado. "No creo que toda esta línea de preguntas esté pensada como verdaderas preguntas, y no voy a responder".

Omar prosiguió, con la media sonrisa asomando de nuevo en sus labios pintados. "La pregunta de si, bajo su mirada, tendrá lugar un genocidio, y usted mirará para otro lado, porque se defienden los intereses estadounidenses, es legítima. Porque el pueblo estadounidense quiere saber si cada vez que nos relacionamos con un país de un modo u otro, estamos teniendo en cuenta cuáles pueden ser nuestros actos, y si estos profundizan nuestros valores. Esa es mi pregunta: ¿se asegurará usted de que los derechos humanos no sean violados y de que defendemos el derecho internacional y los derechos humanos?"

"Supongo que hay una pregunta en lo que dice", respondió Abrams. "Y la respuesta es: lo único que impulsa la política estadounidense en Venezuela es apoyar los intentos del pueblo venezolano de restaurar la democracia en su país. Esa es nuestra política".

Al terminar la intervención, que duró apenas cinco minutos, se había abierto en canal el debate sobre Abrams, y con él sobre los antecedentes históricos de la política exterior estadounidense. Numerosos demócratas se apresuraron a defender públicamente al representante especial para Venezuela como un adalid de los derechos humanos, un patriota capaz de trascender en su carrera las divisiones partidistas. Del otro lado, las voces críticas con el intervencionismo estadounidense cobraban relieve y claridad. Por el camino, los medios que hasta hacía bien poco tomaban la palabra de Abrams como la verdad revelada de un hombre de Estado revisitaban su papel en las guerras sucias de Centroamérica y la Guerra de Iraq. Donde antes apenas cabía disenso, se hacía urgente ahora tomar partido. Una vez más, Omar había logrado ensanchar los límites de lo posible.

Durante su meteórico ascenso político, Ilhan Omar nunca perdió de vista la promesa estadounidense, impresa sobre ella desde las clases de refugiada en potencia y las películas de Hollywood de su infancia.

"Tenemos valores e ideales de prosperidad e igualdad, de protección de la dignidad humana", contaba en una reciente entrevista. "Todo esto forma parte del sistema de valores estadounidense. Pero en la práctica, tenemos un sistema de encarcelación masiva. Tenemos gente que duerme literalmente a la intemperie a veinte bajo cero. Tenemos toda clase de atrocidades. Enjaulamos a niños en nuestras fronteras. Tenemos policías que disparan a hombres negros desarmados. Tenemos, en suma, prácticas que no están a la altura de nuestros valores y las ideas que forman parte de nuestro ADN". Se trata, según ella, de hacer política con "claridad y coraje morales", y recordar a la gente "los ideales fundamentales de esta nación", de los que tuvo conocimiento "por primera vez hace 23 años en un campo de refugiados".

Esa faceta de sensor térmico persiste en Omar, y no ha hecho sino desdoblarse. Hoy la joven congresista encarna como nadie la figura de termómetro del país, además de las de su partido y la izquierda emergente en Estados Unidos.  

Sobre el primero, marca la salud de un país que dirime qué quiere ser de mayor, en plenas catarsis convergentes: la de una mayoría menguante blanca y cristiana que, obsesionada con la supuesta amenaza del ascenso de minorías de toda índole, reacciona contra los refugiados; la de una estructura de poder patriarcal amenazada por la nueva ola de movilización feminista; pero también de un colectivo de 'otros' que, hartos de agachar la cabeza, se alzan ante dos décadas de guerra contra el islam disfrazada de guerra contra el terrorismo, se rebelan ante las embestidas sostenidas contra inmigrantes y trabajadores.

En lo relativo a su partido, Omar mide los contornos del Partido Demócrata, como punta de lanza de la generación que recoge hoy el testigo de la insurrección propugnada por Bernie Sanders en 2016. Lo hace incidiendo sobre asuntos como la lucha contra la desigualdad y la corrupción del dinero en la política. Lo hace desde un entendimiento de la política como desposesión y redistribución de poder. Y lo hace, además, profundizando sobre dos asuntos donde pocos se han atrevido a meterse: la sacrosanta alianza con Israel, bien engrasada a base de dólares, y la manera que tienen de relacionarse con el mundo los Estados Unidos, plomo mediante, con sus ochocientas bases militares en setenta países y siete guerras abiertas al mismo tiempo.

A este respecto, Omar calibra también el nivel de profundidad de la izquierda emergente estadounidense. Hasta la fecha, esta se ha centrado tanto en sus expresiones sociales como en las institucionales en aspectos de política nacional y económica. Sin renunciar a estos, Omar propugna el maridaje de lo nacional y lo global, condición necesaria para una verdadera emancipación: no es suficiente hablar de cambio climático y dependencia de las industrias de combustibles fósiles, sino que conviene oponerse a las guerras que tienen al petróleo como móvil. ¿De qué sirve proponer guarderías en Wyoming si se lava la cara al bombardeo de niños en Gaza? No basta con defender las políticas de reasentamiento de refugiados; huelga preguntarse qué responsabilidad tiene el país con el ejército más grande de la historia en la generación de dichos refugiados, y proponer alternativas.

Ilhan Omar plantea un órdago. Destapen sus cartas.

 

(*) Álvaro Guzmán Bastida. Nacido en Pamplona en plenos Sanfermines, ha vivido en Barcelona, Londres, Misuri, Carolina del Norte, Macondo, Buenos Aires y, ahora, Nueva York. Dicen que estudió dos másteres, de Periodismo y Política, en Columbia, que trabajó en Al Jazeera, y que tiene los pies planos. Escribe sobre política, economía, cultura y movimientos sociales, pero en realidad, solo le importa el resultado de Osasuna el domingo.


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