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Soluciones para el “capitalismo democrático”

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Por Angus Deaton (*)

El autor, Nobel de Economía, aboga por reducir las desigualdades para salvar el sistema económico.

Estamos a punto de comenzar a elaborar un informe significativo, ambicioso y sin plazo definido sobre las desigualdades. Reuniremos a un distinguido grupo de académicos y escritores procedentes de diversas disciplinas, cada uno reflexionará sobre la desigualdad de una manera diferente y, entre todos, cubriremos un amplio abanico de perspectivas metodológicas, políticas y filosóficas. En una primera etapa, que ya está en curso, el panel de coordinación ha pedido a cada miembro de ese amplio grupo que escriba sobre un aspecto u otro del asunto que nos ocupa; ese esfuerzo colectivo será uno de nuestros productos principales. En una segunda etapa, el panel escribirá un volumen de síntesis. Reflexionaremos sobre las desigualdades de manera general (adviertan el uso que hago del plural "desigualdades", en lugar del singular "desigualdad") y no nos limitaremos a las habituales preocupaciones económicas que se expresan mediante medidas de distribución de los ingresos y la riqueza, por importantes que estas sean. El foco principal se situará en el Reino Unido, aunque existe una gran cantidad de opiniones y pruebas recientes sobre otros países, en particular de Estados Unidos, Escandinavia y otros países europeos. Tendremos que determinar su relevancia de forma constante, aunque a menudo también pediremos a los autores o a una combinación de ellos que establezcan vínculos.

Como nunca antes en lo que llevo de vida, la gente se muestra inquieta por la desigualdad. En 2016, TheresaMay, en su primer discurso como primera ministra, afirmó: "Creemos en una unión no solo de las naciones del Reino Unido, sino de todos nuestros ciudadanos, de cada uno de nosotros, seamos quienes seamos y vengamos de donde vengamos. Eso significa luchar contra la ardiente injusticia según la cual, si naces pobre, morirás nueve años de media antes que los demás". Jeremy Corbyn realizó un llamamiento a favor de una nueva economía que aborde lo que él denominó "la repulsiva desigualdad de Gran Bretaña". El presidente Obama afirmó que el reto definitivo de nuestra era, en su opinión, era asegurarnos de que la economía de Estados Unidos funciona para todos los estadounidenses. En todo el mundo rico, no solo en EE.UU., grandes grupos de personas están cuestionándose en la actualidad si sus economías funcionan para ellos. Lo mismo se puede decir de la política. Dos tercios de los estadounidenses sin estudios universitarios creen que votar no sirve para nada porque las elecciones están amañadas para favorecer a las grandes empresas y a los ricos. El Reino Unido está más dividido que nunca y, también allí, muchas personas creen que su voz no cuenta ni en Bruselas ni en Westminster. Además, uno de los grandes milagros del siglo XX, el de la mortalidad decreciente y una mayor esperanza de vida ya no llega a todo el mundo y hoy en día está perdiendo fuelle o invirtiendo su tendencia.

Sin embargo, cuando la gente dice que está preocupada por la desigualdad, con frecuencia no queda claro a qué se refiere o por qué le importa. Los economistas creen estar seguros de lo que dicen cuando hablan de desigualdad, y elaboran gráficos con coeficientes de Gini sobre ingresos y riqueza. Y cuando otros científicos sociales afirman que sus preocupaciones son más amplias, los economistas (entre los que me incluyo) a menudo nos hemos mostrado demasiado dispuestos a decirles que no saben de lo que hablan. Lo que nos gustaría hacer con este informe, a pesar del numeroso contingente de economistas, es hacernos una idea más clara de qué es exactamente lo que preocupa a la gente en relación con la desigualdad.

UNO DE LOS MILAGROS DEL SIGLO XX, EL DE LA MORTALIDAD DECRECIENTE Y UNA MAYOR ESPERANZA DE VIDA, ESTÁ PERDIENDO FUELLE O INVIRTIENDO SU TENDENCIA

También reflexionaremos sobre cómo se podrían abordar las preocupaciones sobre desigualdad y qué preocupaciones tienen que ser abordadas. Si la preocupación por la desigualdad se debe sencillamente a la envidia (como afirma con frecuencia la derecha) quizá sea mejor abordar la preocupación que la desigualdad. Si la desigualdad proviene de unos incentivos que funcionan para unos pocos, pero que benefician a muchos, entonces puede que tengamos que documentar mejor la necesidad de los incentivos y qué es lo que hacen por la economía en su conjunto. Si la gente trabajadora sale perdiendo porque la gobernanza corporativa está configurada para favorecer a los accionistas en lugar de a los trabajadores, o porque la reducción en el número de sindicatos ha favorecido al capital más que al trabajo y está mermando los sueldos de los trabajadores para favorecer a los accionistas y los ejecutivos, entonces tenemos que cambiar las reglas. ¿Por qué son las innumerables diferencias entre hombres y mujeres tan persistentes y tan difíciles de eliminar? 

Si tenemos en cuenta que este es solo el principio, quizá resulte presuntuoso por mi parte decir algo sustancial a estas alturas. Pero lo que voy a decir es lo que personalmente pienso, o al menos lo que pienso ahora mismo, aunque espero poder cambiar de opinión conforme avancemos, ya que no coordinaría este informe si no esperara que eso sucediera. También puede que esté demasiado influenciado por mi propio trabajo, en particular mi reciente trabajo con Anne Case que versa principalmente sobre Estados Unidos, aunque hemos reflexionado bastante sobre cómo afecta también al Reino Unido.

Aun a riesgo de sonar grandilocuente, creo que las desigualdades actuales son una señal de que el capitalismo democrático está amenazado y no solo en Estados Unidos, donde los nubarrones son más negros, sino en una gran parte del mundo rico, en el que la política, la economía y la sanidad están cambiando de maneras inquietantes. No creo que el capitalismo democrático sea irreparable, ni que deba ser sustituido; creo firmemente en lo que el capitalismo ha hecho, no solo con los habitualmente citados miles de millones que han salido de la pobreza en el último medio siglo, sino con el resto de nosotros que hemos salido de la pobreza y la privación en los últimos dos siglos y medio. El capitalismo democrático también nos proporciona nuestros trabajos y la cornucopia de bienes y servicios que damos por sentados. Y Milton Friedman, cuya visión soñadora del capitalismo es principalmente responsable, no estaba totalmente equivocado cuando ensalzó la libertad que pueden brindar los libres mercados. No obstante, la historia no ha sido amable con su visión de que la igualdad estaba garantizada si se utilizaban los mercados para conseguir la libertad. 

Pero tenemos que reflexionar sobre posibles soluciones para el capitalismo democrático, ya sea arreglando lo que está roto, o realizando cambios para ahuyentar las amenazas; de hecho, creo que aquellos de nosotros que creemos en el capitalismo democrático deberíamos tomar la iniciativa a la hora de hacer reparaciones. Tal como está, el capitalismo no está cumpliendo con lo prometido para grandes sectores de la población; en Estados Unidos, donde las desigualdades son más nítidas, los salarios reales para los hombres sin licenciaturas llevan bajando desde hace medio siglo, incluso cuando el PIB per cápita ha crecido de manera sólida. Las tasas de mortalidad han crecido entre las personas con niveles educativos más bajos y con edades comprendidas entre 25 y 64 años y, en gran parte como consecuencia de ello, la esperanza de vida para la población en su conjunto lleva disminuyendo tres años consecutivos. Es la primera vez que se produce un retroceso de ese tipo desde el fin de la Primera Guerra Mundial y la gran epidemia de gripe. Los estadounidenses con un menor nivel de estudios están muriendo por su propia mano, ya sea por suicidio, por enfermedades hepáticas alcohólicas o por sobredosis de drogas. La morbilidad también está creciendo y también están sufriendo una epidemia de dolor crónico que, para muchas personas, convierte el día a día en una miseria.

TENEMOS QUE REFLEXIONAR SOBRE POSIBLES SOLUCIONES PARA EL CAPITALISMO DEMOCRÁTICO 

En el Reino Unido, estas desigualdades no son tan patentes, al menos no todavía, aunque el salario real promedio no ha subido desde hace más de una década. Una década es mucho mejor que cinco décadas, pero seguramente no queramos esperar para saber si se reproducirá en el Reino Unido la experiencia estadounidense. En los últimos años, también se han producido prolongados períodos de estancamiento de los salarios reales en Italia y Alemania. En esos países, la creciente y generalizada prosperidad tampoco está llegando a todo el mundo. Como ya he mencionado con anterioridad, la democracia no parece que esté funcionando para todos. La sensación de estar quedándose atrás, de no estar representado en Westminster, es muy parecida a la sensación de no estar representado en Washington.

En el consejo de ministros de ClementAttlee en 1945 (el gabinete que sacó adelante el informe Beveridge y que desarrolló el primer Estado del bienestar moderno), había siete hombres que habían comenzado su vida laboral trabajando con las manos. Cuando los diputados laboristas de Glasgow viajaron hacia Londres, se reunieron bandas de música y coros para despedirlos como si partieran a la guerra, puesto que a eso iban. Solo un 3% de los diputados elegidos en 2015 había sido en alguna ocasión un obrero manual, en comparación con un 16% tan solo en 1979. El movimiento sindical, que llegó a engendrar talentos como los que formaron parte del gabinete de Attlee, ha sido desmantelado como consecuencia del éxito de la meritocracia de posguerra. Hoy en día, los guerreros de Attlee habrían ido a la universidad y se habrían convertido en otro tipo de profesionales; nunca habrían bajado a las trincheras laborales, ni habrían pertenecido a un sindicato. La meritocracia tiene muchas virtudes, pero como predijo Michael Young en 1958, ha privado a los que no aprobaron los exámenes no solo del estatus social y de los mayores ingresos que proporcionan los títulos universitarios, sino hasta del tipo de representación política que se obtiene teniendo gente como ellos en el Parlamento. Young escribió: "La negociación sobre la distribución del gasto nacional es una batalla de ingenios, y la derrota acaecerá sobre aquellos cuyos hijos más inteligentes se hayan pasado al enemigo". Al grupo con un nivel educativo más bajo los denominaba "los populistas", mientras que estos, a su vez, denominaban a las élites "la hipocresía". 

EL MOVIMIENTO SINDICAL HA SIDO DESMANTELADO COMO CONSECUENCIA DEL ÉXITO DE LA MERITOCRACIA DE POSGUERRA

¿Qué nos dice la historia sobre esto? Como es lógico, esto ya lo hemos vivido. Hubo otros episodios en los que el capitalismo parecía estar roto, pero se reparó, ya fuera por sí solo, con políticas intencionales o con una combinación de ambos métodos. 

A comienzos del siglo XIX en el Reino Unido, la desigualdad era inmensa si la comparamos con la que existe en la actualidad. Los terratenientes hereditarios no solo eran ricos, sino que también controlaban el Parlamento mediante un sufragio rigurosamente limitado. Después de 1815, las famosas Leyes de los cereales prohibieron la importación de grano hasta que el precio interno subió tanto que la gente corrió el riesgo de morir de hambre; los elevados precios del trigo, aunque perjudicaran a la gente corriente, beneficiaban claramente a la aristocracia terrateniente, que vivía de las rentas que generaba la restricción a las importaciones. La Revolución Industrial había comenzado, era un caldo de innovación e invención y la renta nacional estaba creciendo. Así y todo, la gente trabajadora no se estaba beneficiando. Las tasas de mortalidad aumentaron a medida que la gente se desplazaba de un relativamente saludable campo a unas ciudades apestosas e insalubres. Cada generación de reclutas militares era más baja que la anterior al empeorar la nutrición que recibían durante su infancia, por no tener lo suficiente para comer y por los insultos nutricionales que suponían las condiciones insalubres. Cayó la asistencia a la iglesia y esto eliminó una de las principales fuentes de comunidad y apoyo para la gente trabajadora, aunque solo fuera porque las iglesias se encontraban en el campo y no en las nuevas ciudades industriales. Los salarios se estancaron y así permanecieron durante medio siglo. Las ganancias crecieron y la proporción de los beneficios en relación con la renta nacional creció a costa del trabajo. Habría sido difícil pronosticar un resultado positivo de todo este proceso. 

Sin embargo, a finales de siglo, las Leyes de los cereales quedaron abolidas, las rentas y las fortunas de los aristócratas se desplomaron junto con el precio mundial del trigo. Las Actas de Reforma ampliaron el sufragio, que pasó de incluir a uno de cada diez hombres a principios de siglo a más de la mitad a finales del mismo; aunque el sufragio femenino tendría que esperar hasta 1918. Los salarios comenzaron a subir en 1850, y comenzó la disminución de la mortalidad que duraría más de cien años. Todo esto sucedió sin que el Estado se desintegrara, sin una guerra, ni una pandemia, sino mediante un cambio gradual en las instituciones que dio paso poco a poco a las exigencias de aquellos que se habían quedado rezagados. 

La Edad Dorada de Estados Unidos es otro ejemplo que también demuestra que se pueden cambiar las reglas fundamentales del juego. En la época progresista se aprobaron cuatro enmiendas constitucionales, y todas se diseñaron para reducir un tipo u otro de desigualdad. Una de ellas estableció el impuesto sobre la renta, otra otorgó el voto a las mujeres, otra prohibió el alcohol (algo que apoyaban firmemente las mujeres, que consideraban que el abuso de alcohol era un instrumento de opresión en su contra) y otra estableció una reforma electoral que instauró la elección directa de los senadores, en lugar de que los órganos legislativos de cada estado los nombraran, como se hacía con anterioridad, ya que por lo general las empresas dominaban esos organismos. 

He mencionado anteriormente el ejemplo que me viene a la cabeza con mayor facilidad: el Estado de bienestar moderno que construyó el gobierno de Attlee tras la Segunda Guerra Mundial. La Gran Depresión, al igual que el estancamiento de los salarios a principios de la década de 1800, dio pie a una amplia literatura sobre cómo modificar o abolir el capitalismo y, según una de las versiones de la historia, fue el gobierno de Attlee el que domesticó a la bestia para poder suministrar el crecimiento compartido sin precedentes en el que crecimos la mayoría de nosotros. Hace poco, JoeStiglitz escribió que él creció en la edad dorada del capitalismo aunque, como señalaba de forma irónica, solo tiempo después se dio cuenta de que había sido una edad dorada. Y, lógicamente, no fue una edad dorada (al menos en términos de estándares de vida materiales o en términos de salud), aunque quizá sí lo fuera en términos de las reglas del juego que permitieron que la creciente prosperidad se compartiera de forma generalizada. No creo que nadie pueda afirmar que la parte final de la década de 1940 fuera una edad dorada en el Reino Unido. Había racionamiento del pan, racionamiento del petróleo y para un joven Angus Deaton, la terrible privación del dulce, pero la red de protección que se construyó en aquellos años desempeñó un papel muy importante en el reparto equitativo y quizá incluso a la hora de ayudar a generar la prosperidad que estaba por venir.

Esa red de protección hace la misma falta hoy en día. La globalización y la automatización suponen un reto tan grande en la actualidad como el que suponían a principios del siglo XIX. Las redes de protección hacen más falta cuando los cambios se producen rápidamente y esta es una de las razones de que a Estados Unidos le esté yendo mucho peor que a los países ricos europeos (de forma más evidente en cuanto a muertes por desesperación), pero lo que sucede en la actualidad también representa una amenaza real para el Reino Unido y para Europa. 

Lo que sostenemos Anne Case y yo en nuestro nuevo libro es que los hombres y mujeres blancos de Estados Unidos con menor nivel educativo han sufrido una creciente merma de su calidad de vida que comenzó en la década de 1970, y que se hace patente desde 1990 en el mayor número de muertes por suicidio, enfermedades hepáticas alcohólicas y sobredosis de fármacos. Los afroamericanos experimentaron una catástrofe similar 30 años antes y la mejora que se produjo en sus vidas desde entonces les ha protegido en cierto modo. Frente a la globalización y la innovación, muchos de nosotros alegaríamos que las políticas estadounidenses, en lugar de amortiguar el daño causado a la gente trabajadora, han contribuido a empeorar sus vidas al permitir que prolifere la búsqueda de rentas, que disminuya la participación del trabajo, que empeoren las condiciones de trabajo y remuneración y que cambie el marco legal para que las empresas salgan ganando más que los trabajadores. La desigualdad ha crecido no solo como consecuencia de la riqueza que generan la innovación o la creación, sino también por las cesiones que han hecho los trabajadores. No es la desigualdad en sí la que está perjudicando a las personas, sino los mecanismos de enriquecimiento.

¿Cuán amenazante es esto para el Reino Unido? Algunos de estos mecanismos de enriquecimiento no están operativos en este país. Estados Unidos malgasta aproximadamente un billón de dólares al año en un sistema de atención sanitaria que es muy bueno a la hora de enriquecer a los proveedores, a los hospitales, a los fabricantes de dispositivos y a las empresas farmacéuticas, pero muy malo a la hora de proporcionar atención médica. El Reino Unido no tiene ese problema. Estados Unidos ha autorizado a las empresas farmacéuticas a vender opioides al gran público, también para el dolor crónico, lo que ha resultado en una epidemia de adicciones cuyo número de víctimas mortales supera el número de fallecimientos de estadounidenses que hubo durante las dos guerras mundiales juntas. En el Reino Unido también se consumen opioides, pero normalmente en los hospitales, y no por parte del público en general. Sin embargo, los productores de opioides están siguiendo el modelo de los fabricantes de tabaco y se están esforzando, tras el bloqueo que han sufrido en Estados Unidos, por expandirse hacia el exterior. PurduePharma tiene una filial, Mundipharma, que hace campaña en público a favor del gran alivio del dolor que según ellos los opioides pueden aportar. Mientras escribo esto, MattHancock, el ministro de Salud, ha declarado: "Las cosas en el Reino Unido no están tan mal como en Estados Unidos, pero debemos actuar con prontitud para proteger a la gente del lado oscuro de los analgésicos". El reportaje que realizó la BBC sobre este asunto mostró un gráfico en el que se apreciaba la tremenda desigualdad geográfica en cuanto a recetas de opioides en Inglaterra, y se veía como su número era cinco veces superior en Cumbria y en el noreste que en Londres. Como demuestra la nota informativa que acompañaba a su presentación, las muertes por desesperación están aumentando en el Reino Unido, en particular en las zonas menos prósperas, al igual que sucede en otros países de habla inglesa, aunque los números (y las tasas de mortalidad) son pequeños en comparación con los de Estados Unidos. 

¿Y qué sucede con los salarios? Estados Unidos posee una industria de cabildeo muy poderosa, que en el Reino Unido no es tan voluminosa, o al menos no de forma tan visible. (En Estados Unidos esa industria tampoco era tan poderosa antes de 1970, así que en el Reino Unido todavía podría suceder). Al igual que en Estados Unidos, los sindicatos en el Reino Unido han perdido mucha influencia, un menoscabo que muchas personas han aplaudido, aunque el poder compensatorio que tenían en las juntas empresariales habría protegido los salarios y las condiciones laborales. Los sindicatos proporcionaron una vida social y un poder político para muchas personas que tienen menos de ambas en la actualidad. La sustitución del capitalismo de accionistas por la maximización del valor accionarial está ampliamente extendida en Estados Unidos y también se puede observar en el Reino Unido. Paul Collier señaló que Imperial Chemical Industries, antaño la joya de la corona de la industria británica, solía presumir de que "nuestro objetivo es ser la mejor empresa química del mundo", aunque, después de que se perdiera en 2006 por adquisiciones y fusiones, el eslogan ya había cambiado a "nuestro objetivo es maximizar el valor de nuestras acciones". 

En el Reino Unido, al igual que en Estados Unidos, a algunas ciudades y zonas urbanas les está yendo mejor que a otras, y la facilidad de movimiento que solía mantener estas diferencias bajo control parece haberse reducido significativamente. No hay en Estados Unidos ninguna ciudad que sea tan dominante ni tan singularmente próspera como Londres en el Reino Unido. 

La disfunción política en el Reino Unido es diferente, pero existe un denominador común según el cual muchos votantes creen que no están bien representados. Asimismo, existen claras diferencias entre los diversos grupos, siendo la edad, la educación, la etnia, el sexo y la geografía factores importantes en ambos países. 

Creo que la existencia de gente haciéndose rica es una cosa positiva, sobre todo cuando eso aporta prosperidad a los demás. Pero el otro tipo de enriquecimiento, el de "apropiación" en lugar de "creación", las prácticas rentistas en lugar de crear algo, el enriquecimiento de unos pocos a costa de la mayoría y eliminar la libertad del libre mercado es burlarse de la democracia. En ese mundo, la desigualdad y la miseria son amigos íntimos. 

 

(*) Angus Stewart Deaton es un economista y académico angloestadounidense. En 2015 recibió el Premio Nobel de Economía e ingresó en la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos. 

@DeatonAngus

Este discurso, pronunciado en la presentación del futuro informe IFS Deaton sobre inequidad económica y social en Reino Unido, se publicó originalmente en ProMarket y TheInstitutefor Fiscal Studies.


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