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De la revolución sandinista al régimen orteguista. Dossier

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Por Luis Carrión, Dora María Téllez, Henry Ruiz, Mónica Baltodano y Oscar René Vargas 

El 19 de julio

En una América Latina devastada por dictaduras militares, iluminaba como un relámpago en la noche tenebrosa la esperanza de la Revolución en Nicaragua, encabezada por los jóvenes guerrilleros del Frente Sandinista y una coalición de personalidades y agrupaciones populares y democráticas. El nuevo gobierno sandinista no sólo tuvo que enfrentarse con la miseria y el desastre económico heredado del somocismo, sino a una feroz intervención militar alentada y financiada por Ronald Regan. Sin embargo, a lo largo de 40 años la mayor y amarga derrota surgió de la descomposición interna de un sector del movimiento, como lo explicó Henry Ruiz, uno de los comandantes del FSLN, en un artículo publicado en SIN PERMISO.
Reformas al régimen de seguridad social implementadas en abril de 2018, por el gobierno de Daniel Ortega, provocaron masivas manifestaciones de protesta en todo el país. La repuesta de Ortega al reclamo popular fue una violenta represión. Desde entonces unas 325 personas han muerto a manos de la policía o fuerzas para-policiales, centenares de activistas fueron a parar a las cárceles y miles emprendieron el camino del exilio. El siguiente texto y poema fue enviado por compañeros de uno de los movimientos que participan de la lucha contra el régimen de Ortega. (SP)

 

19 de julio

¡Nada que celebrar, mucho que recordar! Como bien señala el Comandante "Modesto", Henry Ruíz, la revolución se quedó en el intento, el somocismo continúa por otras vías.

EPIGRAMA
A Cristián, a Eduardo

Los rostros son manos humeantes
con el pañuelo rojinegro en colinas de sangre
donde ruedan niños/ángeles y chicas
por el lodazal del eterno combate

Las manos son los rostros transparentes
en las fotografías de piel más reciente
bajo el traje de fatiga y los sombreros de verde
con el fusil cargado de poco futuro y mucha muerte

Los rostros las manos y el vientre
adjetivos minados plenos de púas y pelambre
obtusos por lo perdido bosque adentro
verticales por lo encontrado en abrazo a suerte

Al final somos eso: minadas imágenes
llovizna de nostalgia
insomnio de la fiebre
alrededor del cerco enemigo
calcinado por la memoria

palabras disparándose
contrapalabras

(Del libro Profesión u oficio de Adriano de San Martín, 2002).

¿Pudo haber sido de otra manera?

Luis Carrión Cruz

Uno de los nueve Comandantes de la Dirección Nacional del FSLN, Viceministro del Interior y Ministro de Economía durante los años 80, y desde 2005 en la dirección del Movimiento Renovador Sandinista (MRS), Luis Carrión compartió en una charla con Envío, este balance de la Revolución y esta mirada personal de su participación en ella, al cumplirse 40 años del derrocamiento de la dictadura somocista y en momentos en que la dictadura de Daniel Ortega mantiene a Nicaragua atrapada en una crisis de difícil salida por su decisión de permanecer a toda costa en el poder. 

Voy a hacer el mayor esfuerzo posible para hacer un balance de la Revolución. Me resistía a hacerlo. En primer lugar, porque yo estuve ahí, soy protagonista y comparto responsabilidades, por lo bueno y por lo malo de aquella etapa. Y un acontecimiento de hace 40 años tiene actualidad hoy todavía. En segundo lugar, porque hablo desde mis recuerdos, y la memoria siempre es falible y selectiva. Por último, la Revolución fue un fenómeno tan enorme, tan complejo y tan multidimensional, que es muy difícil resumir todo lo que representó.

La revolución fue un gigantesco movimiento popular

Una revolución no es la toma del poder político de un partido por la vía de unas elecciones o por un golpe de Estado. La revolución fue un gran movimiento político y social, un gigantesco movimiento popular que derrocó a la dictadura somocista y después siguió empujando cambios profundos en la realidad social de nuestro país. En el derrocamiento de la dictadura participaron todos, de todos los sectores, de todas las clases sociales, de diferentes posiciones políticas, en diferentes momentos y de diferentes maneras, pero el FSLN fue su catalizador y protagonista principal. Fue el referente ético y político de esa lucha histórica.

Pero la Revolución no sólo fue un fenómeno político y social. También movilizó los espíritus de quienes participamos en ella. Y no me refiero sólo a los dirigentes, sino a muchísimos más. Por la Revolución fuimos muchos los que apartamos todos nuestros proyectos de vida personales para sustituirlos por el gran proyecto colectivo de la Revolución. Esta experiencia vital explica también por qué decenas, centenares y miles de personas estuvieron dispuestas a enfrentar por la Revolución enormes dificultades y sacrificios, hasta a poner en juego su vida, dando muestras de un heroísmo extraordinario, que quedarán ahí, en una historia que no se puede borrar. Sin eso no se puede explicar cómo en 1990 casi un 40% de los electores votó por el FSLN después de una década de terribles dificultades, escasez y dolor.

El FSLN adquirió un poder que nuca había tenido antes

La Revolución desató energías y pasiones, que se mezclaron con toda clase de emociones, orientadas todas a construir "la tierra prometida". Las emociones y las acciones iban desde las más básicas -como las de quienes buscaban desquitarse de daños percibidos o reales de representantes o afines al somocismo- hasta las de quienes queríamos transformar la realidad social y política a favor de las grandes mayorías.

La caída de la dictadura somocista eliminó el tapón que aplastaba la participación política de la mayoría de la gente y abrió las puertas a una multifacética, y en un primer momento desordenada, acción popular. El fin del somocismo permitió que despertaran todos los sueños y todas las reivindicaciones de todos los sectores, diversas y a menudo contradictorias y que se manifestaron a menudo en forma caótica.

La Revolución barrió absolutamente con el Estado capitalista somocista. No quedó piedra sobre piedra de lo que había sido el Estado anterior y un nuevo Estado se construyó prácticamente desde cero. Al barrer con el viejo Estado y surgir el FSLN como la fuerza política que capitalizó los réditos del derrocamiento del somocismo, después de una larga historia de lucha, el FSLN adquirió un poder como nunca antes nadie en la historia de Nicaragua lo había tenido. Con un poder total, emprendimos la construcción del nuevo Estado poniéndole el sello sandinista a todas las instituciones públicas, incluso a varias organizaciones de la sociedad civil.

Pronto se confirmaron las sospechas mutuas

La Revolución no ocurrió en una Nicaragua aislada. Ocurrió en un contexto internacional, marcado por la Guerra Fría entre el Este y el Oeste, entre Estados Unidos y la Unión Soviética. El gobierno de Ronald Reagan (1981-1989), con el que más nos tocó convivir y al que más tuvimos que enfrentar, veía la Revolución de Nicaragua como una avanzada de la Unión Soviética en el continente americano, que además amenazaba con desestabilizar toda la región. Desde antes de llegar al gobierno Reagan, un famoso texto programático de su equipo, el Documento de Santa Fe, planteaba como objetivo el derrocamiento del gobierno sandinista. Ya en el gobierno, Reagan lanzó contra la Revolución y durante años una agresión a gran escala y multidimensional con acciones políticas, diplomáticas, económicas y militares. Involucró a los países de la región en sus acciones contra el gobierno sandinista, apoyó a los remanentes de la Guardia Nacional, desarrolló acciones de sabotaje ejecutadas directamente por la CIA y, por último, brindó financiamiento, asesoría militar y equipos a la Contra.

Nosotros, por razones históricas teníamos una profunda desconfianza de los gobiernos norteamericanos que habían intervenido militarmente en todo el mundo, habían derrocado gobiernos y apoyado a regímenes sanguinarios. Nicaragua había sido intervenida militarmente por los Estados Unidos y Washington había apoyado a Somoza hasta el último momento. Estábamos convencidos de que los Estados Unidos siempre tratarían de destruir la Revolución, que eso estaba en su naturaleza imperialista.

Muy pronto nos sentimos en la necesidad de desarrollar una estrategia defensiva que tenía tres patas. Una, apoyar las guerrillas de Centroamérica, ya no sólo por motivos de solidaridad sino también defensivos. Otra, establecer una alianza con la Unión Soviética, porque necesitábamos algún paraguas que nos protegiera del "monstruo". Y la tercera, crear un Ejército fuerte.

Las actuaciones de Estados Unidos y las nuestras confirmaron las peores sospechas mutuas y asentaron el escenario de la más sangrienta guerra de las muchas que hemos hecho los nicaragüenses entre nosotros mismos.

Sentíamos que luchábamos por nuestra sobrevivencia

La agresión norteamericana se encontró con una desafección creciente del campesinado nicaragüense, causada por factores de nuestra propia factura.

Los campesinos de todo el centro del país se alzaron contra la Revolución y contra el gobierno sandinista, y se sumaron a las filas de la Contra, lo que dio lugar a una suerte de guerra civil organizada, financiada y administrada por los Estados Unidos, pero sostenida fundamentalmente por la población campesina.

Digo "una suerte de guerra civil" porque del lado de la Contra no había un proyecto político coherente y desarrollado, a diferencia del proyecto que tenía la Revolución. Este contraste incidió en el momento de las negociaciones de Sapoá, que no produjeron cambios institucionales importantes, a diferencia de lo que ocurrió al terminar la guerra de El Salvador.

La Revolución vivió buena parte del tiempo en guerra, cercada, luchando por sobrevivir, bajo la amenaza constante de una intervención militar directa. Recordemos que en los años 80 hubo en nuestro alrededor dos intervenciones militares de Estados Unidos: en la isla caribeña de Grenada y en Panamá. No era, pues, ninguna exageración pensar que también aquí podíamos ser intervenidos militarmente. Nos sentíamos acosados, asediados, amenazados, convencidos de que luchábamos por nuestra propia sobrevivencia.

A fines de los 80 la situación mundial cambió radicalmente. El campo socialista se derrumbó y los Estados Unidos emergieron triunfantes de la Guerra Fría. Así se terminó abruptamente el apoyo financiero y militar que nos brindaba la URSS.

Y la oposición en el Congreso de Estados Unidos y la sustitución del gobierno de Reagan por el de Bush implicaron también la suspensión del apoyo a la Contra y el abandono de la política de guerra contra el gobierno sandinista.

Para entonces, el desgaste humano y económico acumulado en Nicaragua ya era brutal. Los reclutamientos para el servicio militar eran cada vez menos, más difíciles y más conflictivos. Ambas partes estábamos completamente des¬gastadas y la negociación se impuso como la única salida.

Luego de las negociaciones entre los países de la región, se iniciaron negociaciones con la Contra, que culminaron con el acuerdo de Sapoá. Estas negociaciones abrieron la puerta a las elecciones de 1990, a la derrota electoral del FSLN y al fin de la Revolución.

1979: La ruptura del consenso nacional

Empecemos ahora por el principio... La Revolución llegó al gobierno con un programa, el de la Junta de Reconstrucción Nacional. Sobre la democracia decía aquel programa: "Se promulgará la legislación necesaria para la organización de un régimen de democracia efectiva, de justicia y progreso social, que garantice plenamente el derecho de todos los nicaragüenses a la participación política y al sufragio universal, así como la organización y funcionamiento de los partidos políticos, sin discriminaciones ideológicas, con excepción de los partidos y organizaciones que pretendan el retorno al somocismo".

El párrafo equivalente, sobre este tema, en el programa histórico del Frente Sandinista, decía: "El Frente Sandinista es una organización político-militar, cuyo objetivo estratégico es la toma del poder político mediante la destrucción del aparato militar y burocrático de la dictadura y el establecimiento de un gobierno revolucionario basado en la alianza obrero-campesina y el concurso de todas las fuerzas patrióticas anti-imperialistas y anti-oligárquicas del país".

Se pueden notar claramente las enormes diferencias en el tono y en el contenido, en la propuesta de estos dos documentos. Uno pone el énfasis en la democracia institucional y el otro en construir un Estado con otro contenido de clase. ¿Qué sucedió? Que como el triunfo de la Revolución barrió con el Estado capitalista somocista, y dejó un enorme poder en manos del Frente Sandinista, prevaleció la visión sandinista.

En septiembre de 1979 el Frente Sandinista convocó a sus miembros más destacados a una reunión que después fue conocida como la Asamblea de las 72 horas. El objetivo de la reunión era elaborar el "gran programa" del Frente para la Revolución. Pero, ¿por qué un programa si ya había uno? Y esto fue lo que dijimos "porque las circunstancias han cambiado". ¿Y en que habían cambiado las circunstancias? En que ya para esas fechas no había un balance de poder entre los diferentes sectores y grupos que habían hecho la Revolución, sino que el Frente Sandinista había conquistado todo el poder. Así las cosas, las circunstancias que habían dado lugar a la elaboración del programa de la Junta y a las alianzas con los sectores que se reflejaban en aquel programa, lo hacían innecesario.

En el programa que salió de la Asamblea de las 72 horas hay un punto que es más que suficiente para apreciar el curso que tomaría la Revolución desde entonces. Se definió allí que el objetivo número uno era "aislar a la burguesía vendepatria", "organizar las fuerzas motrices de la revolución", que eran los obreros y los campesinos, y "colocar a todas las fuerzas bajo la conducción del FSLN".

Ésta fue la guía sobre la cual comenzamos a actuar y sobre la que estuvimos actuando a partir de entonces. El primer resultado de esta decisión fue la ruptura del consenso nacional. El programa de la Junta reflejaba ese consenso, pero a partir de entonces todo era distinto: era "aquí nosotros mandamos y podemos hacer lo que queramos y no tenemos que hacerles concesiones a nadie más..."

Se impuso la lógica del partido único

Esta decisión implicó la liquidación efectiva de la Junta de Reconstrucción Nacional. Aunque desde el inicio la integraron Alfonso Robelo y doña Violeta Chamorro, ya desde un inicio las decisiones que tomaba el Frente Sandinista eran las que la Junta implementaba y ejecutaba. Por eso, a los pocos meses, renunciaron los dos. Y aunque los repusimos con algunas personalidades, fue algo formal, porque siempre se mantuvo la hegemonía total del Frente Sandinista.

De hecho, se impuso la lógica del partido único. Y aunque subsistieron otros partidos, debilitados, controlados, permitidos, la lógica era la de partido único. Bajo esa lógica empezamos la construcción no de un Estado nacional, sino de un Estado sandinista. Todas las instituciones se sandinizaron. El Ejército fue sandinista, la Policía fue sandinista, todas las instituciones estaban bajo la égida, la influencia y el control del Frente Sandinista. Y se suponía que todas adoptaran, siguieran y actuaran en función de los objetivos y las políticas del Frente Sandinista.

Consolidado el poder político, otro de los objetivos que planteó el programa de la Asamblea de las 72 horas implicaba, bajo esta lógica, neutralizar cualquier fuerza política que pudiera cuestionar la hegemonía del Frente Sandinista. En marzo de 1980, Alfonso Robelo, líder del partido Movimiento Democrático Nicaragüense, quien ya había salido de la Junta, intentó reorganizar su partido y convocó a una manifestación en Nandaime. Pero ante la posible movilización masiva, nosotros decretamos "Nandaime no va" e impedimos por todos los medios esa manifestación.

Ese hecho marcó un rumbo: impediríamos la acción política de cualquiera que pudiera cuestionar la Revolución en cualquier forma efectiva. Dentro de esta lógica se impuso la censura de prensa y la represión de cualquier intento de oposición. Rápidamente se fue cerrando el espacio político para todos los que se oponían. El Frente Sandinista era la "vanguardia iluminada" que tenía que dirigir todo en Nicaragua, como un derecho nacido de la Revolución. Esa fue la mentalidad prevaleciente desde el inicio.

La democracia política no fue un objetivo de la revolución

Esta lógica condujo a acosar a los sectores empresariales, a los que llamábamos "burguesía vendepatria". ¿Quiénes eran? Eran fundamentalmente la oligarquía financiera, pero el concepto se fue extendiendo a todos aquellos que se oponían a la Revolución o hacían cosas que no nos gustaban. Y se fueron ejecutando confiscaciones como arma política. Tan políticas eran las confiscaciones que se anunciaban en plaza pública en grandes concentraciones donde todo el mundo las aplaudía.

También se desarrolló ampliamente, sobre todo en los primeros años de la Revolución, un lenguaje clasista y confrontativo: los obreros contra la burguesía. Toda la burguesía era vendepatria y no había mucha distinción entre los que lo eran y los que no lo eran. Incluso, en algunos lugares, sobre todo en zonas rurales, donde era difícil encontrar "burguesía" y lo que se encontraba era pequeña burguesía, agricultores y comerciantes que tenían algún negocio, eran también hostilizados con ese lenguaje clasista y recibían acusaciones y amenazas. Todo esto muestra que la democracia política institucionalizada no fue un objetivo explícito de la Revolución. Y sin embargo, hablábamos de "pluralismo político". ¿Cómo lo entendíamos? En primer lugar, como no declararnos como partido único. Y en segundo lugar, permitiendo que subsistieran otros partidos políticos, aunque no tuvieran ninguna posibilidad de incidencia real en la vida política del país.

La organización que se necesita para luchar contra una dictadura tiene que ser clandestina, muy disciplinada, compartimenta la información, es muy centralizada y hay poco debate porque las condiciones no lo permiten. Todo esto genera comportamientos y valores no democráticos cuando se trasladan al sistema político de un país.

A diferencia del modelo cubano, que tanta influencia tuvo en la Revolución, nunca nos declaramos socialistas, no declaramos el partido único y hubo partidos políticos con tremendas limitaciones para actuar, la prensa estaba censurada pero existieron medios de comunicación críticos... Realmente, hubo influencia cubana, pero no hubo una copia exacta.

Nosotros partíamos del concepto de que la Revolución era... era eterna, que sería para siempre. Porque lo que se había conquistado con tanta sangre y sacrificio no podía rifarse en unas elecciones. Pensábamos que si el poder lo habíamos conquistado arriesgando la vida y dejando una gran cuota de sangre en el camino, ¿cómo unos votos iban a cambiar eso?

Las contradicciones no reflexionadas de las elecciones de 1984

La Revolución era eterna y no íbamos a rifar el poder... Sin embargo, fuimos a elecciones en 1984. Esas elecciones fueron una decisión táctica: queríamos darle al gobierno sandinista una legitimidad aceptada por el mundo occidental y así debilitar la estrategia agresiva de Reagan, que luchaba abiertamente por derrocarlo.

Las elecciones de 1984 fueron semidemocráticas. Y lo digo así porque, aunque los votos se contaron bien, toda la campaña y toda la maquinaria del Estado se puso al servicio del triunfo del Frente Sandinista, que controlaba todas las instituciones.

El efecto político que buscábamos con esas elecciones fue importante, pero limitado, principalmente porque la Coordinadora Democrática, en aquel momento la principal oposición, no participó. Empezaron, lanzaron su candidato, pero poco antes de la fecha se retiraron. Dijeron que era imposible hacer campaña bajo tanto acoso y hostigamiento, aunque en su decisión también pesó mucho la presión del gobierno de Estados Unidos, ya que la participación de la Coordinadora hubiera restado justificación a su política de agresión.

Lo más importante que quiero decir sobre aquellas elecciones es que representaron una contradicción fundamental con la lógica que había prevalecido hasta entonces: que la Revolución era eterna, que su legitimidad se la daba la lucha y el sacrificio, y que las elecciones representan la rifa del poder...

Al hacer elecciones estábamos admitiendo, sin reconocerlo, que la Revolución puede perder y estábamos arriesgándonos a demostrar que la Revolución no es eterna... Con elecciones, la legitimidad de la Revolución ya no se anclaría en la lucha, en el sacrificio, en los mártires... Debía anclarse en la voluntad popular, en ganar los votos de la mayoría de la gente.

Las elecciones de 1984 contradecían claramente la lógica con la que veníamos actuando. A pesar de eso, y a mi modo de ver, nosotros no asimilamos, no asumimos, no comprendimos las enormes consecuencias que tuvieron aquellas elecciones. Y nos quedamos sólo en la perspectiva táctica de que las elecciones eran sólo una formalidad y en la creencia de que siempre podríamos asegurarnos el triunfo en cualquier elección. En consecuencia, no nos preparamos para lo que iba a venir seis años después: la derrota electoral de 1990.

Gentes que no habían sido nada se empoderaron

A pesar de todo, la revolución impulsó la democracia social.

Cuando la Revolución hizo saltar el tapón de la dictadura, se produjo una explosión de demandas y una masiva participación popular. Un montón de sectores que habían estado aplastados durante el somocismo, que no habían podido manifestarse ni expresarse, comenzaron a presentar demandas: unos pedían tierras, los miskitos soberanía, otros el derecho a ser tomados en cuenta...

Se produjo una movilización de todas las formas y maneras, que se manifestaba en las calles, en el campo, por todas partes... Algunas organizaciones que ya existían desde antes crecieron rápidamente: la ATC y los sindicatos. Y otras nuevas surgieron en ese contexto: la UNAG, los CDS y otras. Unas nacieron por su propia dinámica y otras, impulsadas por el propio FSLN, que en su visión tenía crear una red de organizaciones sociales, de organizaciones de masas, coordinadas y subordinadas de alguna manera al Frente.

Sólo un dato para ver lo que significó la explosión organizativa: en 1978 existían en Nicaragua 138 sindicatos con 20 mil afiliados y en 1982 los sindicatos habían crecido diez veces y tenían 90 mil afiliados.

Las organizaciones llegaron a tener importantes cuotas de poder. Recuerdo que los sindicatos, incluso en las empresas estatales, tenían muchas reivindicaciones e influían hasta en las decisiones administrativas. A menudo cuestionaban al administrador o al gerente de la empresa. Las organizaciones populares tenían un poder real. Los CDS lo tenían. A los CDS les pedían avales para que alguien pudiera trabajar en el gobierno, los CDS se encargaban de administrar las tarjetas AFA para la distribución de los cinco productos básicos. Las organizaciones populares tuvieron poder.

Hubo un enorme salto de organización popular. Y la organización cambia a las personas. Gentes que no habían sido nada durante la dictadura, que habían sido absolutamente ignoradas o marginadas, de repente se sintieron personas con dignidad, con derechos y con fuerza para hacer cosas y para exigir cosas. Se empoderaron.

Las organizaciones fueron correas de transmisión

El salto de la organización popular fue enorme, pero esa conquista se debilitó gradualmente. Básicamente, porque el Frente Sandinista, que tenía una concepción de estas organizaciones como sus "correas de transmisión", fue trabajando para ponerlas totalmente bajo su dirección y para convertirlas en organizaciones sandinistas, más que de afiliados a la propia organización. Siempre existieron tensiones entre su rol de representantes de intereses sectoriales y el de vehículos de las políticas gubernamentales. Al final, la hegemonía del Frente Sandinista terminó siendo dominante.

Los no sandinistas, los opositores, los que no estaban de acuerdo, se fueron quedando al margen de las organizaciones o tenían poca capacidad de incidencia al interior de éstas. Y quedaron desempoderados. Se los consideraba contras, enemigos de la revolución... Hubo, sí, algunos sindicatos que no eran del Frente, pero eran completamente marginales, no tenían ninguna significación.

AMPRONAC (Asociación de Mujeres ante la Problemática Nacional), que había nacido en 1977 para luchar contra la dictadura, fue de las primeras organizaciones que pasó bajo el control del Frente Sandinista. Fue disuelta, tomada por el FSLN casi "manu militari". Funcionarios y administradores sustituyeron rápidamente a las fundadoras y dirigentes y la organización fue liquidada y sustituida por AMNLAE (Asociación de Mujeres Nicaragüenses Luisa Amanda Espinoza), un ala femenina del Frente Sandinista, que enseguida se convirtió en otra correa de transmisión.

Con la disolución de AMPRONAC se perdió para el conocimiento de todo el país la experiencia riquísima que había acumulado este primer gran movimiento de masas de mujeres que hubo en Nicaragua, organizado, autónomo, democrático, pluripartidista y pluriclasista, formado por mujeres de base y de todas las clases sociales.

No sabíamos absolutamente nada de la Costa Caribe

Nosotros no sabíamos nada de la Costa Caribe nicaragüense. No conocíamos nada. El programa de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional sólo decía: "Se integrará al desarrollo del país la población de la Costa Atlántica". Eso era todo. Una ignorancia absoluta. Ni siquiera se reconocía en el programa la existencia de pueblos indígenas autóctonos en esa región.

Pero la Revolución también desató expectativas entre la población miskita. Para la época de la Revolución tenía ya la Costa una nueva generación de líderes jóvenes y educados. Con la Revolución surgieron también nuevas organizaciones. Surgió, por ejemplo, MISURASATA, que significa Miskitos, Sumos, Ramas, aliados con los Sandinistas, aunque después de los conflictos le quitaron el SA, porque rompieron con los sandinistas y se llamó MISURA.

La avalancha de demandas y de reclamos que nos llegaban de la Costa fue realmente enorme. Pero como nosotros no entendíamos nada, eso causó enseguida desconfianza, desconcierto y de parte nuestra, sospechas y acusaciones de separatismo.

Además, tanto al Caribe Norte como al Caribe Sur la Revolución enviaba a funcionarios, a dirigentes del partido y de las instituciones gubernamentales provenientes del Pacífico. Los ponía al frente de todas las áreas del gobierno, pero esa gente tampoco sabía nada del Caribe.

Y esa gente quiso traspolar mecánicamente a una realidad absolutamente distinta todo lo que se estaba haciendo en el Pacífico: las mismas organizaciones, los mismos enfoques, los mismos discursos. Yo no recuerdo a un solo funcionario o dirigente político que haya al menos intentado aprender a hablar miskito. A lo mejor hubo alguno, pero de los principales yo no conocí a ninguno que al me¬nos hiciera el intento.

En la Costa hubo un choque cultural

El choque cultural que hubo en la Costa provocó insatisfacción e irritación en la población. Ellos sintieron la Revolución como una invasión de los "españoles", porque para ellos todos nosotros, los del Pacífico, somos españoles. Se sentían invadidos. Y nosotros y la gente nuestra veíamos a los costeños como "indios mentirosos y matreros". No entendíamos que tenían que mentir para defenderse, que tenían que simular para protegerse. Entre los "españoles" que llegaron allá se desarrolló un importante grado de racismo.

Fue positivo que la Revolución hiciera un programa de alfabetización en lenguas para la población costeña. Algunos dicen que les impusimos la alfabetización en español. No es cierto. En la Costa la alfabetización fue posterior a la campaña nacional, porque había que hacer textos diferentes, pero se alfabetizó en sus lenguas. Desgraciadamente, el contenido de los materiales para alfabetizar fue similar a los de todo el país, no tuvo en cuenta su cultura. Y los contenidos fueron, como en la campaña nacional, altamente politizados... y sandinistas.

En este contexto de incomunicación, en la Costa se fueron ampliando las protestas y se generalizó la resistencia, en respuesta y en reacción a todo lo que venía de la Revolución. Hubo conflictos, después represión, después entró el apoyo norteamericano... y empezó la guerra. Una guerra que fue diferente a la guerra de los Contras en el resto del país. Porque las demandas costeñas, especialmente las de los miskitos, eran totalmente específicas. Y tenían que ver con su identidad como pueblo.

Proclamamos que Nicaragua es una nación multiétinica

A partir de cierto momento nosotros entendimos la realidad diferente que había en la Costa y le dimos a la guerra en la Costa un tratamiento distinto. En el año 1984 el gobierno emprendió negociaciones con YATAMA y con Brooklyn Rivera, el líder de los miskitos, buscando un cese al fuego y una discusión de sus demandas políticas.

En ese contexto, el gobierno revolucionario reconoció y publicó un decálogo de los derechos específicos de los pueblos indígenas. Fue un avance enorme respecto de lo que había habido hasta entonces en la historia de Nicaragua. Y lo que había habido en el resto del país era un benigno desentendimiento de los pueblos indígenas, y a menudo una explotación brutal de las empresas, principalmente extranjeras.

El reconocimiento de la cultura autóctona de la Costa Caribe fue un resultado de mucho trabajo, de diálogo, de reuniones. Siempre mantuvimos comunicación con algunos líderes miskitos. Finalmente, todo esto desembocó en 1987 en el Estatuto de Autonomía y en el reconocimiento, en la Constitución de ese mismo año, de que "el pueblo de Nicaragua es de naturaleza multiétnica". Hasta entonces, nos habíamos visto como un pueblo únicamente mestizo.

La autonomía no fue perfecta y posiblemente ya está agotada en la manera como se concibió y cómo se construyó. Hoy, la realidad en la Costa es mucho más compleja, porque ahora hay mayoría de mestizos en la Costa y vemos cómo el gobierno actual no defiende a las comunidades indígenas ante el avance agresivo, a veces armado, de los colonos del Pacífico.

Creo que la autonomía de la Costa Caribe y el reconocimiento de los pueblos autóctonos fueron aportes muy importantes que hizo la Revolución y que llevaron a un cambio en la manera como nos veíamos como país. Pero, ¿fueron un mérito del gobierno revolucionario? No sólo. Fueron también fruto del esfuerzo y el sacrifico de los miskitos, que lucharon y resistieron y pusieron sobre el tapete lo que nosotros ignorábamos.


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