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De la revolución sandinista al régimen orteguista. Dossier. (2ª parte).

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La agresión multifacética que desarrolló el gobierno de Estados Unidos contra la Revolución en Nicaragua no hubiera alcanzado la dimensión que alcanzó si no se hubiera producido un alzamiento masivo contra la Revolución de los campesinos del centro del país, desde el norte hasta el sur. Y esto, a pesar de que la Revolución consideraba como sus "fuerzas motrices" a la "alianza obrero-campesina".

¿Por qué se alzó contra la Revolución una de esas "fuerzas", por qué se alzaron los campesinos si había reforma agraria? Voy a dar algunas posibles razones. En primer lugar, las confiscaciones. Las confiscaciones de tierras empezaron a afectar primero a los somocistas, después a "los allegados al somocismo", cuando era menos claro quién era o no allegado. Después, se siguió confiscando por razones políticas para castigar a la gente que colaboraba con la Contra o era un opositor activo. Estas actuaciones fueron percibidas como arbitrariedades o abusos en una sociedad donde la propiedad privada y el trabajo eran valores muy importantes.

Además, muchos de los confiscados tenían parientes y amigos que resentían lo que hacíamos. Recuerdo lo que me dijo una señora de Boaco en 1979, después que le confiscaron la finca a alguien que ella conocía, con el argumento de que había sido somocista. "¿Y por qué le confiscaron la tierra a él? -me reclamó-. Él era somocista, sí que lo era, pero esa finca que le quitaron la hizo con su trabajo, no se la robó a nadie ni nadie se la regaló". Esta mentalidad de que si uno había hecho honestamente su propiedad, tuviera una u otra filiación política, tenía derecho a ella y era injusto quitársela, era generalizada en las zonas rurales. Nuestras confiscaciones golpearon los valores tradicionales de la sociedad agraria del centro del país.

También influyó que las confiscaciones las ejecutaron funcionarios y dirigentes políticos que venían de las ciudades con una visión ideológica del campo, sin conocer la identidad de la sociedad campesina. Eso creó más contradicciones y una incomunicación, una incapacidad de relacionarse con el campesinado, que hablaba otro idioma, distinto al de quienes llegaron al campo representando a la Revolución.

Los tranques a los productos rurales: otra política negativa

Con la guerra fue agudizándose la escasez y los precios de los alimentos fueron subiendo en las ciudades. El gobierno quiso entonces proteger a sus bases, principalmente urbanas. Se estableció entonces una política de precios oficiales de los productos alimenticios, producidos por los campesinos. Se pusieron tranques en los caminos y cuando venía algún productor con su producción para venderla en la ciudad se le quitaba el producto, se le pagaba el precio oficial, y ese producto se vendía en las ciudades a precios más bajos. Esta política lesionó de manera fundamental el modo de ser, de vivir y de entender las cosas los campesinos, que rechazan las imposiciones.

Fue una política muy negativa. Se protegió a las ciudades con alimentos a precios más bajos y eso fue positivo, pero a costa de un enorme sacrificio para los campesinos. La producción se cayó, porque los campesinos vieron que no les pagaban lo que valía su esfuerzo. Y al caerse la producción se agravó el desabastecimiento.

También se provocó un deterioro dramático en el nivel de vida del campesinado, agravado por el hecho de que mientras los precios de sus productos se mantenían bajos, los productos industriales subían de precio. Sólo un dato del empobrecimiento que esta política provocó en las zonas rurales: en 1978 un pantalón lo compraba un campesino con 49 libras de maíz y una camisa con 22 libras. En 1985 un pantalón se compraba con 230 libras de maíz y la camisa con 140.

Otros factores que incidieron en el alzamiento campesino fueron la presión para formar cooperativas, el enfrentamiento con la jerarquía de la iglesia católica, la destrucción de las redes comerciales tradicionales y el continuo acoso en las zonas rurales.

También la represión provocó la guerra

Éstas son algunas de las razones del alzamiento campesino. Pero no son todas. Estuve hace unas semanas en la Universidad de Brown, en Estados Unidos, en un evento convocado para hacer un balance de la Revolución a 40 años de aquel acontecimiento. Y ahí un dirigente de la Contra explicó por qué razón se había integrado él a la Contra. Y no mencionó ninguna de las razones que he mencionado. Dijo que él se alzó con la Contra por temor. Por temor a la represión, por temor a que lo echaran preso y lo despojaran de sus propiedades.

En un contexto de guerra, la represión y los abusos tienden a multiplicarse y si a esto agregamos el imperativo de defendernos de la agresividad y permanente amenaza del gobierno norteamericano, que colocaba al gobierno revolucionario en una situación de lucha a muerte por su sobrevivencia, la vigilancia sobre el respeto a los derechos humanos se debilitó y los abusos crecieron y sólo unos pocos de estos abusos fueron investigados y sancionados.

La sublevación campesina se encontró con la agresión de los Estados Unidos y el resultado fue una guerra a gran escala. La guerra de los años 80 partió al país, y llevó a centenares de miles de jóvenes, y de no tan jóvenes, a integrarse en las unidades del Ejército Popular Sandinista o a las filas de la Contra.

Las consecuencias de aquella guerra no tienen parangón en la historia de nuestro país. No creo que ninguna de las muchas guerras entre liberales y conservadores que llenan nuestra historia haya producido ni la décima parte de lo que causó la guerra de los 80: muertos, huérfanos, lisiados, gente desquiciada de la cabeza, destrucción material en gran escala, divisiones y odios, resentimientos... Secuelas enormes, divisiones profundas, heridas que aún no se han cerrado y que en el contexto de la realidad actual se han abierto nuevamente.

Los cambios para corregir el rumbo llegaron demasiado tarde

La guerra de los 80 no admite una interpretación maniquea, la guerra no fue en blanco y negro. Hubo miles de gentes, tanto de la Contra como del lado del sandinismo, que fueron a luchar convencidas de que era lo único justo y decente que debían hacer. Unos y otros tenemos ejemplos de heroísmo desinteresado cuya memoria honramos. En el servicio militar hubo muchísimos jóvenes que fueron voluntariamente y jóvenes que antes de cumplir la edad se ofrecieron para ir al campo de batalla. De un lado y de otro luchaban todos por una Nicaragua mejor, convencidos de la justeza de su causa.

A partir de 1985 la Revolución hizo el intento de corregir el rumbo. Y en base a una evaluación de la situación, el gobierno decidió implementar una serie de cambios en las políticas que más impacto tenían en el campo. Se ordenó suspender las confiscaciones. Se liberaron los precios de los productos agrícolas. Se intentó desarrollar un comportamiento más político y respetuoso de las fuerzas armadas y de las autoridades del FSLN. Y resaltamos que esta guerra no podía verse meramente como un enfrentamiento bélico, sino principalmente como una lucha política para conquistar el apoyo del campesinado.

Fue muy difícil implementar cabalmente todos esos cambios en las dimensiones necesarias. Y ya era muy tarde. Ya la desconfianza del campesinado con la Revolución estaba bien clavada en la conciencia campesina. En mi opinión, ya no había nada que pudiera superarla.

Economía mixta: no definía nada

Durante la Revolución hablamos de economía mixta, pero no había un modelo coherente de económica mixta. Básicamente, entendíamos por economía mixta la coexistencia en el país de distintos tipos de propiedad, que es lo que ocurre en todas partes del mundo, porque en todas partes hay propiedad pública, propiedad cooperativa y propiedad privada.

Decir economía mixta era una definición de nada. No había un modelo que explicara cómo se interrelacionaban los sectores, aunque sí se dijo que la propiedad estatal era el corazón de la economía nacional. Eso era lo único que estaba claro: que la prioridad de los recursos se concentraría en el área estatal. El comercio exterior se nacionalizó, también se nacionalizó la banca y toda la industria extractiva. También estatizamos el comercio de los granos básicos. No había espacio en todas estas áreas para la empresa privada.

En las áreas productivas y comerciales se crearon grandes empresas estatales: agrarias, agroindustriales, industriales y comerciales. La empresa privada vio grandemente reducidos sus espacios y se vio obligada a competir desventajosamente con las empresas públicas por los escasos recursos existentes. La inversión privada casi se paralizó y la inversión en empresas públicas, a pesar de las grandes cantidades de recursos que se le asignaban, no pudo sustituir la pérdida de la inversión privada.

El modelo económico falló por sus propias contradicciones

Los gastos de la guerra iban creciendo y creciendo, eran enormes, manteníamos grandes programas sociales y grandes proyectos económicos... y ya no daba la cobija. No había recursos suficientes y se empezó a imprimir dinero. Y esto generó una hiperinflación, que en su momento más alto, en 1987, llegó a ser de 56 mil por ciento en un año.

A partir de 1988 hubo un cambio en la política económica. Se hizo un esfuerzo muy grande para reducir el gasto estatal. Se liberaron los precios de la mayoría de los productos. Se dejó que las empresas que exportaban y producían divisas se quedaran con las divisas para que pudieran reinvertir. Se suspendió la distribución controlada de los productos básicos. Los cambios trataban de darle al mercado un mayor rol en la asignación de los recursos. Todo este esfuerzo tuvo algunos efectos positivos, pero los gastos estatales siguieron siendo demasiado grandes y muy escasos los recursos disponibles y la inflación rápidamente volvió a agarrar fuerza.

El modelo de economía mixta fue fallido por sus propias contradicciones y por la imposición de la guerra, que gravitó en todo lo que hacíamos. La corrección que hicimos fue insuficiente y tardía, porque ya no había recursos para hacerla.

La revolución hizo importantes transformaciones en la educación

En tiempos de Somoza la educación cubría a una pequeñísima parte de los jóvenes en edad escolar. Al triunfo de la Revolución había en Nicaragua más de un 40% de personas analfabetas, que no sabían leer ni escribir. La Revolución cambió eso radicalmente.

Se convirtió en un eje central del gobierno impulsar la cobertura educativa, masificar la educación, hacerla llegar a todos los que quisieran estudiar, facilitar el acceso de la gente a la educación. Sólo un dato: en 1978 había 2,696 maestros y maestras. Y en 1988, diez años después, ya eran 19,289. Un crecimiento tan acelerado tuvo consecuencias que afectaron la calidad de la educación. Tantos nuevos maestros no tenían la preparación suficiente. Y aunque se construyeron nuevas escuelas, no eran suficientes para el aumento de alumnos.

Mención aparte merece la campaña de alfabetización, un esfuerzo de toda la sociedad, especialmente de la juventud. Más de 100 mil jóvenes se incorporaron a la campaña de alfabetización. Muchos, de las ciudades del Pacífico, conocieron las zonas rurales enseñando a leer a familias enteras.

Fue una gesta heroica y creo que su gran impacto, además del evidente, que tanta gente campesina aprendiera a leer y a escribir, fue el que se produjo en la conciencia de estos jóvenes. Por primera vez muchachos y muchachas de las ciudades conocieron de primera mano la pobreza en la que vivían los campe¬si-nos, con los que en muchos casos establecieron lazos emocionales que todavía a estas alturas persisten. La alfabetización tuvo impactos en el desarrollo educativo del país y en el desarrollo de la sensibilidad y la solidaridad de la juventud que alfabetizó.

Recuerdo que en 1985 visitando una finca de café en Matagalpa me encontré con una muchacha que estaba dando clases a un grupo de chavalos. Me dijo que había aprendido a leer en la campaña de alfabetización y que eso le había permitido hacerse maestra y que ésa era su vocación, lo que ella quería hacer en la vida. Y estaba ahí, dando clases a un grupo de chavalos de tres diferentes niveles, un multigrado. No sé si lo estaba haciendo bien, regular o mal, pero a ella la alfabetización le cambió la vida, le dio la posibilidad de lograr un sueño y también de hacer una contribución a la sociedad. Es el tipo de cosas que la alfabetización dejó y que no reflejan las estadísticas.

¿Qué no estuvo bien en todo el esfuerzo educativo de la Revolución? La politización de la enseñanza. Porque la educación fue también un instrumento de socialización del sandinismo, donde a la par de valores muy importantes, se promovía al FSLN como el conductor de la sociedad. Y ése fue su pecado capital.

Hubo grandes avances en la salud

La Revolución logró que por primera vez nuestro país tuviera un sistema nacional público de salud. En el somocismo no había existido. Los hospitales estaban a cargo de unas Juntas Locales de Asistencia Social. La salud pública se veía casi como una caridad del gobierno con la gente que llegaba a los hospitales. Esto cambió radicalmente con la Revolución, que invirtió mucho en recursos y en capacidades.

Se le dio un peso muy importante a la salud preventiva y se movilizó a la población para que participara en diferentes actividades. La salud no fue vista como responsabilidad exclusiva del gobierno. Miles de personas participaban en las jornadas de salud que se hacían en diferentes períodos del año vacunando y brindando información sanitaria.

Hubo importantes resultados. Se cuadruplicó el número de profesionales sanitarios respecto a los que había antes de la Revolución. Y las campañas de vacunación redujeron muchas enfermedades transmisibles. Nicaragua, que era territorio endémico de poliomielitis erradicó en 1982 la polio y desde entonces hasta hoy no se presentaron más casos. Desde 1983 no aparecieron epidemias nacionales de difteria y sarampión, aunque después del 90 hubo alguna epidemia en la Costa Caribe. Y en los años de la Revolución la mortalidad infantil fue reducida en un 50%.

Las conquistas en salud y educación quedaron instaladas después de 1990 y todos los gobiernos siguieron impulsando lo que iniciamos en los años de la Revolución. Unos lo han hecho mejor, otros peor, pero la salud y la educación quedaron establecidas definitivamente como derechos de todos los nicaragüenses.

Se democratizó el acceso a la tierra

En el acceso a la tierra, a pesar de todas las contradicciones y limitaciones de la reforma agraria, hubo una amplia redistribución de la tierra, tanto en forma individual como en forma colectiva.

¿Qué queda hoy de la democratización de la propiedad? Lo único que tenemos a mano son los datos del Censo Agropecuario de 2011. El Censo dice que los propietarios de menos de 10 manzanas poseían antes de la Revolución el 2% de la propiedad de la tierra cultivable y en 2011 tenían el 6%. Que los dueños de propiedades de entre 10 y menos de 50 manzanas poseían antes de la Revolución el 11.2% y en 2011 tenían el 20%. Que los medianos propietarios de entre 50 y 200 manzanas tenían antes de la Revolución el 30% de la tierra y en 2011 eran dueños del 36%. Y que los propietarios de más de 500 manzanas, que tenían antes de la Revolución el 41% de la tierra, en 2011 tenían menos: el 22%.

Les dejo estas ideas, un poco deshilachadas, que confío contribuyan a un necesario y postergado debate sobre la Revolución, con sus luces y sus sombras, y con sus consecuencias para el país.

Tengo la esperanza de que mis palabras hayan contribuido a entender que no hay respuestas fáciles ni interpretaciones en blanco y negro, que las explicaciones simplistas solamente alientan el extremismo y no nos permiten aprender de nuestros errores para no volver a cometerlos.

 

El Frente Sandinista es hoy una banda mafiosa

Trataré de responder también a algunas preguntas sobre lo que sucede hoy en la actualidad. ¿En qué quedó el Frente Sandinista después de 1990?

El proceso de destrucción del Frente Sandinista fue gradual. Con la derrota electoral hubo una crisis y una lucha entre dos sectores.

Unos queríamos hacer la transición hacia un partido verdaderamente democrático, que jugara con las reglas del juego electoral y que renunciara a la violencia como arma política. Y el otro grupo, encabezado por Daniel Ortega, plan¬tea¬ba mantener el mismo modelo, los mismos esquemas y el mismo discurso. En el Congreso del Frente Sandinista de 1994, que yo diría fue el más abierto y democrático que tuvimos, ganó Daniel Ortega.

Su victoria reflejó que nuestra postura era minoritaria dentro del Frente Sandinista. Los que perdimos, perdimos porque éramos minoría. Y porque Daniel Ortega entendió la sicología de las bases sandinistas mejor que los que queríamos un cambio.

Las bases sandinistas no querían ningún cambio. Para las bases el cambio del que hablábamos nosotros representaba más temor y más inseguridad de la que ya sentían. La derrota electoral había representado un cambio tan traumático para la inmensa mayoría de las bases sandinistas, que lo que buscaban era la reafirmación de que la derrota había sido sólo un accidente histórico, pero que el Frente Sandinista tenía la razón.

Y eso lo captó muy bien Daniel Ortega y eso fue lo que hizo: responder a la necesidad sicológica que tenía la mayoría de la gente y no a la necesidad política que tenía el Frente Sandinista si quería evolucionar.

A partir de entonces Daniel Ortega se fue adueñando del Frente Sandinista. Hoy no es ni siquiera un partido político, porque no tiene una dirección ni espacios de debate. Lo que queda hoy es sólo una banda mafiosa al servicio de una familia que mantiene alianzas con otros individuos y grupos de poder para imponerse en el poder político.

Daniel Ortega se consideró la representación de la revolución 

En los años de la Revolución, la Dirección Nacional funcionaba como un cuerpo colegiado y entre nosotros había debates. La Dirección era también expresión de un equilibrio de fuerzas en el que también había alianzas internas, como sucede en todos los organismos de poder.

La dirección colegiada se fue debilitando a partir de 1985, porque al ser electo Presidente Daniel Ortega en 1984 su legitimidad de origen ya no derivaba de que en 1979 la Dirección Nacional lo había puesto al frente de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional. A partir de entonces su legitimidad derivaba de que había sido electo por el pueblo, derivaba de otra fuente de respaldo político.

En 1984 nadie lo impuso como candidato, tampoco en 1990. Todos coincidimos en que lo mejor era evitar cambios que pudieran crear conflictos o divisiones internas.

Daniel Ortega fue la figura más mesiánica de todas. Se consideraba la representación personal de la Revolución. Esta idea fue creciendo en él y se fue agudizando después del 90. Con esta idea, sus concepciones y sus decisiones, cualesquiera que fueran, las veía él como las verdaderamente revolucionarias. Y, por lo tanto, cada vez fue considerando menos importante tener el consenso de los otros miembros de la Dirección Nacional.

Yo renuncié en 1995 a la Dirección Nacional y a la militancia del Frente Sandinista. Por diferencias que consideré insalvables. Hay algunos que rompimos, otros se fueron desligando y al final con él quedaron Tomás Borge y Bayardo Arce. Por cierto, Tomás Borge y Bayardo Arce eran de la tendencia Guerra Popular Prolongada y Daniel Ortega de la corriente Insurreccional Tercerista, de la cual ninguna figura importante lo acompaña ahora. La mayoría de las figuras de cierta relevancia que están con él ahora vienen de la tendencia Guerra Popular Prolongada.

Los vicios de nuestra cultura política siguen presentes

Daniel Ortega no ha sido el primer dictador de Nicaragua. Veníamos de una dictadura de cincuenta años, la de los Somoza. Y antes fue Zelaya, y el otro y el otro... La matriz autoritaria está enraizada en nuestro país. Las tendencias autoritarias del Frente Sandinista no vienen sólo de factores ideológicos, vienen de nuestra historia. Y si no conocemos la historia, la volveremos a repetir.

Después de la rebelión de Abril existe un riesgo si no se reconoce que el problema de fondo que hoy enfrentamos no es sandinismo versus antisandinismo. Muchos de los presos y de los muertos vienen del sandinismo y entre los azul y blanco hay quienes reproducen las conductas y valores que nos llevaron a Daniel Ortega. Hoy, el enfrentamiento es entre dictadura y democracia, pero el autoritarismo se repetirá si no aceptamos que todos somos portadores de antivalores, de actitudes autoritarias, poco tolerantes a las ideas diferentes y a la crítica. Hay algunos jóvenes que creen que porque son menores de 30 años ya están exentos de los males de nuestra cultura política... Se equivocan.

¿Cómo superar esto? Tenemos que mantener un debate permanente, es la única forma. Tenemos que mantener la información y la reflexión. 

 Lamentablemente, los tiempos después de Abril han sido tiempos de acción y de vísceras. Mucho activismo y reacciones muy viscerales en las que "el malo" siempre es "el otro" y la "única verdad" es "la mía". Y eso impide una auténtica reflexión política, de autocrítica y de diálogo. Eso nos lleva a la exclusión y a repetir el ciclo.

Hoy es indispensable una reflexión sobre la etapa de la revolución

Uno de los grandes problemas de nuestra historia es que después de una gran crisis no sólo hacemos borrón y cuenta nueva, sino que además tapamos, enterramos, ponemos un velo sobre todo lo que pasó antes.

Después de la derrota electoral del Frente Sandinista surgieron dos narrativas sobre la Revolución y sobre la Contrarrevolución, sobre la guerra de los 80. Dos narrativas que nunca dialogaron entre sí. Hoy vemos el costo de esa falta de diálogo. Y si hoy no dialogamos, si no ponemos la verdad sobre el tapete, el riesgo de la repetición quedará vigente. No se trata ni de venganza ni de desquite, porque tampoco eso garantiza la no repetición, sólo profundiza los odios.

Es indispensable la verdad y la justicia para poder reconstruir lo que se perdió en Abril. Y si todos los involucrados en los crímenes contra el movimiento azul y blanco quedan sin sanción de ningún tipo, ¿por qué razón otros no van a repetir acciones similares sabiendo que no serán sancionados? Si repetidas veces en la historia de Nicaragua ha habido amnistías, hasta 52 leyes de amnistía antes de la última de este año, tal cantidad es la mejor prueba de que las leyes de amnistía no resuelven la necesidad de reconciliación y de justicia entre los nicaragüenses.

Creo que una Comisión de la Verdad, o varias Comisiones, son indispensables. También creo indispensable una reflexión sobre el período de la Revolución, sobre las conductas y los comportamientos de quienes la dirigimos, porque veo a algunos sectores de la oposición azul y blanco repitiendo las mismas conductas que nosotros tuvimos.

Creen que basta con rechazar a Ortega y con descalificar a los que pasamos por el sandinismo. No entienden que, por razones culturales e históricas, todos somos portadores del vicio del sectarismo. En mi partido, el MRS, hemos hecho una permanente y profunda reflexión sobre muchas de las características de la cultura política que nos llevaron a Somoza, que nos llevaron al Frente Sandinista y que nos han llevado a Daniel Ortega.

No puedo negar que yo estuve ahí...

Finalmente, la reflexión y el balance sobre la Revolución es siempre también un balance personal. Porque yo no puedo negar que yo estuve ahí, aunque en 1995 me separé y desde 2005 hasta el día de hoy he estado activo en contra de esta dictadura.

Yo soy el de antes del 79, el joven idealista comprometido con dar la vida por la Revolución? ¿O soy el de los 80... y en qué momento de los 80 soy? ¿O soy el de los 90 o el de 2005? ¿O soy el de ahora? Soy todos, con mis contradicciones, con mis motivos de orgullo y también con la responsabilidad por las cosas que hice o dejé de hacer.

Para mí la revolución fue un sueño. Yo me metí a luchar por la Revolución sin ninguna certeza de que la iba a ver. Muchos murieron en el camino y casi como una sorpresa me tocó a mí el ver la culminación de nuestra lucha... El triunfo fue una sensación embriagadora después de años en la clandestinidad, sufriendo tremendas restricciones, dificultades, peligros... Fue una borrachera, que aumentaba cuando uno veía a miles y miles y miles de personas movilizadas con el mismo sueño.

Y ya logrado el sueño, si bien había cosas malas, sentía que esas cosas malas no negaban la esencia de lo que era la Revolución, porque en todas las sociedades hay cosas malas, en todas hay corrupción. También las había en el gobierno y en el Frente Sandinista, pero esas cosas malas no justificaban romper con la Revolución o pasarse al bando de la contrarrevolución.

¿Pudo haber sido de otra manera?

Pensábamos que la Revolución era perfectible, que podía mejorarse, que podía perfeccionarse. Y entendíamos también, y esto ya por razones de visión ideológica y política, que toda revolución genera una contrarrevolución, que la revolución tiene que pararse firme para no ser arrastrada por las fuerzas contrarrevolucionarias... Todo eso era el modelo ideológico y político que teníamos en nuestras cabezas.

Era en ese contexto que veíamos el cierre de los espacios políticos, la censura de prensa y la represión como armas en una lucha a muerte y en desventaja... No me estoy justificando. Hoy pienso que no todo tenía que haber sido como fue, que hay cosas importantes que pudieron haber sido diferentes. Pero así lo veíamos en aquel momento.

En mi caso personal, antes ya de las elecciones del 90, yo venía acumulando una cierta frustración. Veía lo que se había logrado hacer en diez años y se me quedaba muy por debajo de lo que había sido el sueño y el ideal que teníamos. Y me preguntaba si podía haber sido de otra manera, si eso era posible, si lo que habíamos vivido no era una circunstancia particular, sino más bien una ley de la historia, el costo a pagar por una revolución como la nuestra, en un contexto mundial totalmente adverso, con el triunfo de Estados Unidos en un mundo unipolar.

En 1990 yo sentí que se habrá una posibilidad distinta

Con la derrota de 1990 yo me percaté de que los cambios en los comportamientos de las personas no se pueden hacer por la fuerza. Que las transformaciones sociales que se hacen por la fuerza son también reversibles. Porque no están asentadas en la conciencia de la gente. Y me decía que en un contexto democrático es diferente: primero hay que cambiar la conciencia de la gente para después poder lograr los resultados políticos. Había sido distinto con la Revolución: primero se produjo el cambio político y después aspiramos a que la gente moldeara su conciencia a esos cambios que estábamos haciendo desde el poder.

Cuando se produce la derrota electoral del Frente en 1990 yo sentí personalmente que se abría una posibilidad distinta: que si la Revolución por sus caminos no había logrado lo que alguna vez soñamos, se abría otro camino por el que había que transitar para seguir tratando de lograr lo mismo de otra manera.

Surgieron entonces determinados valores que vienen de mi formación personal, de mi familia, de mi militancia por un tiempo en las filas de la iglesia popular, valores que habían pasado a un segundo plano y que fueron soterrados o disminuidos por el tsunami de la Revolución y por la idea de que la Revolución era tan grande que todo lo justificaba.

Eso me llevó a entrar en conflicto, primero conmigo mismo y luego dentro del Frente Sandinista, y después a romper en el año 1995 con la organización de la que formé parte casi por 25 años. Y hoy me siento a gusto, a pesar de que entonces estaba en el poder y hoy estoy en la llanura.

 

Revista Envío N° 448, julio 2019


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