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De la revolución sandinista al régimen orteguista. Dossier. (3ª parte).

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Dora María Téllez y Henry Ruiz

Ambos comandantes de la revolución sandinista analizan con Fabián Medina Sánchez, de Infobae 40 años de historia nicaraguense.

Hace 40 años Dora María Téllez era una muchacha de 23 años. No era la muchacha común que sale con su novio, va a discotecas o se reúne para estudiar con sus compañeros de universidad. Téllez era a esa edad una comandante guerrillera del Frente Sandinista, jefa militar de unos 3000 hombres y mujeres, dirigía el Frente Occidental y el 19 de julio de 1979 avanzaba con parte de su tropa hacia Managua donde al día siguiente celebrarían el triunfo de la revolución sandinista.

El 19 de julio de 1979 una insurrección popular, encabezada por el movimiento guerrillero Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), derrocó la dictadura de Anastasio Somoza Debayle en Nicaragua, e instaló durante diez años un gobierno revolucionario que llevó al país a otra guerra civil.

"Lo que queda de esa revolución es la conciencia ciudadana. Todo el resto ha sido desmantelado por la dictadura de los Ortega Murillo", dice ahora Téllez desde el lugar donde se esconde por temor a las represalias de sus antiguos compañeros de armas.

Henry Ruiz es otra leyenda del sandinismo. Se le conoció como "Comandante Modesto", fue uno de los nueve todopoderosos comandantes de la Direcciona Nacional del Frente Sandinista y un guerrillero considerado mítico por los muchos años que pasó enmontañado.

Para Ruiz, lo de ellos fue una revolución que se quedó en el intento. "Nosotros no derrotamos al somocismo. La doctrina no la derrotamos", dice retirado ya de la vida política. "La revolución era para acabar con el somocismo. (Pero) Fuimos condescendientes con la corrupción que se daba en el gobierno, con el culto a la personalidad. Sobre el somocismo se montó el orteguismo. Daniel Ortega es un producto de lo que no fue la revolución".

Ambos ex guerrilleros señalan sin embargo lo que llaman "logros de la revolución". Para Dora María Téllez, quien fue ministra de salud en los años 80, un sistema de salud que abrió las puertas a todos y una Constitución Política "amplia en derechos políticos y sociales"; para Ruiz, la universidad pública y la Cruzada de Alfabetización que redujo drásticamente el analfabetismo en Nicaragua.

La democracia no estaba entre esos logros. "Curioso que no se usara esa palabra porque estábamos muy influidos por unas ciertas ideas políticas que miraban la democracia como pecaminosa a pesar que en los fundadores de la teoría revolucionaria es una palabra abundante", dice Ruiz.

Para Téllez, quien además tiene una maestría en Historia, es muy temprano para valorar si la revolución le hizo mal o bien a Nicaragua. "No es si hizo mejor o peor, es que la dictadura de los Somoza no dejó ninguna opción, ninguna posibilidad de resolver el problema de la dictadura de otra manera. Si hubiese habido esa posibilidad seguramente la hubiera tomado el pueblo nicaragüense, los jóvenes de aquella época la hubiésemos tomado. La lección más importante, y lástima que haya gente que simplemente no la aprendió, es que eso sucede si la puertas se cierran para una generación cuya tradición es que los problema de esa naturaleza se resuelven por la vía armada".

La ex guerrillera ve una conexión entre el espíritu que animó a la generación que derrocó a Somoza hace 40 años, con los jóvenes que iniciaron una rebelión cívica contra el régimen de Ortega desde abril del año pasado. "Lo que está planteando la inmensa mayoría de jóvenes que han participado en esta rebelión no es que haya un simple cambio de gobierno. Están demandando una sociedad con inclusión, una sociedad con oportunidades, con derechos ciudadanos, donde no sean los grupos pequeños de poder los que decidan todo lo que sucede en Nicaragua, al margen de los derechos del resto".

A Téllez no le extraña que el régimen de Daniel Ortega, uno de los principales líderes de aquella revolución se parezca tanto a la dictadura de Somoza. "No es inusual que líderes revolucionarios se conviertan en lo que era su oponente", dice. "Es el mismo fenómeno que sucede con hijos de padres violentos. Hay gente que se queja de que su papá lo mal mataba y termina mal matando a su hijos. Es el fenómeno de la reproducción de modelos. Daniel Ortega escogió el camino de reproducir el modelo de la dictadura de los Somoza, que es un modelo de pactos, de prebendas, de clientelismo político, de corrupción, de alineamiento institucional y un modelo de subordinación del Ejército y la Policía".

Henry Ruiz reconoce que la revolución que impulsaron "hizo aguas". La prueba del fracaso, dice, es la derrota electoral que sufrió el sandinismo en febrero de 1990 cuando doña Violenta Barrios de Chamorro derrotó a Daniel Ortega. Y lo demuestra, agrega, "esta dictadura desgraciada (la de Ortega)" que a su criterio es "la antítesis más horrible" de aquella revolución que quisieron impulsar en los años 80.

De aquel Frente Sandinista que impulsó la revolución "solo queda el esqueleto", dice Dora María Téllez. "Fue totalmente parasitado por el orteguismo y prácticamente despareció como partido político. Se transformó en un instrumento de la familia Ortega Murillo. Ya no existe".

Téllez cree que el Frente Sandinista deberá responder en algún momento por su participación como institución en la represión contra la rebelión de abril de 2018, que hasta ahora deja más de 300 muertos, según datos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).

"Las casas del FSLN fueron usadas como sede de paramilitares, como cárceles clandestinas y como centros de torturas. Hay fotografías, evidencias, testimonios abundantes. Hay un involucramiento del Frente Sandinista como institución en la represión paramilitar", dice.

Infobae, 10-7-2019

Entre la revolución y la dictadura

Mónica Baltodano

Al cumplirse 40 años del triunfo de la revolución popular sandinista, no puedo obviar los sentimientos encontrados que me embargan como protagonista e historiadora de aquella gesta que puso fin a la dictadura de Somoza. Por estas fechas siempre vienen a nuestra mente los miles de héroes populares y mártires de los años setenta, algunos de ellos entrañables, como mi hermana Zulema, asesinada a sus 16 años. Estos sentimientos se entrelazan con las ceremonias y los actos religiosos con los que en estos días honramos a los cientos de asesinados hace apenas un año, esta vez por la dictadura orteguista, encabezada por quien fue uno de los protagonistas de aquella gesta contra el somocismo.

Mientras la dictadura de Ortega aparenta alegría en sus celebraciones de los 40 años y se adueña impositivamente de los símbolos de aquella heroica hazaña, la inmensa mayoría de sus participantes, comandantes de la revolución, guerrilleros, combatientes populares y gente del pueblo que se incorporó masivamente a la insurrección final, repudia el orteguismo, sus atrocidades y la represión desatada, que incluye -según las conclusiones de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos- crímenes de lesa humanidad contra el pueblo nicaragüense.

El baño sangriento que sufrió la población, que se agrandó aún más con la operación Limpieza, entre junio y julio de 2018, se perpetró enarbolando cínicamente a los cuatro vientos la bandera rojinegra; con gritos de "¡patria libre o morir!"; con el argumento de que se defendía la segunda etapa de la revolución y vistiendo, los criminales, camisetas de Sandino y el Che. Ex combatientes de los años setenta, hasta entonces resentidos por el abandono del dictador y del partido, fueron urgentemente llamados al "combate", con los consabidos ofrecimientos. Mezclados con policías y con militares retirados, antiguos revolucionarios realizaron su labor mortífera disparando a matar contra jóvenes osados que lanzaban piedras y morteros de feria desde las barricadas de las ciudades, contra estudiantes atrincherados en las universidades, y contra los tranques de campesinos y pobladores rurales, casi en su totalidad ciudadanos desarmados.

El levantamiento de abril del año pasado no era una insurrección armada, como lo fue el de hace 40 años. En ambos casos, sin embargo, fue evidente la masiva participación popular. La de aquel entonces derivó en el triunfo del 19 de julio. La sublevación pacífica del presente, reprimida a muerte, aguarda por una segura victoria sobre el nuevo tirano.

La masacre emprendida por Ortega incrementó el repudio a la dictadura, que en una parte de la población se ha expresado como rechazo a todo lo que huele a sandinismo. Como cucarachas oportunistas, aparecieron incluso antiguos somocistas para sentenciar: "Nosotros teníamos razón, y por eso queríamos exterminar a los sandinistas".

Como si fuera poco, en Estados Unidos, los viejos halcones que ahora asumieron importantes cargos en la administración de Trump se han encargado de crear más confusión al incluir el régimen como parte de los países comunistas, de la "tríada del mal". Y algunos lo creen, desde la ingenuidad o desde el oportunismo. Ortega nunca ha sido ideológicamente un comunista y su gestión desde que volvió al gobierno en enero de 2007 ha sido la de un paladín del capitalismo y del libre mercado, de las facilidades a las trasnacionales, del brutal extractivismo, de la explotación de los recursos naturales y de la privatización de toda la riqueza pública.

Tanto así que sus principales aliados durante los últimos 11 años, y hasta el estallido social de abril, eran los banqueros, los principales empresarios del país y las dirigencias del Consejo Superior de la Empresa Privada. Juntos venían gobernando, incluso dándole rango constitucional a su "modelo de alianzas". Ortega al frente del Estado garantizaba estabilidad social y oportunidades para hacer negocios y enriquecerse como nunca, tanto él como sus socios del gran capital. Ortega como caudillo armonizaba su proceder neoliberal con paliativos sociales de corte clientelar y sostenimiento de su base electoral. Algunos intelectuales de derecha llegaron a calificar esos manejos como "populismo responsable".

Ciertos sectores de la izquierda institucional en Europa y América Latina, y algunos nostálgicos, quisieron creer el cuento de que Ortega sigue siendo un revolucionario, y que su retorno al poder era el regreso del proyecto enarbolado en 1979. Estos sectores asumieron irresponsablemente el cínico relato del orteguismo que argumenta que la sublevación popular es un tenebroso "plan del imperialismo". En desprecio a la ética de los verdaderos revolucionarios, hay quienes mantienen esa posición aun después de la matanza que dejó cientos de muertos, miles de heridos y mutilados, así como más de 70 mil refugiados políticos. Se siguen asumiendo estas posturas a pesar de que fue demostrado el uso generalizado de la tortura, la violación sexual a hombres y mujeres, y tratos crueles a los miles que fueron capturados. Por lo menos 800 de ellos fueron mantenidos en prisión largos meses en régimen de máxima seguridad y totalmente aislados, sin derecho a la defensa, acusados de terrorismo y de cualquier tipo de delitos, sin sustentación alguna.

Ingenuidad, desconocimiento, oportunismo, desfachatez son algunos de los términos que se pueden aplicar a quienes califican la sublevación popular como un plan de la Cia. Todos sabemos que las grandes sublevaciones de las multitudes -como las que se vivieron en Nicaragua durante meses- no se pueden inventar, y cualquier persona medianamente informada sabe perfectamente que, hasta el 18 de abril, las relaciones de Ortega con Estados Unidos eran de lo mejor. No podía ser de otra manera, pues privilegió todas las políticas de libre mercado: los tratados de libre comercio, las facilidades para las maquilas y las concesiones sin condiciones al capital extranjero. Además, aplicó con mano dura las políticas migratorias gringas, y por la frontera sur de Nicaragua no se colaba nadie que pudiera tener planes de emigrar a Estados Unidos. Ortega convirtió los límites nicaragüenses en el deseado muro de Trump. Igualmente, el orteguismo autorizó la presencia militar estadounidense y la acción de la Dea en nuestro país con el pretexto del combate a la narcoactividad. Por todo ello llevó a Nicaragua a obtener las mejores notas del Fmi, el Banco Mundial y el Bid. Las relaciones de los últimos 11 años con Estados Unidos fueron de las más cordiales, basadas en el principio de que lo que importaba era lo que el gobierno nicaragüense verdaderamente hacía, no lo que aparentaba hacer, y menos lo que ocasionalmente decía.

Así las cosas, de izquierda a Ortega sólo le quedaba la palabrería ocasional; la manipulación retórica de la historia; su inscripción en el Alba y sus oportunistas relaciones con el gobierno venezolano, con el que firmó un jugoso negocio con evidente rentabilidad para su patrimonio familiar. Sin olvidar, desde luego, sus vínculos personales con una parte de la vieja guardia de la revolución cubana. Al tiempo que esto ocurría, para una parte importante de los nicaragüenses, en particular para las nuevas generaciones, el gobierno de nuestro país se convirtió en una criminal dictadura "de izquierda", una "dictadura sandinista".

¿Cómo pudo ser que una revolución que despertó tanta admiración y esperanzas terminara desfigurada, repudiada por la mayoría del pueblo? ¿Cómo mutó el rostro de aquella lucha hasta adquirir las facciones monstruosas de una dictadura personalista, sangrienta y criminal? Para responder a esta pregunta es necesario discriminar distintas valoraciones. Para un sector de la derecha, los sandinistas y la gente de izquierda son criminales per se. Se trata mayoritariamente de los somocistas vencidos en 1979. Muchos se integraron después a la contrarrevolución. Pero a 40 años, una parte de ellos terminó aceptando al Ortega del presente y sus miembros se convirtieron en socios en múltiples negocios, en diputados del frente sandinista, en embajadores y hasta uno de ellos en vicepresidente del propio Ortega. Aunque cueste creerlo. Ahí están los hechos irrefutables. Somocismo y orteguismo terminaron abrazándose.

La revolución de 1979 fue posible porque después de 20 años de combate el Frente Sandinista de Liberación Nacional (Fsln), de Carlos Fonseca, logró sumar a la mayoría del pueblo a una estrategia de lucha político-militar. Después de respaldar durante más de cuarenta años al régimen de Somoza, la administración estadounidense se sumó a regañadientes a las presiones de la comunidad internacional, que, escandalizada con los crímenes de lesa humanidad del somocismo, apoyó la heroica resistencia del pueblo. Somoza salió a la desbandada por una insurrección popular tras evadir reiteradamente las salidas negociadas que le propusieron desde la Oea.

Los detractores de las revoluciones y las sublevaciones populares olvidan que estas no son el resultado de actos voluntariosos, maquiavélicos o morales. Las revoluciones son posibles porque son necesarias. En el caso de Nicaragua, la situación para el pueblo era ya insostenible, no sólo por la represión, sino porque urgían transformaciones inaplazables. En primer lugar, era necesario restaurar el derecho a la vida y la libertad, los derechos civiles básicos, como la libre organización y la libertad de pensamiento, pues el poder, las organizaciones somocistas y el sindicalismo blanco tenían asfixiada a la sociedad. También urgía la democracia, pues había sido reducida a elecciones fraudulentas y pactos entre políticos corruptos.

Pero también formaban parte de los móviles de la revolución y de su programa la concentración brutal de la tierra en pocas manos -urgía una verdadera reforma agraria-, las inequidades sociales, la extrema pobreza, el obscurantismo. El país se había convertido en una hacienda de los Somoza. La recuperación de la soberanía era esencial, pues había sido entregada a Estados Unidos. El programa histórico del Frente Sandinista buscaba también la integración económica y social de todos los habitantes del país, en particular de las poblaciones originarias y afrodescendientes del Caribe nicaragüense, y la abolición de la "odiosa discriminación que ha sufrido la mujer con respecto al hombre". En esas direcciones se comenzó a trabajar.

Ya se sabe que la presidencia de Reagan (1981-1989) inauguró una escalada de agresiones de Estados Unidos contra la revolución, a la que consideró de manera oficial como un peligro para la seguridad nacional de su país. Así, la Nicaragua revolucionaria, extremadamente frágil en lo económico, tuvo que resistir durante casi una década la guerra "de baja intensidad" de los halcones de la revolución conservadora que en el plano global encabezarían el mismo Reagan y Margaret Thatcher.

La revolución fue derrotada políticamente en 1990 como resultado de la combinación de un conjunto de factores. Aquí sólo enunciamos los más relevantes: la guerra de agresión imperialista que organizó la contrarrevolución, con el resultado de miles de muertos; los actos brutales y criminales de ambos bandos, y el servicio militar obligatorio, que sembró el descontento en las familias. Bloqueada y asfixiada, la revolución se volvió inviable económica y socialmente. La dirigencia revolucionaria, por soberbia o por inexperiencia, no fue capaz de definir colectivamente su rumbo. Se recurrió, entonces, a medidas de excepción, afectando la libertad de expresión, persiguiendo opositores y confiscando sus bienes. También operaron el atraso cultural del pueblo y el poco desarrollo ideológico de la dirección y la militancia sandinistas, las silenciosas disputas por el liderazgo personal en la dirección colegiada y la coyuntura internacional marcada por el colapso del campo socialista, al que Nicaragua terminó alineada.

Con la derrota, renació y rebrotó el pasado. Para muchos dirigentes la utopía había llegado a su fin y, por tanto, sólo quedaba la realpolitik y el ajuste pragmático a los nuevos tiempos. El Frente Sandinista comenzó a desfallecer, a diluirse en repartos de poder, en los grandes negocios de la cúpula orteguista, en los pactos con políticos corruptos, en la sumisión fanática a la economía del capital, en la obediencia ciega al caudillo y su mujer, únicos en decidir sobre puestos, prebendas y salarios. Ortega privatizó al Fsln hasta convertirlo únicamente en la casilla electoral del orteguismo.

Pero los ideales de la revolución popular de 1979 no han sido derrotados para siempre. Sandino, Fonseca y las nuevas ideas libertarias resurgen ya en lo mejor y más combativo de las nuevas generaciones, porque, hoy como ayer, se vuelve necesaria para toda la nación la derrota de esta nueva dictadura. 

Brecha, 19-7-2019

Las herramientas políticas del régimen

Oscar-René Vargas

1. Ante nuestros propios ojos, la democracia imperfecta de los años 1990-2006 fue suplantada, a partir de 2007, por la autocracia de Ortega-Murillo que hizo añicos a todos los partidos políticos tradicionales y las leyes. Hoy la burguesía tradicional y la vieja oligarquía no gobiernan directamente; están sometidos a Ortega-Murillo y a sus bandas armadas.

2. No obstante, la clase dominante tradicional permanece intacta, ya que ha mantenido y fortalecido todas las condiciones de su hegemonía económica. Al expropiar políticamente a la clase dominante tradicional, de manera parcial, Ortega construyó su régimen dictatorial.

3. La clase dominante tradicional aguantó al régimen dictatorial porque lo necesitaba para obtener ganancias extraordinarias. La hegemonía de la clase dominante tradicional está en peligro, pero no ha desaparecido. Ahora presionada, trata de recuperar la estabilidad económica para recobrar su tasa de ganancia.

4. Los privilegios materiales de la nomenclatura gubernamental han crecido como la espuma. La nueva oligarquía devora, derrocha y roba una porción considerable de la renta nacional. Ocupa en la sociedad una posición privilegiada, no sólo porque goza de prerrogativas políticas y administrativas, sino, además, de enormes ventajas materiales y económicas. Su administración le cuesta muy cara al país.

5. Para decirlo de manera sencilla, en la medida en que la nueva oligarquía le roba al pueblo y lo hacen de distintos modos, estamos frente al parasitismo social a gran escala. Por sus rasgos de parasitismo, la nueva oligarquía se asemeja al lumpen social que impide el desarrollo de la nación.

6. El ulterior crecimiento desenfrenado del parasitismo de la nueva oligarquía condujo, inevitablemente, a la detención del crecimiento social, político y cultural, a una crisis social y al hundimiento de toda la sociedad.

7. La nueva oligarquía parasitaria, para mantenerse en el poder, ha permitido el surgimiento de un sector social: la mara paramilitar y policial que roba, reprime y asesina con impunidad.

8. La camarilla parasitaria de la nomenclatura gubernamental tiene todos los vicios de la clase dominante tradicional, sin tener ninguna de sus "virtudes": estabilidad orgánica, ciertas normas morales, leyes que funcionan, etcétera.

9. Como sabemos, las raíces sociales de la nueva oligarquía parasitaria están implantadas en sectores populares, como herencia de la revolución social de los años ochenta; por lo tanto, goza de su apoyo activo, o por lo menos de su tolerancia.

10. En el futuro inmediato, el régimen enfrentará conflictos internos con el incremento de la contracción económica y sus negativos efectos sociales, y, de esta contradicción, se descompondrán también sus propias filas. Es decir, la organización política del régimen se desarreglará más y más, a medida que la recesión se profundice, y, en la misma medida, el régimen recurrirá a las herramientas políticas que tiene a mano: los partidos comparsas y las bandas armadas.

11. La crisis sociopolítica revela con notable claridad que el régimen Ortega-Murillo utiliza diferentes herramientas políticas. Los partidos comparsas es una de sus herramientas, los paramilitares es otra. Los ponen en movimiento de acuerdo a sus necesidades, algunas veces contraponiéndolos unos a otros; otras veces combinándolos. Luchar contra la dictadura aliándose a los partidos comparsas, es lo mismo que hacerle el juego a la dictadura.

12. Para Ortega-Murillo la política interna está relacionada con la política internacional. Para ellos, la lucha por la preservación del poder pasa por la derrota de las fuerzas sociopolíticas internas, con el objetivo de disminuir la presión internacional.

13. Por lo tanto, los problemas políticos internos los quieren resolver con el accionar de las bandas armadas y con la neutralización de la Alianza Cívica en las negociaciones. Por eso trabajan, de manera ininterrumpida e infatigable, en ambas direcciones.

14. El ejército es la quintaesencia de un régimen, no porque exprese las "mejores cualidades", sino porque refleja más sus tendencias positivas y negativas con respecto a la sociedad. Cuando las contradicciones y el antagonismo del régimen llegan a agudizarse de un modo determinado, éstos comienzan a minar al ejército -el órgano más disciplinado del régimen- y a fisurarlo por las contradicciones internas, siendo esto un claro indicio de la intolerable crisis de la sociedad misma.

15. Desde el momento en que el régimen logró aplastar toda manifestación pública de los ciudadanos por el accionar de los paramilitares, parapoliciales y las bandas armadas con la "neutralidad" cómplice del ejército, Ortega logró transformar al ejército en un instrumento de su propio dominio. El ejército ha sido transformado en un instrumento de defensa de los privilegios de la nomenclatura.

16. Sin embargo, las cosas no se detuvieron ahí. La lucha entre la estrecha camarilla militar pro-Ortega y los militares con mayor independencia, autoridad y talento, dedicados a los intereses genuinos de la institución castrense y el respeto de las leyes, condujo a la decapitación de los militares democráticos y no incondicionales a Ortega. Es decir, el régimen, por mantenerse en el poder, subordinó a la policía y degradó al ejército.

17. La nomenclatura en el poder, comenzando por Ortega, se ha depravado a través de la impunidad, la falta de control, la corrupción y la represión. En sus discursos encontramos, a cada paso, no solamente contradicciones políticas sino también deformaciones de los hechos, por no hablar de las mentiras, de la superficialidad y de las repeticiones. El régimen entró, definitivamente, en una etapa de descomposición y decadencia.

18. En el curso de los últimos años, Ortega ha llegado a ser, en el sentido absoluto, el "capo supremo" de la nomenclatura parasitaria gubernamental. No permite el más ligero disenso interno porque no es capaz de defender su política con un solo argumento convincente. Está obligado a estrangular desde su nacimiento cualquier desacuerdo dirigido contra su despotismo, su nepotismo y sus privilegios, y a proclamar que cualquier desacuerdo es traición y falsedad.

19. La agudización de la recesión económica y la presión internacional pueden crear las condiciones para que el régimen y los poderes fácticos lleguen a un arreglo de cualquier tipo entre ellos; aprobando leyes especiales, más toda clase de medidas y toda clase de censuras "democráticas" para asegurar el pacto.

20. La actual estructura política del régimen dictatorial no va a entregar el poder, hay que quitárselo. Para evitar la catástrofe social y económica hay que estrangular políticamente al régimen. Cualquier otro método será una ficción, una ilusión, una mentira.

21. No se puede escapar de las trágicas situaciones históricas por medio de triquiñuelas, frases huecas o piadosas mentiras.

 

(*) Dora María Téllez, Henry Ruiz, Luis Carrión, Mónica Baltodano, Oscar René Vargas fueron comandantes sandinistas.

Fuente: Varias


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