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La izquierda que se necesita

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Por Esteban Valenti (*)

Lo primero, se necesitan  varias izquierdas, con orígenes diferentes y posiciones diversas, que acepten esas diferencias como un capital de riqueza cultural y política y que sean capaces de ponerlas al servicio de un Proyecto Nacional. Y sobre todo que no las una el espanto, es decir la desesperación por el poder y poco más.

Partiendo de esta definición inicial hay dos límites bien claros, estas son mis opiniones, abiertas a la confrontación, a la discusión y no limitadas por el cerco del poder del 4to. gobierno, como la referencia excluyente.

Esa definición original del reconocimiento de diversas izquierdas, fue la clave para el nacimiento y la existencia del Frente Amplio, cuando eso comenzó a angostarse y a atrofiarse por la debilidad ideológico-política y la creciente hambre de poder, comenzó la actual crisis del Frente Amplio. Y el FA está en crisis, que ya no puede encubrir en una supuesta crisis de todo el sistema político. Las recientes elecciones internas lo demostraron.

¿Cuál debería ser el punto de referencia de las izquierdas en el Uruguay? ¿Su disputa por la supremacía interna? ¿La supuesta radicalidad de sus posiciones? ¿La copia o las referencias fundamentales en otras experiencias nacionales? ¿Un discurso, un relato teórico completo, acabado, total?

La referencia fundamental, como lo indica la propia historia de la izquierda en Uruguay y en muchos países, debe ser la gente, el pueblo, el bloque social y cultural que puede y debe promover, encabezar y realizar los cambios estructurales hacia una mayor justicia social, más libertades y mejores derechos y obligaciones y en síntesis en la construcción permanente de un Proyecto Nacional en el marco del actual momento global.

Para ello hay que definir con la mayor precisión posible cual debería ser la integración de ese bloque social y cultural que debería ser la base del apoyo político para las izquierdas. Para definirlo no podemos reducirnos a categorías antigüas y superadas por la realidad que nos evitan pensar, interrogarnos, afrontar las nuevas tendencias y problemas globales y nacionales.

El bloque socio-cultural que sea la base para el proceso político naturalmente tiene que considerar en primer lugar a los más débiles y postergados -para eso somos de izquierda- y no solo a nivel social sino a todos los niveles, las mujeres que todavía no alcanzaron la plena igualdad y son una materia pendiente de la revolución social y cultural en este mundo; los niños, ese 20% de niños que se han quedado del otro lado de la pobreza y la fractura social y que no votan, pero son la clave de una sensibilidad y de una visión de la justicia que es clave para la actualidad y el futuro; los trabajadores, en particular los más vulnerables, pero también el resto de los que hacen -en serio- del trabajo la clave de sus vidas y de su identidad (no los lumpen, disfrazados de cualquier manera); los intelectuales, profesionales, docentes, investigadores sean o no sean de izquierda, como categoría clave para darle espesor cultural y proyección al Proyecto Nacional; los empresarios nacionales, de la ciudad y del campo y en primer lugar los micro, pequeños y medianos empresarios, no solo por su papel económico y social (ocupan a la inmensa mayoría de los trabajadores del sector privado), sino como factor cultural de los que arriesgan, de los que aportan trabajo y capital al desarrollo del país. Sin ellos no hay Proyecto posible. Los comunicadores nacionales, no por sus posiciones políticas, sino por su aporte profesional a la cultura y a la democracia.

Con un subrayado, los productores rurales son y seguirán siendo una de las claves del desarrollo del país y su crecimiento, como parte de una cadena productiva cada día más compleja y que no puede acariciarse un día y castigarla al otro, es parte insustituible de un Proyecto nacional.

En todos los casos no se trata de sumar porotos, garbanzos, sino de un complejo proceso de participación y de contradicciones dentro del propio bloque social y cultural, que obligatoriamente existirá y debe ser la levadura de su permanente cambio, de su constante crítica y autocrítica sobre el destino nacional.

Hay un sector que es polémico desde su misma mención, la burocracia nacional, que es enorme, es el sector laboral, numéricamente más grande: más de 300 mil personas, y que no podemos ni desconocerlo, ni despreciarlo, pero tampoco sumarlo acríticamente. Se necesitan, pero en un bloque de cambios, deben producirse importantísimos cambios culturales, de compromiso, de transformaciones, de compromiso como servidores públicos, de calificación en sus funciones. Debe ser muy diferente a la suma de corporaciones actuales. Incluyo especialmente a los docentes y a las fuerzas de seguridad y militares. Que han sido uno de los mayores fracasos de los gobiernos del FA. No alcanza la plata y aumentarles el poder de veto y de bloqueo, hace falta referir una verdadera y profunda reforma del Estado para integrarlos como un factor fundamental al servicio de los ciudadanos y no de ellos mismos.

La categoría del bloque político-social de los cambios se ha ido transformando en algunos,  en la suma de votos cada cinco años, o a lo sumo en el "gobierno en disputa", y ese es un gravísimo error. No hay ninguna,  ni la más remota posibilidad de cambiar una sociedad sin el protagonismo activo y comprometido de la gente, en la política, en la sociedad, en las diversas batallas culturales necesarias para mejorar la calidad democrática, la solidaridad y la fraternidad. Esos cambios no se hacen por leyes y decretos, se construyen con la gente, esa que cada día está más lejos de este gobierno y de este Frente Amplio.

Una izquierda para estos tiempos no puede quedar atrapada en el falso esquema que la única contradicción en cuanto a la propiedad de los medios de producción y de cambio es el Estado o la propiedad privada. Estas dos formas deben coexistir adecuadamente y con el debido balance, pero hay que dedicarle especial atención a las formas cooperativas y sociales de propiedad. En el mundo y en el Uruguay hay buenas, regulares y malas experiencias, pero estas nuevas formas de propiedad son claves para un Proyecto nacional progresista. Y no hay que confundirlas con darle plata a proyectos empresariales fracasados y condenados al fracaso, sino a una nueva concepción y una política integral, que incluya la capacitación, el acceso a las finan zas y el apoyo para llegar a los mercados y sobre todo el impulso más avanzado en el uso de tecnologías y de la gerencia.

Para proponerse reconstruir ese bloque social y cultural y darle expresión política hace falta que las izquierdas tengan capacidad de elaborar un proyecto de un nuevo salto, más profundo, más sostenible, más democrático, sin prepotencia y más justo y eso requiere mucho más estudio y elaboración teórica y política; más rigor, más y mejores lazos permanentes con los diversos sectores sociales y culturales y no aceptar que nadie, ninguna corporación nos imponga su reformismo, sus limitados horizontes sociales y programáticos, donde lo excluyentes es mantener las condiciones en el Estado y aumentar los salarios y las prebendas sindicales o patronales.

Hacen falta cuadros, militantes, dirigentes, gobernantes a todos los niveles, mujeres y hombres con paridad de condiciones y derechos que se ganen sus puestos en base a capacidad, a estudio, a sacrificio a una mística del trabajo y el esfuerzo, del sacrificio y la decencia y del estudio y la capacitación y no de los arreglos sectoriales para repartirse los cargos existentes o crearlos especialmente para ocuparlos.

Y reitero, cuadros, gente capaz. Y las izquierdas, en los últimos años, amparados en trágicas subestimaciones de los intelectuales, los profesionales de parte de algunos de sus principales dirigentes han decaído como nunca antes en la historia en sus cuadros y sus capacidades. Al punto que ya no tenemos capacidad de sustituir la larga y rica lista de dirigentes de nivel que supimos tener. Ahora la renovación es de apellidos y de edades y con gran esfuerzo ampliando a las mujeres, pero con los mismos criterios para ellas. Ver últimos ejemplos de designaciones.

Nada de esto se producirá de forma espontánea, simplemente dándole vuelta a la noria del poder y esperando que derrame.

Las izquierdas necesitamos de formas organizativas que rompan el cerco que nosotros mismos nos hemos impuesto, el del poder. Organizaciones democráticas, conectadas de manera permanente a la sociedad civil y cultural, utilizando todos los medios de contacto y comunicación disponibles, pero sin abandonar el protagonismo central de la gente, sin pirámides burocráticas que se hacen más resecas y opresivas en la medida que pierden participación y representación. La organización política para las izquierdas, su creatividad en las formas es parte de la renovación ideológica y cultural permanente. Debería ser una de las grandes diferencias con la derecha.

Y debería ser la suma de las diferentes formas organizativas que cada izquierda quiera aplicar y ensayar y no un molde impuesto por un dogal de hierro de viejos y superados estatutos, elaborados hace 40 años.

Necesitamos izquierdas renovadas que no se laven las manos del pasado con el cuento de construir el futuro. Y menos aún que construyan relatos sobre la mentira. Esa actitud ante histórica es la negación primaria de la condición de izquierda. Tenemos una larga historia global y nacional y la debemos asumir con la búsqueda y la dificultosa de la verdad en los relatos, de los hechos, de los procesos, de los aciertos -que han sido muchos-  y de los errores y horrores que han sido graves. Para tener una mirada histórica, sobre nuestro país, donde tenemos tanto que aprender, debemos tenerla con nosotros mismos y para ello hace falta saber utilizar la gran herramienta del progreso y el cambio, la crítica y la autocrítica. Esa herramienta indivisible y fundamental, la actual izquierda la fue perdiendo en la maraña en el poder.

Tenemos que mirar el futuro con un profundo realismo y rigor. El Uruguay tiene las bases para ser un país desarrollado, con un nivel de justicia social y distribución de la riqueza y de las oportunidades muy superior al actual, con una calidad material y espiritual de vida de su población mucho más libre, profunda y justa, todas metas de las que estamos lejos.

Las izquierdas deben mirar las posibilidades con un nuevo espíritu de rebeldía y de audacia, pero también de realismo. ¿Queremos revolucionar el mundo? Hoy quiere decir cosas pendientes y cosas que se nos vienen encima aceleradamente: la paridad total de mujeres y hombres, no en las caricaturas de cierto lenguaje, sino en la realidad de la vida económica, política, social y cultural. En los cambios en el mundo del trabajo y junto con ello de la renta para asegurarle a todos medios dignos de vida; en las nuevas tecnologías, biotecnologías y su moral, sus posibilidades y sus peligros; en el medio ambiente que no es ya una comezón de especialistas, sino un problema de supervivencia de la vida animada sobre la Tierra y de freno a los apetitos insaciables de un sistema de acumulación ilimitado de riqueza en cada vez menos manos; los refugiados, los más de 65 millones de refugiados que crecen todos los días y que son hoy la parte más honda y oscura de la injusticia global.

La propia reconstrucción de un pensamiento de izquierda, con bases sólidas, creativas, audaces, profundas en sus bases teóricas, de estudio y elaboración, sería un aporte a la cultura de nuestra época y obligaría a otros a sus propias elaboraciones.

¿Es posible hacer tantas cosas juntas? No lo sé. Lo digo desde el fondo del razonamiento y del alma, pero vaya si lo necesitamos.

(*) Periodista, escritor, director de UYPRESS y BITACORA. Uruguay

PD. ¿El Frente Amplio se está radicalizando o girando hacia la izquierda? La próxima columna.


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