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Modos de Trump

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Por James Butler (*)

Protestar contra la visita de Estado de Donald Trump al Reino Unido es, en primer lugar, un acto de higiene política elemental: el rechazo del respaldo del ansioso servilismo del gobierno británico a los Estados Unidos, el rechazo de la política del presidente y de sus diversos aliados globales.

Trump provoca una curiosa mezcla de fascinación y repulsión, sin embargo, y las razones para protestar rebasan el  rechazo del actual gobierno norteamericano hasta llegar a la sensación de que Trump presagia una manera nueva y peligrosa de hacer política.

Trump no es el primer presidente en ser recibido por aquí de este modo: tanto Reagan como Bush junior se encontraron con protestas significativas cuando vinieron a Gran Bretaña, pero tanto la proliferación nuclear como la conflagración en Irak implicaba a Gran Bretaña como fiable y leal perrito faldero de Washington. Nada de esa culpabilidad tan evidente vincula al gobierno británico con Trump, pese a la entusiasta humillación transatlántica de May a los pocos días de su toma de posesión presidencial.. Persisten los temores de que un gobierno "tory" posterior al Brexit venderá el NHS a los buitres norteamericanos de los seguros e inundarás [los supermercados] Asda de pollos clorados. Alguna gente apunta a nebulosos lazos entre Rusia, Trump y el Brexit, quizás sacando algún consuelo de la noción de que todos nuestros males sociales hunden sus raíces en el pérfido Kremlin.

No faltan razones concretas para ponerle objeciones a Trump: la prohibición musulmana, la separación de los niños de sus padres en la frontera, la afirmación de que había 'gente estupenda' entre los fascistas de Charlottesville; el ataque indiscriminado a los científicos del cambio climático y el destripamiento de la EPA [la Agencia de Protección Medioambiental, EnvironmentalProtecction Agency], el ataque a los derechos reproductivos de las mujeres, el crescendo gradual de los tambores de guerra con Irán. Añádase a esa lista incompleta: las mentiras cotidianas, la monomanía por  Twitter, una ignorancia y vulgaridad que aturden la mente, el evidente encaprichamiento con hombres fuertes y su desagrado por la rendición de cuentas democrática, los timos y los toqueteos, el enriquecimiento añadido de una familia, la suya, grotescamente sin cualificaciones, la sensación, finalmente, de que el nauseabundo ello norteamericano, alimentado con una dieta de conspiración a lo Fox News y Twitter, hoy lloriquea y echa chispas tras la mesa de despacho del Resolute. [barco decimonónico británico de cuya madera se hizo el escritorio presidencial del Despacho Oval de la Casa Blanca].  

Quienes se oponen a Trump piensan a menudo que esas listas hablan por sí mismos, como si la letanía generase su propia argumentación: pero también produce entumecimiento, parálisis o resignación. Me preocupé de separar las prioridades políticas del gobierno de Trump de las infracciones personales del hombre, pero a menudo unas interfieren con las otras, como si implicar que vulgarización y desmitificación de Trump de la presidencia fuera de algún modo equivalente a encerrar en jaulas a niños pequeños. La presidencia ya se ha visto configurada y expresada a través de la personalidad de su titular, pero a Trump le gustaría demoler por completo la distinción entre el hombre y el cargo. No puede concebir la política en otros términos que no sean los de la lealtad personal. Este elemento personal, combinado con su inclinación al autoritarismo, su racismo y su apertura a la "alt-right" [la nueva ultraderecha norteamericana], lleva a políticos y pensadores de la izquierda a ver paralelismos con los fascistas del siglo XX, aunque la mayoría duda a la hora de hacer directamente esa analogía. 

En los bastiones del liberalismo norteamericano, el temor a Trump se concentra en inquietud por su supuesta erosión de normas democráticas. En la versión más destilada de esta visión, los elementos políticos específicos de la presidencia de Trump - el racismo, el anti-medioambientalismo, la hostilidad a las instituciones internacionales - desaparecen, a medida que se vuelve sintomático de una amenaza más fundamental, pero curiosamente apolítica, llamada a veces 'polarización', a veces 'extremismo'. No es difícil, mutatis mutandis, ver el mismo análisis reutilizado contra un futuro presidente por parte de un movimiento de izquierda. 

Se pueden tener dudas a la hora de alistarse en la batalla liberal en favor del status quo ante, y encresparse con fáciles analogías históricas, pero también reconocemos lo que resulta novedoso y peligroso de Trump. Su estilo político no es fascista, sino - como habría dicho Weber - patrimonial: de aquí su énfasis en la lealtad, el enriquecimiento familiar y las recompensas a sus vasallos. Considera las instituciones internacionales con ojos semejantes para recompensar y ofrecer vasallaje,  expresando alegremente cosas que sus predecesores han dejado discretamente sin decir acerca de la política de la OTAN, o las prioridades comerciales norteamericanas. A veces esto entra en abierto conflicto con la burocracia del Estado norteamericano; a veces encaja en su molde ya oligárquico. Luego está su ubicuidad mediática, su estrategia de comunicación directa con su base por medio de mítines y Twitter, y su alegre disposición a romper tabús, atacando políticos y empresarios, o a intimidar a potenciales testigos de investigaciones del Congreso.

Y sin embargo, su éxito electoral depende no solo de la más convencional de las instituciones norteamericanas - el Colegio Electoral - sino de la labor a más largo plazo del Partido Republicano, de la 'Estrategia Sureña' en adelante, de reconfigurar sectores del electorado norteamericano hacia formas de anti-solidaridad atomizada, patriarcado fundamentalista, resentimiento racial y odio injurioso a los fragmentarios restos del  New Deal y la Gran Sociedad. Los departamentos gubernamentales que no se han entregado a los maníacos leales a Trump los dirigen los funcionarios republicanos habituales, la mayor parte de la burocracia del Estado continúa inalterada por debajo de la red patrimonial bajo su red patrimonial, y su brazo militar más autónomo que nunca con un presidente impresionado por su oropel y potencia de fuego.

Lo que hace tan volátil  la presidencia de Trump es su alternancia entre modos diferentes, a veces contradictorios, de 'hacer' política, que se mantienen unidos por la fuerza de su personalidad y el uso del espectáculo mediático. Fórmulas semejantes se aplican a los demás líderes a los que a menudo se agrupa con él: Erdogan, Orbán, Salvini, Modi.

Si hace falta que los adversarios de Trump defiendan virtudes democráticas tales como la deliberación, la separación de poderes, y elecciones libres y justas, hace también falta reconocer sus imperfecciones en la práctica y apelar a su reforma. La insistencia de Trump en reconocer, a través de su deformado sentido del victimismo norteamericano, las dimensiones políticas de instituciones internacionales como la OTAN y la OMC, el poder político de los medios y las empresas, y la naturaleza politizada de instituciones tales como la judicatura norteamericana, debería representar un regalo para la izquierda. Al decir en voz alta lo que los políticos tienden a decir quedamente,  Trump le ofrece a un adversario izquierdista la oportunidad de sacar a colación lo que normalmente resulta tabú en la vida política, y desafiar las afirmaciones de la tecnocracia 'apolítica'. El anti-trumpismo puede oscilar demasiado fácilmente entre el reconocimiento del problema sistémico y la añoranza por restablecer el silencio del tabú.  

Para los que se manifiesten en Londres, hacer frente a Trump puede significar reconocer que esta mezcla de populismo, nihilismo y reacción también se encuentra presente en el Pasrtido Conservador (Boris Johnson, el favorito para substituir a TheresaMay como dirigente, representa su avatar). Puede significar reconocer las semejanzas entre el lanzar lemas de campaña de Trump y nuestro actual ejercicio de autoengaño imperial. Quizás las multitudes de la Plaza de Trafalgar hoy contribuyan también a erosionar una perniciosa norma: que por ruin o corrupto, por muy retrógrado políticamente que sea un presidente norteamericano, Gran Bretaña siempre le pondrá a los pies la alfombra roja, calculando que las ventajas comerciales o la pertenencia a la fraternidad nuclear se imponen en cada ocasión a la dignidad política básica y a la decencia. A quienes consideran esto como inmutable axioma de la política británica, las protestas de hoy les dicen: basta ya.

 

(*) James Butler es colaborador de la London Review of Books y editor de Novara Media, una publicación independiente de izquierdas.

Fuente: The London Review of Books, 8 de junio de 2019

Traducción: Lucas Antón


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