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La mejor respuesta al porno es la educaciĆ³n sexual

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Por Raquel Hurtado López  (*)

Asistimos a la primera generación de pornonativos: jóvenes que han accedido a la pornografía antes que a sus propias experiencias sexuales.

En los últimos meses se ha disparado la preocupación respecto al consumo de pornografía en menores y, en este contexto, los medios de comunicación se hacen eco periódicamente de nuevas investigaciones cuyos resultados nutren la alarma social. De hecho, hace pocos días, la red Jóvenes e Inclusión y el Grupo GIFES de la Universidad Illes Balears daban a conocer un estudio que revela que el 70% de los y las jóvenes españoles ha visto porno en internet, al que se accede por primera vez aproximadamente a los 8 años y cuyo consumo se generaliza a los 14.

Por supuesto, no todos los niños y niñas que acceden a este tipo de páginas lo hacen de forma voluntaria. Teniendo en cuenta que aproximadamente un 10% del contenido online es pornográfico, no es de extrañar que más del 54% de chicos y chicas se haya topado con él sin querer. Otros sí acceden voluntariamente: para aprender "cómo se hace", para buscar palabras y términos muy concretos que han escuchado en el grupo de iguales o movidos por el deseo erótico cuando este aparece en la pubertad; utilizan el porno como una herramienta para excitarse o sentir placer.

Lo que ofrece el porno a quien se expone a su contenido es un modelo de sexualidad completamente tecnificado, como si se tratara de una receta con unos pasos universales que es posible dominar y que hay que seguir para que el plato final salga bien. El verdadero sentido de las relaciones eróticas, lejos de ser una secuencia de prácticas que discurren siempre en el mismo orden y de la misma manera, tiene que ver con los propios deseos, con lo que despierta nuestro placer y con el encuentro con quien nos atrae, sin que exista regla alguna más allá de la voluntad y el consentimiento.

También se perciben en el porno incontables normas respecto a los cuerpos de hombres y mujeres y, muy concretamente, en relación a sus genitales. Así como a los deseos de los y las protagonistas, que parecen estar programados para disfrutar exactamente de los mismos gestos y posturas. Esta normativización afecta a la duración de los encuentros y al tipo de prácticas que se muestran, la mayor parte de ellas muy llamativas y poco frecuentes en la vida real; a los roles de hombres y mujeres. A ellos se les otorga un papel dominante mientras ellas tienen un papel pasivo, y son objeto en numerosas ocasiones de cosificación y víctimas del ejercicio de poder o, incluso, de la fuerza.  

Como cualquier otro audiovisual de ficción, el porno tiene un efecto en quien lo consume. Pero no nos encontramos ante un producto cualquiera; de hecho, muchas veces ni siquiera se percibe como una ficción. Resulta importante tener en cuenta que, mientras en otros ámbitos tenemos una serie de ideas que nos permiten hacer una comparación entre la realidad y la ficción, con las cuestiones eróticas no ocurre lo mismo. Por poner un ejemplo, nuestra experiencia del mundo hace que no hayamos conocido a ninguna otra persona con la capacidad de volar, por lo que es fácil etiquetar como ficción el hecho de ver a alguien hacerlo en la pantalla de un cine. Sin embargo, lo habitual es no tener acceso a los encuentros eróticos de otras personas y contar únicamente con nuestra propia experiencia, lo que limita nuestro conocimiento sobre el tema.

Si a eso le sumamos el hecho de que existe una dificultad real para comunicar lo que nos gusta y lo que no en el marco de las relaciones, la cosa se complica. Si además, el acceso al porno se produce a una edad en la que no se cuenta con la capacidad para entender lo que ocurre en las escenas y, además, dicho contenido precede a cualquier experiencia erótica de la persona -consigo misma o con otras-, la representación se interpreta como real. Si en todos los vídeos sucede lo mismo, será que se hace así. Si en todas las imágenes se observa que las mujeres disfrutan haciendo tal o cual cosa, será que a las mujeres les gusta eso. O si en ellas los hombres se comportan de una manera determinada, quizás sea es la forma correcta de comportarse. 

Ya podemos hablar de una generación de pornonativos; jóvenes que han accedido al porno antes que a sus propias experiencias relacionadas con la sexualidad y la erótica. Cuando se integran los estereotipos que el porno ofrece, lo habitual es que traten de reproducirse. Así, cuando los y las jóvenes inician sus relaciones eróticas habiendo recibido, entre otros pocos, el "ejemplo" de esa pornografía que propone unos estándares casi inalcanzables tanto de belleza como de actividad sexual, la aceptación sin crítica del modelo puede dar lugar a todo tipo de dificultades. Esto podría derivar no solo en la imitación de determinados comportamientos, sino incluso en el miedo a las propias relaciones eróticas.

Lo lógico en este contexto es limitar el acceso al porno por debajo de una determinada edad, al igual que hacemos con los videojuegos o con otro tipo de películas. Aun así, resulta difícil ponerle puertas al campo de internet. Mientras, los gobiernos tratan de encontrar fórmulas que pasan por sancionar a aquellos portales que no establecen mecanismos adecuados de restricción o por la utilización de identificadores que no siempre garantizan la privacidad de las personas usuarias y las familias buscan otras barreras basadas en el control parental y en la limitación de contenidos.

Este esfuerzo convive con el hecho innegable de que de alguna forma hemos empujado a los y las jóvenes a que encuentren en el porno una fuente de aprendizaje sobre la sexualidad. En un contexto en el que no se habla sobre este tema, en el que se da por hecho que la sexualidad es algo tan natural que chicos y chicas han de aprender sobre ella por sí mismos y en el que, además, sabemos que la respuesta a cualquier pregunta puede encontrarse a golpe de clic, muchas veces ofrecemos dispositivos pero no herramientas para manejarlos. Acceso a tecnología capaz de abrir puertas a una información que no está basada en hechos reales, que incita al consumo y que conduce a unas actitudes negativas sobre la sexualidad.

Con todos estos enredos tecnológicos hemos olvidado lo más importante. Porque el centro del debate sobre el porno no es el porno; el centro del debate sobre el porno es la educación sexual. Se trata de adelantarnos a ese contenido y de hacer que no se convierta en la primera vía de acceso al conocimiento sobre la sexualidad y la erótica. De ofrecer unas "gafas" que posibiliten otra mirada al porno, en caso de llegar a él; una mirada más crítica, que permita diferenciar la realidad de esa ficción polarizada y poner en tela de juicio el contenido.

Esta educación sexual debe estar presente en la escuela y en la familia y puede entenderse como un espacio de enseñanza y aprendizaje -formal en el primer caso e informal en el segundo-, en el que se ofrece un marco teórico y una serie de herramientas dirigidas a que chicos y chicas sean capaces de resolver sus dudas y encontrar una explicación para aquello que les ocurre. Así como de tomar decisiones más libres y autónomas, prevenir riesgos y establecer relaciones más igualitarias y respetuosas.

La educación sexual proporciona, además, herramientas para filtrar y cribar la información que los y las jóvenes encuentran en internet. Los profesionales y las familias pueden ofrecer alternativas online que informen sobre sexualidad, partiendo de un verdadero interés sobre los contenidos que chicos y chicas consumen. También pueden acompañar la reflexión sobre determinados temas: cuestionar el interés por acceder a dichos contenidos, incidir en esa diferencia entre realidad y ficción, desmitificar los modelos de belleza y erótica vinculados al porno y reforzar la idea de que las relaciones eróticas tienen que ver con los deseos y no con las recetas. Para ello es necesario dedicar tiempo a conocerles y a acompañarles; a ofrecer temas de conversación e interesarse por sus opiniones; a tener siempre una puerta abierta e invitarles a cruzarla cuando lo necesiten; a ayudarles a desarrollar una actitud más crítica. En definitiva, a crecer.  

Actualmente, la educación sexual se encuentra fuera del currículum escolar formal y se realiza en forma de talleres puntuales y de duración muy escasa en algunos centros concretos, lo que impide abordar estos temas en profundidad. Hasta que la educación sexual no sea una realidad, dos horas de trabajo en el aula habrán de "combatir" la exposición de un joven o una joven durante horas y horas a contenido pornográfico al que haya podido tener acceso por su cuenta. 

Y si vamos un poco más allá, aunque el porno no existiese o no supusiese un problema, la educación sexual seguiría siendo necesaria. Porque es la única herramienta que nos permite adelantarnos a las preguntas y a las experiencias. La única que nos permite adelantarnos a las fuentes de información no fiables, que siempre van a estar presentes.  

 

(*) Raquel Hurtado López es psicóloga y sexóloga. Experta en educación sexual.


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