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Esa masacre detrás del actual pacto social chino

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Por Tommaso de Francesco (*)

El giro de Deng Xiaoping, -una acumulación basada en el mercado para luego lanzar los cimientos del socialismo chino-, se había materializado desde principios de la década de 1980 con la cancelación de los 60.000 municipios populares y el inicio de la distribución del trabajo en el campo sobre una base productivista y ya no igualitaria.

En la noche entre el 3 y el 4 de junio de 1989, el Ejército Popular Chino reprimió con la violencia de los tanques la protesta masiva que desde el 26 de abril y por iniciativa de los estudiantes que querían celebrar la muerte del ex secretario del Partido Comunista Hu Yaobang, se habían instalado y habían estado manifestándose durante semanas en la plaza de Tianannmen.

Fue un baño de sangre, el de los jóvenes estudiantes que habían comenzado la protesta, pero al final la mayoría de las víctimas fueron los trabajadores, las fuentes oficiales hablaron de 300 muertos, pero otras fuentes, tanto internas como externas, hablaron, de forma más veraz, de miles de muertos. Lo que realmente no podía soportar el nuevo liderazgo chino guiado por Deng Xiaoping, el modernizador pro-occidental que había regresado al poder a fines de la década de 1970 después de haber sido derrocado por el movimiento de la Revolución Cultural nacido contra la ocupación de parte del partido de toda la esfera política y contra la «vía capitalista de Deng», era la extensión de la protesta, ahora generalizada en todo el país y precedida, un mes antes, por la sangrienta revuelta de los trabajadores de Changsha.

Tianannmen será el catalizador, símbolo y detonador de esta protesta social. Desde ese momento, hasta el día de hoy, según las mismas fuentes oficiales chinas, las victimas han sido decenas y decenas de miles, como nuestra Angela Pascucci siempre ha recordado.

En 1989, la extensión y radicalidad de la movilización social cuestionó dos principios fundamentales del giro de Deng: por un lado, las modernizaciones (industria, agricultura, defensa, ciencia/tecnología) comenzaron con la expectativa de la innombrable «quinta» modernización, la de la democratización de la política y la sociedad sobre la que había insistido el movimiento del «Muro de la Democracia» ya en 1979, también aquel reprimido por Deng; y, por otro lado, la unidad del Partido Comunista Chino que cuestionó la gran movilización en curso. No se pudo imitar el cambio que Gorbachov, de visita en China justo a mediados mayo, representó en la URSS.

Los ojos de los medios de comunicación internacionales se limitaron a ver la representación en papel maché de la estatua de la libertad, la americana, erigida en Tianannmen por grupos de estudiantes y la pintura arrojada en un único retrato de Mao. Pero había algo más en la plaza. Además de las miles de imágenes de Mao y las banderas rojas, había trabajadores, campesinos inmigrantes, mujeres..., el ágora, la práctica de la democracia para los sujetos golpeados por las reformas de Dengh.

Esta era la total representación del descontento de la nueva China, devastada por un modelo distorsionado que desde principios de la década de 1980 Deng puso en marcha junto con la dirección del partido guiado entonces por Zhao Ziyang, que luego se opondría a la represión de la protesta.

El giro de Deng Xiaoping, una acumulación basada en el mercado para comenzar entonces las bases del socialismo chino, se había materializado desde principios de los años 80 con el cierre de los 60,000 municipios populares y el inicio de la distribución del trabajo en el campo sobre una base productivista que ya no era igualitaria; con el sistema de doble precio, con los mínimos bajo control estatal en lugar del control del mercado de materias primas (antesala de un vasto sistema de corrupción); con, la introducción de «zonas económicas especiales» abiertas a inversiones capitalistas extranjeras; el inicio de las migraciones masivas del orden de cientos de millones de personas a las ciudades «especiales» disponibles para la sobreexplotación de las multinacionales, con el empobrecimiento de la gran China del interior, distorsionando el equilibrio existente entre el campo y la ciudad; la construcción de una nueva clase de súper ricos con la reducción a cero del «tazón de arroz de hierro», el bienestar mínimo pero igual para todos.

Las transformaciones sociales y las contradicciones que se derivarán de ello se refieren a la China de hoy, que se ha convertido en el único país verdaderamente capitalista en la faz del mundo, con ganancias y un alto PIB (un espejismo para Occidente) reinvertido. El pacto social actual en China se basa en la violencia «oculta» ejercida en aquellos días de principios de junio de 1989 en Tianannmen.

Es cierto que el modelo chino de transformación del «socialismo real», que podríamos llamar capitalismo de partido centrado solo en el crecimiento económico, no ha fracasado como la iniciativa de Michail Gorbachov en la URSS con la perestroika, la glasnost y el Congreso de los Diputados del Pueblo que tuvo como objetivo cambiar sólo la esfera política; pero el alto PIB alcanzado, el hiperproductivismo y ahora la siempre importante «Ruta de la Seda», que no compensan al nuevo liderazgo «armonioso» de Xi Jinping de los desastres causados por la destrucción del medio ambiente en China, con el abismo de la desigualdad rampante. y con la búsqueda espasmódica y competitiva de materias primas por el mundo.

La realidad china actual muestra los términos de un desarrollo que para poder existir debe dividir a 1.400 millones de seres humanos de manera desigual y debe destruir y robar los recursos energéticos. Nosotros, a partir de la masacre de Tianannmen, podemos preguntarnos: ¿a qué precio?

 

(*) Tommaso de Francesco, veterano periodista romano, es codirector desde 2014, junto a Norma Rangeri, del diario "il manifesto". Poeta epigramático y satírico, es también autor de novelas y cuentos y compilador de diversas antologías literarias.

Fuente: https://ilmanifesto.it/read-offline/373577/unesperienza-di-lotta-nel-diagramma-del-potere/pdf

Traducción: Ana Jorge


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