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Que le robamos a los uruguayos

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Por Esteban Valenti (*)

Hoy en día, la política se ha empobrecido de tal manera que muchas veces sus debates se podrían resolver con una calculadora, o una tajada de torta por televisión. Han desaparecido los conceptos, las ideas, la ideología es un vago recuerdo y la diferencia entre izquierda y derecha es cada día más pobre. Y falsa.

Las cifras vuelan de un lado a otro como lanzadas por catapultas. En la mayoría de las veces no son falsas. La deuda externa, el déficit fiscal, las pérdidas de ANCAP, el porcentaje de desocupados, grita la oposición y desde el oficialismo le contestan con el  crecimiento constante del PBI en estos 15 años, la reducción de la pobreza, los desastres de la crisis bancaria del 2002, los sueldos de los maestros y policías en el gobierno blanco y más y más. Y todas son cifras correctas, pero son solo un pobre y pálido reflejo de la realidad.

Si tuviéramos que contestar luego de 14 años y pico de gobiernos del Frente Amplio - y me incluyo en la obligación de buscar una respuesta - ¿Cuál es la pérdida principal que tenemos hoy los uruguayos? Yo, no contestaría con una cifra, aunque las principales cifras estén incorporadas en una respuesta más de fondo, más histórica y con mayor impacto en nuestras vidas.

Lo que le sustrajimos en estos últimos tiempos de gobiernos del FA a la gente, a partir de determinada altura del gobierno de Mujica y en este tercer gobierno, son las expectativas, las esperanzas. Es por eso que la gente vuelve a pensar en irse del país, que se cierran empresas de todo tamaño, que invertimos menos, que apostamos y nos jugamos mucho menos al país, incluso en la militancia política, que fue siempre un punto de fuerza alternativo en Uruguay.

Es por ello que los políticos y los sindicalistas estamos notoriamente desprestigiados, aunque la avalancha de publicidad lo quiera ocultar.

La decadencia del país tiene una gráfica que puede expresarse en el estado de ánimo de sus ciudadanos, desde que en los años 50 se resecó el ímpetu reformador y emprendedor y comenzó la lenta pero firme decadencia nacional. Desde que pasamos a ser un país diferente en la región, no solo por su nivel de desarrollo económico, educativo, cívico, social, artístico, edilicio y nos fuimos precipitando, primero en la paralización y luego en la decadencia.

Luego vino la peor crisis, la de nuestra democracia  y con la dictadura nos sumergimos en el mar de golpes de estado en toda la región, en los dolores de la tiranía, de las muertes, la tortura, las desapariciones y los miles y miles de presos y de la vida infame para millones de uruguayos. Fuimos barranca abajo. Y la gráfica marca un pico descendente pronunciado en todos los órdenes de la vida nacional.

A los doce años recuperamos la democracia  - a la uruguaya - con un plebiscito ganado a la dictadura y a pura política y un 1º. de marzo de 1985 todo el país se llenó de energías positivas y de expectativas. Nos duró poco, en lo material y sobre todo en el alma. El desperdicio del espíritu de concertación nacional, la continuidad casi la misma política económica y la impunidad, los pactos diversos con los militares dictadores nos arruinaron la fiesta y las esperanzas y nos volvieron al país gris, aunque ya no estaban los verdes.

Y comenzó nuevamente el descenso, con una diferencia fundamental en relación a la región, ninguna fuerza civil y política intentó la venganza o nuevas aventuras armadas, nos sometimos plenamente a la Constitución y a las leyes. Pero volvimos al grisor, al lento avance de la desesperanza y un día se nos abrió la tierra bajo los pies y atenazados entre la crisis de Brasil y de Argentina entramos en picada. Ah, y con la aftosa como propina...

De nuevo, un 1º. de marzo del 2005 rompimos el dominio de 170 años de gobiernos colorados, con pocas interrupciones blancas y algunos golpes cívico militares y, la izquierda, el Frente Amplio ganó el gobierno nacional y luego de cinco años de ejercer el poder ejecutivo y tener mayoría absoluta en el legislativo me preguntarán ¿cuál fue el principal logro del primer gobierno que tuvo un altísimo nivel de apoyo y fue un buen gobierno? No tendría la menor duda en responder: rompimos el ciclo de la decadencia y los uruguayos nos devolvimos las expectativas, las esperanzas y el empuje. Fue una gran obra colectiva, el triunfo político y cultural más importante.

Lo hicimos en base a mejorar todos los datos económicos y sociales, pero también a que recuperamos el sentido de pertenencia a un Proyecto Nacional, no a un "modelo", sino a un conjunto de rasgos y empujes políticos, institucionales, culturales, sociales, productivos y sobre todo anímicos. Volvimos a empujar con fuerza y con tenacidad y a sentir que "nada podemos esperar si no es de nosotros mismos".

El llanto, el lamento, las huidas en todas direcciones, las quejas permanentes, la diáspora, las explicaciones a cualquier costo en lugar de las acciones, fueron derrotadas y volvimos a creer que el Uruguay era no solo posible, sino que teníamos un horizonte de progreso, de mejor nivel y calidad de vida y que nuestro papel en el mundo era escalar posiciones y aportar a nosotros y a otros pueblos. Porque los países que progresan hacen un aporte invalorable a sus vecinos, a sus hermanos, en particular en el sur del planeta.

¿Y ahora? Todo ha cambiado. Limamos a fondo las expectativas, las confianzas, los entusiasmos, el empuje que traíamos que nos tendría que haber llevado a otro nivel de desarrollo en el plano material pero sobre todo moral, espiritual, anímico.

Y la decadencia empieza en el alma.

Basta conversar con la gente, mirar todas las encuestas, observar las campañas electorales, y los temas prioritarios en el intento de debate y podremos apreciar como lo más importante que le sustrajimos a los uruguayos no son pesos, ni dólares, son expectativas, ilusiones posibles y sueños, colectivos y sociales.

La violencia, la delincuencia creciente llenó las cárceles con más de 10 mil presos, ocupamos el segundo lugar de toda América Latina, por lo tanto tenemos muchas víctimas y muchos victimarios, pero nos hizo a todos más malos, más vengativos, más deseosos de que esto se termine de cualquier manera, porque no queremos estar todos en la lista de espera de la próxima rapiña o hurto o algo peor. Nos hizo más violentos.

Por aquella sabia frase de Kant: "La guerra es nefanda, porque hace más hombres malos que los que mata"

El otro día en uno de los participantes en un corte de la avenida 8 de octubre, protestando por la violencia y la inseguridad dijo algo terrible y muy cierto a un informativo: "ahora cuando un policía mata a un delincuente o los delincuentes se matan entre ellos, nos ponemos contentos. ¿En que nos estamos transformando?" ¿Hay algo que agregar?

La educación de baja calidad, con una deserción que nunca tuvimos a estos niveles y a pesar de haber invertido dinero como nunca en la educación pública, nos hizo más desiguales y con menos igualdad de oportunidades. Y eso además de hacernos más injustos, nos hizo peores, con prioridades individuales y familiares diversas a las mejores prioridades sociales y culturales que supo tener el Uruguay. Nos hizo más inhumanos, menos fraternos.

Y además afloraron las explicaciones fácilongas, cómodas y decadentes: todo es culpa del consumismo, como si todos tuviéramos que abrazar una doctrina de supuesto ascetismo y una moralina barata y anti histórica. Una subcultura del lumpenaje pobre y marginal opuesta o complementaria a otra subcultura supuestamente progresista o peor aún de izquierda, de emparejar todo hacia abajo. La madre de la decadencia. A lo sumo, para consolarnos nos comparamos con nuestros vecinos que están sin duda peor. Pobre consuelo, sería el colmo que nosotros también tuviéramos que optar entre un inútil de derecha y una banda de saqueadores del Estado y de su propia Patria.

Pero incluso en temas tan sensibles como la verdad y la justicia, es decir el reconocimiento irrenunciable e interminable de los derechos humanos, pasamos de generar expectativas de un nuevo tiempo de transparencia, verdad y plena vigencia de las leyes a esto. Es decir al entrevero entre el poder y la protección del peor pasado.

Y pasamos a ser neutrales-cómplices de las trágicas y corruptas dictaduras de Venezuela y Nicaragua y todavía invocando la paz y la neutralidad, olvidando nuestra propia historia reciente. ¿Quién puede construir esperanza, empujes y renovación sobre esos cimientos de barro?

Lo que le sustrajimos, lo que le robamos a los uruguayos, nos robamos, son aquellas ideas avanzadas, irrespetuosas y valientes que nos dieron identidad y nos precipitamos en transformarnos en una fuerza atada al poder, llena de funcionarios, buenos, medios y malos pero que se han transformado en la arrugada vela de nuestra navegación. Porque para hacer la plancha, no alcanza con explicar todo con un torrente de publicidad oficial de dudosa calidad e inteligencia, hace falta política y sensibilidad de calidad.

Incluso una parte importante de los que se quedaron con este gobierno y este Frente Amplio, lo hacen sin ningún entusiasmo, explicando todo por el mal menor. Si tienen dudas recorran las calles, busquen banderas, calcomanías y sobre todo militancia y entusiasmo.

(*) Periodista, escritor, militante político, director de Uypress y Bitácora. Uruguay.


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