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26-M: varias reflexiones y un consejo de mi psicólogo

Por Gerardo Tecé (*)

El nacionalismo, sea español o catalán, sólo necesita una bandera para movilizar a su electorado. La izquierda, en cambio, necesita alumbrar con claridad un lugar a donde llegar.

Hace cinco años, un partido surgido del 15-M protagonizaba la mayor hazaña electoral de la España bipartidista. De la nada, a irrumpir con cinco eurodiputados. De ahí, a hacer tambalearse el tablero político conquistando las alcaldías de las dos principales ciudades del país. Y del municipalismo, a plantarle cara al PSOE en la lucha por la izquierda vía sorpasso. ¿Recuerdan aquella palabra? Sorpasso. Como chapapote o aerolito, desapareció hace tiempo del vocabulario. Cinco años después, la fotografía de Los Herederos Del 15-M-Podemos-Lo Que Quede De Aquello Con Sus Distintos Nombres Y Peleas Internas, vuelve a producirse en la casilla de salida en la que los conocimos. Esta vez no con cinco, sino con seis eurodiputados y una larga historia de pérdidas y heridas que contar a los nietos. Como en aquel entonces, sin las alcaldías de Madrid y Barcelona. Como en aquel entonces, viendo muy de lejos la posibilidad de ser la primera fuerza de la izquierda. La política del cambio ha sido la gran derrotada el 26-M.

Un psicólogo me dijo una vez que la única forma de vencer los miedos era llenando de ilusión y ganas el espacio que los miedos ocupan. Un mes después del 28-A, la izquierda que celebraba haber derrotado al miedo, sigue sin llenar ese espacio. Como pronosticaba mi psicólogo, sin ilusión que ocupe el volumen desalojado, los miedos aparecieron de nuevo. Lo ha hecho en el peor de los lugares posibles, el corazón político del país. Esta historia real de despechos, traiciones, divisiones y cabezas cortadas no ha tenido -oh, sorpresa- un final feliz. Bran Stark ha sido devorado por la ultraderecha.

El nacionalismo, sea español o catalán, sólo necesita una bandera para movilizar a su electorado. La izquierda, en cambio, necesita alumbrar con claridad un lugar a donde llegar. Al parecer, los electores no han visto ese lugar al que llegar ni en Madrid ni en Barcelona. En Madrid por la escabechina interna. En Barcelona, porque la bandera en este caso era la libertad de los presos políticos. Difícil competir contra eso. Sanear la economía y orientar las ciudades hacia la política del bien común no ha sido suficiente.

Los grandes ganadores han sido quienes fueron víctimas de la llegada de la nueva política: PSOE y PP. El PSOE de Pedro Sánchez se consolida como partido hegemónico en España. Suyos son el Gobierno, la mayoría de las comunidades autónomas y ayuntamientos y la representación europea. Los editorialistas que dieron por muerto a Sánchez hace no tanto, durmieron anoche pensando en si dedicarse a otra cosa o ahogarse con la almohada. El PP, por su parte, llegaba a la cita electoral herido de gravedad. Tan mal estaba el paciente que cualquier alegría en la UVI sería recibida como una gran victoria. Y la alegría llegó en Madrid cuando las perspectivas no podían ser peores. Sus candidatos en la capital ni siquiera se habían puesto de acuerdo durante la campaña en si el tráfico de Madrid era algo a combatir o a presentar ante la UNESCO como patrimonio inmaterial. El New York Times alababa a la Carmena que había reducido la deuda heredada del PP a la mitad, mientras presentaba como un friki al candidato popular que le reclamaba a la alcaldesa que acudiera a procesiones. A pesar de todo, los dos líderes más dicharacheros de Barrio Génova, Díaz Ayuso y Martínez Almeida, gobernarán la Comunidad y el Ayuntamiento del corazón económico y social del país. Tendrán que hacerlo sentándose a firmar una nueva versión del Trifachito, en este caso la versión castiza. El AVE Madrid-Sevilla conectará los Gobiernos Trifachitos regionales y el PP tendrá que compatibilizar el llamarse moderado con los abrazos en público con los ultras. Un rato después de cerrarse las urnas, la cuenta de Vox en Twitter compartía una foto del Ayuntamiento de Madrid junto al lema fascista "Ya hemos pasao". Ni a PP ni a Ciudadanos parece importarles demasiado por no decir nada. La foto de Pablo Casado y Albert Rivera con la extrema derecha asegura una hegemonía socialista para largo. Jugando en el Estudiantes, Pedro Sánchez se tropezó al lanzar un triple y acabó cayendo por accidente en la marmita de la suerte eterna. Aún cuesta aceptar que, cuando uno busca voto útil en el diccionario, aparezca su cara.

Junto a los herederos del 15-M, el gran perdedor de la noche ha sido Ciudadanos. Ni adelantó al PP, ni tendrá opciones de gobernar ninguna institución importante. Es difícil que un partido que llegó para apuntalar a un PP en ruinas, sea percibido por la gente como arquitecto de nada. La cara de Rivera, tras conocerse el resultado del PP en Madrid, no era la de quien no distingue entre rojos y azules. Uno lo veía ante las cámaras gritando cinematográficamente al cuerpo teórico del partido -¡vamos!- y tenía que hacer un esfuerzo para no confundirse: no, no celebraba una victoria propia, sino el desalojo de la izquierda a costa de pactar con el franquismo y de regalarle Madrid a la rama con mayor tradición corrupta del PP. Cada uno es libre de venir a renovar como quiera.

De la quema de las ciudades del cambio se ha librado Cádiz. El ser periférico tiene a veces sus ventajas. Un alcalde anticapitalista se consolida como regidor de la ciudad que mantuvo en el poder a Teófila Martínez durante décadas. En una ciudad fuera del radar de la prensa nacional y alejada de los navajazos internos de la capital de España, el balance ciudadano se ha hecho en torno a la gestión. A algunos les vendría bien mirar al sur de vez en cuando.

El resultado del 26-M tendrá reflejo en las reuniones para configurar el Gobierno de España. La diferencia de fuerzas entre PSOE y Podemos es hoy mayor que hace una semana y en política todo se cobra. La sensación de hegemonía de las izquierdas con respecto al Trifachito, sin embargo, es hoy menor. Con estos dos vectores y sin elecciones a la vista, ya no quedan excusas ni tiempo que perder. La única opción de futuro que tiene la política del bien común es que PSOE y Podemos abandonen el cálculo personal y se pongan de acuerdo en cómo alumbrar un lugar mejor al que hacernos llegar, cómo llenar de ilusión ese espacio ganado al miedo. A día de hoy es un espacio vacío. Eso no es suficiente. Anoche, en Madrid, pudieron comprobarlo.

 

(*) Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto.


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