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Francia-Alemania, la herida que supura en Europa

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Por Enric Bonet (*)

Las relaciones entre Emmanuel Macron y Angela Merkel son cada vez más tensas. Pero el previsible final del bipartidismo europeo puede generar problemas nuevos.

Solo un cuarto de hora. Angela Merkel y Emmanuel Macron se reunieron en solitario durante este breve espacio de tiempo el pasado 29 de abril en Berlín. La canciller alemana y el presidente francés participaban en una cumbre "informal" sobre los Balcanes. Con la presencia de dirigentes de Serbia, Kosovo, Macedonia y Albania, el dúo franco-alemán debía tratar la situación en esta zona de Europa, epicentro de las principales tensiones geopolíticas en la historia reciente del viejo continente. Aunque el orden del día eran las disputas territoriales entre Belgrado y Pristina, la cita reflejó otro conflicto soterrado, pero cada vez más evidente: la pugna entre París y Berlín.

Últimamente Macron y Merkel no coinciden en casi nada. No están de acuerdo en la necesidad de integrar a nuevos países balcánicos en la Unión Europea, en la reforma de la zona euro, en cómo negociar el brexit, en la creación de impuestos especiales para los gigantes de Internet... Como señalaba el año pasado el periodista Rafael Poch en CTXT, la fractura entre Francia y Alemania es una de las cinco brechas del Titanic europeo, junto con la brecha entre el norte y el sur de Europa, el este y el oeste, la salida del Reino Unido de la UE y las tensiones regionales internas de los Estados.

Quizás no son nuevas, pero las diferencias entre París y Berlín se han acentuado en los últimos meses. "Alemania se encuentra probablemente al final de su modelo de crecimiento", aseguró Macron el pasado 25 de abril durante la comparecencia con la que concluyó su "gran debate nacional". "Supo aprovecharse de la zona euro haciendo las reformas en el momento adecuado pero las divergencias se han acentuado", reconoció en una de sus intervenciones más críticas con el modelo alemán, en la que afirmó que sus discrepancias con Merkel eran "fecundas".

De hecho, la rivalidad franco-alemana se ve acentuada por las elecciones europeas. Los intereses de la CDU de Merkel y de La República en Marcha (LREM) de Macron pueden confrontarse por la construcción de una nueva mayoría parlamentaria en Estrasburgo y la elección del futuro presidente de la Comisión Europea.

Las reticencias alemanas a reformar la zona euro

¿Cómo se ha esfumado el idilio entre Macron y Merkel? Antes de su victoria electoral, el dirigente centrista parecía un alumno ejemplar de la Europa alemana. Durante la campaña para las presidenciales, se desplazó dos veces a Berlín, donde fue recibido con todos los honores por el establishment teutón y la canciller. Era el candidato preferido por algunos altos dirigentes de la CDU, aunque los socios franceses de los conservadores alemanes fueron siempre Les Républicains, entonces liderados por François Fillon. Su programa prometía llevar a cabo reformas neoliberales ante las que sus predecesores se habían mostrado más dubitativos. La verdad es que Macron empezó a toda pastilla: reforma laboral, regalos fiscales a los más ricos valorados en más de 5.000 millones de euros, recortes en cuestiones tan sensibles como las ayudas para el alquiler o los empleos subvencionados para las asociaciones...

A cambio de ello, confiaba en convencer a los dirigentes alemanes sobre la necesidad de reformar la zona euro. En definitiva, liberalizar el igualitario modelo francés a cambio de corregir los profundos desequilibrios de la zona euro. Disminuir las desigualdades entre el centro y la periferia, entre el norte y el sur. Para ello, proponía crear un Parlamento para la zona euro, la figura de un ministro de Economía o un presupuesto específico para "impulsar la inversión pública en las zonas más desfavorecidas de la zona euro" y ayudar a los países en crisis.

Estas medidas interesantes se han confrontado, sin embargo, con las previsibles reticencias alemanas, reforzadas por la negativa de la mayoría de países del norte. "Una unión monetaria europea estable y próspera depende, por encima de todo, de economías nacionales sólidas y de la aplicación de políticas económicas sanas", defendieron los gobiernos de Holanda, Finlandia, Dinamarca, Irlanda, Letonia, Lituania y Suecia en una carta enviada a principios de mayo al presidente del Eurogrupo, Mario Centeno. Quizás hacen correr menos  tinta que el grupo de Visegrado (Europa oriental), pero el conocido como "frente hanseático" se ha convertido en el principal opositor a una reforma que equilibre la zona euro.

Tras dos años de mandato, el balance de Macron destaca por la ausencia de apoyos a nivel europeo. De las medidas contenidas en su famoso discurso de la Sorbona, en septiembre de 2017, solo ha logrado convencer a Merkel de una: impulsar un presupuesto para la zona euro. Este principio de acuerdo, alcanzado en junio del año pasado, se produjo a cambio de rebajar la ambición de esta medida. En realidad, se tratará de una simple partida del presupuesto de la UE, que tendrá como función principal apoyar a los Estados en la aplicación de reformas estructurales (ergo, neoliberales). Aunque se desconocen sus recursos exactos, estos serán probablemente inferiores a los 22.000 millones aconsejados por la Comisión Europea. Calderilla.

Los chalecos amarillos, un punto de inflexión

"Todas las propuestas del Gobierno francés para reformar la zona euro son las propias de un país de la Europa periférica que sufre la desindustrialización y que necesita una Europa más solidaria", explica el economista David Cayla, coautor de los libros La fin de l'UnionEuropéenne y 10 questions + 1 sur l'UnionEuropéenne. No obstante, según este profesor de la Universidad de Angers, "los dirigentes alemanes no tienen ningún interés en aceptar estas medidas, ni los de la CDU ni tampoco los socialdemócratas o los verdes".

De hecho, "Macron se esforzó en convencer a los dirigentes alemanes. Pero estos no reaccionan, ya que no sienten la necesidad de hacerlo, dado que les satisface el funcionamiento actual de la UE", explica la politóloga Claire Demesmay, especialista en asuntos europeos en el Instituto alemán de política extranjera en Berlín.

A los dirigentes alemanes no les faltan motivos para estar satisfechos. Gracias al euro, disponen de una moneda cuyo valor está devaluado en casi un 20% respecto a lo que le correspondería al marco, lo que favorece la competitividad de su economía. Según un estudio del Centro de Política Europea, un reputado thinktank alemán, la pertenencia  a la moneda única ha aportado casi 1,9 billones de euros al PIB alemán durante los últimos veinte años. En cambio, el PIB francés ha perdido 3,5 billones, es decir, unos 56.000 euros por habitante. Lo que ha convertido a Francia, Italia y Portugal (y en menor medida, España y Bélgica) en los principales perjudicados por el euro, según este estudio publicado en febrero.

Pese a unos intereses económicos contrapuestos, Macron se concentró en el eje franco-alemán. "Apostó por una estrategia diplomática muy poco original, la misma que usaron sus predecesores François Hollande y Nicolas Sarkozy. Ninguno de los últimos presidentes franceses se ha interesado realmente por la situación de los países del sur como Italia o España", lamenta Cayla. Del portazo a Macron surgieron las actuales discrepancias. En mayo del año pasado, el presidente francés ya denunció "el perpetuo fetichismo (de Alemania) con los excedentes presupuestarios, que se realizan a expensas de otros". Pocos meses más tarde, empezó a lanzar sus habituales pullas contra el Partido Popular europeo y, en concreto, contra su líder, el bávaro Manfred Weber, por su alianza con el ultraderechista ViktorOrbán.

En noviembre, surgió el movimiento de los "chalecos amarillos", que no solo cuestionó la viabilidad del proyecto neoliberal de Macron, sino que también le obligó a hacer sus primeras concesiones. Para frenar la indignación, el Gobierno francés tuvo que anunciar en diciembre una serie de medidas sociales, valoradas en 10.000 millones (a los que hay que sumar ahora 7.000 millones, tras los anuncios del "gran debate"). Para Berlín, esto fue como una patada en el estómago. No solo Francia superará este año la barrera del 3% de déficit, sino que "según las previsiones, ha renunciado a respetar los objetivos de equilibrio presupuestario hasta el final del mandato del joven presidente", afirma Cayla.

En busca de aliados en el Parlamento Europeo

El gobierno alemán percibió las concesiones a los "chalecos amarillos" "como una confirmación de las dificultades para aplicar reformas en Francia y que habían hecho bien en mostrarse prudentes ante la voluntad reformista de Macron", explica Demesmay. Y los conservadores alemanes se tomaron su revancha particular pocos meses después.

AnnegretKramp-Karrenbauer, la sucesora de Merkel al frente de la CDU, respondió con un "nein" a la mayoría de las propuestas realizadas por el dirigente centrista en su tribuna publicada a principios de marzo en periódicos de los 28 países miembros. No solo se opuso a la creación de un salario mínimo europeo y a una mejora de la solidaridad económica, sino que hizo dos propuestas provocativas: cuestionó la sede del Parlamento Europeo en Estrasburgo e insinuó a Francia que debería compartir con otros Estados europeos su puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU. Si aceptara algunas de estas medidas, Macron quizá se vería obligado a abandonar el Elíseo en helicóptero...

La respuesta de Kramp-Karrenbauer, según Cayla, representó "un bofetón para el presidente francés". Reflejaba el foso que separa París de Berlín en plena campaña para las europeas. Unas discrepancias que difícilmente desaparecerán la noche del 26 de mayo. El macronismo espera construir un nuevo bloque "progresista" que tenga un rol "central" en el Parlamento europeo. "Tenemos contactos frecuentes con partidos que forman parte de ALDE (grupo de los liberales europeos), pero también con otros partidos que no son miembros de este grupo", aseguró a finales de marzo la candidata macronistaNathalieLoiseau en una entrevista en Le Figaro.

La République en Marche no se puso las pilas con su política de alianzas hasta el mes de marzo, cuando designó a nueve embajadores. Estos se han dedicado, sobre todo, a desplazarse por países del este de Europa, pero también a Grecia y Portugal. Aunque intenten seducir tanto a formaciones de derechas como de izquierdas, sorprenden los escasos vínculos establecidos con otros partidos que no formen parte de ALDE. Se han reunido con representantes de Syriza, pero la izquierda radical griega no tiene ninguna intención de unirse al grupo de Macron, según confirmó recientemente al diario digital Mediapart. Tampoco ha logrado el apoyo del Partido Democrático italiano, que seguirá formando parte del grupo socialista. Salvo sorpresa mayúscula, el aliado de Macron en España será Ciudadanos.

 

Pese a estas dificultades para ensanchar su espacio, el bloque liberal-macronista probablemente tendrá un rol importante en el futuro Parlamento europeo. La decadencia del bipartidismo en Europa comportará probablemente que la suma de los eurodiputados populares y socialistas no alcance la mayoría absoluta, lo que les obligará a pactar con los partidos liberales y quizás también con otras fuerzas verdes o conservadoras.

De hecho, estas complejas mayorías parlamentarias dificultarán que se respete la lógica del spitzenkandidaten, establecida en 2014, que otorga la presidencia de la Comisión Europea al líder del grupo más votado. Según los sondeos, la formación más votada será el Partido Popular europeo. En circunstancias normales, el alemán Weber (delfín de Merkel en Bruselas) debería presidir la Comisión. Pero no resultaría ninguna sorpresa si finalmente este cargo es elegido por los jefes de Estado europeos, como en los viejos tiempos.

"Para Merkel no será fácil renunciar a la candidatura de Weber", apunta Demesmay. Sin embargo, sube en las quinielas el nombre de Michel Barnier, el responsable de la UE en las negociaciones del brexit, mucho más favorable a los intereses de Macron. Su nombramiento sería un gol a favor del presidente francés en su pugna con Merkel. "A cambio de ello, las autoridades alemanas podrían pedir la presidencia del Banco Central Europeo", explica esta politóloga. Mario Draghi abandonará su cargo el próximo 1 de noviembre y el presidente del Bundesbank, JensWeidmann, es uno de los favoritos, aunque su designación levanta suspicacias en Francia. La fractura entre París y Berlín no ha hecho más que empezar a supurar.


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