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Del cuartel a las urnas: militares y elecciones en América Latina

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Por Camila Vollenweider (*)

Los éxitos electorales de la ultraderecha son una significativa novedad en el contexto latinoamericano.

Durante todo el siglo XX el temor a la izquierda en el poder, el rechazo a la subversión del orden patrimonial y patriarcal, y la necesidad esgrimida de seguridad y eficiencia económica fueron algunas de las principales razones para que las élites -y parte importante de la sociedad- avalaran golpes militares si el Gobierno no se conseguía por medio del voto. En general, la corporación castrense actuó como brazo armado de intereses civiles (empresariales y financieros locales y foráneos) con los que coincidía ideológicamente. Sin embargo, pasados alrededor de 30 años del fin de las dictaduras del "Plan Cóndor", la ultraderecha participa y gana elecciones. Ahora, también, con candidatos provenientes de las Fuerzas Armadas.

¿Qué ha sucedido en estos treinta años para que América Latina asista a un protagonismo militar dentro de la lógica democrático-electoral? Una de las razones puede encontrarse en el creciente desencanto que las sociedades experimentan respecto de la clase política (y "los políticos") como conductora de los asuntos de interés público y de los vigentes sistemas democráticos como mecanismos adecuados de representación. Y la corporación militar también ha ido adquiriendo una sustantiva desconfianza sobre la utilidad de ambas cuestiones. Sin embargo, las últimas elecciones generales en la región han mostrado a los militares no sólo que la ultraderecha ha ido cooptando una parte del "sentido común", sino que acarrea votos. Y que no hace ya falta ni encerrarse en los cuarteles a la espera del llamado a imponer el orden por las armas ni que sus intereses estén representados por un civil.

Al final de cuentas, ha sido la política comandada por civiles -independientemente de sus signo ideológico- la que no ha podido mantener el orden: para la corporación castrense vivimos hace décadas un proceso de desorganización y anarquía que debe ser reconducido. Claramente, los gobiernos progresistas han desafiado las jerarquías sociales y morales caras para los conservadores, pero los de derecha, más afines, no han conseguido tampoco combatir los alarmantes niveles de inseguridad, la corrupción y sus deficientes desempeños en materia económica. Nadie mejor que los militares, autopercibidos -y cada vez más por la gente- como rectos, honrados y eficientes, para prometer orden social sin el estigma de los tanques en la calle.


¿Quiénes son?

Tal vez el caso más resonante es el de Jair Bolsonaro, recientemente electo presidente en el país más grande de Suramérica. El excapitán se formó en la Academia Militar Águilas Negras, en el Grupo de Artillería de Campaña (Mato Grosso do Sul) y perteneció a la Brigada de infantería paracaidista de Rio de Janeiro. Su compañero de fórmula y actual vicepresidente es Hamilton Mourão, general retirado del Ejército en 2018[1]. De los 20 ministros de su Gabinete, 7 son de origen militar y 5 de ellos tienen su oficina en el Palacio del Planalto, junto a la del presidente. Además, han nombrado a más de cien militares en puestos de segundo y tercer nivel jerárquico, muchos en lugares clave y que les ofrecen el control de diversas áreas y actividades del Gobierno. En su amplia mayoría se trata de militares retirados, en otros casos han sido licenciados para ocupar cargos en el Ejecutivo. Los ministros y las cabezas más visibles son militares recientemente retirados, con excepción del portavoz oficial, que es general en actividad[2].

En Paraguay llegó a la Presidencia en 2018 Mario Abdo Benítez, subteniente de Reserva de Aviación y paracaidista militar. A pesar de sus tibios intentos iniciales por despegarse de una tradición familiar ligada a la dictadura de Alfredo Stroessner -su padre, Mario Abdo fue su secretario privado-, "Marito" ha acabado sincerando su postura al evitar que el Gobierno conmemorase el 30 aniversario del fin de la dictadura más larga de Suramérica. A diferencia de Bolsonaro, quien mudó reiteradamente de partidos -muy pequeños todos ellos,- Abdo utilizó la maquinaria del histórico Partido Colorado para hacer su carrera política. De este modo, a pesar de su juventud y de un posible uso de su experiencia militar, el presidente paraguayo no alcanzó a presentarse ante la sociedad como el outsider de la renovación moral: su partido está indisolublemente unido a la imagen de corrupción y a un pasado dictatorial que aun no consigue presentar una versión novedosa con la cual capitalizar el descontento de la sociedad paraguaya.

De cara a los procesos electorales de 2019 han empezado, nuevamente, a surgir candidaturas del mismo origen: en Guatemala, el oficial del Ejército y actual diputado del Congreso de la República, Estuardo Galdámez, está posicionado como el sucesor del actual presidente, Jimmy Morales. Ambos políticos pertenecen al partido Frente de Convergencia Nacional, creado en 2008 por un grupo de miembros retirados del Ejército que componían la Asociación de Veteranos Militares de Guatemala. En Uruguay, el partido Cabildo Abierto, nombre con el que concurrirá a las elecciones el Movimiento Social Artiguista -agrupación en la que predomina el componente militar- llevará como candidato al excomandante en jefe del Ejército, Guido Manini Ríos.


¿Qué proponen?

El resurgimiento de políticos latinoamericanos de origen militar acompaña la renovación de ciclo en la región, basándose en un discurso extremista antiderechos, favorable la militarización de los países como fórmula conducente a la eliminación de la inseguridad y la corrupción.

Asumen propuestas asociadas al rearme de la sociedad: por ejemplo, Jair Bolsonaro abogó por la revocación del Estatuto del Desarme a fin de que los propietarios rurales tengan derecho a adquirir fusiles para evitar invasiones de campesinos despojados, muchos de ellos nucleados en el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra. Mario Abdo defiende la creación de una Policía Comunitaria en el marco de una política más amplia de Seguridad Democrática, que replica la implementada en Colombia por Álvaro Uribe en la década del 2000.

La militarización de la educación como alternativa para los jóvenes es una propuesta que defendió Guido Manini en su momento, proponiendo que los jóvenes que no estudien ni trabajen deberían incorporarse a las Fuerzas Armadas. Mario Abdo trató de llevar a la práctica una idea similar en los primeros meses de su Gobierno, dificultando la objeción de conciencia por medio de la cual muchos jóvenes evitan el servicio militar obligatorio en Paraguay. Además, Abdo hizo pública la llegada de su hijo, menor de edad, a las filas del Ejército en medio de las protestas de los jóvenes en Paraguay durante 2018.


Defienden una agenda antiderechos que cuestiona los avances logrados en periodos anteriores como, por ejemplo, las acciones afirmativas de las cuotas raciales en Brasil, frente a las cuales Bolsonaro ha sido ampliamente crítico. O se oponen a otorgar derechos a las personas LGBT, como el matrimonio entre personas del mismo sexo y la adopción de hijos por parte de parejas homosexuales. En el caso del candidato oficialista a la Presidencia de Guatemala, Estuardo Gáldamez, éste promueve el rechazo al derecho de las mujeres a abortar y se posiciona en contra del matrimonio entre parejas homosexuales.

Estos liderazgos, no solo se articulan en torno a las agendas antiderechos sino que, además, reflejan un origen común o un vínculo con los procesos dictatoriales que tuvieron lugar entre los años 70 y 90 del siglo XX en América Latina. Esta es la razón por la cual honran de diversas formas estos procesos cuyo resultado fue la violación sistemática de derechos humanos.

En Uruguay, Guido Manini, fue destituido de su cargo de comandante en jefe del Ejército después de sus declaraciones en contra del sistema de Justicia uruguayo, que adelanta procesos judiciales en contra de los militares que cometieron violaciones a los derechos humanos durante la dictadura. Su pertenencia a la Logia de los Tenientes de Artigas, que estuvo vinculada al proceso dictatorial que sufrió el país, refleja el origen de estas manifestaciones.


Por su parte Mario Abdo, quien en diferentes ocasiones ha defendido el Gobierno de facto de Alfredo Stroessner, si bien no participó de forma directa del proceso, pertenece a una de las familias vinculadas a la dictadura en Paraguay. La familia Abdo fue una de las que lucró económicamente del robo de tierras que tuvo lugar durante el proceso dictatorial.

Y Jair Bolsonaro, cuya principal fuente de apoyo fueron los militares retirados, unidos en el denominado Grupo de Brasilia, ha sido un defensor vehemente del proceso militar en Brasil, incluso celebrando el golpe militar que dio lugar al Gobierno de facto y reivindicando a los militares que participaron en las torturas que se dieron en los centros clandestinos de detención.

A modo de cierre

No deja de ser un avance civilizatorio que los militares busquen acceder al poder a través del voto popular y no llevar adelante una agenda ultraconservadora y neoliberal mediante golpes de Estado. Sin embargo, aunque la apertura del juego democrático a miembros de la corporación castrense sea demasiado reciente como para evaluar tendencias y resultados, lo cierto es que no deja de ser preocupante el retroceso en materia de derechos que ya se va avizorando, como en el caso de Brasil.

Todas las figuras mencionadas aquí promueven un ideario que ha ido calando en gran parte de la población proclive al voto de derechas: valores familiares tradicionales, combate a la corrupción y tolerancia cero con la delincuencia. Su origen castrense tiende a "despegarlos" de la desgastada imagen de la política y los políticos, aspectos a los que suelen atribuirse muchos de los malestares de la sociedad actual. Más que una añoranza de un pasado dictatorial, las caras electorales militares pretenden convencer al mayoritario votante civil de la posibilidad de un futuro de orden y regeneración moral, del cual serían los garantes.

Aunque el descontento creciente de brasileños y paraguayos con las actuales gestiones podría estar señalando que el componente militar de los gobiernos no alcanza a colmar expectativas de gestión, lo cierto es que se trata de un fenómeno demasiado reciente como para aventurar un próximo retorno a los cuarteles. ¿Estamos en el inicio de una militarización de las opciones electorales ultraconservadoras o sólo se trata de una breve "aventura corporativa" que coincide con ciertas demandas de cambio (conservador) en nuestras sociedades? Al final de cuentas, el retiro del cuerpo castrense y el desgaste consecuente de la gestión política pueden acabar situándolos dentro de aquel espectro social del que buscan diferenciarse.

Notas:

[1] https://www.emol.com/noticias/Internacional/2018/10/30/925688/Polemico-y...

[2] https://www.perfil.com/noticias/opinion/opinion-jair-bolsonaro-el-rol-de...

 

(*) Camila Vollenweider es historiadora y socióloga, miembro del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG) de Quito, Ecuador

Fuente:https://www.celag.org/del-cuartel-a-urnas-militares-elecciones-america-latina/


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