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Programas, programotes y programitas

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Por Esteban Valenti (*)

Época de elecciones y en Uruguay es sin duda alguna, la saga de los programas. Partido sin programa, y cuanto más grande mejor, no cumple con la exigencia mínima para presentarse con decoro ante la ciudadanía. No es eterno, tuvo sus inicios en los años 60. Hay tres que recuerdo, el del Frente Amplio de 1971, de la misma fecha fue "mi compromiso con usted" de Wilson Ferreira Aldunate e incluso el programa de Jorge Pacheco Areco.

Después de la dictadura se hicieron una obligación inexorable, incluso más allá del tamaño y las posibilidades de los partidos. Hasta que Vázquez en innumerables citas los transformó en referencia casi bíblica junto a la Constitución de la República.

Esta extraña, insólita y a veces bamboleante campaña electoral no es diferente. Estamos rodeados de programas, también con la asistencia de muchos periodistas y de analistas políticos que reclaman en sus entrevistas y comentarios la "obligatoriedad" de los textos escritos.

Se podría hacer varios concursos sobre cuantos técnicos y comisiones participaron en su elaboración; cuantas páginas se han llenado de soluciones, de caminos, de rayos luminosos para la patria y cuantos pocos ciudadanos tendrán la paciencia de leer los mamotretos.

Pero grandes expertos electorales orientales nos dirán que sin programa no hay campaña...

En realidad una buena campaña electoral tiene bastante poco que ver con los programotes o su versión media o diminutiva. Tienen que ver con otras cosas:

Primero con la capacidad de analizar, es decir seleccionar y entrelazar cuales son los principales problemas del país en ese determinado momento. Problemas, interrogantes materiales, económicos, productivos, sociales, culturales y también anímicos y espirituales. Los políticos o campañistas que no eligen e incorporan todo, demuestran que no tienen prioridades ni posibilidades de gobernar bien. Gobernar es elegir.

Segundo, elegidos ese grupo de problemas centrales, inexorables, que no surgen todos de las encuestas ni mucho menos, sino de la capacidad de proponer hacia el futuro, porque las elecciones se ganan primero y antes que nada hacia el futuro. Pero un futuro, creíble, serio, que se asiente en la trayectoria o en la brillantez de las ideas. Y no son problemas aislados, una suma de temas, es el desglose sintético y verdadero de las interrogantes que tiene el país en estos momentos y que actúan unos sobre otros. Luego vienen las ideas, no las novedades, las genialidades, las "trovatas" que en muchos casos subestiman a los ciudadanos, sino la seriedad del razonamiento y de las propuestas.

Tercero, el conjunto entre el análisis y las propuestas y los compromisos construyen un discurso, un hilo conductor de comunicación con la gente, con la sociedad que transmita seriedad, serenidad, garantía de un rumbo y no de flotar en la corriente o contra la corriente.

Es discurso debe tener la solidez, la base argumental, el razonamiento pero también la emocionalidad necesaria. Incluso en un país tan racionalmente político como el Uruguay, hay siempre una base de emoción, de generar confianza y algo, al menos un poco de sentimientos. Este último aspecto es difícil, cada día más difícil, pero hay que esforzarse. Incluso desde el humor, que es un recurso muy importante en la construcción del discurso y de la comunicación.

A ello se agregan los factores humanos, el mejor discurso, el más elaborado, serio y sintético, está destinado a seres humanos, a electores que juzgan también y en primer lugar a los seres humanos que se proponen manejar su destino durante cinco años. Y no se trata de medir el largo del flequillo o la cantidad de dientes en la sonrisa, sino de que exista capacidad de conectarse, de crear o de tener naturalmente imagen de conducción, de capacidad de dirigir algo. Algo tan complejo como un gobierno y a través del gobierno darle rumbo a la nación.

Estas elecciones demuestran que no alcanza con las largas trayectorias, con el conocimiento forjado en décadas de hacer política, puede desembarcar un personaje insospechado o dos y hacer roncha. Para saber el tamaño de la roncha habrá que esperar al final del camino, las encuestas son simplemente la picazón, pero la irritación en serio del tejido político hay que verlo en la cancha. Por ahora uno de ellos hace mucho ruido, todos ayudan a su batifondo pero no llegó todavía la hora de los hornos.

Hay un aspecto que los entendidos deberían considerar, el novel desembarcado pesca, pero solo pesca dentro de la propia pecera azul y blanca, afuera poco y nada.

Hay otra componente que debe considerarse, los lazos, las redes (no las sociales, sino las concretas) los aparatos. La enorme, insalvable diferencia entre Estados Unidos, Brasil y Uruguay, no es el tamaño, son las listas impresas, los millones y millones de listas que hay que imprimir y distribuir y que requieren de mucha plata y de mucha gente repartiendo y desperdiciando papel. ¿La exclusión rabiosa del voto electrónico es un capricho, una tara? No, tampoco es una garantía de seguridad, solo pensar de esa manera es un anacronismo, es un gran freno impuesto por los aparatos partidarios que perderían una parte fundamental de su importancia y de su existencia.

La red de lazos de dependencia, los vínculos barriales, departamentales, nacionales, construidos de las más diversas maneras, son una base muy importante - no definitoria - de las elecciones. No hay que resignarse.

El Partido Comunista en serio, en las campañas electorales hacía un registro masivo de sus votantes, lo recuerdo desde 1962 hasta 1971 y los resultados eran apenas superiores a los votos registrados...En 1984 y 1989 fue imposible. En la primera oportunidad por razones represivas y debilidades orgánicas y la segunda porque nos dedicamos a un salto de cantidad y calidad. Y vaya si lo logramos.

La cantidad de demostraciones de que los aparatos, incluso en las elecciones internas a padrón abierto no garantizan absolutamente nada, son casi todas las que se realizaron en el FA. Los aparatos son de hierro solo en las instancias digitadas, en los plenarios, los congresos, etc. Por ello en el actual FA algunos no quieren ni oír una palabra de reformar el engendro antidemocrático del estatuto. Es mucho más importante que el propio programa. Y a la hora de las Convención Nacional y las departamentales, el Estatuto es superior a la Constitución.

Lo más patético es que una fuerza que desde que nació ostentó con orgullo su diversidad, de orígenes, de ideologías, de historias, ahora sus cuatro candidatos hacen un concurso para ver quien se parece más al otro y quién logra alinearse mejor al redil. Como si el país, la política, el progresismo, la izquierda no necesitaran un debate serio, respetuoso, profundo sobre los viejos y no resueltos problemas y los nuevos problemas nacionales pero en el marco de un mundo con un enorme oleaje.

La síntesis de una campaña electoral bien hecha, es cuando se logra definir con gran precisión por donde pasa la línea divisoria, donde están las materias que diferencian a las fuerzas en puja, no por un experimento politológico, sino profundamente social, político y cultural a la vez.

Si seguiremos asistiendo a la gran polémica nacional entre el cuarto gobierno del FA y el superior proyecto de sacarlos del gobierno, podemos estar seguros que el aporte a las ideas políticas y al progreso intelectual del país, quedarán para otra oportunidad. Con un agregado, que cuando la política transita por el pantano, aunque no sea el de las mentiras, sino el de la chatura, cada año será más difícil elevar las miras. Y lo veremos en el parlamento.

Y el futuro siempre hay que buscarlo arriba, lo más arriba posible.

(*) Periodista, escritor, director de UYPRESS y BITACORA. Uruguay


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