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Antiguas preguntas cubanas, siempre renovadas.

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Entrevista a Ana Cairo Ballester (*)

 

En homenaje a la profesora cubana Ana Cairo Ballester (1949-2019), una de las intelectuales cubanas más destacadas de Cuba desde el siglo XX hasta hoy, que acaba de fallecer en La Habana el pasado 3 de abril.

Sin Permiso, cuyo equipo pudo conocer de cerca su obra y tratarla personalmente, lamenta extraordinariamente su pérdida. (La entrevista fue realizada por Julio César Guanche). SP

Ana Cairo cumple dentro del ámbito intelectual cubano varias funciones de primer orden, pero la que más aprecio, en el plano personal, es la de constituir un archivo de la memoria cubana.

Quien la ve recorrer, siempre a pie, el trayecto comprendido entre la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana -a cuyo claustro pertenece desde 1973-, la Biblioteca Nacional José Martí, una de sus casas verdaderas, y el barrio periférico de Santos Suárez, donde vive «agregada» en casa de su madre, con su cabello siempre en agreste desafío contra el orden y cargando ad aeternam con bolsas de diferentes linajes, no puede concebir la calidad de la imaginación histórica ni el alcance de la sensibilidad de esta mujer «mestiza», como rezaría el lenguaje de un censo de población.

La entrevista que sigue es una indagación sobre la genealogía de los temas que se encuentran en la base del «Discurso de la Universidad». Recoge cómo los asuntos hoy tratados aparecieron y se reeditaron en la historia nacional, en la creencia de que ese tipo de abordaje, esa búsqueda de orígenes y conexiones, es imprescindible para completar la calidad de cualquier análisis sobre el presente.

¿Por qué cree usted que Fidel haya escogido a la Universidad de La Habana para pronunciar este discurso?

Fidel tiene una relación emocional de mucha cercanía con la Universidad de La Habana. En 1994 aseguró en el Aula Magna que en la Colina «se había hecho revolucionario»,[1] pues su actividad política comenzó durante su estancia allí. Pero algo similar ya había afirmado en 1959. El 11 de mayo de ese año, al hacer la apertura del curso académico, manifestó sentirse «raro» en esa condición, porque la mayor parte de sus discursos hasta esa fecha habían sido pronunciados a los amigos en los bancos de la Universidad.

La Universidad ocupa un momento importante, muy querido, en su vida personal. Es el espacio donde él siente que se conformaron sus ideas hasta alcanzar la organicidad de un proyecto político.

El «Discurso de la Universidad» es, pues, propio de tal sensibilidad, aunque también de su forma de trabajar. Se trata de un discurso donde él va haciéndose preguntas, en voz alta, a sí mismo y a sus interlocutores. Esta es una variante interesante de su método de análisis: él se formula las interrogantes sobre las cuales trabajará en los próximos años. Además, se las hace en la Universidad, de modo similar al que se las hacía cuando era estudiante.

Creo que el hecho de estar en la Universidad recordando sus tiempos de estudiante desencadenó un «discurso de la memoria» que funciona en dos planos: la memoria de un estado emocional y la memoria de los problemas para los cuales quiere encontrar nuevos interlocutores.

Al mismo tiempo, para entender el discurso y el escenario escogido para pronunciarlo, es necesario recordar una antigua práctica de Fidel en relación con la Universidad. Desde 1959, él acostumbraba a venir sistemáticamente a la Colina a dialogar, a escuchar ideas, a someter a consulta temas de la hora. Hay infinidad de recuerdos, anécdotas, de momentos difíciles en que Fidel vino a la Plaza Cadenas a discutir -a veces terminaba a las dos, a las tres de la mañana-, sobre todo durante la década del 60 e incluso todavía hasta 1974.

En los bancos de la Plaza Cadenas tuvieron su origen muchos discursos, pero sobre todo Fidel convirtió esos encuentros en un método de trabajo para intercambiar con un público conocedor, con cierta experiencia política, donde podía encontrar diversidad de opiniones.

Antes de 1959, la Plaza Cadenas -repito el nombre antiguo porque pienso que nunca debió cambiársele[2]- era un foro muy intenso de discusión. Después de la Revolución se multiplicó y Fidel lo aprovechó muchísimo. Una gran cantidad de proyectos surgieron de esos diálogos en la Plaza Cadenas. En la Universidad se experimentaron muchos de ellos: las líneas de producción de yogurt -yo creo que nunca se tomó tanto yogurt en la Universidad como en aquellos tiempos-, o cuando se hicieron los primeros zapatos plásticos, que le fueron repartidos a las estudiantes para comprobar su calidad. La Universidad era una especie de laboratorio social, de foro político, y una fuente para reclutar cuadros y voluntarios para los más disímiles planes.

Entonces, el discurso debe ser remitido también a esta historia. La Universidad es un espacio que él usa para aventurarse y sugerir determinados riesgos en el ejercicio fascinante de pensar.

¿Qué antecedentes de un discurso como el de 17 de noviembre de 2005 encuentra usted en la historia de la Revolución?

Para responder esa pregunta, debo remontarme a la historia de Cuba, y comenzar de hecho por su etapa colonial.

El tema de la corrupción como factor destructivo de la sociedad se puede localizar en la Memoria sobre la vagancia en Cuba [1831], de José Antonio Saco [1797-1879], o en «Cuba en 1836», de Domingo del Monte [1803-1853], o en las denuncias reiteradas de Enrique José Varona [1849-1933] y de Manuel Sanguily (1848-1925), contenidas en sus discursos de la década de 1880. El narrador Ramón Meza [1861-1911] repite como un leitmotiv la frase «¡País de pillos!» en su famosa novela Mi tío el empleado [1887]. Se soñaba que, con el fin de la dominación colonial española, terminaría la historia de la corrupción.

El sueño republicano no solo era un ideal emancipador, sino también purificador, regenerador de la vida social y política.

El pasado 26 de septiembre [de 2006] se ha cumplido el centenario de la segunda ocupación norteamericana en el país [1906-1909]. Me preocupa que apenas se haya escrito sobre ese suceso en la prensa cubana, porque el hecho fue muy traumático.

La segunda ocupación otorgó nuevamente relieve en Cuba a la corrupción. De ese momento provienen los mitos de Tomás Estrada Palma como gobernante honrado y del resurgimiento de la corrupción institucional en Cuba bajo el régimen del interventor Charles Magoon.[3] Con la segunda ocupación se comienza a hablar de la corrupción como un factor de la nueva degradación moral, como un elemento retardatario del desarrollo de la sociedad cubana moderna.

La corrupción siguió aumentando en los gobiernos de Mario García Menocal y de Alfredo Zayas. En este lapso [1913-1925] comenzaron los llamados movimientos de reforma cívica, de reforma pública, de remedios para un buen gobierno, como el proyecto de EnochCrowder[4] para imponer a Zayas un «gabinete de la honradez».

El discurso anticorrupción estaba en el centro del movimiento político cubano. Desde la reelección de Mario García Menocal [1917], se empezó a hablar de la necesidad de una regeneración, de una refundación de la vida republicana, precisamente porque el factor de la corrupción se convertía en una especie de «cáncer» -es una metáfora que ya está en la época- que corroía la sociedad. En 1924, Fernando Ortiz pronunció la conferencia -publicada luego como folleto- La decadencia cubana,[5] que ilustra muy bien este problema.

En 1930, Ortiz decía que el Machadato[6] era una «cacocracia». El discurso cívico contra Machado recogió la lucha contra la corrupción a favor del adecentamiento público y por la creación de mecanismos institucionales de control que garantizaran un funcionamiento transparente del Estado. Con la Constitución de 1940, el tema regresó a un primer plano. En el gobierno de Carlos PríoSocarrás [1948-1952], por la misma razón, se crearon instituciones de control como el Tribunal de Cuentas.

Todo ello giraba en torno a una realidad muy escandalosa: La política era la «segunda zafra» del país, por los dividendos que reportaba. No fue por gusto que Ramón Grau San Martín, en un acto demagógico, antes de tomar posesión del cargo de presidente de la República [octubre de 1944] hizo un inventario jurado ante notario de sus bienes, y anunció que haría otro al término de su gobierno [1948] como prueba de su honestidad -lo que, a propósito, nunca realizó. Antes de Grau, el caso de Fulgencio Batista había resultado extraordinariamente notorio. Batista, sargento taquígrafo en 1933 era poseedor ya, en menos de una década, de una cuantiosa fortuna -como probó primeramente la liquidación de la comunidad de bienes tras su divorcio con Elisa Godínez.[7]

En 1945, cuando Fidel ingresa a la Universidad, se cumplía el primer año del mandato de Grau y ya explotaban los escándalos de su gobierno. En mayo de 1947 se creó el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), denunciando el desenfreno adquirido por la corrupción. La Ortodoxia impulsaba un discurso de austeridad económica, de lucha contra la corrupción, el robo y otros vicios de igual especie, que luego se reiteró en el discurso político revolucionario. Ese tópico se encuentra, por ejemplo, en La Historia me absolverá [1953, publicado como folleto en 1954] y en los documentos del Movimiento 26 de Julio [a partir de su constitución en 1955].

Por tanto, la lucha contra la corrupción es una de las preocupaciones centrales de la Revolución, por su compromiso con la regeneración moral de la sociedad y la política. En sus primeros años incluso se usaba una frase muy famosa: «aquí se puede meter el pie,[8] pero no la mano».

El discurso anticorrupción reaparece también en la década de 1960 bajo la crítica a la «dulce vida». Pero ello no expresaba una forma de corrupción estatal -como fue el caso de Luis Orlando Domínguez en los años ochenta, quizás el primer gran escándalo de ese tipo-, sino una tendencia muy fuerte a la práctica política transparente sin concesión alguna a las desviaciones, por pequeñas que fuesen.

El Proceso de Rectificación de errores y tendencias negativas, de 1986, con su énfasis en el control económico, es la adaptación a las nuevas coyunturas de ese antiguo contenido.

La Revolución recibe el discurso anticorrupción como legado, y permanece fiel a él en la construcción de su imagen. Un dirigente corrupto no cabe en el imaginario de la Revolución. Por ello, el primer acto de gobierno de Fidel como Primer Ministro fue reducir su propio salario y el de los miembros del Consejo de Ministros [16 de febrero de 1959], de ahí la recurrencia al valor de la austeridad, de la crítica al poder del dinero, de la virtud asociada al origen clasista de «haber nacido en el seno de una familia humilde», o de la decencia y honradez familiar, que atraviesa el discurso revolucionario.

Ahora, en lo que respecta a otro contenido de ese discurso -el de los «peligros internos» y los «errores cometidos por los propios revolucionarios»-, ¿dónde localiza usted ese problema en la historia posterior a 1959?

Ese es también un viejo tema, cuyo origen podemos rastrear antes del triunfo de la Revolución. Su expresión se encuentra en las zonas de debate y de negociación política entre las organizaciones revolucionarias, que se hallan, por ejemplo, en el año 1958.

Se trata de una larga y compleja historia que pasa por hechos diversos como la crítica al Pacto de Miami,[9] el Pacto de Caracas,[10] o el Pacto del Pedrero,[11] entre otros muchos esfuerzos de concertación.

En los primeros días de enero de 1959 hubo diferencias que devinieron públicas entre el Movimiento 26 de Julio y el Directorio Revolucionario 13 de Marzo. El 13 de enero, en el Rectorado de la Universidad, Fidel se reunió -a puertas cerradas- con los miembros del Directorio durante varias horas. Probablemente allí se establecieron los compromisos de ambas organizaciones y las bases del grado y el tipo de participación de cada fuerza en el desarrollo ulterior de la Revolución. Con dicho acuerdo se creaban las premisas para evitar, o al menos disminuir, los peligros derivados de los conflictos entre los revolucionarios.

Por supuesto, hoy se sabe que también hubo reuniones en lugares más discretos con los dirigentes del Partido Socialista Popular. La solución idónea de las diferencias provendría de cultivar las alianzas y de respetar íntegramente el cumplimiento de los acuerdos.

No debería olvidarse, por otra parte, que entre 1935 y 1938 todas las fuerzas políticas antibatistianas debatieron insistentemente los problemas de la unidad.[12] La memoria histórica, transmitida sobre todo por las vías de la oralidad entre los revolucionarios, contribuía a un consenso al respecto.

Los pactos entre las organizaciones revolucionarias han funcionado con gran responsabilidad política. La serenidad y la inmediatez han caracterizado la toma de decisiones. Podría comentarse aquel suceso terrible ocurrido en 1962 durante la conmemoración del 13 de Marzo en la Escalinata de la Universidad de La Habana. Aquella noche un joven orador leía el testamento político de José Antonio Echeverría[13] y suprimió, en su lectura, la invocación a Dios presente en ese documento. Fidel, en su propio discurso, inmediatamente censuró la gravedad de aquel hecho.

Es el primer incidente de lo que después fue denunciado por Fidel como «sectarismo».

El proceso contra el «sectarismo» quizás fue la cara pública de un problema más complejo. Probablemente, quien suprimió la mención a Dios del testamento de Echeverría no obró por iniciativa personal. Dicha acción podría evidenciar una tendencia de pensamiento.

Quizás el estudio de los testimonios en las sesiones del juicio a Marcos Rodríguez en la instancia del Tribunal Supremo (Palacio de Justicia, marzo de 1964) podría iluminar cómo se concibieron las estrategias para alcanzar una unidad duradera entre las fuerzas revolucionarias.

Marcos Rodríguez había delatado a cuatro dirigentes del Directorio Revolucionario, quienes fueron asesinados en un apartamento de la calle Humboldt [20 de abril de 1957]. En la primera instancia del juicio hubo desencuentros. Entonces se decidió que las audiencias en el Tribunal Supremo de Justicia tuvieran el máximo de divulgación pública. Se transmitieron por radio y televisión y la prensa difundió las versiones taquigráficas de las declaraciones de los testigos.

Fidel hizo una extensa declaración en el juicio [26 de marzo de 1964] sobre la delación y todo lo acontecido ese día. En sus conclusiones diría:

«Y claro, la Revolución debe luchar por la unidad. La Revolución debe luchar por sumar cada vez más. Y esa fue siempre nuestra norma, fue siempre nuestra divisa; nunca nos ha parecido suficientemente grande la fuerza de la Revolución para que la malbaratemos y siempre todos recordarán desde el primer día cuál fue nuestra conducta hacia todos, hacia todas las organizaciones -cuando éramos distintas organizaciones-, hacia todos los compañeros, de unir [...].

»Y ninguna cosa más satisfactoria para nosotros que ver a todos los revolucionarios juntos, todos trabajando, todos como hermanos, todos confiando, unos a otros. Mas, eso no es solo un deseo idealista, eso es una demanda del pueblo, eso es un deber, eso es un mandato de la Revolución, que todos nosotros debemos acatar y que todos nosotros habremos de acatar.

»Repito que hemos hecho algo más grande que nosotros. ¡Estamos haciendo una Revolución mucho más grande, y, por supuesto, mucho más importante que nosotros; [...]

»Y que esos amagos de la Ley de Saturno sean rechazados! ¿Y cuál es la Ley de Saturno? Aquella ley clásica, o dicho clásico, o refrán clásico que dice, que la Revolución, como Saturno, devora sus propios hijos. ¡Que esta revolución no devore a sus propios hijos! ¡Que la Ley de Saturno no imponga sus propios fueros! ¡Que las facciones no asomen por ninguna parte, porque esos son los amagos de la Ley de Saturno, en que unos hoy quieren devorarse a los otros!

»Y debe haber una voluntad firme, fuerte y resuelta del pueblo contra eso, como fue siempre nuestra voluntad, como es hoy la voluntad del pueblo».[14]

La metáfora utilizada por Fidel era muy eficaz.¥ Él entendía que se debía hacer lo máximo para evitar que los revolucionarios y sus organizaciones se atacaran entre sí y de este modo se pusiera en peligro la propia existencia de la Revolución; la unidad estratégica siempre sería imprescindible y debería prevalecer en cualquier circunstancia. El apotegma de Fidel contrario a la «ley de Saturno» sigue vigente. En el presente y en el futuro, donde pudieran existir zonas de conflictos, estos se deberían posponer, o cancelar, o controlar en su expresión discursiva, en aras de no afectar los acuerdos garantes de la unidad estratégica.

El 3 de octubre de 1965 se constituyó el Comité Central del nuevo Partido Comunista de Cuba, cuya membresía ilustró el principio de representatividad de las fuerzas y tendencias revolucionarias que lograron construir una unidad entre 1959 y 1965.

Los acuerdos para la unidad tienen una dimensión historiográfica que debería estudiarse también como un problema académico. Tú recordarás, de tus años de preuniversitario, el «salto» en los programas de Historia de Cuba. Cuando se llegaba a la Huelga de Marzo y a la muerte de Antonio Guiteras [8 de mayo de 1935], todo se «aceleraba» para llegar al Golpe de Estado de Batista [10 de marzo de 1952]. Los silencios sobre el período 1935-1952 quizás podrían entenderse como una de las formas «pactadas» para no «encender» las discusiones. Cada organización decidía cómo se estudiaba a sí misma, qué documentos publicaba, y qué imaginario se construía sobre sí misma.

Una parte de la historia real del Primer Partido Comunista, del Directorio Revolucionario y del Movimiento 26 de Julio no ha recibido la sistematicidad de estudios que se necesitaría, puesto que constituye un problema historiográfico relevante para legitimar una historia, ya muy necesaria, de la Revolución Cubana. Al menos en cuanto a lo publicado el déficit de obras resulta muy notorio.

Otra variante, o consecuencia, de esos «pactos» ha sido la publicación de libros sospechosamente incompletos, puesto que la información existe. Piénsese en el caso de Julio Antonio Mella [1903-1929] y la edición de sus textos en 1975. En ese libro, Mella aparece como si estuviera en camino hacia un «cielo de los revolucionarios». ¿No hubo discusiones violentas en torno a la huelga de hambre? ¿Por qué fue sancionado? ¿No tuvo contradicciones con los dirigentes del Partido Comunista mexicano?¥

El contraste entre la información ofrecida sobre Mella, una personalidad canónica, entre 1975 y 2003 puede precisar mejor el sentido de este comentario. Y conste que todavía no se ha publicado en Cuba el acta de la discusión en torno a la sanción contra Mella por la huelga de hambre, aunque sus exegetas en el extranjero ya disponen de las fotocopias, provenientes de los archivos de la Tercera Internacional en Moscú. Se repite por ejemplo, una y otra vez, que Mella y Carlos Baliño [1848-1926] fundaron el primer Partido Comunista de Cuba [1925]. ¿Y por qué no se mencionan a los otros fundadores?

Todo eso es muy interesante pero, ¿qué relevancia observa usted en ello para nuestros días? Sobre todo pienso en las generaciones que no tuvieron relación alguna con esa historia y han crecido sin conocerla.

Ese problema no está cancelado hoy. El criterio de «no afectar la unidad» establece fidelidades y límites. Otra problemática, relacionada con esto, y cuyo análisis corresponderá al futuro, fue el de la «cercanía laboral». El compromiso de la unidad supuso esfuerzos personales de trato para construir el presente y ayudar al olvido de las contradicciones del pasado. Cualquiera que conozca algo de la historia del marxismo en Cuba tiene que sentir gran admiración por la coordinación laboral y el trato unitario entre Blas Roca y Raúl Roa, respectivamente presidente y vicepresidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular. La generación de ambos cumplió con el pacto de la unidad de manera ejemplar.[15] En ese sentido, el modelo continúa vigente.

En otra dirección, ¿qué idea le merece la posibilidad de que un sistema político sea «reversible»?

Algunos imaginarios revolucionarios se construyeron sobre la base de una lectura teleológica de inspiración cristiana. El fundamento de esos imaginarios se encuentra en una lectura laica de la hagiografía religiosa.

Por ello, la vida de los héroes se parece bastante a la vida de los santos. La construcción del discurso sobre el martirologio revolucionario abreva directamente en la hagiografía católica romana.

El lenguaje revolucionario está lleno de imágenes al estilo de «el altar de la patria». Morir por la patria podría resultar el equivalente de ir al cielo. En la mitología se construye un discurso teleológico, que fue seguido por el imaginario revolucionario: toda revolución es un paso de avance, un escalón superior en el camino de la perfección, del progreso social. Sin embargo, ese es precisamente el ideal de la «edad positiva» de Augusto Comte.

La sociedad revolucionaria arcádica se considera un punto de llegada a la cima. Después, solo se debería experimentar con los cambios necesarios para mantener dicha perfección. El neopositivismo soviético se asentó firmemente en tales bases. El socialismo en la URSS era un «modelo perfecto», con lo que su pensamiento solo lograba producir una variante de la teoría de Comte (mal) revestida con el discurso de Carlos Marx.

No obstante, cuando Marx analiza la sociedad española, o el golpe de estado de Luis Bonaparte en Francia, habla de las desviaciones, de los retrocesos, de las pérdidas de los procesos revolucionarios. Por supuesto, estos pueden ser reversibles, aunque esto no es sinónimo de puro fracaso. La restauración en Francia nunca significó un regreso completo al ancienrégime. La Revolución de 1848 se hizo para tratar de hacer irreversible el 1789, para tratar de impedir una nueva restauración en aquellos puntos que resultaban conquistas centrales.

Sin embargo, la tesis de que una vez producido el salto se ingresa a la edad positiva comtiana pasó al movimiento revolucionario, y este la enarboló como si le fuese propia.

En mi opinión, esa es una comprensión específica del «marxismo soviético» y de todo lo que resulta causa y consecuencia de él, pero usted me está diciendo que lo considera un rasgo general de los discursos revolucionarios.

Sí, creo que podría verse como algo más extendido. La segunda república francesa pensó lo mismo. Siempre se alcanza el «estadio superior». Por supuesto, el marxismo soviético contribuyó a canonizar la idea del encuentro de un paraíso. La momificación de Lenin no es accidental. Para ello, Stalin enfrentó a NadiezhdaKrúpskaia [1869-1939], la viuda de Lenin, que estaba opuesta frontalmente a hacerlo. ¿Por qué debía convertirse a Lenin en un nuevo padrecito zar? Es un razonamiento parecido al que llevó a Maximiliano Robespierre a pensar en la creación de una «nueva religión».

Podría tratarse de un discurso que repite el antiguo enunciado: solo alcanzarás el cielo si sufres en tu vida terrenal. El discurso religioso de la purificación pasa al discurso político.

El socialismo soviético era un «estado del paraíso», en una elaboración muy primitiva. Esa comprensión tan primaria fue una entre las muchas causas que enfrentaron a las múltiples tendencias socialistas.

¿Y en Cuba, más concretamente, ¿qué antecedentes tiene el tema de las consecuencias de los errores de los propios revolucionarios?

Hay una serie de discursos e intervenciones de Fidel en esa línea, aunque una zona de ellos se produjo en eventos y reuniones que luego no fueron publicados en su totalidad.

En 1968, en plena confrontación con la Unión Soviética, Fidel afirmó: «El marxismo necesita desarrollarse, salir de cierto anquilosamiento, interpretar con sentido objetivo y científico las realidades de hoy, comportarse como una fuerza revolucionaria y no como una iglesia seudorrevolucionaria».[16]

En ese sentido, debe sugerirse la lectura de algunos discursos de Fidel como los de su entrada a La Habana el 8 de enero de 1959, el del centenario de Lenin en abril de 1970, el del fin de la zafra de 1970, el del 26 de julio de ese mismo año, o la explicación por televisión de por qué se invitaba a Cuba al Papa Juan Pablo Segundo [enero de 1998], entre otros muchos. Todos ellos iluminan mejor que otros textos la complejidad de las situaciones vividas en Cuba y de las tomas de posición ante los distintos hechos.

En el discurso donde anuncia el incumplimiento de los objetivos de la Zafra del 70, afirma: «Creo que nosotros, los dirigentes de esta Revolución, hemos costado demasiado caros en el aprendizaje. Y desgraciadamente nuestro problema -no cuando se trate de sustituir a los dirigentes de la Revolución, ¡que este pueblo los puede sustituir cuando quiera, en el momento que quiera, y ahora mismo si lo quiere! [...exclamaciones de: "¡No!" Y "¡Fidel, Fidel, Fidel!"]-, uno de nuestros más difíciles problemas es precisamente, y en eso estamos pagando una buena herencia, la herencia en primer lugar de nuestra propia ignorancia».[17]

De este modo, Fidel asume personalmente toda la responsabilidad por los errores cometidos en esa fecha y pone su cargo a disposición del pueblo.

¿Cuáles considera usted las fuentes del socialismo en Cuba? ¿Cómo podría contribuir una discusión sobre esas fuentes a recrear las formas en que se concibe hoy el socialismo?

Las ideas socialistas en Cuba deberían ser rastreadas primero en el siglo xix. La intelectualidad cubana desde finales del siglo xviii -y hasta el presente- está formada según los cánones del mundo más desarrollado. Se trata de una intelectualidad constituida según los referentes más modernos y que, en el caso del siglo xix, debía enfrentarse al análisis de un país colonial. Dentro de este mecanismo de formación ilustrada, que está al día en cualquier esfera, entran por igual las ideas socialistas. Muchos cubanos vivieron en Europa en el siglo xix. Diego Vicente Tejera, por ejemplo, conoció en Francia lo que era un partido socialdemócrata. Los emigrados cubanos en los Estados Unidos debatían sobre las ideas socialistas. Ese hacer era equivalente a discutir hoy día -digamos- sobre la teoría de la complejidad. Las ideas socialistas entraron también como novedades obligadas si se aspiraba a demostrar la tenencia de una alta cultura, si se compartía una filosofía del progreso material y espiritual.

Los intelectuales situados a la derecha en el espectro político cubano también leyeron a Marx y conocían de las tendencias socialistas: Leopoldo Cancio Luna[18] fue quien implementó la circulación de la moneda cubana en 1915. Pero antes, en 1907, había propuesto «apoyarse en la vigencia de la prioridad del factor económico» (argumentando que se basaba en las ideas de Marx) para avalar, como primer punto del programa del Partido Conservador, la necesidad de una redefinición de las relaciones económicas y políticas con los Estados Unidos. En la revista La Reforma Social, el liberal Orestes Ferrara divulgaba artículos sobre las ideas socialistas.

Las tendencias socialistas en Cuba, como en todas partes, son tan numerosas como diversas. De ningún modo surgieron todas del movimiento obrero, ni compartían las mismas tesis sobre el cambio social, ni sobre su necesidad misma, ni sobre las formas de alcanzarlo. Algunos intelectuales cubanos simpatizaban con ideas socialistas, pero no estaban para nada de acuerdo, por ejemplo, con una revolución proletaria.

A propósito, aquí se ha realizado una construcción reduccionista sobre el movimiento obrero que puede causar preocupación. En ese movimiento hubo tendencias como en todo el mundo. La prensa obrera cubana reflejó la pluralidad existente en el interior del movimiento: anarquistas, reformistas, socialistas, anarcosindicalistas, comunistas, así como la prensa de las corporaciones con sus demandas específicas por sector, entre otras muchas posiciones.

Hay todo un movimiento de ideas debatido entre tendencias diferentes. Por ejemplo, a mí me interesa mucho el tema de la educación popular.[19] Esa es una vieja conquista, que supone los temas conexos de la calificación, la alfabetización y las escuelas para adultos. Eso se discutía en Cuba con anterioridad a Julio Antonio Mella.

Después de la emancipación de los esclavos, se crearon sociedades benefactoras. En la Sociedad de Cocheros, por ejemplo, se impartían clases, bajo el patrocinio de su protectora, la esposa de Raimundo Cabrera. Pero ese no era un caso muy aislado, pues se trataba de un problema general: para conseguir trabajo era necesario saber firmar. Como consecuencia, existió un movimiento de calificación de diversos grupos de personas, llevados a cabo por empeños individuales y colectivos.

¿Alguna vez has visto el programa de La Liga de Nueva York, donde Martí también daba clases? Allí se enseñaba inglés práctico, y otras cuestiones pertinentes para el mundo del empleo y la vida cotidiana de los trabajadores. Esa preocupación estaba presente por igual en los Estados Unidos. Ya Peter Cooper había organizado una universidad obrera en Nueva York. (Entre paréntesis, Martí tiene un artículo sobre esa personalidad). Con todo, ese espíritu existe hoy: un tipo de centro para que la gente que requiere calificación pueda integrarse mejor al mundo del trabajo y a la sociedad. Ese movimiento de ideas de contenido social, que también se expresó en la caridad y la beneficiencia, fue reputado en la época en no pocos casos como socialista.

Otro proceso que influye mucho en este campo es el movimiento de la reforma universitaria [iniciado en diciembre de 1922]. La reforma impactó estos problemas: quién va a la Universidad, quién educa en la Universidad, qué papel juega la Universidad.[20] Ahí se lee en Cuba a Anatoli Lunacharski [1875-1933], primero un revolucionario sin partido y luego comisario de los bolcheviques para la educación y la cultura. También entran en ese momento las ideas del peruano Manuel González Prada.¥

Muchas de esas doctrinas, como puedes apreciar, son socialismos «suaves», no guardan relación con el socialismo marxista. Pero, como hizo el propio Carlos Marx, se trata de conocerlas, debatirlas, refutarlas o tomar de ellas lo que todavía resulte útil, pero no de olvidarlas o decir que solo existió una, aquella fundadora del primer Partido Comunista.


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