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Francia: Emmanuel Macron, el vértigo autoritario

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Por François Bonnet (*)

La decisión de movilizar las tropas, el sábado 22 de marzo, para contener las manifestaciones de los «chalecos amarillos» en París, no tiene precedentes desde las grandes huelgas de 1947-1948. Año tras año, los movimientos sociales son criminalizados y las libertades ultrajadas. Hombre sin límites y sin memoria, Emmanuel Macron tras

¿Tenemos en cuenta únicamente esta opción de una gravedad extrema? La decisión de anunciar el refuerzo del «dispositivo Centinela» -entre 7.000 y 10.000 soldados- y su despliegue este sábado 23 de marzo contra las posibles manifestaciones de los « chalecos amarillos » en París supone una ruptura histórica en el orden republicano. La escenificación de esta decisión del poder refuerza más esta apreciación.

La medida fue tomada personalmente por Emmanuel Macron, y después anunciada en Consejo de Ministros. «No podemos dejar a una ínfima minoría violenta dañar nuestro país y deteriorar la imagen de Francia en el extranjero», declaró a continuación BenjaminGriveaux, portavoz del Gobierno. Esta decisión cerró varios días de declaraciones públicas del jefe del Estado y de su ministro del Interior que prometían a los futuros manifestantes una reacción inmediata tras los graves incidentes del sábado 16 de marzo en los Campos Elíseos.

El poder eligió pues organizar un cara a cara entre el Ejército y el pueblo. «¿Quiere usted orden público? Eso implica pasar a la ofensiva. Podemos temer que haya heridos, incluso muertos», advirtió un diputado de la mayoría parlamentaria, citado por el diario Le Monde. ¿Estamos aún en Francia? ¿Imaginamos tales medidas e intenciones, por ejemplo en Italia, de mano del ministro de extrema derecha MatteoSalvini, en Hungría por el primer ministro nacionalista ViktorOrbán o en Rusia por Vladimir Putin? La indignación sería inmediata.

La operación Centinela es un dispositivo antiterrorista para proteger la población contra cualquier ataque o atentado. Su pliego de condiciones es muy preciso y su marco de intervención está cuidadosamente delimitado.

Sin embargo, aquí tenemos este dispositivo antiterrorista utilizado contra un movimiento social y contra manifestantes sin que esto ocasione una ola de indignación. Mientras tanto, el poder se esfuerza por ganar la batalla del vocabulario: los manifestantes han sido llamados « facciosos », « muchedumbre odiosa », « brutos » y hoy han pasado a ser « alborotadores » que quieren « derribar la República ».

Nunca te retractes de un golpe autoritario, con estos términos Ségolène Royal resumió lo que se dice y se piensa en los círculos del poder: « Me he preguntado por qué no se había hecho esto antes (...). Cierto que los black blocs no son terroristas, pero siembran el terror, lo que viene a ser lo mismo. » En 1912, Jean Jaurès describía esta batalla de palabras: « Uno de los métodos clásicos de la burguesía es que cuando una palabra ha dejado de suscitar miedo, plantean otra... Durante una generación la burguesía ha creído que, para asustar al país, era suficiente con señalar al socialismo. Después, el país se acostumbró al socialismo. Ahora, se hace lo mismo con la palabra "sabotaje" ».

Con los black blocs [una táctica de manifestación donde sus participantes llevan ropa negra? para evitar ser identificados] ya han ganado, su presentación está hecha. Su estrategia, desde sus orígenes, consiste en demostrar, mediante el enfrentamiento sistemático con las fuerzas del orden, que la naturaleza profunda de todo Estado capitalista es autoritaria o dictatorial. Aquí estamos, el Estado moviliza las tropas para frenar y reprimir mejor a un movimiento social que ya es considerado como « un enemigo interior », único motivo para hacer intervenir al Ejército en territorio nacional, como señalan los sucesivos libros blancos sobre defensa.

Explicaciones de BenjaminGriveaux: « El dispositivo Centinela asegurará los puntos fijos y estáticos y permitirá a las fuerzas del orden concentrarse en los movimientos, el mantenimiento y el restablecimiento del orden ». Explicación complementaria de Matignon: mientras sea posible, los militares no entrarán en contacto directo con los manifestantes. Sólo se trata de liberar efectivos de gendarmes y policías que hasta ahora se dedicaban a las guardias estáticas (Elíseo, Matignon, ministerios, grandes administraciones) y que no podían participar directamente en el mantenimiento del orden.

Estas declaraciones no hacen más que alimentar una burda mentira. Pues la movilización de miles de soldados se enmarca en una participación efectiva en un dispositivo global de mantenimiento del orden, sin poder excluir potenciales enfrentamientos entre el ejército y los manifestantes, puesto que el recorrido de las manifestaciones de los chalecos amarillos no se fija nunca con antelación y, a menudo, se convierten en errantes por París.

Aún más grave, a la vista de los cuatro meses y medio de manifestaciones, no se puede excluir que grupos de manifestantes recalentados, afectados por las cargas policiales o por las avalanchas de tiros de gas lacrimógeno o de proyectiles de goma LBD (black blocs, chalecos amarillos u otros), decidan tomarla contra las tropas oficialmente encargadas de vigilar edificios públicos.

¿Y entonces? « ¿Qué va a pasar a continuación? ¿Los militares van a disparar? ¡Eso es asunto de la policía! Sean cuales sean las circunstancias, el Ejército no debe ocuparse de ninguna de las tareas de la policía », protestó Jean-LucMélenchon el pasado miércoles en la cadena de televisión BFM. « ¡Se ha vuelto usted loco! », añadió, refiriéndose a François Bayrou. Una exclamación que recordaba a la del diputado de centro derecha Charles de Courson cuando se indignaba por la ley anti-alborotadores: « ¿Pero dónde estamos? ¡Despertad, queridos colegas! ¡Esto es una deriva total! Parece que hemos vuelto al régimen de Vichy ».

Incluso el senador Bruno Retailleau, que hace de la escalada de seguridad su ideología, se pregunta: « ¿Qué pasaría si un grupo de black blocs se enfrentara físicamente con militares en la zona de los Campos Elíseos? Los militares no están formados para el mantenimiento del orden. Los militares están formados para combatir, para hacer la guerra, para responder con las armas a quienes les atacan ».

Eso mismo lo había dicho alguien que no ha reaccionado desde el miércoles, GenevièveDarrieusseq, la secretaria de Estado de Defensa. Preguntada en diciembre de 2018, en una entrevista concedida a la cadena de televisión LCI, excluyó la movilización militar: « Por lo que se refiere al Ejército, no. Los ejércitos no intervienen en misiones de seguridad pública interior. En la actualidad, el enemigo de los ejércitos son los terroristas », dijo.

Otra mentira del poder, desmentida por la puesta en escena del anuncio presidencial: no se trataría ciertamente de un acto político sino de una medida técnica. Pragmatismo de cualquier tipo para calmar a una base de policías y gendarmes agotada por estos meses de manifestaciones y dar algo de lo que hablar a los sindicatos policiales...

Georges Clemenceau, Jean Jaurès y Jules Moch

Ahora bien, lo que revindicó el jueves 21 de marzo el ministro del Interior, ChristopheCastaner, es totalmente diferente. Desde el sábado 16 de marzo, este hombre es señalado por su incompetencia, su brutalidad y su incapacidad para imponerse entre sus propios servicios. Así, ha decidido ponerse bajo la protección de Georges Clemenceau, nombrando un nuevo prefecto de policía de París. « Su modelo es Georges Clemenceau, su mano jamás tembló cuando se trataba de combatir por Francia, la suya tampoco deberá temblar », se atrevió a declarar haciendo referencia a las manifestaciones.

No se trataba en ese caso del Clemenceau de la Gran Guerra, sino del Clemenceau ministro del Interior. El que, tras la catástrofe minera de Courrières, envió tropas en 1906 para bañar en sangre las huelgas de la minería y continuó reprimiendo violentamente los movimientos obreros los años siguientes. Aquel año, Jean Jaurès se indignaba en varios editoriales porque esa violencia patronal y esa represión política deliberada producían violencias obreras en cadena. En Lens, un periódico local publicaba: « El Ejército está en todas partes y protege los edificios públicos como Correos y el instituto Condorcet ». Protección de edificios públicos: eso es lo que anuncia el Gobierno.

El poder ha elegido así apuntarse a esta historia particular de represión sangrienta de los movimientos sociales. El Ejército nunca fue llamado a intervenir en tales situaciones desde las grandes huelgas de 1947-1948. Los comunistas acababan de dejar el poder, la Guerra Fría había comenzado y el Gobierno de la IV República decidía perseguir al « enemigo interior ».

Fue un socialista, Jules Moch, entonces ministro del Interior, el que envió tropas para reprimir a los mineros. Movilizó a 60.000 CRS (Compañía Republicana de Seguridad) y soldados para imponer a los 15.000 huelguistas la vuelta al trabajo. El Ejército ocupaba los pozos mineros. Balance: más de tres mil despidos, seis muertos y numerosos heridos. Solamente en 2014, ChristianeTaubira, entonces  ministra de Justicia, pidió una indemnización para las familias de los mineros despedidos ilegalmente.

La opción elegida por Emmanuel Macron no es pues de oportunidad o de pragmatismo. Es una decisión política que consiste en endurecer más el aparato de represión frente a los movimientos sociales para presentarse como el partido del orden. Hasta ahora, el poder había generalizado el uso de dispositivos probados en barrios populares, durante las revueltas de 2005, más tarde desarrollados con Nicolas Sarkozy (durante las protestas contra la reforma de pensiones) y François Hollande (reforma de la ley labora El Khomri).

ChristopheCastaner y la ministra de Justicia, Nicole Belloubet, dieron seguidamente nuevas armas al sistema represivo: uso sistemático de los LBD [lanzador de balas de defensa], intervención de los grupos policiales de la BAC (Brigada Anti-criminalidad) -sin formación en mantenimiento del orden-, detenciones masivas y a menudo ilegales, arrestos preventivos, etc. El recurso a las tropas se inscribe en esta escalada de la violencia deseada y provocada por el poder.

Esta escalada viene acompañada de una agresividad creciente del ministro y del primer ministro. La mayor parte de las declaraciones, desde el pasado sábado hasta ahora, tratan de preparar a la opinión pública ante la hipótesis de un accidente, es decir, uno o varios muertos. « Si tenemos una estrategia que permita a las fuerzas del orden ser más móviles, ser más dinámicas, ser más firmes, habrá más riesgos » de accidentes, asumió el pasado lunes, en France 2, el primer ministro ÉdouardPhilippe. Cuando la obsesión de todos los gobiernos, desde al menos 1968, ha sido evitar heridos graves o muertos, para el poder actual ya no es una prioridad.

Y esto pone todos los focos sobre el presidente de la República. Emmanuel Macron no ha dejado, desde noviembre, de asumir o de pedir un refuerzo de los medios de represión. Se conoce el balance: miles de heridos, una anciana muerta en Marsella por una granada, 22 personas tuertas, cinco personas con una mano arrancada (ver aquí el balance completo realizado por David Dufresne, en francés).

¿Qué ha respondido justo la última semana Emmanuel Macron? « Represión, violencia policial, esas palabras son inaceptables en un Estado de derecho ». El economista y filósofo Frédéric Lordon le ha contestado en estos términos: « Pero, Sr. Macron, usted es irreparable. Cómo decir: en un Estado de Derecho no son esas palabras, son esas cosas las que son inaceptables. Ante una muerta, 22 tuertos y 5 manos arrancadas, usted de vuelve a colocar la peluca y nos dice: "No me gusta el término represión porque no se corresponde con la realidad". La cuestión que sigue -casi de psiquiatra- es saber justo en qué realidad vive usted » (leer aquí en El Club la totalidad de su respuesta).

No es sólo una cuestión de retórica. Es, sin embargo, la interrogación que planea sobre esta presidencia presa de vértigo autoritario y de auto-contemplación. « Autoritario: quien usa toda la autoridad que posee sin imponerse un límite », dice la enciclopedia Larousse. ¿Y no está actuando verdaderamente sin límites, Emmanuel Macron, en su uso de las instituciones, su gestión de entidades intermedias y de la opinión?

¿Qué presidente es este que, después de burlarse del « Bribón del chaleco amarillo » en un primer debate con varios diputados, se pierde en una verborrea que nadie más escucha? ¿Qué presidente es este que quiere vender a la opinión pública como un éxito deportivo y político el hecho de hablar durante ocho horas y diez minutos con intelectuales a los que desaíra o no escucha?

El affaire Benalla, ocurrido el pasado 1 de mayo y descubierto en julio, desveló de forma espectacular los desajustes de una Presidencia que desprecia todas las reglas, el autoritarismo de un jefe que refuerza su convicción cuando ésta va a desfallecer. El resultado es que el Elíseo es hoy un castillo fantasma donde los personajes clave se han ido, han sido despedidos o están ahora preocupados por la justicia.

La crisis política no ha parado de agravarse desde el inicio de este affaire que ha desorganizado también el aparato del Estado (la prefectura de policía de París en particular). Ante la falta de respuestas políticas susceptibles de reconducir o al menos calmar el país, no le queda más al jefe del Estado que esta huida hacia un autoritarismo portador de nuevos dramas y nuevas crisis.

Versión  española: Miguel López, infoLibresocio editorial de Mediapart. Edición Irene Casado Sánchez.

 

(*) François Bonnet. Periodista. Ha trabajado en VSD, Libération y Le Monde. Director Adjunto de la revista Marianne y co-fundador de Mediapart.

Fuente: https://www.mediapart.fr/tools/print/798939


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