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El progreso y la disparatada búsqueda de la pureza histórica

La idea de la superioridad moral de Occidente posee una historia legible, que está ligada desde el principio a la conquista y a fantasías de dominación racial.

CONDORCET ESTABA SERENAMENTE SEGURO DE QUE EUROPA ERA LA DUEÑA EXCLUSIVA DE LA RAZÓN, DE LA PAZ Y DE LA JUSTICIA, A PESAR DE LOS CONFLICTOS QUE HABÍAN DESTRUIDO EL CONTINENTE DURANTE EL SIGLO ANTERIOR

Condorcet fue un hombre valiente, y un héroe en todos los sentidos: solo tenía palabras de condena apasionadas y elocuentes contra el esclavismo, la opresión de las mujeres y la brutal explotación de los pueblos colonizados. Aun así, su certidumbre se apoyaba en una convicción profunda e inquebrantable en la superioridad moral de Europa, a pesar de las abrumadoras pruebas de lo contrario que se multiplicaban por minuto. La esclavitud y las diversas crueldades que Europa había infligido en los pueblos de África y Asia estaban a punto de finalizar, creía él, "y nos convertiremos en instrumentos de beneficio para ellos, y en los generosos defensores de su redención del cautiverio". Sin duda, bastante fantasioso: el traficante de sufrimiento humano reconvertido en ilustrado liberador, y su transformación gratamente reconocida por la carga a quien tan recientemente había atormentado. Como se puede observar, las raíces del complejo de blanco salvador tienen al menos dos siglos y cuarto de profundidad.

 

Condorcet estaba serenamente seguro de que Europa era la dueña exclusiva de la razón, de la paz y de la justicia, a pesar de los conflictos que habían destruido el continente durante el siglo anterior (una guerra de siete años que había acabado con la vida de casi un millón de personas hacía tres décadas y las guerras por las sucesiones de Austria y España que habían matado entre ambas a otro millón y medio de personas), y a pesar del conflicto en el que recientemente se había visto envuelta. Europa había iluminado el camino de la humanidad hasta ese momento y por ese motivo el continente también estaba destinado a abrirse paso entre la restante oscuridad, y a liderar los diseminados pueblos de la tierra hacia un futuro sin guerras, ni opresión, ni discriminación por sexo o prejuicios tribales. La higiene mejoraría, y la nutrición y la medicina. La longevidad humana aumentaría. Se extendería por la tierra un idioma universal que "haría que los errores fueran casi imposibles". Salvo por la parte sobre el idioma (el inglés funciona bastante bien) esta es todavía la fe que alimenta el neoliberalismo contemporáneo y la lógica del "desarrollo": la expansión mundial de los métodos europeos, es decir, mercados abiertos e instituciones liberales, espoleará los avances tecnológicos y mejorará la situación de todos, indefinidamente. Un día los nativos nos lo agradecerán. Sin duda, esta es una visión poderosa y seductora, al menos para aquellos que se han autoerigido en sus principales gestores. No es de sorprender que Condorcet se aferrara a esta idea aun cuando el mundo que conocía estaba desapareciendo de forma sanguinolenta.

 

La biografía de las razas

Como es lógico, en cada estadio del mito del progreso se producen sacrificios de sangre, aunque algunos destacan sobremanera. En el tercer volumen de su monumental Atenea negra, Martin Bernal escribió sobre el sorprendente descubrimiento que se había realizado en 1978 en Cnosos, en el que habían aparecido vasijas de cerámica, probablemente con más de 3600 años de antigüedad, con restos de niños desmembrados. Sus huesos tenían marcas de cuchillos. Habían sido descuartizados y, al parecer, cocinados. No muy lejos de allí, los arqueólogos encontraron cerámicas y ánforas decoradas con escudos y la cabeza de una Gorgona, que son imágenes que se asocian con Atenea. Otros especialistas serían más cautos, pero para Bernal el descubrimiento confirmaba que Atenea, la diosa de la sabiduría y de la guerra, "estaba relacionada con los sacrificios humanos y, en particular, de niños".

 

SE REINVENTARÍA A LOS GRIEGOS PARA AJUSTARLOS A LA IMAGEN MÁS FAVORECEDORA QUE LOS EUROPEOS PUDIERON CONCEBIR: UN PUEBLO SUMAMENTE RACIONAL Y SABIO

En ese volumen, que se ocupa principalmente de ofrecer pruebas lingüísticas de la herencia africana y asiática en la Grecia antigua (la Grecia clásica, según el cálculo de Bernal, le debía casi un 40 % de su vocabulario a las lenguas egipcias antiguas y a las lenguas semíticas occidentales), Bernal también afirma que Atenea era una descendiente de la diosa egipcia Neit y una prima hermana de la deidad cananea Anat. Las tres eran poderosas figuras: guerreras sedientas de sangre "de virginidad renovable", en palabras de Bernal. Las tres estaban asociadas con tejer y con pájaros de caza: Neit con el buitre, Anat con el águila y Atenea con el búho. Tanto Platón como Herodoto confirmaban la identificación de Atenea con Neit. Había unas inscripciones en Chipre, en las que Atenea y Anat compartían un templo, que equiparaba a las dos deidades.

 

"No existen los orígenes simples", advertía Bernal. No se trata nunca de una herencia genética directa y única, de unas raíces que ascienden por un árbol y se bifurcan en ramas. La historia humana, sugería Bernal, se parece más a un río que se separa en afluentes, que convergen y divergen una y otra vez; o quizá a una multitud, que junta y separa sus brazos, y se divide en grupos menos numerosos que en ocasiones extienden sus brazos para estrechar sus manos los unos con los otros. El culto a Neit se integraría prácticamente por completo en la adoración a Isis y posteriormente esta veneración se traspasaría a la virgen María. Anat, cuya adoración podría haber involucrado el sacrificio de vírgenes, era considerada en el noroeste de Siria como la hermana y a veces la consorte de Ba'al, uno de los dioses principales del panteón cananeo, que los antiguos israelitas adoraban y rechazaban alternativamente. Las pruebas arqueológicas descubiertas en la isla del Nilo llamada Elefantina, en la actual ciudad egipcia de Asuán, sugieren que una comunidad aislada de mercenarios judíos que vivió entre los siglos V y VI a.C. adoraba a Anat como la "reina del cielo" y la consorte de Yahveh, que otros judíos contemporáneos consideraban el único y verdadero Dios. Detrás y al lado de cualquier Uno siempre hay un otro, y detrás de cada uno de ellos hay muchos más esperando.

 

El argumento general de Bernal no iba sobre Anat ni sobre Atenea, ni siquiera sobre la lengua, sino sobre la construcción de la historia en sí. (Atenea negra, cabe señalar, suscitó una gran polémica. Muchas de las afirmaciones etimológicas de Bernal han sido desacreditadas, pero su argumento historiográfico general se ha conservado bastante bien y, en algunos casos, ha sido confirmado por la furia desmesurada de sus críticos conservadores). Hasta comienzos del siglo XIX, propuso, existía poca polémica sobre la deuda que la cultura griega tenía con África y otros lugares más hacia el este. Durante el resurgir del pensamiento griego que se produjo durante el Renacimiento, "nadie cuestionaba el hecho de que los griegos habían sido los pupilos de los egipcios". Durante toda la Ilustración, los intelectuales europeos también estuvieron abiertamente fascinados con Egipto.

 

Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XVIII, un nuevo paradigma se apoderó de Europa. Apareció, no por casualidad, cuando las economías europeas se estaban reconfigurando en torno al flujo por entonces constante de riqueza proveniente de América, en su mayor parte obtenida gracias al trabajo de los esclavos africanos e indígenas. Esta riqueza, y los rápidos cambios tecnológicos que vinieron después, solo sirvieron para validar la cada vez más profunda convicción en la superioridad de la civilización europea. Había que justificar toda esa explotación de alguna manera o, si no justificarla, disfrazarla. Se reimaginó la historia, según las palabras de Bernal, como "la biografía de las razas", un sujeto narrativo de las leyes que regían algo llamado progreso.

 

Si Europa iba a representar la fase de madurez del desarrollo humano, necesitaría un linaje. Como las personas obsesionadas con la genealogía suelen dar preferencia a la pureza, sería de ayuda que sus ancestros sufrieran la menor mezcla posible. Grecia, cuyos nativos eran indudablemente europeos, afamadamente inteligentes y aceptablemente claros de piel, sería la elegida. Se reinventaría a los griegos para ajustarlos a la imagen más favorecedora que los europeos pudieron concebir: un pueblo sumamente racional y sabio, con la independencia obstinada de una raza noble, excepcionalmente competente en cuanto al autogobierno y despiadadamente fuerte cuando la justicia y la necesidad lo exigían.

 

El hecho de que esta imagen no la habrían reconocido ni los coetáneos de los griegos, ni los habitantes de los continentes que estaban siendo barridos bajo la "civilización occidental" era algo irrelevante para el proyecto general de recuperación histórica. Platón y Esquilo se convirtieron en patrimonio de los ingleses, los alemanes y de los remotos estadounidenses. El griego se sumó al latín como parte indispensable del currículo de la élite europea. Clásicas surgió como disciplina. A comienzos del siglo XIX, escribió Bernal, resultaba "cada vez más imposible tolerar que Grecia (que los Románticos habían considerado no solo el arquetipo de Europa, sino también su infancia más pura) pudiera ser el resultado de la mezcla de nativos europeos con africanos y semitas colonizadores".

 

EGIPTO, QUE HASTA HACÍA POCO HABÍA SIDO OBJETO DE ADMIRACIÓN Y ASOMBRO, SERÍA AHORA ARROJADO A LA PREHISTORIA

Egipto, que hasta hacía poco había sido objeto de admiración y asombro, sería ahora "arrojado a la prehistoria para que sirviera como base sólida e inerte del desarrollo dinámico de las razas superiores, los arios y los semitas". A medida que el siglo XIX daba paso al XX, se expulsaría también sin miramientos a los semitas. Toda la influencia que tuvieron los fenicios y los cananeos sobre Grecia, y cualquier prueba sobre los sustanciales intercambios culturales que hubo con las culturas de Mesopotamia y el levante, y que hasta hacía poco habían sido considerados evidentes desde todo punto de vista, a partir de ese momento estarían bajo sospecha. Salvo en el innegable grado en que el cristianismo sería inconcebible sin ellos, los judíos también serían en gran medida desplazados. Así es como se estableció lo que el historiador judío Shlomo Sand denomina "la mitología de la continuidad blanca".

 

Solo una cosa más sobre Atenea. Homero acostumbraba a posponer el adjetivo glaukopis a su nombre, lo que normalmente se traduce por "ojos brillantes" u "ojos grises" -posee una serie de significados que varían entre brillante y resplandeciente, y azul, gris claro o incluso verde-. Esta cuestión, seguramente, habría pasado desapercibida para la mayoría de los amantes de los clásicos del siglo XX, para los que los ojos claros eran un indicador de superioridad racial, pero para los griegos, escribió Bernal, los ojos azules se asociaban con la ferocidad y con la desgracia. "La palidez de los ojos de Atenea", concluyó, se "sumaba al terror que inspiraba".

 

La bomba de humo del hermetismo

Hay otra manera de pensar sobre los orígenes del progreso. A mediados de la década de 1960, la historiadora británica Frances Yates comenzó a documentar la influencia de la tradición del hermetismo en el pensamiento renacentista: hermetismo de Hermes Trismegisto, la mítica figura asociada con el dios griego Hermes y el dios egipcio Tot, a quien se atribuyeron durante siglos los variados escritos agrupados bajo el nombre de Corpus Hermeticum. El dios Hermes, que los griegos consideraban idéntico a Tot, era un mediador entre los dioses y los mortales, un guía que orientaba en los caminos que nos separan a nosotros de los cielos. Hermes/Tot era el mensajero, el patrón de los viajeros, los ladrones y los buscadores. En su forma más antigua, como Tot, era el escriba de los dioses (representado en ocasiones con la cabeza de un ibis o la cabeza de un babuino, o con la cara de un perro en el cuerpo de un babuino). Fue Tot quien entregó los jeroglíficos a la humanidad y con ellos vinieron la astronomía, la medicina, la botánica y las matemáticas, que son los regalos de todas las numerosas formas de conocimiento del cosmos.

 

Su supuesto heredero, Hermes Trismegisto, o "tres veces grande", era también una especie de puerta entre la sabiduría divina y la ignorancia humana, que transmitía la sabiduría que se había perdido desde hacía varias generaciones, e iluminaba los caminos secretos que permitían acceder a lo divino. En La ciudad de Dios, Agustín de Hipona escribió que Hermes Trismegisto vivió "mucho antes que los sabios y los filósofos de Grecia", y que era nieto del dios Hermes y, por tanto, un primo lejano de Prometeo, que robó el fuego de Zeus y se lo entregó como regalo a la humanidad, del mismo modo que Tot nos había dado la escritura. Los textos actuales del hermetismo son un conjunto heterogéneo, no tan antiguo como supuso Agustín de Hipona, aunque Cosme de Médicis no lo sabía cuando, en 1460 aproximadamente, hizo que se los trajeran a Florencia desde el monasterio de Macedonia donde sus agentes lo habían descubierto. Cosme ordenó a Marsilio Ficino que los tradujera al latín lo más rápido posible. Ficino ya estaba trabajando en una traducción de los textos completos de Platón, pero Cosme le dijo: para con eso y ponte con esto primero. Cosme era viejo y quería leer al legendario Hermes Trismegisto antes de morir; Platón era menos importante.

 

Los textos en sí fueron seguramente redactados por varios autores diferentes desde mediados del siglo I hasta finales del siglo III d.C. Estaban escritos en griego, pero seguramente se habían redactado en Egipto. En ellos están estrechamente relacionadas la teología, la cosmología, la magia y lo que hoy en día llamamos ciencia (astronomía, medicina, botánica y matemáticas). Juntos conforman, sostuvo Yates a lo largo de toda su carrera, una corriente oculta y muy reprimida que orientó de diversas maneras a muchas de las grandes mentes europeas del Renacimiento y la Ilustración: desde Bruno, Ficino y Pico della Mirandola hasta Bacon, Leibniz y Newton. En otras palabras, el tesoro más enorgullecedor de lo que insistimos en llamar civilización occidental, es decir, su tradición de razón empírica y crítica, estuvo hasta el siglo XVIII intercambiando ideas de manera fructífera y más o menos constante con las obras esotéricas del misticismo egipcio y gnóstico que se atribuyen al nieto de un dios estafador.

 

EL TESORO DE LO QUE INSISTIMOS EN LLAMAR CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL, ES DECIR, SU TRADICIÓN DE RAZÓN EMPÍRICA Y CRÍTICA, ESTUVO HASTA EL SIGLO XVIII INTERCAMBIANDO IDEAS CON LAS OBRAS ESOTÉRICAS DEL MISTICISMO EGIPCIO Y GNÓSTICO QUE SE ATRIBUYEN AL NIETO DE UN DIOS ESTAFADOR

En los años subsiguientes, este ascendiente directo sería eliminado de forma meticulosa. Las corrientes de pensamiento y creencia con las que se había cruzado de forma fructífera (las tradiciones místicas judías y cristianas, la alquimia paracelsiana y la filosofía neoplatónica) pasarían a ser marginadas y ridiculizadas. Poco más de una década después de la muerte de Newton, el historiador alemán Johann Jakob Brucker publicó una monumental e influyente historia de la filosofía, la primera en su clase, en la que caracterizaba a los textos del hermetismo (además de la cábala y el neoplatonismo) como philosophia barbarica. Eran, según Brucker, supersticiones corruptas y paganas que se oponían a la historia eminentemente racional de búsqueda de la verdad cristiana y europea. Diderot copió muchas de las entradas de su Enciclopedia directamente de Brucker, y así es como sus ideas se introdujeron clandestinamente en el corazón de la Ilustración francesa.

 

Ese momento histórico era el mismo en que el grandioso relato del progreso, ese glorioso arco de razón que había viajado hasta París y Londres desde Atenas y Roma, estaba comenzando a tomar cuerpo, y también era el crítico período en el que, como documentó Bernal, los griegos estaban pasando a ser los elegidos y se estaban borrando todos los vestigios de África. La obra de Brucker se publicó en latín en 1744, la Enciclopedia comenzó en 1751 y el Cuadro filosófico de los progresos sucesivos del espíritu humano de Turgot apareció en 1750.

 

 Durante la mayor parte de los dos siglos siguientes, los textos del Corpus Hermeticum quedarían relegados a los márgenes prohibidos e irrisorios de la cultura. Tomarlos en serio hacía que te tacharan de ocultista, estafador o charlatán. Igual que si fuera un continente olvidado, el Corpus Hermeticum no sería redescubierto hasta mediados del siglo XX, cuando los historiadores italianos, y más tarde Yates, comenzaron a rescatarlo del desprestigio que lo había mantenido proscrito durante tanto tiempo.

 

Pero quizá Hermes tres veces grande nunca desapareció del todo. ¿Acaso la idea misma de progreso no dependía también de la convicción, que tan rotundamente se expone durante todo el Corpus Hermeticum, de que el cielo está para disfrutarlo y que los humanos, a pesar de nuestros cuerpos mortales, somos en esencia divinos, capaces de comprender todo lo que existe e incluso capaces de compartir los poderes creativos de lo divino? "Pero para poder concebirlo [a Dios] es necesario que te vuelvas igual a él", aconsejaban los textos del hermetismo, para luego pasar a explicar cómo hacerlo: "[Sal] fuera de todo cuerpo para poder así agrandarte hasta su tamaño inmensurable; que te sitúes más allá del tiempo para que puedas convertirte en eternidad; solo entonces podrás conocer a Dios". Y por si eso no fuera suficiente, el texto proseguía: "Porque si te haces cargo de que nada te es imposible, habrás entendido que eres inmortal, que puedes conocer todas las cosas, todo arte, cualquier ciencia y las características de cualquier ser vivo".

 

Esto, incluso mucho tiempo después de que Hermes hubiera sido proscrito, seguiría siendo el credo mismo que subyace en el afán científico moderno: que todas las cosas pueden conocerse y que se puede dominar toda la naturaleza; que la humanidad, o al menos un subconjunto civilizado de la misma, estaba encaminada hacia la perfección. Él (y hasta hace muy poco siempre era solo él) podía comprender el comportamiento de las estrellas más lejanas, del núcleo de las células y las vísceras del átomo, la naturaleza de las tortugas y de los jilgueros, y también a los desafortunados salvajes que no podían recorrer este camino sin ayuda. Podía construir una sociedad en la que la justicia reinara y los seres humanos vivieran, como dioses, en pie de igualdad. Esta visión, o los pocos destellos que quedaban de ella, no solo sería un garrote para el imperio. ¿Cómo se puede imaginar cualquier fe revolucionaria sin ella, y no solo la fe, sino también la práctica?

 

Canción de redención

Al menos para Walter Benjamin, rechazar el hecho de estar cegado por las falsas promesas del progreso no significaba que toda esperanza estuviera perdida. Significaba que uno podía empezar a ver. Incluso hacia el final, Benjamin creía que el pasado contiene en sí una orientación hacia su propia redención. Esto quizá es menos místico de lo que parece. Comprendía el presente (que denominaba "tiempo-ahora") como preñado de todo lo que le precede, y creía que cada momento contenía en su interior, "en un enorme resumen", la totalidad del pasado. El pasado no es inerte, sino que clama a gritos rectificación. Existe en el presente como una exigencia. El "tiempo-ahora", escribió, está "cargado de astillas del tiempo mesiánico". Si la eternidad, todo lo pasado y todos los futuros, revolotea sobre cada momento, entonces podemos agarrarla ahí. En otras palabras, aquí mismo.

 

Para Benjamin esto solo podía ser un acto político. Significaba dar un vuelco a cualquier estructura que dependiera de la explotación del trabajo (que es lo mismo que decir no solo nuestro sudor y nuestras habilidades, sino nuestro tiempo, en toda su divinidad mientras corre por nuestras venas) o de la "dominación del tiempo", que a su vez guarda relación, sugería, con cualquier otra forma de explotación. Y significaba rechazar la soñolienta fantasía de que la historia nos llevaría a una tierra mejor. Porque no lo haría. Había que hacer añicos el tiempo y reventar la historia. Solo así podría redimirse, y junto con ella, nosotros.

 

Para Benjamin, esto no era una elección. La redención no yacía tras una puerta distante al final de un camino que podíamos elegir no tomar, ni había otras vías más sencillas y más fáciles que podríamos tomar con menos esfuerzo, que no obstante nos permitirían sobrevivir. Entonces, como ahora, la única vía alternativa conducía a la extinción.

 

En junio de 1940, poco después de que Benjamin finalizara las Tesis sobre la filosofía de la historia, las tropas alemanas entraron en París. Benjamin huyó a Lourdes y luego a Marsella. Dejó una copia de las Tesis a su amiga Hannah Arendt, otra filósofa judía alemana que esperaba, como él, poder escapar hacia Estados Unidos desde Portugal. En septiembre de ese año, Benjamin consiguió llegar hasta la ciudad durmiente de Port Bou, en el lado español de la frontera con Francia. No le recibieron ni con hospitalidad ni con misericordia. La policía local le informó de que lo escoltarían de regreso a la frontera a la mañana siguiente y lo entregarían a las autoridades francesas, y por tanto, casi con toda seguridad, a la Gestapo. Benjamin, enfermo y exhausto, perdió toda esperanza. Cuando estaba solo en su habitación de hotel, ingirió una sobredosis de pastillas de morfina. Su cuerpo permanece en Port Bou, en un cementerio situado en lo alto de un risco con vistas al mar Mediterráneo.

 

Hannah Arendt consiguió escapar. Ella y su marido obtuvieron el permiso para salir de Francia y pasar por España para llegar a Portugal, donde pasaron tres meses atrapados en Lisboa. Pasaban las horas leyéndose el uno al otro y en voz alta las palabras de Benjamin, y las leían también para un pequeño grupo de refugiados que se había reunido allí, esperando poner rumbo hacia un lugar seguro, en los márgenes de un mundo que se estaba desmoronando.

 

Este artículo se publicó en inglés en TheBaffler.

 

(*)  Ben Ehrenreich es el autor de las novelas Éter y Los pretendientes. Su último ensayo, El camino hacia la primavera: vida y muerte en Palestina, ya está a la venta en Penguin Press.

 

Traducción de Álvaro San José.


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